Mostrando las entradas con la etiqueta dificultad. Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas con la etiqueta dificultad. Mostrar todas las entradas

lunes, 29 de octubre de 2018

Allá


   Escondido debajo del vehículo, Juan trataba de controlar su respiración. Era una tarea casi imposible, un reto demasiado grande en semejante situación. Seguía escuchando disparos a un lado y al otro, los gritos se habían apagado hacía tiempo. Parecía que todos se alejaban, pero él no podía moverse de allí. No porque no quisiera, sino porque sus piernas y sus brazos no parecían querer responder. Era el miedo que lo tenía allí, contra el suelo, temblando ligeramente, con sudor frío mojando su ropa.

 Estuvo allí durante varios minutos más, hasta que de verdad se sintió lo suficientemente a salvo como para luchar contra su cuerpo y moverse. No fue fácil, el dolor parecía querer romperle el alma. Sus huesos y cada uno de los ligamentos que los unía lo hacían gemir de dolor. Pero se tragó ese trago amargo y se arrastró de donde estaba hacia la débil luz de la tarde.  No se había dado cuenta de que pronto caería la noche y con ella regresarían los peligros. En ese lugar no era saludable pasear a la luz de la Luna.

 Se recostó un momento en el carro e iba a empezar a alejarse cuando recordó que tenía su chaqueta adentro y, en ella, su billetera con todos los papeles para identificarse. Se volteó a abrir y a coger la chaqueta. Cuando la tuvo en la mano giró la cabeza a un lado y el instinto de vomitar lo asaltó sin que tuviese tiempo de pensar. Lo hizo allí en el coche y luego afuera. Su conductor, con el que había hablado durante un buen tramo del viaje, yacía muerto en su asiento, parte de su cabeza esparcida por el asiento del copiloto.

 No era una imagen fácil de quitarse de la mente y tal vez por eso Juan se alejó con más rapidez de la que hubiese pensado. Sabía que había más cuerpos por allí, de pronto los de las otras personas que habían estado a su lado durante el viaje desde la capital del departamentos hasta el sector donde iban a tener unas charlas de convivencia. Es raro, pero sonrió al pensar en esa palabra porque parecía ser la más inconveniente después de lo sucedido. Solo caminó, sin mirar atrás o a sus pies sino solo de frente.

 Pronto le dolieron los pies. A pesar de tener un calzado apropiado para caminar sobre una carretera sin pavimentar, el estrés durante el tiroteo lo había dejado demasiado cansado. Quiso descansar pero sabía que debía caminar hasta llegar a un lugar seguro. No podía dejarse liquidar tanto tiempo después, de una manera tan estúpida. Caminó como pudo, dando traspiés, con sudor marcado por todas partes y con lágrimas secas en su rostro. Olía el vómito y sabía que probablemente estaba también manchado de sangre. Pero todo eso podía esperar hasta que llegara a alguna parte.

 Tal vez fue dos horas después, o tal vez más, cuando dio una vuelta la carretera y pudo divisar algunas luces a lo lejos. Era un pueblo pequeño, un caserío, pero eso era mejor que nada. Incluso si estaba bajo control de quienes los habían atacado, podría tener tiempo de llamar por teléfono o contactar con su oficina de alguna manera. El celular no lo tenía, pues se lo había dado a una de sus compañeros justo antes del ataque. Ella quería ver si en realidad no había señal y él le había dado el aparato para que se diera cuenta por ella misma.

 Fueron otros quince minutos hasta que se acercó a las casas más cercanas. Pero no golpeó en ninguna de ellas. Tenía que saber elegir, no podía simplemente tocar en cualquier parte pues de pronto podía caer de vuelta en las garras de quienes habían querido matarlo o llevárselo al monte. Caminó hasta escuchar el sonido de gente, en la plaza principal. Era un pueblo horrible, de esos que aparecen de la nada sin razón aparente. Allí no llegaba la civilización y tampoco parecía que les hiciera mucha falta.

