Me serví una taza de café negro, como todas
las mañanas, sin poner mucha atención a lo que pasaba a mi alrededor. La luz
del sol de la mañana entraba suavemente por la ventana, haciendo brillar
sutilmente todos los objetos que había en el área, sobre todo aquellos hechos
de vidrio o metal. Había un sonido suave, producido por el aire que soplaba
afuera y hacía mover las ramas más altas de los árboles. Solo yo rompía el
silencio, vertiendo el liquido negro en mi taza favorita, tomando un sorbo
profundo y sabroso.
Desperté por fin, puesto que había caminado
desde mi cuarto sin darme cuenta de lo que estaba haciendo y eso que dormía en
el piso de arriba. La casa de mis padres, en la que había vivido mi infancia,
era ahora mía. Obviamente no había pasado nada bueno para que así fueran las
cosas, pero pensar en eso me hacía sentir demasiado triste, así que empecé a
caminar, esperando que la mañana trajera algo nuevo a mi vida, algo diferente e
inesperado que cambiara por completo mi visión de las cosas en ese momento.
Me acerqué a la puerta que daba al pequeño
patio. Se podía ver por entre el vidrio que el sol estaba calentando el pasto.
Iba a ser un día hermoso, sin duda. Tomé un sorbo grande y traté de sentir con
cada receptor nervioso el sabor del café y lo que causaba en mi cuerpo. Lo
sentí llenar cada rincón de mi ser, casi como si fuera una poción capaz de
curar hasta los cuerpos más trajinados. Se sentía como si de mi interior
naciera un poder extraordinario que provenía de lo más profundo de mi mente, de
un rincón desconocido.
De repente, algo saltó en el pasto afuera. Era
un gato, que se me había estado camuflando perfectamente en el pasto algo
quemado del exterior. Además, no había sido cortado en un tiempo y eso le daba
un sitio de escondite a muchas criaturas. Cuando saltó, no solo me eché para
atrás regando algo de café en el suelo de madera, sino que vi como otro animal
saltaba asustado y se encaramaba en el árbol más cercano, escapando del
depredador a toda velocidad. La ardilla se había salvado por un pelo.
Tuve que devolverme a la cocina a buscar un
trapo para limpiar el desastre que había hecho. Limpié con cuidado para que el
liquido no se filtrara por entre las tablas del suelo. Sabía que en algún
momento la casa iba a tener problemas pues ya estaba vieja y seguramente
necesitaría arreglos y reparaciones. Pero yo no tenía ni un solo centavo, eso
sin contar el dinero que me habían dejado mis padres. Ese dinero estaba
destinado a algo diferente, así que no podía disponer de él para la casa, así
ella hubiese sido el tesoro más apreciado por mis padres, que tanto la habían
cuidado a lo largo de sus vidas.
Me quedé allí en el suelo, con el trapo húmedo
en la mano, pensando en ellos. Recordé sus rostros y sus cuerpos yendo de un
lado a otro de la casa, en tiempos en los que no había tenido nada porqué
preocuparme. Los veía hacer sus cosas, mientras mis hermanos y yo jugábamos o
hacíamos la tarea. Eran seres extraños para mí en ese tiempo y creo que lo
siguen siendo ahora, pues me doy cuenta que jamás traté de conocerlos como
gente, sino que siempre los traté como algo más allá de cualquier comprensión
racional.
Supongo que así es como todos los niños ven a
sus padres, como seres que están en un lugar muy distinto, que hablan y piensan
cosas que muchas veces no tienen nada de sentido. Salen con cosas de la nada,
como vacaciones y citas al odontólogo, y después sorprenden con fiestas de
cumpleaños y mascotas. Todo eso lo había tenido pero sentía que nunca podría
saber quienes eran en realidad, que pensaban y que querían de la vida. Nunca
serían seres humanos completos para mí, por mucho que intentara saberlo todo de
ellos.
Cuando me di cuenta, había estado en el suelo
unos quince minutos. Tan distraído había estado, que no había notado que el gato
que me había asustado estaba allí, adentro de la casa, mirándome de frente como
si quisiera entender lo que estaba pensando. Le dije que estaba bien y me puse
de pie. Luego me di cuenta que le había hablado a un gato y esperé que todo
estuviese bien con mi mente. A ratos me parecía que podía estar a punto de
perder la razón o al menos todo sentido de la realidad.
