Mostrando las entradas con la etiqueta conversación. Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas con la etiqueta conversación. Mostrar todas las entradas

lunes, 13 de octubre de 2014

Amor y amistad

 - No.

Se quedaron entonces en silencio, bastante incómodos el uno con el otro. La mesera vino con la orden que habían hecho: un chocolate caliente con pastel de queso para uno y un café negro con croissant de almendras para el otro.

Mientras Jorge, el del chocolate, tomó un sorbo de su bebida, Tomás no hacía nada. Su café humeaba frente a él pero solo miraba por la ventana, a un punto perdido en la calle.

Jorge preferiría no decir nada. Tenía hambre y por eso comía pero no tenía la mínima intención de seguir la conversación.

 - Porque no?

Tomás lo miraba a los ojos. Jorge trató de que su expresión no fuera de exasperación. Suspiró.

 - Porque somos amigos.
 - Y ? Que tiene?
 - Que te quiero como amigo.
 - Por favor...
 - No quiero dañar nuestra amistad? Ok?

Tomás por fin tomó un sorbo de café. Se quemó la lengua pero no se quejó. Le pegó un mordisco al croissant y mientras tragaba, pensó en que decir.

 - Como podríamos dañarla?
 - Porque nada de eso me sale bien!

Había subido voz y la gente los estaba mirando. Eso no les importaba. No a Jorge, que se sentía herido.

 - Le hemos pasado muy bien estos días... Nos hemos acercado más.
 - Lo sé. Por mi culpa en parte.
 - Culpa suena como algo malo.
 - No he estado en mi mejor momento.
 - Me gustó mucho ir de viaje juntos, solos. Nunca lo habíamos hecho.
 - Sabes que necesitaba irme.
 - Sí...

Jorge toma otro sorbo de chocolate. De pronto ya tiene nada del entusiasmo que hasta hace algunos minutos lo invadía. Estaba de nuevo como antes, sumido en una tristeza inexplicable.

 - Me gusta nuestra amistad y significa mucho para mí.
 - Para mi igual.
 - Yo nunca tuve un amigo hombre... No uno de verdad. Y contigo puedo compartir cosas y pasarla  bien y me gusta. No quiero que eso se vaya, no ahora.

Tomás veía la mano de Jorge tan cerca pero se contuvo como pudo. Sabía lo que él había pasado y estaba contento porque ahora por fin parecía estar pasando su mala temporada. Y definitivamente no quería ser la causa de otro mal en su vida.

 - El último día del paseo...
 - Que?
 - El último día, me desperté antes que tu. Te vi dormir un rato, antes de bañarme.

El otro se siente incómodo pero Tomás no puede dejar de decirlo.

 - Me di cuenta de que...
 - No.

Jorge lo detiene con esa sola palabra. Eso sí, no logra detener una única lágrima que sale de uno de los ojos de Tomás.

Él se la limpia casi al instante y decide tomar otro poco de café, para tratar de calmarse. La mesera se acerca y les pregunta si desean algo más. Jorge le dice que por ahora nada y sonríe con debilidad.

Toma otro sorbo de chocolate y trata de controlar esa voz interna, tal vez más aventurera que su yo de diario. Hay mucho en riesgo y no es el momento para ponerse a apostar con lo poco que se tiene.

 - Y Manuela?

Tomás ríe.

 - Que pasa con ella?
 - No la has olvidado o sí?
 - Tu sabes que sí.

Esta vez mira la mano de Jorge y sin dudarlo la toma. La aprieta con suavidad y Jorge deja que suceda.

 - Siempre terminan las cosas mal. Siempre quieren algo.
 - Alguna vez terminarán bien. Y creo que me conoces lo suficiente como para saber que quiero y que  no.
 - No quiero intentar más. No quiero más dolor gratis.
 - Porque?
 - Porque me asusta que nos terminemos odiando. Eso me dolería más que cualquier cosa. Si fueras  un desconocido sería distinto.

Jorge retira la mano y se cruza de brazos, sin decir más. De nuevo, es como si se creara de la nada un muro invisible entre los dos.