 Trató de pasar desapercibido pero la gente de pueblo siempre se fija en los que no pertenecen al lugar. Lo vieron moverse como fantasma y adentrarse en la tienda del lugar. Por suerte, tenía algunas monedas en la billetera y tenían allí un teléfono, de esos viejos, que podía usar para contactarse con su gente. Las monedas apenas alcanzaron para que su secretaria contestara. La había llamado a su casa, porque sabría que no estaría ya en la oficina. Acababa de llegar del trabajo y se mostró asustada de oír la voz de su jefe.

 Sin embargo, puso atención a lo que él pudo decirle en el par de minutos que duró la llamada antes de cortarse. Le preguntó a la mujer de la tienda el nombre del pueblo y ella se lo dio: Pueblo Nuevo. Típico nombre de un moridero. La secretaria tuvo todo anotado y la llamada terminó justo cuando tenía que terminarse. El hombre agradeció a la mujer de la tienda y preguntó que si tenía un baño para que él usara. La mujer lo miró raro pero lo hizo pasar a la trastienda. Al fondo de un largo pasillo había un baño sucio y brillante

   Juan se lavó la cara y tomó un poco de agua. Seguramente no era potable pero eso no podía importar en semejante momento. Enfrentar un mal de estomago parecía algo mínimo después de todo lo que había vivido. Se revisó el cuerpo, mirando si estaba herido de alguna manera, pero no tenía más que raspones y morados por todos lados. La ropa olía horrible pero no tenía con que cambiársela, así que la dejó como estaba, después de tratar de limpiar las manchas más grandes con un poco de agua de la llave. Era inútil pero hacerlo lo hacía sentirse menos mal.

 Como tendría que esperar, salió de la tienda, no sin antes agradecerle a la mujer. Cuando él estuvo en el marco de la puerta, la mujer le ofreció una cerveza, sin costo alguno, para que pudiera recuperar algo de energía. Él sonrió y agradeció el gesto. Se sentó frente a una mesita de metal barato y tomó más de la mitad de su cerveza de un solo golpe. No se había dado cuenta de cuanta sed tenía. Una bebida fría se sentía como un pequeño pedazo de salvación convertido en liquido. Era maravilloso.

 Miró a la gente en el parque, hablando casi a oscuras, a los niños que corrían por un lado y otro, y a la señora de la tienda que limpiaba una y otra vez el mostrador al lado de la caja registradora. Era uno de esos pueblos, en los que la vida parece enfrascada en un eterno repetir, en un rito rutinario que solo se ve interrumpido cuando se les recuerda en qué parte del mundo viven. Porque seguramente muchas de esas personas conocían a los bandidos que habían matado a unos y secuestrado a otros, unas horas antes.

 De pronto eran sus esposos e hijos, sobrinos y tíos. De pronto eran madres o abuelas, o incluso huérfanos. El caso es que todos se conocían o se habían conocido en algún momento de sus vidas. Y ahora vivían en ese mundo que no era sostenible, un mundo en el que no existe la ley y el orden sino que se confía en que las cosas estén bien solo por el hecho de que deben de estarlo. Sí, es gente simple pero eso no significa que sus vidas lo sean. Solo significa que es su manera de enfrentar sus circunstancias.

 Ellos sabían, en el fondo, que vivían en un pueblo condenado con personas que serían su fin. Pero pensar en eso en cada momento de sus días sería un desperdicio de tiempo y de energía. En sus mentes, no había nada que pudiesen hacer para remediar el caos en el que vivían y por eso era que preferían esa existencia pausada, como suspendida en el aire, casi como si quisieran que el tiempo se moviera de una manera distinta. Eran gente extraordinaria pues eran simples y esa era su fortaleza.

 El sonido de un helicóptero se empezó a escuchar a lo lejos y luego se sintió sobre las cabezas de todos. Juan tomó la botella de cerveza y tomó lo último que había en ella de un sorbo. Se puso de pie y salió al parque, viendo como el aparato sacudía los arbolitos que había por todos lados.

