Abajo, las personas empezaban a tomar sus
asientos y a acostumbrarse a la vista que tendrían del espectáculo por las
próximas dos horas. La mayoría venían muy bien vestidos, de gala, con trajes
impecables. La cantidad de colores era alucinante, así como la cantidad de
estilos. Eran unas ochocientas personas las que iban sentándose poco a poco.
Algunos se encontraban con amigos y otros llegaban primero que sus amigos y se
les veía preocupados de guardar asientos, aún cuando todos tenían un código
asignado. No había niños, todos eran adultos que habían venido a ver a la más
grande estrella de la ópera que nadie hubiese visto en el país. No era algo que
pasara con frecuencia y todos estaban muy emocionados de poderla oír en vivo.
Ella era rusa, como suele pasar con la mejores
cantantes de ópera que son siempre rusas o italianas. Había nacido en alguna
ciudad pérdida del país pero había sido descubierta cuando joven y sus padres
la habían apoyado con todo lo que habían podido para que lograra el sueño que tanto
deseaba que era ser una cantante profesional y así viajar por el mundo y ser
reconocida en su patria y en cada rincón del planeta. Tenía ya casi cuarenta
años y podía decir que todo lo que se había propuesta para si misma se había
cumplido. Era famosa y la gente ahora formaba grupitos para pedirle autógrafos.
La llamaban de varias ciudades para participar en obras y vivía de gira casi
todos los meses del año. Se cansaba pero amaba tanto el escenario que se le
olvidaba todo una vez allí.
En uno de los palcos bajos estaba sentada una
de las pocas mujeres que no llevaba un traje de gala sino algo un poco
más…vulgar. No era la chica con más sentido de la moda pero tampoco tenía nada
más para asistir a algo por el estilo. El hombre con el que estaba, unos treinta
años mayor, le había pedido que fuera con él y que él pagaría la noche acorde a
eso. La joven se hacía llamar Jazmín y era una dama de compañía empezando en el
negocio. Evidentemente tenía mucho que aprender porque había notado todas las
miradas desde que había entrado y sabía que no eran porque hubiese sorprendido
con su belleza o algo por el estilo. Nerviosa, no dejaba de halar su falda
hacia abajo, lo que resultaba difícil con la mano de su cliente sobre una de
sus rodillas.
El espectáculo comenzó y nadie tenía mejor
vista que los dos hombres que estaban en el cuarto de luces. Hoy en día era un
sistema automático que solo debía ser vigilado, más no físicamente movido por
un jefe de luces. El encargado era uno de los hombres pero ellos no parecían
interesados en el espectáculo. De hecho, se besaban apasionadamente, tratando
con habilidad de no quedar enredados entre los cables. No decían ni una sola
palabras. Solo gemían por lo bajo y se oía el sonido de sus besos y de su
respiración acelerada. Para ellos la ópera no era muy importante en el momento.
El público miraba con atención el espectáculo.
Era sin duda otra clase de obra, algo distinto de lo que siempre se había visto
en el país y en este teatro en particular que era tan tradicional y, en muchos
sentidos, chapado a la antigua. Hace poco lo habían remodelado a profundidad y
por eso ahora todo era mejor: las luces, el vestuario, los sets. Todo era mejor
ahora y el público lo veía y prácticamente todos estaban inmersos en la
historia de una joven que era oprimida por su familia pero encontraba refugio
en su jardín y en los animales de su granja. Se podía decir que era algo así
como Cenicienta pero parecía ser algo futurista y el modo que utilizaban los
recursos era diferente, casi revolucionario. En esta ópera, todos ponían
atención.
Natalya lo notaba. Ella era la figura de
Cenicienta pero este personaje era mucho más lanzado, más caliente y ajustado a
los tiempos modernos. La cantante no podía estar más contenta. Su voz había
respondido bien a su usual tratamiento para poder cantar mejor y su público era
uno de los más cautivos en los meses que llevaba haciendo esta obra por el
mundo. Era su sueño hecho realidad, cantarles a ellos con la máxima dedicación
y hacerles ver lo bello que podía ser el mundo si ellos se atrevían a verlo.
Natalya reflejaba en su canto la fuerza de una mujer más valiente que ella pero
tal vez menos dedicada y abnegada por el amor a su arte. Menos mal, el
intermedio llegaba.
Todos salieron al gran recibidor del teatro, donde
Jazmín corrió al baño antes de que su cliente pensara en algo más que tomarle
la mano. Los baños estaban llenos y ella quería esconderse. Buscando por un
corredor, llegó a la zona de camerinos y encontró un baño vacío en el que orinó
con tranquilidad y pensó en escapar de esta noche y perderse para siempre.
