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viernes, 25 de mayo de 2018

El gato de mi casa


   Me serví una taza de café negro, como todas las mañanas, sin poner mucha atención a lo que pasaba a mi alrededor. La luz del sol de la mañana entraba suavemente por la ventana, haciendo brillar sutilmente todos los objetos que había en el área, sobre todo aquellos hechos de vidrio o metal. Había un sonido suave, producido por el aire que soplaba afuera y hacía mover las ramas más altas de los árboles. Solo yo rompía el silencio, vertiendo el liquido negro en mi taza favorita, tomando un sorbo profundo y sabroso.

 Desperté por fin, puesto que había caminado desde mi cuarto sin darme cuenta de lo que estaba haciendo y eso que dormía en el piso de arriba. La casa de mis padres, en la que había vivido mi infancia, era ahora mía. Obviamente no había pasado nada bueno para que así fueran las cosas, pero pensar en eso me hacía sentir demasiado triste, así que empecé a caminar, esperando que la mañana trajera algo nuevo a mi vida, algo diferente e inesperado que cambiara por completo mi visión de las cosas en ese momento.

 Me acerqué a la puerta que daba al pequeño patio. Se podía ver por entre el vidrio que el sol estaba calentando el pasto. Iba a ser un día hermoso, sin duda. Tomé un sorbo grande y traté de sentir con cada receptor nervioso el sabor del café y lo que causaba en mi cuerpo. Lo sentí llenar cada rincón de mi ser, casi como si fuera una poción capaz de curar hasta los cuerpos más trajinados. Se sentía como si de mi interior naciera un poder extraordinario que provenía de lo más profundo de mi mente, de un rincón desconocido.

 De repente, algo saltó en el pasto afuera. Era un gato, que se me había estado camuflando perfectamente en el pasto algo quemado del exterior. Además, no había sido cortado en un tiempo y eso le daba un sitio de escondite a muchas criaturas. Cuando saltó, no solo me eché para atrás regando algo de café en el suelo de madera, sino que vi como otro animal saltaba asustado y se encaramaba en el árbol más cercano, escapando del depredador a toda velocidad. La ardilla se había salvado por un pelo.

 Tuve que devolverme a la cocina a buscar un trapo para limpiar el desastre que había hecho. Limpié con cuidado para que el liquido no se filtrara por entre las tablas del suelo. Sabía que en algún momento la casa iba a tener problemas pues ya estaba vieja y seguramente necesitaría arreglos y reparaciones. Pero yo no tenía ni un solo centavo, eso sin contar el dinero que me habían dejado mis padres. Ese dinero estaba destinado a algo diferente, así que no podía disponer de él para la casa, así ella hubiese sido el tesoro más apreciado por mis padres, que tanto la habían cuidado a lo largo de sus vidas.

 Me quedé allí en el suelo, con el trapo húmedo en la mano, pensando en ellos. Recordé sus rostros y sus cuerpos yendo de un lado a otro de la casa, en tiempos en los que no había tenido nada porqué preocuparme. Los veía hacer sus cosas, mientras mis hermanos y yo jugábamos o hacíamos la tarea. Eran seres extraños para mí en ese tiempo y creo que lo siguen siendo ahora, pues me doy cuenta que jamás traté de conocerlos como gente, sino que siempre los traté como algo más allá de cualquier comprensión racional.

 Supongo que así es como todos los niños ven a sus padres, como seres que están en un lugar muy distinto, que hablan y piensan cosas que muchas veces no tienen nada de sentido. Salen con cosas de la nada, como vacaciones y citas al odontólogo, y después sorprenden con fiestas de cumpleaños y mascotas. Todo eso lo había tenido pero sentía que nunca podría saber quienes eran en realidad, que pensaban y que querían de la vida. Nunca serían seres humanos completos para mí, por mucho que intentara saberlo todo de ellos.