 Se posó como si nada en un sitio sin cables ni plantas. Juan se acercó y lo identificaron al instante. Sin cruzar más palabras, el hombre se subió y pronto el aparato volvió al oscuro cielo del fin del mundo, para encaminarse de vuelta a una realidad que estaba tan lejos, que parecía imposible entenderla.

miércoles, 2 de mayo de 2018

Algo nuevo


   Él era aquella persona que llamaba o escribía cuando tenía demasiada energía contenida y necesitaba soltarla en alguna actividad. Y como con él todo iba sobre sexo, era perfecto para mis necesidades. La verdad, nunca hablamos, ni por un minuto, de nuestras preferencias en el sexo o de nuestros gusto físicos. Solamente hacíamos lo que hacíamos en su casa o en la mía y luego dejábamos de hablarnos por días hasta que algo nos reconectaba de nuevo, casi siempre el deseo de tener relaciones sexuales.

 Por supuesto, hubo muchas veces que no se pudo y alguno de los dos se sentía frustrado por eso. Pero creo que las cosas eran más así en el comienzo: tiempo después eso desapareció y ya no había lugar para criticas ni para reclamos. De hecho, nunca lo hubo y solo nos dimos cuenta de la verdadera naturaleza de nuestra relación. No éramos novios, ni amigos, ni compañeros, ni almas gemelas ni nada por el estilo. Se podía haber dicho que éramos amantes, si esa palabra no estuviese conectada con ese sentimiento.

 El amor era algo que iba y venía en su vida. A veces yo daba vistazos en su vida íntima, algo decía o algo pasaba que me revelaba un poquito de lo que pasaba cuando yo no estaba. Lo mismo pasaba con mi vida para él: yo siempre trataba de mantener todo separado pero es inevitable que algo que no salga en algún momento. De todas maneras, mi vida sentimental y sexual siempre ha sido mucho menos activa que la de él, o al menos eso fue lo que siempre pensé hasta hace muy poco tiempo.

 Fue hace unas semanas, justo después de que fuera a su baño después de una de nuestras sesiones de sábado por la noche. Él no había querido salir con sus amigos y yo no tenía nada que hacer pero si estaba molido por tanto trabajo que había tenido que hacer. Quería relajarme, no pensar en nada, y estar con él siempre me había calmado. Era como ir a una sesión de masajes intensos y era todavía mejor puesto que no tenía que pagar y el nivel de placer era ciertamente mucho más alto.

 Ese día lo llamaron al celular cuando yo estaba arreglándome y empezó a hablar en voz alta, algo que jamás había hecho antes. Fingiendo desinterés, me puse mi ropa con cierta lentitud mientras lo oía discutir con la que supuse era una amiga. Hablaban de alguien más y él decía que no quería verlo y que por algo había decidido no ir. Su amiga debía estar en el lugar al que lo habían invitado, porque era notorio el sonido musical que provenía del celular. Apenas tuve todo lo mío encima, me despido sacudiendo la mano frente a él, indicando que caminaría hacia la puerta.

 Sin embargo, no se despidió sino que me hizo una señal que claramente quería decirme que me quedara. Fue muy incomodo porque, así como hablar casi a gritos, nunca lo había hecho. Me quedé plantado frente a la puerta principal del apartamento mirando para todos lados, mientras él iba y venía por el pequeño lugar, tocando una cosa y otra. Yo resolví fingir que miraba algo en mi celular, pero la verdad era que nadie escribía ni llamaba y no tenía nada que hacer puesto que mis deberes en el trabajo estaban finalizados.

 Cuando por fin colgó, hablé en voz alta y le dije que tenía que irme puesto que era tarde y los buses no pasaban sino media hora más. Él sabía bien que yo no ganaba buen dinero y no quería ponerme a tirar dinero en taxis cuando podía ahorrar para gastar en cosas que valieran más la pena como pagar el arriendo o los servicios de mi pequeño lugar. Creo que se notó mucho el tono de desespero de mi voz porque su respuesta fue una frase casi ahogada. Me sorprendió que algo así saliera de él.