Ninguno termina lo pedido. La mesera viene de nuevo y pregunta si puede retirar los platos y los dos asienten, sin decir nada ni cruzar la mirada.

Cuando la mujer regresa con la cuenta cada uno pone exactamente lo que debe y no más, no más cortesías entre los dos, al menos no hoy.

Se ponen de pie y salen del negocio, al frío de la tarde de domingo. El viento sopla bastante y los dos caminan juntos a la parada del autobús. Al fin y al cabo, viven en el mismo barrio.

Se sientan en la banca del paradero y no dicen nada hasta que Tomás sonríe y Jorge lo voltea a mirar.

 - Que?
 - Te acuerdas del perro que quería venir con nosotros?

Jorge también sonríe.

 - Sí, hubo que bajarlo del carro como cinco veces.
 - Que raza es esa?
 - No sé... Collie?
 - No... Es otra. No sé como se llaman.

Y de pronto silencio de nuevo. Pero esta vez se miran cara a cara y sonríen. Los daños son menos graves de lo previsto.

Cuando llega el bus, se suben los dos y se sientan uno al lado del otro, Jorge contra la ventana porque se baja después de Tomás. Miran hacia el frente o por la ventana.

 - Como vas con el guión para Julieta?
 - Bien... Ya casi lo termino.

El turno es de Jorge.

 - Ya pasaste los diseños para el concurso?
 - No.

Jorge respira profundo.

 - Porque?
 - No sé... No tengo cabeza para eso ahora.

Silencio de nuevo. Ahora es más duradero. Se acercan al barrio y los dos saben que no tienen mucho tiempo más de decir nada, no hoy que es cuando cuenta.

Sin embargo, Tomás se despide en voz baja y apenas se baja empieza a llorar en silencio. Tan mal se siente, que casi trota para llegar a su apartamento. Allí, se dirige a su cuarto y se acuesta en su cama, con los ojos húmedos y rojos.

Casi una hora después, a punto de dormirse, escucha el sonido de su celular.

Se levanta de la cama y mira la pantalla. Es un mensaje:

QUIEN MÁS VA A ENTENDERME? MARATÓN DE ALIEN?

Jorge sonríe. Se pone la chaqueta rápidamente y sale como un rayo del lugar.

domingo, 5 de octubre de 2014

La realidad del placer

El sexo siempre había sido bueno. No tenía como no serlo. Eran personas que disfrutaban del placer y sabían muy bien sus gustos. Así que por ese lado, parecía que no iban a haber problemas.

Pero Andrés quería más. O menos, dependiendo del punto de vista. La relación con David era buena pero basada en un gusto puramente carnal. Siempre que uno, casi siempre David, deseaba pasarla bien llamaba al otro y quedaban en alguno de sus hogares. Y así había sido durante el último año.

Esta vez no era diferente. Andrés estaba desnudo, orinando en el baño del apartamento de David, cuando se dio cuenta lo aburrido que estaba de toda la situación. Era una rutina incesante y ya tenía suficiente con la rutina del trabajo como para tener otra basada en el placer. Placer que, dicho sea de paso, ya no era igual que antes. Sí, lo pasaba bien. No podía decir que no. Pero la emoción, el sentimiento real, no estaban, si es que lo estuvieron alguna vez.

Andrés se cambió con rapidez y salió del apartamento tan rápido como pudo. Solo llevaba su celular, una tarjeta de transporte y un par de billetes enrollados. Esa era otra cosa que le molestaba: siempre tenía que salir a hurtadillas como si fuera un ladrón o algo peor. Nunca se había quedado para ver a David más despierto, mucho menos compartir algo más con él que el sexo. Era como un acuerdo tácito y hoy no era el día para romperlo.

Salió del edificio rápidamente, apenas mirando al portero, y salió a la luz azul de la mañana de un sábado bastante frío, al menos a esas horas de la mañana. Tenía hambre y por eso, en vez de encaminarse a la parada de bus más próxima, se fue caminando hasta una panadería.

En el camino, tiritando del frío, pensó en su situación sentimental: era inexistente. No era posible seguir acostándose con un tipo nada más porque se veía bien y se entendían en la cama. De hecho, estaba seguro que David tenía más amigos de ese estilo y que Andrés para él solo era carne, por feo que suene.