Lavé el trapo con el que había limpiado el
suelo, terminé mi café sobre el lavaplatos y me encaminé al baño. Necesitaba
darme una ducha y hacer algo, lo que fuera. Afortunadamente era sábado y no
tendría ninguna responsabilidad verdadera. No quería ir al trabajo para que la
gente tuviese lástima de mi, ni quería tener que buscar papeles y ponerles
sellos, cosas que me recordaban de la manera más brusca y horrible los últimos
sucesos de mi vida. Abrí la llave de la ducha y esperé a que el agua se
calentara.
Estuve bajo el agua por unos cinco o seis
minutos, hasta que escuché el sonido del gato. Pensé que estaría en mi cuarto
rasguñando la cama o en la de mis padres… Asustado, corrí la cortina de un
golpe y casi resbalo al ver que el gato estaba allí mismo. Como yo no había
cerrado la puerta del baño, el animal me había seguido hasta allí sin problema.
Estaba sentado al lado del montoncito que había hecho con mi ropa y me miraba
de nuevo con esos ojos enormes, como preguntándose algo. Era francamente
inquietante, así que cerré el agua, me envolví con una toalla y tomé al gato
sin dudarlo.
Para mi sorpresa, no me rasguñó ni hizo nada
más sino mirarme directamente a los ojos. Era terriblemente incomodo, sobre
todo al bajar las escaleras pues no podía mirar para otra parte. Cuando llegué
a la puerta trasera, casi tuve que hacer malabares para poder abrirla y así
echar al gato afuera. Cayó en sus cuatro patas sin mayor problema y se volteó a
mirarme una vez más. Sus ojos enormes eran como dagas en mi corazón. Por alguna razón, sentía que ese
gato me juzgaba o al menos que esperaba algo de mi y yo no sabía qué era.
Fue entonces que oí el grito de una mujer.
Miré a un lado y al otro para ver de donde había venido y no tuve que
esforzarme mucho: la casa que estaba detrás de la mía tenía un segundo piso que
sobrepasaba el nivel de la copa de los árboles. Una mujer de avanzada edad me
miraba asustada desde una de las ventanas. La miré confundido y decidí
ignorarla. Miré entonces al gato y le advertí que no entrara de nuevo a mi casa
pues no era su hogar y él no podía estarse paseando por un lugar al que no
pertenecía.
Por primera vez, el gato maulló, como
preguntándome por mis palabras. Decidí no responderle, solo dedicarle una
mirada severa y nada más. Entré a la casa, me aseguré de cerrar la puerta
trasera con el seguro que tenía y dirigí mis pasos hacia el piso superior,
pensando el la insistencia del gato en entrar a casa. Tal vez mis padres habían
cuidado de él y se había acostumbrado a venir a jugar e incluso a pedir comida.
Ellos jamás habían sido personas amantes de los gatos pero nunca se sabe. No
los conocía…
En la escalera, pisé algo mojado y, por un
momento, pensé que de nuevo había tirado algún liquido al piso, tal vez había
mojado toda la casa al salir de la ducha en semejante apuro. Pero no era un
charco de agua sino mi toalla, completamente húmeda, hecha un ovillo en uno de
los escalones. Fue solo hasta entonces que me di cuenta que estaba
completamente desnudo y que había sido esa la razón para que la vecino hubiese
pegado semejante grito. Solté una carcajada, que pareció invadir la casa.
No paré de reír sino hasta varios minutos
después, cuando recogí la toalla y subí con ella en la mano. Ya estaba seco,
gracias a que el sol estaba calentando todos los rincones de la zona, así que
no la necesitaba. Subí a mi habitación, y me puse algo fresco y relajado para
disfrutar el bonito día.
Cuando volví a bajar para ver que necesitaba
del supermercado, vi que el gato estaba de nuevo dentro de la casa, parado en
el mesón de la cocina. Tal vez mi madre lo alimentaba allí y luego se iba con
mi padre, a calentar su pelaje frente al televisor. Lo acaricié y le dije que era
bienvenido, cuando quisiera.