 Antes que nada debo aclarar una cosa: el hombre del que hablamos mide unos veinticinco centímetros más que yo, tiene unos pies y manos enormes y sé muy bien que se ejercita porque he visto su ropa de gimnasio colgada varias veces en la zona de lavandería de su hogar. He visto su cuerpo y pueden creerme cuando digo que es un tipo grande y bien formado, con un aspecto fuerte y contundente. No es el tipo de persona que uno pensaría ahogando frases por una replica algo agresiva de alguien como yo, su opuesto.

 Por mi parte, soy bajito y jamás he pisado el interior de un gimnasio. No solo porque me da pereza el concepto de ir a hacer ejercicio a un lugar, sino que no soporto la personalidad de muchas de las personas que van a esos lugares. Simplemente no quiero ser participe de esa cultura, aunque respeto quienes quieran hacer de su vida lo que ellos quieran. El punto es que tengo un cuerpo que podríamos llamar más “natural”. A veces me pregunto porque los dos terminamos en este asunto.

 Él repitió la frase ahogada, en un tono aún algo débil pero mucho más fácil de entender. Me pedía que me quedara un rato más, para ver una películas y comer algo, como amigos. Mi respuesta fue igual de agresiva que la anterior: le dije que no éramos amigos y que no entendía porque me estaba pidiendo algo así luego de tanto tiempo de haber tenido una relación casi laboral entre los dos. Su respuesta ya no fue la de un niño débil sino la de un hombre, pues me miró a los ojos y me dijo que yo era mucho mejor polvo que ser humano. Debo confesar que, justo en ese momento, solté una potente carcajada.

 Para mi sorpresa, él hizo lo mismo. Nos reímos juntos un rato y entonces nos miramos a los ojos. Fue extraño porque creo que en todo ese tiempo que llevábamos de conocernos, desde la secundaria, nunca habíamos sostenido la mirada del otro de esa manera. Sus ojos eran de un tono verde mezclado con miel que me pareció tremendamente atractivo. Había visto sus ojos alguna vez pero ese día me parecieron simplemente más hermosos, brillantes y casi como si tuvieran algo que decir.

 Entonces me di cuenta de que no estaba siendo justo con él y no estaba siendo muy honesto que digamos conmigo mismo. Lo estaba tratando mal sin sentido aparente, a él que había sido la persona que había usado para desahogar mis frustraciones y libido sin usar. No tenía de derecho de hablarle de esa manera, sin importar las razones que tuviera. Y, en cuanto a honestidad, no sé a quién estaba mintiendo. Yo no tenía nada que hacer en mi casa y solo quería llegar a dormir doce horas seguidas.

 Exhalé y pregunté que película quería ver. Entonces hizo algo más que nunca había visto ni me hubiese esperado ver en mucho tiempo: sonrió de oreja a oreja. Era como si le hubiese dicho que le habían aumentado el sueldo a cuatro veces lo que ganaba normalmente, como si le hubiesen dicho que había ganado la lotería. Debo decir que su sonrisa, hizo que mi pecho se sintiera un poco más cálido que antes. Debí haber sonreído también pero la verdad es que no me acuerdo y no creo que tenga ninguna importancia.

 Una hora después, la pizza que había pedido había llegado y estábamos viendo las primeras escenas de la película que él había propuesto. Era una de ciencia ficción, de hace años. Es extraño y puede que parezca una tontería, pero es una de mis películas favoritas. No sé si él lo sabía o si solo fue una de esas raras coincidencias. El caso es que disfruté la noche, la comida, la película y su compañía. Podíamos dejar la tontería un lado y solo disfrutar de ese momento juntos, sin tener que llamarle a nada por ningún nombre.

 Cuando por fin iba de salida, me pidió un taxi y dijo que el viaje ya estaba pago por tarjeta de crédito. Había dado mi dirección, que yo ni sabía que él conocía. No le pregunté ese detalle ni nada más. No era el momento, o al menos eso sentía yo. Solo lo abracé como despedida y me fui.

