La mujer pasó corriendo entre las casitas
que formaban el barrio periférico más alejado del centro de la ciudad. Para
llegar a todo lo que tenía alguna importancia, había que soportar sentado
durante casi dos horas en algún bus sin aire acondicionado y con la música de
letra más horrible que alguien jamás haya escrito. Por eso la gente de la Isla,
como se conocía al barrio, casi nunca iba tan lejos a menos de que fuese algo
urgente.
María corría todos los días, muy temprano,
antes de tener que empezar su día laboral como todos los demás. Era el único
momento del día, cuando la luz afuera todavía estaba azul, cuando podía salir a
entrenar y seguir preparada para cumplir sus sueño algún día. En un rincón de
su mente había algo que le decía que las posibilidad era mínima pero que si
existía la posibilidad, era mejor no darse por vencido tan fácilmente. Y María
no era de las que se daban por vencidas.
Su casa estaba en la zona alta de la Isla. Sí,
porque incluso lo barrios más pobres están subdivididos, porque eso hace que la
gente sea más manejable, entre más repartidos estén en sectores que solo
existen en sus mentes. El recorrido de su ruta de todos los días terminaba allí
y apenas llegaba siempre se bañaba con el agua casi congelada de la ducha y
ponía a calentar algo de agua en una vieja estufa para hacer café suficiente
para todos. Era difícil cocinar con dos hornillas viejas, pero había que hacer
lo imposible. María estaba acostumbrada.
El desayuno de todos los días era café con
leche, con más café que leche porque la leche no era barata, pan del más barato
de la tienda de don Ignacio y, si había, mantequilla de esa que viene en
cuadraditos pequeños. Normalmente no tenía sino para aceite del más barato pero
la mantequilla la conseguía en las cocinas del sitio donde trabajaba. No era
algo de siempre y por eso prefería no acostumbrarse a comerla. Podía ser algo
muy malo pensar de diario algo que la vida no daba nunca.
María trabajaba en dos lugares diferentes: en
las mañanas, desde las siete hasta la una de la tarde, lo hacía en una fábrica
de bebidas gaseosas. Pero ella no participaba del proceso donde llenaban la
botella con el liquido. Marái estaba en el hangar en el que limpiaban con ácido
las viejas botellas para reutilizarlas. Había botellas de todo la verdad pero
eran más frecuentas las de bebidas gaseosas.
Su segundo trabajo, que comenzaba a las dos de
la tarde, era el de mucama en un hotel de un par de estrellas a la entrada de
la ciudad. Era un sitio asqueroso, en el que tenía que cambiar sabanas viejas,
almohadas sudadas y limpiar pisos en los que la gente había hecho una variedad
de cosas que seguramente no hacían en sus casas.
Para llegar a ese trabajo a tiempo disponía de
una hora pero el viaje como tal duraba cuarenta y cinco minutos por la cantidad
de carros en las vías. Solo tenía algunos minutos para poder comprar algo para
comer en cualquier esquina y comer en el bus o parada en algún sitio. Lo peor
era cuando llovía, pues los buses pasaban llenos, los puestos de comida
ambulante se retiraban y no se podía quedar por ahí pues las sombrillas eran
muy caras y se rompían demasiado fácil para gastar dinero en eso.
Mientras hacía el café con leche del desayuno,
se vestía con el mono de la fábrica y despertaba a su hermana menor y a su hermano
mayor. Él trabajaba de mecánico a tiempo completo. No era sino ayudante pero el
dinero que traía ayudaba un poco. Era un rebelde, siempre peleando con María
por los pocos billetes que traía, pensando que podía invertirlos de mejor
manera en apuestas o en diversión. Su nombre era Juan.
Jessica era su hermana menor y la que era más
difícil de despertar. Ella estaba en el último año del colegio y esa era su
única responsabilidad por ahora. Ni María ni Juan habían podido terminar la
escuela pero con Jessica habían hecho un esfuerzo y se había podido inscribir
en el colegio público que quedaba en la zona baja de la Isla. Era casi gratis y
María la dejaba en la puerta todos los días, de camino al transporte que la
llevaba a la fábrica de limpieza de botellas.