 Cuando me di cuenta, había estado en el suelo unos quince minutos. Tan distraído había estado, que no había notado que el gato que me había asustado estaba allí, adentro de la casa, mirándome de frente como si quisiera entender lo que estaba pensando. Le dije que estaba bien y me puse de pie. Luego me di cuenta que le había hablado a un gato y esperé que todo estuviese bien con mi mente. A ratos me parecía que podía estar a punto de perder la razón o al menos todo sentido de la realidad.

 Lavé el trapo con el que había limpiado el suelo, terminé mi café sobre el lavaplatos y me encaminé al baño. Necesitaba darme una ducha y hacer algo, lo que fuera. Afortunadamente era sábado y no tendría ninguna responsabilidad verdadera. No quería ir al trabajo para que la gente tuviese lástima de mi, ni quería tener que buscar papeles y ponerles sellos, cosas que me recordaban de la manera más brusca y horrible los últimos sucesos de mi vida. Abrí la llave de la ducha y esperé a que el agua se calentara.

 Estuve bajo el agua por unos cinco o seis minutos, hasta que escuché el sonido del gato. Pensé que estaría en mi cuarto rasguñando la cama o en la de mis padres… Asustado, corrí la cortina de un golpe y casi resbalo al ver que el gato estaba allí mismo. Como yo no había cerrado la puerta del baño, el animal me había seguido hasta allí sin problema. Estaba sentado al lado del montoncito que había hecho con mi ropa y me miraba de nuevo con esos ojos enormes, como preguntándose algo. Era francamente inquietante, así que cerré el agua, me envolví con una toalla y tomé al gato sin dudarlo.

  Para mi sorpresa, no me rasguñó ni hizo nada más sino mirarme directamente a los ojos. Era terriblemente incomodo, sobre todo al bajar las escaleras pues no podía mirar para otra parte. Cuando llegué a la puerta trasera, casi tuve que hacer malabares para poder abrirla y así echar al gato afuera. Cayó en sus cuatro patas sin mayor problema y se volteó a mirarme una vez más. Sus ojos enormes eran como dagas en mi  corazón. Por alguna razón, sentía que ese gato me juzgaba o al menos que esperaba algo de mi y yo no sabía qué era.

 Fue entonces que oí el grito de una mujer. Miré a un lado y al otro para ver de donde había venido y no tuve que esforzarme mucho: la casa que estaba detrás de la mía tenía un segundo piso que sobrepasaba el nivel de la copa de los árboles. Una mujer de avanzada edad me miraba asustada desde una de las ventanas. La miré confundido y decidí ignorarla. Miré entonces al gato y le advertí que no entrara de nuevo a mi casa pues no era su hogar y él no podía estarse paseando por un lugar al que no pertenecía.

 Por primera vez, el gato maulló, como preguntándome por mis palabras. Decidí no responderle, solo dedicarle una mirada severa y nada más. Entré a la casa, me aseguré de cerrar la puerta trasera con el seguro que tenía y dirigí mis pasos hacia el piso superior, pensando el la insistencia del gato en entrar a casa. Tal vez mis padres habían cuidado de él y se había acostumbrado a venir a jugar e incluso a pedir comida. Ellos jamás habían sido personas amantes de los gatos pero nunca se sabe. No los conocía…

 En la escalera, pisé algo mojado y, por un momento, pensé que de nuevo había tirado algún liquido al piso, tal vez había mojado toda la casa al salir de la ducha en semejante apuro. Pero no era un charco de agua sino mi toalla, completamente húmeda, hecha un ovillo en uno de los escalones. Fue solo hasta entonces que me di cuenta que estaba completamente desnudo y que había sido esa la razón para que la vecino hubiese pegado semejante grito. Solté una carcajada, que pareció invadir la casa.

 No paré de reír sino hasta varios minutos después, cuando recogí la toalla y subí con ella en la mano. Ya estaba seco, gracias a que el sol estaba calentando todos los rincones de la zona, así que no la necesitaba. Subí a mi habitación, y me puse algo fresco y relajado para disfrutar el bonito día.

