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miércoles, 7 de septiembre de 2016

Un día mejor

   El café se había enfriado hacía ya un buen rato. En el local, uno de los meseros estaba prendiendo cada una de las velas en las mesas. Quitaba la cobertura de vidrio en forma de globo y prendía con un encendedor el fuego que cubría de nuevo con el vidrio. Esto lo hizo bastantes veces hasta que todo el local quedó iluminado con esa luz naranja y algo mortecina. La luz de día estaba muriendo y, al parecer, era mejor reemplazarla con cualquier cosa que usar luz artificial potente.

 Cuando el joven que lo había atendido vino a llevarse el café, Pedro no sabía si pedirle que le calentara el café para estar más tiempo o si debía usar el camino de la dignidad, un camino que rara vez usaba, e irse a casa a hacer algo más productivo que esperar por alguien que obviamente no iba a venir. El mesero se llevó el café y regresó minutos después con el recibo correspondiente en el que le cobraban a Pedro las tres tazas de café consumida o, mejor dicho, pedidas.

 Pedro se levantó de la silla metálica, y se retiró pronto del local. Las calles ya estaban iluminadas con una luz blanca potente pero a él eso le importa muy poco. Lo único que ocupaba su mente era su razón para haberse quedado allí todo ese tiempo. Esperaba a una persona que no había visto hacía años. Por eso no estaba tan molesto como si hubiese sido alguien que de verdad conociera pero igual era una situación muy extraña, algo decepcionante.

 Habían quedado de verse pues Miguel parecía tener muchas ganas de ver a Pedro y así poder recordar viejos tiempos. Pero nada de eso había pasado. Mientras caminaba a casa, Pedro se dio cuenta que había hecho una excepción a su propia regla de evitar a toda costa hablar con gente de su pasado que pudiese no ser completamente objetiva o graciosa. Si no había de las dos cosas, no era interesante.

 Pedro llegó a su casa caminado, sin haberse dado cuenta. Tenía tanta rabia y pensaba tantas cosas que ni se había dado cuenta de todo lo que había caminado. Entró al supermercado cerca de su casa por unas cosas y luego sí se encaminó a su hogar. La verdad era que tenía mucha hambre pues se había saltado el almuerzo para poder comer algo con su compañero pero ese había sido otro error.

Compró una pizza congelada y dos latas de cerveza.  Pagó y en unos cinco minutos estaba en su apartamento. Para su sorpresa, cayó rendido en el sofá. Dejo la bolsa en el suelo y así, en la oscuridad de una noche sin estrellas, Pedro se quedó profundamente dormido. No tuvo sueños ni nada parecido, solo un sueño bastante plácido.

 Despertó al otro día, todavía vestido y con dolor de cuello por a extraña posición en la que se había acomodado en el sofá. Menos mal que cuando despertó eran apenas las siete de la mañana de un sábado. Como no trabajaba ni le debía nada a nadie, decidió irse a la cama de verdad y dormir por un rato largo de la mejor manera posible. Al fin y al cabo que se sentía cansado, incluso antes de lo del café. Era como si tuviera algo sentado encima que se rehusaba a moverse.

 Cuando despertó por fin eran las once de la mañana. Antes de hacer el desayuno, guardó la pizza que se había ido descongelando en el suelo de la sala y la cerveza que estaba algo tibia. Fue mientras vertía la leche sobre el cereal que escuchó el escandalo que hacía su celular desde la habitación. Pero estaba tan descansado y en paz que decidió no contestar. Tal vez sería otra vez Miguel para disculparse, algo que a él no le interesaba en nada. O tal vez era de trabajo y no quería saber nada de ello por algunas horas.

 Comió su cereal frente a la televisión, mientras veía un programa de esos que hay miles, en los que muestran como es la vida salvaje de algún lugar remoto del mundo. Estaba muy tranquilo con las imágenes y entonces de nuevo el timbre de su celular. Estuvo de verdad tentado a contestar, tanto así que se había puesto de pie sin darse cuenta, pero no podía caer en la trampa de dejarse convencer por argumentos vacíos. Debía hacerse respetar de alguna manera.

