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miércoles, 10 de diciembre de 2014

Sobre la montura

Siempre me interesó aprender a montar caballo. No sé porque... Tal vez por la libertad que se siente al estar sobre un animal como ese, o por la amistad extraña que se forja con un ser incapaz de responder verbalmente. En fin...

La equitación es una de esas cosas que dicen que hay que aprender desde niño, como tocar piano o bailar ballet pero yo empecé tarde, en un viaje en el que daban la opción de tomar clases rápidas y vaya si fueron rápidas. Consistían, simplemente, en subirse al animal y halar la rienda con algo de fuerza para no caer y controlar al animal. De resto, era poco lo que decía el instructor, un hombre de bigote espeso que parecía un caballo en que masticaba algo constantemente (nunca supe que era) y su aparente falta de voz.

Después de esas vacaciones, me inscribí en una escuela de verdad y aprendí a cabalgar con propiedad. Lo gracioso, en últimas, era que yo no poseía un caballo ni un lugar para montar pero me tranquilizaba mucho interactuar con los animales y montarlos, fuera a toda velocidad o con calma.

En mi escuela conocí a una campeona mundial. Bueno, campeona junior. Una jovencita de quince años que manejaba cualquier caballo como si todos fueran de su propiedad. Un día la vimos pasar por la pista de obstáculos con agilidad y elegancia. Su pelo casi ni se movía, lo mismo que sus ojos que parecían fijos en un punto lejano, nunca en el obstáculo siguiente.

Todos la felicitamos y nos dio algunos consejos para manejar a los caballos en ciertos momentos, como para saltar una cerca o un muro bajo o para hacer giros cerrados en un campo confinado. Todos los intentamos con el mismo animal y fue increíble ver como cada persona lo hacía tan distinto. Yo pude con el salto pero fracasé con la curva cerrada. Caí como un bulto de papas al suelo y, por suerte, no recibí una patada de Teniente, el caballo.

Mis amigos cercanos, los únicos que tenía, así como mi familia, empezaron a darse cuenta de mi interés por los caballos y todo lo que tenía que ver con la equitación. Empecé a leer al respecto, aprendiendo diferencias entre las diferentes razas y los estilos para montarlos. Supe moderar mis comentarios ya que notaba con facilidad cuando hacían mala cara por alguno de mis datos sueltos referentes al mundo de la equitación.

De hecho, solo había una persona más feliz que yo. Era mi amiga Jackie, que trabajaba en un laboratorio farmacéutico. Ella sabía mucho de muchas cosas y, lo más importante, me conocía más que muchos. Ella sabía de mis problemas personales y por eso estaba tan feliz por mi nuevo interés por la equitación. Para ella era un pasatiempo saludable ya que era ejercicio físico y concentración y además implicaba una relación con otro ser vivo, algo que estaba comprobado podía ayudar a quien tuviera problemas sicológicos.

Jackie fue un par de veces a verme al club de equitación. Tengo que admitir que eso me ponía algo nervioso pero rápidamente pude enfocarme en lo que estaba a la mano que era dirigir a mi caballo por la pista y ganar un par de carreras contra los demás jinetes. Fue una tarde bastante divertida, llena de caídas en el barro y risas tontas. Lo pasé tan bien, que pude considerarlo el único día en que no pensé en los problemas de siempre. Todo fue perfecto.

Por supuesto, no todos los días eran así. Había más días difíciles que días fáciles. Eran más los días en los que luchaba contra mí mismo para levantarme que aquellos en que hacía todo espontáneamente y con una vivacidad que no era propia de mi personalidad.

Recuerdo un día en especial. La noche anterior me había acostado sin pensar en nada en particular pero al despertar lo recordé todo y dolió como si se repitiera, como si lo viviera de nuevo en carne viva. Me pregunté a mi mismo "Porque me pasa esto a mi?". No puedo decir que sea una buena persona pero tampoco soy malo. Solo vivo mi vida lo mejor que puedo y ya. Ni me desvivo por ayudar a nadie ni impido que otros se realicen como seres humanos. Entonces porqué a mi, porqué yo?

Ese día me levanté tarde. La cama muchas veces es un refugio inigualable. Tal como la ducha. No me da vergüenza decir que ese día me demoré veinte minutos debajo del agua caliente. A veces giraba la llave un poco para que saliera hirviendo. Necesitaba sentir mi piel, sentir que todavía estaba allí en carne y hueso, no flotando en alguna dimensión lejana como muchas veces parecía. Me forcé a sentir.