 Cuando volví a bajar para ver que necesitaba del supermercado, vi que el gato estaba de nuevo dentro de la casa, parado en el mesón de la cocina. Tal vez mi madre lo alimentaba allí y luego se iba con mi padre, a calentar su pelaje frente al televisor. Lo acaricié y le dije que era bienvenido, cuando quisiera.

viernes, 27 de mayo de 2016

"Selfie" al abismo

   Primero fue una foto. Pero pensó que se veía muy oscuro. Luego fue otra en la que no creía haber abierto los ojos los suficiente. Después parecía que tenía ojeras y así por al menos una hora en una tarde. Era obvio que no tenía nada que hacer. Apuntaba el celular a su cara dando vueltas por toda la habitación, para ver cual era el lugar en el que la luz era óptima. Pero siendo un cuarto tan pequeño, eso de lo más óptimo simplemente no existía. Le tocó tomarse unas cuantas fotos, más que suficientes, por todas partes.

 Se tomó algunas de pie y otras sentado. En unas se tomaba el pelo y se lo echaba para atrás y otras trataba de que le quedara lo más “moderno” posible pero su cabello era completamente liso y no se dejaba hacer casi nada. Se tomó algunas fotos desde un ángulo abajo y otras desde arriba. Las primeras eran horrible pero las segundas se veían extrañas, como si estuviera asustado por algo.

 Para algunas se quedó como estaba pero luego se quitó la camiseta y al final se dio cuenta que no tenía nada de ropa puesta y que, de paso, había intentado varias prendar de vestir que tenía por ahí y que consideraba que lo hacían verse mejor. Al final de la hora tenía más de cien fotografía que revisó una por una, mirando que la luz estuviese bien y que se viese como una persona sexy pero también interesante. De las más de cien quedaron poco más de diez después de un largo proceso de eliminación. Para la hora de la cena, ya tenía la elegida.

 La subió a la red social justo antes de hacerse algo de comer. Dejó el celular de lado un buen rato, tratando de no pensar en la fotografía. Pero todo el tiempo pensaba si estaba gustando o si la gente simplemente no había respondido. Trató de leer después de la comida para no obsesionarse con la foto. Pero eso fracasó pronto y decidió ponerse a ver una película. Pero no había visto ni cinco minutos de la trama cuando tomó el celular y empezó a revisar.

 Muchas personas habían puesto que les gustaba. Tenía muchos corazones para su foto y algunos comentarios de personas que ni conocía. Eso lo hizo sonreír y sentirse un poco mejor consigo mismo. Esa tarde se había sentido bien en su cuerpo y había decidido tomarse las fotos. Además hacía poco que se había cortado el pelo y afeitado, por lo que pensaba que a más de una persona la gustaría así, más arreglado.

 No había subido ninguna foto en meses pero todos los días pensaba en fotos y en poses y en qué hacer pero no tenía el impulso para tomarse las fotos. Y, tal vez lo más importante, no sentía que se viera bien en ese momento. Se sentía feo y prefería no compartir eso con el resto del mundo. Si se sentía así, seguro eso se vería en las fotografías.

 Con la foto que subió estuvo contento por al menos una semana durante la cual su celular le avisaba cada cierto tiempo que tenía más corazones y uno que otro comentario. La mayoría de comentario se pasaban un poco de lo que a él le interesaba pero le de daba igual. Comentario era comentario y no tenía porqué denigrar ninguno. Se sentía contento de que las personas sintieran la necesidad de escribirle algo. Se sentía bien y era algo que nunca le ocurría, solo en el mundo virtual.

 En la vida real nadie lo miraba o al menos no que él se diese cuenta. Durante buena parte de ese año, se había esforzado como una mula para tener un cuerpo más en línea con lo que él pensaba que era lo ideal: quería los brazos más grandes, las piernas más torneadas y definidas, el abdomen marcado, el trasero más redondo y el pecho bien definido. Esa era su meta y había decidido hacer ejercicio para lograrlo pero la verdad era que lograr su meta era imposible.

 No era un buen atleta, lejos de eso. Intentó varias técnicas y deportes hasta que dio con unos aeróbicos que parecían funcionar o al menos lo hacían sudar bastante y sentía que usaba los músculos que quería lograr que la gente viera. Todos los días se ejercitaba y lo hizo así durante al menos seis meses. Cuando fue temporada para ir a la playa, decidió comprar los resultados a como estaba cuando había empezado y tuvo una respuesta un poco mixta.