Cuando acabó de desayunar, fue a la habitación y guardó el celular en un cajón lleno de ropa, así el ruido no sería escuchado por todos lados si llamaban de nuevo.  Se ducho por un largo rato y, al salir, tuvo ganas de dormir otra siesta pero tal vez no sería la mejor opción estar durmiendo así que se decidió por ver en sus correos si las llamadas habían sido de trabajo. Si era dar respuesta a dudas de sus clientes, no sería nada difícil contestar en un momento  y seguir adelante.

 Pero en ninguna de sus cuentas de correo había nada de verdad importante. Así que no eran la razón para que su celular se moviera como loco. Como no tenía trabajo, decidió que sería un día nada más para él. Vio toda una película que había estado posponiendo durante varios días y luego salió a comer a un restaurante cercano que servía una comida muy rica.

 Fue un día bastante bueno para Pedro. Cuando volvió a casa, después de buscar en un centro comercial el regalo para su el cumpleaños de su sobrina el fin de semana siguiente, se dirigió a su habitación y sacó el celular de entre las varias capas de ropa gruesas entre las que descansaba. Se sentó en la cama para revisarlo.

 Habían mensajes de texto, llamadas perdidas y mensajes en escritos en varias aplicaciones. De hecho, la llamada más reciente había entrado hacía apenas diez minutos, por lo que una nueva llamada era inminente. Aunque sintió algo de lástima por Miguel, había tenido todo el día para pensar que no era una persona que se mereciera su amistad. Ni siquiera habían sido capaces de mantener una amistad ni nada parecido, eran solo gente que iban al mismo lugar por varios años consecutivos pero esa es la misma experiencia de vida de todo el mundo con el colegio.

 Pedro dejó el celular en el escondite entre la ropa gruesa y cerró con fuerza el cajón. Le daba un poco de rabia que Miguel fuese tan insistente: era como si se le olvidara que no eran amigos de nada y que no podía llegar así como así. Pedro trató de olvidar lo ocurrido y decidió terminar su día con una ducha con agua tibia y una película más en la cama. El sueño casi no llega y, justo cuando estaba a punto de cerrar los ojos, Pedro pudo escuchar un zumbido lejano.

 No tuvo que pensar por mucho tiempo para concluir que lo que escuchaba era sin duda su celular en el cajón. Vibraba con fuerza, como si hiciera temblar todo el armario. Obviamente eso no era posible para un objeto tan pequeño, pero para pedro era como si con cada vibración, aumentara la cantidad de gente que lo miraba con desaprobación por no contestar la llamada. Dudó por un tiempo largo, en el que la vibración se detuvo pero luego empezó de nuevo.

 Harto de la situación, Pedro se puso de pie de un golpe y se dirigió al armario para sacar el celular. Contestó pero antes de decir nada una voz le agradeció que contestar. Reconocía la voz de Miguel. Al comienzo no dijo nada más que eso y Pedro tuvo muchas ganas de colgar de nuevo. Pero luego, poco a poco, pareció recordar que estaban al teléfono y no por ahí en la calle. Empezó a hablar del pasado, de una vez, seguramente porque sabía que eso interesaría a Pedro.

 Estaba equivocado. Pedro no entendía en los más mínimo que era lo que Miguel quería de toda la situación. Había sido un maldito deportista en el colegio y parecía vestir exactamente lo mismo que entonces. Como siempre, su voz era monótona extremadamente aburridora. Era increíble pensar que alguien quisiera escuchar su voz todos los días.

 Pedro solucionó todo tomando el celular, abriendo su ventana y lanzando el aparato lo más lejos posible. Sabía que tendría que comprar uno nuevo, ojalá con otro número, pero es que a veces ver gente tan extraña que no tiene el mínimo sentido del respeto, no es algo que se pueda tomar a la ligera. De Miguel no supo más, pero le agradeció siempre ese día casi perfecto.