 Desde entonces, seguimos teniendo sexo pero debo decir que ha cambiado. Ahora sostenemos las miradas y los besos se han vuelto más largos. Hay un elemento que antes no estaba allí. Y no, no es amor. Es otra cosa, algo que no conozco. No importa. Ahora hay muchas más sonrisas.

miércoles, 12 de octubre de 2016

Superhéroes

   Todo el mundo recordaba con claridad el día en que los superhéroes decidieron quitarse sus máscaras y revelar sus identidades. Fue algo increíblemente chocante pues sucedió casi al mismo tiempo en cada rincón del mundo. Al parecer, lo habían planeado así para que pudiesen estar todos untos en semejante momento tan difícil para cada uno de ellos. Al fin y a cabo, era su identidad la que estaba comprometida. Al revelar sus identidades, sabían bien que ponían en peligro a las personas que más querían en el mundo.

 El problema era que, desde que habían surgido hacía ya algunos años, la gente había empezado a perderles confianza, al punto de preferir no ser rescatados por ninguno de ellos, pues en muchas ocasiones la cantidad de daño que hacían era muy superior a la cantidad de ayuda que proporcionaban. Por supuesto, no era algo que hiciesen a propósito. Lo que pasaba es que había cada vez más héroes jóvenes y esto significaba que tenían menos experiencia de campo. Muchas veces no sabían muy bien que hacer y entonces ocurrían las tragedias.

 Los gobiernos fueron quienes se reunieron, a puerta cerrada, y decidieron que la única manera de que la gente estuviese a salvo todo el tiempo era manejar todo lo que tenía que ver con los superhéroes. Es decir, que ellos dejarían de involucrarse por su cuenta y pasarían a ser enviados especiales de cada uno de los gobiernos. Serían los cuerpos gubernamentales quienes asignarían a cada uno de los héroes a situaciones delicadas. De esta manera enfocarían sus esfuerzos y poderes en las situaciones donde más los necesitaban.

 El problema que veían los héroes era que, de esa manera, no podrían ayudar a la gente en misiones pequeñas y urgentes como alguien ahogándose o cosas por el estilo. Esperar a ser autorizado para actuar podría ser para muchos la diferencia entre la vida y la muerte. Además estaba el punto del registro, en el que los gobiernos instaban a los héroes a revelar su identidad para así eliminar el factor “vigilante” y tener una situación de confianza total entre las personas, los gobiernos y los superhéroes. Estos últimos, no estaban nada convencidos.

Hubo algunos que decidieron retirarse en ese mismo instante. Es decir que jamás ayudarían a nadie más porque no deseaban quitarse la máscara y revelar quienes eran. La mayoría de los que hicieron eso tenían razones de peso: durante sus muchos años de peleas, habían logrado establecerse en alguna parte y formar una familia, algo que la mayoría de héroes no se planteaba ni remotamente. No querían sacrificar algo que les había resultado tan difícil de conseguir y menos por un sistema que tenía más fallas que soluciones, según ellos.

 Los que no se retiraron de todas maneras eran bastantes. Muchos eran jóvenes y, o no entendían el alcance de lo que les pedían o simplemente no tenían nada que perder. Era algo trágico pero había muchos de ellos que no tenían familia. Sus poderes habían surgido de situaciones difíciles y algunos ya habían perdido todo lo que hubiesen querido conservar. Veían lo de revelar su identidad como un paso más y no como un problema o una solución. Mejor dicho, les daba igual.

 El día que revelaron sus identidades, la gente se sorprendió con muchos de ellos y con otros la reacción fue de apenas sorpresa. A muchos se les notaban sus cualidades de superhéroe pero otros en verdad fueron una sorpresa porque no parecían del tipo de persona que se sacrificaría por otros. Durante semanas se le puso atención a la noticia y casi todos los días se hablaba en los medios de alguno de ellos, sin su permiso. La excusa era acercar los héroes a la gente pero lo único que querían era vender periódicos y revistas a costa de otros.