Aunque la más joven de las dos estaba en esa
edad rebelde y de tonterías diarias, la verdad era que Jessica no se portaba
mal o al menos no tan mal como María sabía que los adolescentes podían hacerlo.
No había quedado embarazada y eso ya era un milagro en semejantes condiciones.
María a veces pensaba que eso podía ser o muy bueno para una mujer o un
desastre completo. No era raro oír los casos de violencia domestica y cuando
decía oír era escuchar los gritos viniendo de otras casas.
Sus padres no vivían. Hacía un tiempo que
habían muerto. Su padre era un borracho que se había convertido del
cristianismo al alcoholismo después de perder montones de dinero en inversiones
destinadas al fracaso. Era su culpa que su familia nunca hubiese avanzado. Decían
que su muerte por ahogo había sido por la bebida pero algunos decían que era un
suicidio por la culpa.
La madre de los tres no duró mucho después de
la muerte de su esposo. No lo quería a él ni tampoco a sus hijos pero sí a la
vida estable que le habían proporcionado. Al no tener eso, se entregó a otros
hombres y pronto se equivocó de hombre, muriendo en un asunto de venganza de la
manera más vergonzosa posible.
Las mañanas comenzaban muy temprano para los
tres. Los tres caminaban juntos al trabajo, apenas hablando por el frío y el
sueño. Primero dejaban a Jessica en la escuela, quién ya había empezado a
hablarle a sus hermanos de sus ganas de estudiar y María ya le había explicado
que para eso tenía que ser o muy inteligente o tener mucho dinero. Y lo segundo
ciertamente no era la opción que ella elegiría.
Juan y María se separaban en la avenida
principal. El taller estaba cerca del paradero del bus pero él nunca se quedaba
a acompañarla. Se querían pero había cierta tensión entre los dos, tal vez porque
no veían el mundo de la misma manera, tal vez porque no veían a sus padres con
los mismos ojos. Juan era todavía un idealista, a pesar de que la realidad ya
los había golpeado varias veces con una maza. Él no se rendía.
El bus hasta la fábrica lo cogía a las cinco
de la mañana. Casi tenía que atravesar media ciudad para poder llegar justo a
tiempo. Le gustaba llegar un poco antes para evitar problemas pero eso era
imposible de prevenir. Ya había aprendido que cuando las cosas malas tienen que
pasar, siempre encuentran la manera de hacerlo. Así que solo hay que ponerle el
pecho a la brisa y hacer lo posible por resistir lo más que se pueda. Y así era
como vivía, perseverando sin parar.
En el transporte entre la fábrica y el hotel
siempre le daba sueño pero lo solucionaba contando automóviles por la ventana.
Era la mejor distracción. Ya en el hotel
evitaba quedarse quieta mucho tiempo. Incluso con esa ropa de cama tan
horrible, a veces daban ganas de echarse una siesta y eso era algo que no podía
permitirse.
Siestas no había en su vida, ni siquiera los
domingos que eran los únicos días que no iba al hotel a trabajar. Con la tarde
libre, María solo corría varias veces, de un lado al otro de la Isla, como una
gacela perdida. Los vecinos la miraban y se preguntaban porque corría tanto, si
era que estaba escapando de algo o si estaba entrenando de verdad para algún
evento deportivo del que ellos no sabían nada.
Y la verdad era que ambas cosas eran ciertas. En
efecto, corría para escapar de algo: de su realidad, de su vida y de todo lo
que la amarraba al mundo. Prefería un buen dolor de músculos, la concentración en
el objetivo, que seguir pensando durante esas horas en lo de todos los días.
También se entrenaba para un evento pero no sabía cómo ni cuando sería. Solo
sabía que un día llegaría su oportunidad y debía estar preparada.
Correr esa su manera de seguir sintiéndose libre,
aún cuando no lo era.