Y eso me ayudó, al menos en parte. Desayuné sin ganas, vi alguna película graciosa para que me contagiara de ánimo pero no ayudó en nada. En la tarde me forcé a salir. Tomé los dos buses que tomaba todos los días para llegar al club de equitación porque sabía que si no iba el dolor y los recuerdos tomarían aún más fuerza y eso no era algo que quisiera.

Mi desempeño fue lamentable. Desde el comienzo fue evidente ya que el caballo que normalmente tenía estaba con el veterinario así que me asignaron otro. El pobre animal estaba asustado desde el primer momento. Nunca supe si era yo o su personalidad pero me costó trabajo incluso sentarme sobre su lomo.

En la pista me fue horrible. El caballo simplemente no respondía y pasado un rato era evidente que el problema no era él. Mi instructor me forzó a bajar para verlo a él con el animal: todo fue perfecto, incluso haciendo una ejecución perfecta en la pista de obstáculos.  Me exigió que hiciera lo mismo y seguramente se arrepiente hasta el día de hoy. Todo iba bien hasta el segundo salto. El caballo se tropezó y cayó con fuerza al piso. Yo salí despedido y terminé golpeando el muro que actuaba de cerco.

Me llevaron a la enfermería de inmediato y, luego, al hospital. Según el doctor, estuve cerca de romperme la columna. Además, sufrí un golpe bastante fuerte en la cabeza, que demandó la toma de puntos, cosa que no dolió tanto como pensé.

Cuando Jackie me visitó en casa a los pocos días, lloré como un desconsolado. Le confesé el porqué de mi desempeño ese día y me reprendió pero también me consoló porque ella más que nadie entendía lo que había pasado. 

Para ser sincero, Jackie era más que una amiga. Había sido mi enfermera en mi peor momento y luego casi como una hermana o una madre. Pero lo mejor es que había sido mi ayuda espiritual y económica. Tras mi colapso, no pude seguir trabajando, lo que no fue difícil ya que nunca pude conseguir nada de siento. Ella me dio dinero para sobrevivir y ahora y siempre se lo agradeceré toda la vida. Incluso me pidió que viviera con ella pero no pude. Después de todo, el matrimonio parecía cercano con su novio y no quería meterme en eso.

Ese día en la pista fue el peor pero mejoré. No puedo decir que lo pasado está en el pasado porque no es así. Está muy presente pero ahora lo puedo enfrentar sin miedo, sin perder el control.

Mientras escribo estas palabras, Jackie se pone su vestido de novia y estoy feliz por haber sido elegido como su hombre de honor. Su novio tiene a su hermana como dama de honor, así que se equilibra. Es un día muy feliz y no puedo dejar de pensar lo mucho que amo a Jackie y a estos caballos. Ah sí, es que el matrimonio es en el club! La llevaré al altar en Teniente, con el que ahora doy clases a niños pequeños. Es mi nuevo trabajo, mi nueva vida.

Estoy contento, bastante contento. No sé si seré feliz de nuevo o si de hecho lo fui alguna vez. Pero tengo una prioridad y es estar tranquilo conmigo mismo. Ya veremos que depara el futuro.

martes, 7 de octubre de 2014

Equilibrio

Sofya era la mejor en toda la competencia, de eso no había ninguna duda. En cada una de sus presentaciones se lucía con pasos cada vez más refinados, perfectos. Su cuerpo parecía hecho de plastilina o algún otro material maleable. Verla era increíble.

Su mayor seguidora era su madre. La niña había mostrado aptitudes desde pequeña y los profesores habían instruido a Katerina para que la niña aprendiera algún deporte donde pudiera sacar a la luz todo su potencial. Estuvo un año haciendo ballet pero la niña odiaba estar en grupos grandes, con otras niñas. Y Katerina detestaba sentarse con madres obsesionadas con sus sueños frustrados.

La niña se decidió entonces por la gimnasia rítmica, un deporte que podría practicar sola pero que pediría bastante de su cuerpo y de su disciplina. Pero así lo hizo, cumpliendo con todo lo que debía hacer. Sofya era dedicada y cuando entraba a competir, era como si no hubiera nada más en el mundo.

Su madre le preguntaba con frecuencia si estaba segura de que esto era lo que quería hacer y la pequeña siempre respondía que su sueño era estar en los Olímpicos. La madre estaba feliz pero puso reglas: no más de cierta cantidad de práctica a la semana y nada de competencias demasiado pesadas, al menos no hasta que fuera algo mayor.