 Los gobiernos acordaron premiar a cada uno de los héroes con medallas de servicio a la comunidad. De esa manera, pensaban que podían ponerlos completamente de su lado y tratar de opacar los comentarios que hacían en los medios de cada uno de ellos. En todo el mundo sucedió lo mismo y se notaba que no era algo que fuese a terminar en un futuro próximo. De la nada, la gente estaba obsesionada de nuevo con los superhéroes ahora que sabían quienes eran. Querían hacer parte de la discusión y por eso todos contaban sus historias que tuviesen que ver con uno de ellos.

 Era de esperarse que la participación de héroes en enfrentamientos o en misiones de salvamento se redujo considerablemente. Los gobiernos limitabas de manera tajante la participación de ninguno de ellos a menos que de verdad fuese necesario. Por eso cuando uno ellos ayudaba las cosas se ponían difíciles pues la gente se amasaba para tomar fotos y pedir autógrafos y no dejaban que el héroe en cuestión hiciese lo que debía hacer en el momento. Las personas siempre habían sido una distracción pero ahora era cada vez peor.

 Además estaba el acoso fuera de los campos de batalla. La gente se obsesionaba con los súper y lo que hacían era averiguar donde vivían y que hacían en su vida diaria. Aparecieron en internet miles de fotos de muchos superhéroes en varias situaciones, la mayoría una clara evidencia de invasión de privacidad. Muchos de ellos denunciaron el hecho pero los gobiernos les respondían que ahora eran propiedad del estado y también del pueblo por lo que no había nada de malo en que tuviesen seguidores, por muy insistentes que fuesen.

 El verdadero problema vino cuando grupos de personas que siempre habían odiado a los superhéroes se reunieron y decidieron actuar. Aunque de esos grupos había en todas partes, uno en particular debía ser notado. Eran más que todo hombres de zonas alejadas, no urbanas, que creían que los seres con poderes extraños eran algo así como acólitos del diablo. Por eso decidieron buscar en sus regiones a cualquiera de ellos y encontraron a un joven que solo había participado en algunas misiones pero que no tenía la experiencia de los héroes más conocidos.

Sin embargo, eso no le importó a la turba enfurecida. Lo rastrearon sin que él supiera nada y una noche invadieron su casa, ataron a sus padres y se los llevaron hacia el bosque. Durante toda la noche lo patearon, lo golpearon y lo azotaron con ramas para obligarlo a revelar sus poderes. Ellos no entendían, o no querían entender, que sus poderes eran de la mente como leer pensamientos y cosas por el estilo. Ni siquiera podía influenciar las mentes porque no tenía tanta práctica. La turba lo acosó hasta que el chico no resistió más y reveló un poder que no sabía que tenía.

 Algunos de los secuestradores resultaron heridos pero eso no fue lo más grave. El jefe del grupo se asustó terriblemente y lo primero que pensó, y que luego hizo, fue apuntar al chico con una pistola y dispararle toda una ronda de balas. Por supuesto, el joven con poderes murió al instante. Sin embargo el grupo se dio cuenta de que eso había sido mucho más de lo que se habían propuesto hacerle. Ellos solo querían acosarlo y hacer que se fuera de su región.

 Dejaron tirado el cuerpo en la mitad del bosque, esperando que nadie lo encontrara. Sin embargo, la familia fue encontrada amarrada y ellos denunciaron a la policía que uno de los suyos no estaban en la casa. No demoraron mucho en encontrarlo, todavía lleno de sangre y casi irreconocible por la cantidad de disparos. Al llegar la noticia a los medios, hubo revuelo instantáneo, sobre todo de los héroes que ahora vivían expuestos a que todo el mundo supiese quienes eran. Exigieron protección del gobierno y garantías pero los gobiernos eran lentos.