 No podía negar que había perdido bastante peso, eso se notaba en las fotos de entonces comparadas con las más recientes. Además, había algunas prendas de ropa que antes le quedaban apretadas que ahora le entraban mucho mejor, sobrando un poco de espacio para poder respirar cómodamente. Eso, sin duda era bueno, pues perder peso debía indicar que estaba más flaco y por lo tanto más cerca de su meta.

 Pero cuando comparó su cuerpo de antes con el actual, se decepcionó bastante: no había cambios significativos excepto que su panza parecía menos prominente. Eso era todo. Los brazos seguían igual de delgados, las piernas igual de fofas y el abdomen cubierto de la grasa que se asienta en la panza. Fue un momento muy difícil pues pensaba que todo lo que había hecho llevaría a algún lado.

 Sin embargo, subió la comparación de las dos fotos y pronto muchos dijeron que se veía bien pero que debía seguir adelante para llegar a su meta, que al fin y al cabo era la de todos. Se metió a un gimnasio, algo con lo que nunca había estado cómodo y aumento el tiempo de ejercicio cada día. No había ni uno que no fuera al gimnasio a ejercitarse.

Como su trabajo era poco exigente, podía organizar su horario con facilidad alrededor de sus horas de ejercicio. Comenzó siendo una hora pero después se quedaba más tiempo: unos diez minutos, veinte, media hora y un día estuvo allí tres horas seguidas probando casi todo lo que el lugar tenía para ofrecer. El entrenador que lo asesoraba lo impulsaba a seguir adelante, a comer bien y a nunca parar. La idea era exigirse más pues notaba que nunca se había exigido lo suficiente.

 Ahora hacía flexiones y levantaba pesas. Luego corría o hacía bicicleta o más aeróbicos. Era un ritmo casi imposible de aguantar, ridículamente difícil de mantener. Llegó un día en el que se levantó exhausto y sus piernas no tenían la capacidad de mantener el peso del cuerpo erguido. Ese día se resbaló en la ducha y se golpeó en la cabeza, por lo que estuvo lejos del gimnasio por varios días. Aprovechó ese tiempo para subir las fotos de su cuerpo que era cada vez más definido y delgado.

 Comía poco y cuando comía era lo más saludable que hubiese a mano. A su familia ese punto fue el que los alertó de que algo no estaba bien pues él siempre había sido una persona que comía bien y le encantaba comer de todo. Cocinaba seguido y hacía platillos inventados por él. Pero eso ya no ocurría. Lo máximo era que se hacía uno de esos batidos de proteínas en los que el ingrediente principal es el apio.

 Pasados otros seis meses, se tomó algunas fotos nuevas y las subió sin esperar ni intentar nada. A todo el mundo le encantó su nuevo cuerpo, sus abdominales y sus brazos y todo lo que veían. Él se sentía exhausto pero por fin había logrado su objetivo. Al día siguiente decidió ir a la playa para mostrar su nuevo cuerpo.  Trató de elegir el lugar más adecuado de todos para que la gente lo viera y se acostó allí y esperó.

 Unos chicos que jugaban voleibol golpearon la pelota con fuerza y esta rodó hasta el cuerpo del chico. Cuando el jugador se disculpó por la pelota, se le quedó mirando y salió corriendo a buscar ayuda. El chico tenía los ojos abiertos debajo de los lentes oscuros pero no los movía. Su pecho tampoco subía y bajaba, como era lo normal. La ambulancia llegó en unos pocos minutos.


 Se le declaró muerto apenas llegó al hospital. Al comienzo se creyó que había sido un grave caso de insolación pero después de revisar el historial del hombre, se dieron cuenta que casi no tenía nutrientes en su cuerpo y casi se había consumido por completo a través del ejercicio y la dieta. Su obsesión con un cuerpo que él y otros creían perfecto, lo habían llevado directamente a la tumba. No habría más fotos ni corazones. No habría nada.