Sofya resentía esta actitud de su madre, ya que ella creía que era un miedo de Katerina de ver a su hija fracasar o algo por el estilo. La verdad era que su madre quería que fuera una niña normal y disfrutara otros aspectos de la vida, no solo estar siempre metida en algún gimnasio o preocupada por su peso o aspecto.

Cuando podían, Katerina lleva a la niña con al centro comercial de compras, a jugar en el parque con su perrita Ariel o jugaban juegos de baile en la consola que tenían en casa. Todo para que Sofya no sintiera que debía hacer cosas sino que las hiciera cuando quisiera.

Pero el mundo de las competiciones lentamente fue tocando la mente de Sofya hasta que, a los dieciséis años, ya había desarrollado un serio problema sicológico. Nunca había sido de aquellas niñas con montones de amigas. De hecho Katerina no conocía ninguna amiguita de su hija, a parte de las chicas que iban al mismo gimnasio a entrenar.

Lo más grave era que Sofya había empezado a crecer y ahora se veía a si misma diferente. Veía a una chica con más busto y caderas y le era más difícil manejar su cuerpo en ciertas maniobras. Otras chicas seguían siendo delgadas y casi no tenían senos. Y eso le daba rabia.

Katerina se había dado cuenta un día, cuando había encontrado a su hija mirándose al espejo como si estuviera contemplando a alguien que nunca hubiera visto. Sin dudarlo, habló con ella y la relación que habían construido dio frutos cuando la niña le dijo exactamente que le molestaba.

La mujer le respondió que su cuerpo era más bello que el de las otras chicas y que tal vez ese era un nuevo reto para ella, manejar su cuerpo a través de los ejercicios más difíciles. Le propuso hablarlo con su entrenadora.

La mujer les dijo, sin pelos en la lengua, que todo era más fácil para una chica ligera, con menos carga. Pero que nada era imposible. Este era un deporte que solo se podía practicar hasta cierta edad, hasta que los huesos permitieran los difíciles giros y saltos.

Con la ayuda de Katerina, Sofya se sometió a una dieta para bajar de peso. Esto ayudó a hacer que la relación entre las dos fuera más estrecha y a que Sofya viera a su madre como quien era en realidad: una mujer dedicada a complacer a su hija, desde pequeña.

Ahora hablaban de chicos, del trabajo de Katerina en una inmobiliaria y de los entresijos de las competencias de gimnasia.

La joven, con permiso de su madre, empezó a practicar más seguido. Dejó a un lado sus estudios, habiendo prometido a su madre que sin importar el resultado, volvería al colegio apenas todo terminara.

Katerina ayudó a su hija con la música para su rutina y le aconsejó mezclar algunos pasos de baile moderno con los ejercicios. A la entrenadora y a su hija les encantó la idea.

Por fin llegó el día de la competencia nacional, que se llevaría a cabo en una ciudad costera. Katerina y su hija disfrutaron del hotel y de la playa antes del día de la competencia, prometiendo estar juntas pasara lo que pasara.

En la competencia, Sofya se lució ante los jueces, a quienes les encantó la música moderna y los pasos contemporáneos mezclados con rutinas de ejercicio complejas que Sofya pude ejecutar a la perfección, con disciplina y esfuerzo.

En la tabla general quedó tercera y eso la calificaba automáticamente para competir a nivel regional, con chicas de otros países del continente. Era un paso más hacia su sueño de llegar a las Olimpiadas.

Katerina la felicitó y le dijo que había tenido una idea: la ayudaría a estudiar bastante para poder graduarse lo más pronto posible, antes o después de las regionales. Creía que era básico estudiar y tener un respaldo.

Aunque en un principio Sofya se enojó ya que pensó que eso ponía a la luz cierta desconfianza de su madre, después entendió que ella solo quería lo mejor para su hija. Así que cuando la chica volvió a hablar con su madre, como siempre lo hacía, le dijo que quería estudiar arquitectura y que así su madre podría vender las casas que ella hiciera.

Esto alegró a Katerina, no por el hecho del trabajo y los estudios sino porque le hizo ver lo rápido que su hija había madurado. Estaba segura que Sofya sería una gran mujer en el futuro, capaz de tomar decisiones por su cuenta sin ayuda ni presiones de nadie. Sería una mujer libre y eso era lo que Katerina siempre había querido, tras sus muchos sacrificios y esfuerzos.