 Muchos decidieron volver al anonimato o renunciaron por completo a su carrera como superhéroes. Se perdieron entre los miles de millones de personas en el mundo y nunca más se supo de ellos. Lentamente empezaron a morir más personas por todas partes, pues nadie los rescataba de desastres naturales o ataques humanos. El mundo de los superhéroes ya no existía pues la misma gente lo había querido así- Y ahora se arrepentían pero eso ya no servía de nada. Era muy tarde pues esos seres especiales habían entendido que no eran más que ciudadanos de segunda clase.

miércoles, 15 de junio de 2016

Las pequeñas cosas

   La gente no sabe nada. La gente no tiene idea de lo que significa algo para alguien más, de lo que algo insignificante puede simbolizar para alguien que no tiene tantas cosas alrededor. Puede que sea cierto el hecho de que, en el mundo de hoy, se le ponga atención a un montón de cosas que la verdad no tienen nada de importancia. Pero así son los cambios, así son las nuevas olas que vienen a reordenar todo lo que no estaba bien ordenado. Porque las cosas que son estables y que tienen sentido no tienen porqué cambiar con el tiempo. Eso es evidente.

 No sé de qué estoy hablando y al mismo tiempo siento algo de rabia. Me siento un poco susceptible, tal vez por el virus que tengo en el cuerpo. O tal vez sea porque estoy solo y me siento solo y todo me hace sentirme cada vez peor. Siento que me atacan de un lado y de otro, siento que no quieren dejarme un piso sobre el cual caminar y es entonces que me pregunto: ¿que fue lo que hice?

 Sinceramente no sé que hice, a quien, como o cuando. No tengo la más remota idea si es eso o es que tengo complejo de persecución y en verdad no ha pasado nada como eso. Tal vez soy solo yo que creo que todos vienen por mi pero tal vez la realidad de las cosas es más evidente y recurrente de lo que pienso en primera instancia. Tal vez no se trata de nadie más sino de mi. Es decir, estas cosas pequeñas que me afectan tanto puede que sean mi culpa, incluida el virus que tengo.

 Ya me está doliendo la cabeza de nuevo, un poco detrás de los ojos. Me duele al tragar y también me duele el cuerpo, los pies y todo lo demás. Sin embargo cocino y hago ejercicio, trato de no encerrarme y hacer nada pero creo que podría ser una buena opción si las cosas siguen como están. Esas cosas pequeñas, eso que va pasando poco a poco, va rompiendo lentamente la resistencia de las personas, como las olas del mar rompen los obstáculos que les ponen.

 No puedo pensar bien. Ni siquiera sé si tiene sentido lo que estoy pensando. No sé si alguien me persigue o si todo es culpa mía. La verdad no tengo problema con que todo sea culpa mía pues no me sorprendería tampoco. No soy tan importante como para que alguien me siga y quiera destruirme. Soy tan insignificante que me daría risa que alguien se dedicara a destruirme a mi cuando hay mejores rivales.

 Me duelen los oídos también pero eso es porque me los tapo para dormir. No soporto el ruido de la gente en la mañana y no me gusta que me nieguen el derecho a dormir. Ya tengo suficiente con no poder dormir yo, no necesito que nadie empeore esa situación. Tal vez la falta de sueño tenga que ver con todo esto. Tal vez deba dormir más…

 Pero eso hice ayer. O traté de hacerlo, al menos. La verdad es que no cambió nada. Da igual si duermo o no, si me pongo sobre mi cabeza o me siento a no hacer nada. Parece que no hay cambio pero sin embargo las cosas pequeñas sí cambian y me saca de quicio. Me duele un poco y lo reconozco pero como no sentirse mal por algo que ha estado ahí por tanto tiempo y ahora ya no existe. Es una lástima completa.

 Antes tenía un lugar al cual acudir cuando me sentía mal, cuando quería que me subieran el animo. Después pasé a otro y ahora tampoco lo tengo. Creo que son lugares comunes que necesito, en los que me siento cómodo. Pero ya no. ¿Como sentirme cómodo de donde me echan? Eso no tendría ningún sentido. Creo que me he quedado sin ese rincón que solía necesitar o tal vez todavía necesite. Creo que ya no lo tengo y no sé si todavía me importa, es muy pronto para saberlo.

 Lo que más me preocupó, de entrada, fue recuperar todo lo que había construido. Al menos sé que eso, parcialmente, está a salvo. Y digo parcialmente porque no es por completo. Algunas palabras se han perdido, algunas conexiones que existían y ya no están. Ya no volverán a ser y se habrán perdido para siempre. No creo que importe pues esas cosas cambian todos los días y no se mantienen estables jamás, a lo largo de ninguna de nuestras vidas.