Hacer esto no era lo suyo, acompañar a viejos verdes a eventos públicos y
caminar por ahí como si ella perteneciera. Era un lugar y un espectáculo
hermoso pero ella no pertenecía allí. Cuando salió, se tropezó con uno de los
actores que se disculpó con una sonrisa. Le dijo que las damas tenían que tener
más cuidado con sus tobillos. Ella rió.
En el cuarto de luces, los dos hombres estaban
quitándose la ropa mientras la gente volvía a entrar al teatro luego del
intermedio. Estaban solo en ropa interior y se besaban ahora con suavidad, ya
sin la agresividad de antes. La verdad era que ellos eran dos polos opuestos y
ninguno de los dos sabía porque estaban a punto de tener sexo. Se conocían hace
años pero nunca habían sentido nada el uno por el otro. Es más, el jefe de
luces tenía una novia de cinco años y jamás había tenido un pensamiento
homosexual. Al menos hasta ahora, cuando no podía parar tocar a su compañero en
el cuarto de las luces.
El público ahora estaba llorando o al menos
así lo hacían la mayoría. La obra se dirigía a su final y se vislumbraba que
las cosas no terminaban tan bien para esta Cenicienta. La pobre mujer,
sirvienta dedicada que había ido a un baile sin permiso, ahora estaba en un
calabozo, lentamente muriendo, esperando que su príncipe azul llegase para
salvarla. Pero el príncipe estaba ocupado con otra mujer que había conocido,
igual de hermosa y vivaz que la sirvienta. La diferencia era que Cenicienta no
estaba y esa otra sí. El príncipe se casó con la otra y se dijo que vivieron
felices por siempre, sin nunca más pensar en Cenicienta. Todo el público estaba
en shock, ya sin lágrimas o sin respiración porque todo era creíble, real e
incluso llegaba a los más profundo.
El personaje de Natalya moría e iba al cielo,
parte que más le gustaba. Aunque no quedaba con el príncipe, volvía a ver a su
amada madre en el cielo y allí cantaban las dos juntas, denunciando la
superficialidad de los hombres y la tragedia que es vivir por amor y que no sea
correspondido. Natalya lo cantaba con fuerza y garbo, a pesar del estado de su
personaje, porque se identificaba ya que había vivido cosas similares. Era un
mujer famosa y con dinero y por eso la gente olvidaba con frecuencia que ella
también tenía sentimientos y que las cosas le dolían así como le dolió que su
mayor amor solo estuviese con ella por el estatus que le daba. Le infligió un
dolor en el alma que ella usaba para darle potencia a su voz.
Jazmín cogía su bolso con fuerza porque sabía
que en minutos ya todo iba a terminar. La mujer que cantaba tan hermoso,
atravesó una luz blanca y desapareció, anunciando así la muerte del personaje.
Jazmín por un momento olvidó su vida y aplaudió con fuerza. Su cliente le dio
flores para que lanzase al escenario y así lo hizo ella. Era algo trágico y
ella se había dado cuenta que no quería vivir así. Mientras todos salían, le
pidió a su cliente que se quedara y le explicó que ya no podían verse nunca
más. Él le exigió una explicación pero ella no quiso decir nada. Se escabulló
entre la cantidad de gente y tomó un taxi que la llevaría a su hogar, con su
familia. Y mientras iba hacia allá, recordó a su príncipe del vestidor.
En el cuarto de luces ya había acabado todo
también. Los hombres estaban uno al lado del otro, cansados, sin poder
recuperar el aliento. Ambos tenían sendas sonrisas en la cara y parecían muy
satisfechos con ellos mismos. Lo curioso de la escena es que a pesar de estar
entre cables, polvo y demás, estaban tomados de la mano. Pero ellos no eran conscientes
de eso. Ni cuando se separaron para cambiarse ni cuando se despidieron
fríamente y se separaron. La verdad era que para el jefe de luces había sido su
mejor noche en años y para el otro hombre había sido solo algo de sexo casual,
genial, pero casual al fin y al cabo.
El público se fue a casa complacido por el espectáculo,
recordando por siempre a la poderosa protagonista. Natalya guardaría el mejor
recuerdo de este espectáculo ya que sería uno de los últimos, aunque eso ella todavía
no lo sabía. Jazmín, quién de verdad era Damaris, volvió a su familia y les
prometió jamás volverlos a defraudar. Eso tendría resultados mixtos pero al
menos había vuelto a casa. El jefe de luces terminó con su novia y conoció, con
el tiempo, a un hombre con el que podía tomarse de la mano y ser consciente de
ello. El otro se perdió y nunca se supo que pasó con él.