Un fuerte olor a pan recién salido del horno interrumpió los pensamientos de Andrés apenas entró a la panadería. Tantos olores deliciosos hicieron que su panza empezara a reclamar, con vehemencia, algo de comer y sus pensamientos sobre su vida amorosa desaparecieron por el momento.

Había algunas mesas pero ninguna estaba ocupada. Miró los estantes y demás mostradores: todo se veía delicioso.

 - Tenemos galletas también, con mermelada.

De atrás del mostrador apareció un joven, algo menor que él. Andrés sonrió sin pensarlo.

  - Gracias.
  - Que le gustaría?

El chico tomó una bolsa y la abrió rápidamente.

 - No voy a llevar. Voy a comer aquí.

El joven sonrió. Andrés se sintió sonrojar.

  - Quiero dos galletas de mermelada, un croissant de jamón y queso y... Tienen de tomar?
  - Sí. Café con leche, chocolate, café negro,...
  - Chocolate.
  - Se lo llevo a la mesa.

Y antes de que Andrés se volteara, el chico le guiñó el ojo. Si no estaba rojo antes, ahora sí que lo debía de estar.

Se sentó en la mesa más cercana y sacó los billetes que tenía. No era mucho pero seguro era suficiente para lo que iba a comer. Y como tenía su tarjeta de transporte podría llegar a casa rápido para descansar y, seguramente, seguir pensando.

El chico le trajo dos platos: uno con las galletas y otro con el croissant.

  - Recién salidos del horno. Voy por el chocolate.

Andrés asintió, sin mirarlo. El croissant estaba caliente todavía y sabía delicioso. Lo consumió completo antes de que el chico volviera con el chocolate.

  - Hambre?

Andrés sonrió. Y le contó que no comía desde el almuerzo de el día anterior. Fue así que el chico se sentó frente a él y le contó que había veces que él no comía por varias horas, a pesar de estar rodeado por comida. Era una regla no comer nada de lo que hacían.

  - Es tu negocio?

El chico rió y le explicó que era un negocio familiar. Andrés se disculpó por robarle su tiempo pero el joven le dijo que ya había puesto todo en su lugar y que era demasiado temprano para que llegara alguien. No era un barrio muy movido.

  - Vive cerca?
  - No, estaba... en casa de un amigo.

Y entonces sintió la urgencia de decir la verdad. Mucha gente decía que, a veces, es mejor hablar con un completo desconocido y no con alguien que ya sabe como eres. Andrés le contó todo, omitiendo algunos detalles, pero explicando cual era su dilema.

El chico no dijo nada durante todo el discurso. Solo levantó la cejas, frunció el ceño y asintió. Al terminar Andrés, se quedaron en silencio por un rato, que él aprovechó para comer una de las galletas con su chocolate. Entonces, el chico le dio su opinión.

  - Debería estar solo con gente que lo aprecie por quien es, tanto lo mental como lo físico. Si alguien solo quiere una parte del todo es que no quiere saber de la otra parte y eso está mal, creo yo.

Y el joven panadero tenía razón. Ese era el verdadero punto de todo este asunto.

Andrés le agradeció por su opinión y terminó su segunda galleta y su chocolate. Se despidió, no sin antes pedirle al joven el número de la panadería ya que le había encantado su desayuno. El chico le dio un papel con los números y la dirección. Se despidieron sin mayor consecuencia.

Ya en su casa, Andrés se recostó en la cama y se dio cuenta que el primer paso era suyo. Le escribió a David, diciendo que no podía seguir así y pidiendo no contactarlo más. La respuesta de David llegó luego pero Andrés la borró sin leerla. No había razón para hacerlo.

Había entendido que debía valorarse para que otros los hicieran. Y someterse a hacer algo que no le brindaba nada, era negarse el lugar que en verdad merecía. El placer no era algo malo. Al contrario. Pero compartirlo con alguien que no lo apreciaba era una pérdida de tiempo y energía.

Antes de quedar dormido en su cama, con la ropa puesta, recordó el delicioso oler del pan recién horneado y como deseaba cambiar su vida, a partir de ese día.