 Tal vez le estoy dando demasiada importancia pero no lo sé. Como acabo de decir, apenas lo estoy procesando. Apenas estoy asimilando que hay una parte de mi que está furiosa, hay una parte de mi que tiene rabia. Pero también quiere volver a comenzar, quiere volver al ruedo y reiniciarlo todo de nuevo.

 Pero de eso no estoy seguro. Yo no soy como aquellos que dicen que si fallas una vez lo intentes una y otra vez hasta que aciertes. A mi eso me parece una tontería. Si solo fallas una vez e intentas de nuevo y vuelves a fallar, es hora de salirse del camino y dejar que atropellen a alguien más. Me parece que es lo más sensato que se puede hacer. Hay que saber rendirse en algún momento, saber cuando parar.

 Y creo que esta es una de esas oportunidades que me gritan: “¡Para!”. Y creo también que es hora de escuchar. Al menos por ahora no tendré el mismo empuje, las mismas ganas de hacer las cosas, de ir por ellas y de mostrarme orgulloso ante todo. Ya lo he hecho y lo único que ha respondido el mundo es que no le interesa en lo más mínimo lo que yo haga o lo que no haga. Al mundo no le importo pues somos demasiados y no tendría el mínimo sentido.

 Eso no significa que no haya gente a la que le importe. Claro que la hay. Pero todos sabemos que eso casi nunca es suficiente, siempre queremos más y más. Incluso yo, que no me considero una persona con ambición, quisiera que algo más de gente me apreciara o viera cosas en mi que yo no haya visto, con en las películas. Pero esas películas son inventos, son bonitas ilusiones que no reflejan nada la vida real de las personas. Son artificios que sirven solo para distraernos de nuestras aburridas vidas reales.

 Creo que por eso me gusta el cine. Porque me gusta sentirme engañado y hay engaños que son muy efectivos y saben llegar directo al alma. Algunos están tan bien hecho que es un placer contemplarlo y disfrutarlo, solo o con compañía. Yo casi siempre lo he hecho solo pero en ocasiones también con otra gente y, en esos caso también, las expectativas pueden variar bastante. En fin, todo el mundo es distinto.

 Por eso a algunos les dará igual lo que me pasó hoy a mi. Es ridículo despertar y ver que una parte de tu mundo, una pequeña parte, ha cambiado y las consecuencias que eso tiene para todo tu pequeño planeta, para las tontería que crees y en las que no crees nada, lo que piensas y lo que no y todas las variables que existen. Es todo un chiste que muchas veces no tiene la mínima gracia. El punto es que no es lo mismo para todos, de eso estoy seguro.

 Algunos caminarán derecho y pensarán: “¿Bueno, y a mi que me importa?” y seguirán su paso firme hacia delante, como siempre. Para otros será el fin del mundo e incluso derramarán lágrimas y se echaran a morir durante un tiempo sobre sus camas o en el mismo suelo. Tendrán recuerdos claros con esas pequeñas cosas y los tendrán en la mente como una de esas películas, pero con un guión todavía mucho más dramático y mucho menos pulido e interesante.

 En mi cabeza no sé qué pasa. El dolor de garganta que tengo hace una semana tiene la primera fila pues parece que se le da la gana de irse y eso me da miedo de verdad. Me pone a pensar como un loco y no quiero ponerme a pensar porque puedo llegar a conclusiones alarmistas que ahora mismo no me sirven de nada.


 Y además está todo lo demás, todas las otras cosas en las que tengo que pensar por estos días, por estos tiempos, y la cabeza no me da para tanto. Las pequeñas cosas son una patada fuerte en mi zona más vulnerable pero son cosas que pasan y que el tiempo se lleva como cuando se barren el polvo de la casa. Todo es polvo en esta vida, incluidos nosotros. Así que, sea o no sea nada, debo seguir porque me toca.