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lunes, 25 de julio de 2016

El desierto de los aparecidos

   Decían que las piedras del desierto tenían la capacidad de moverse por si mismas, que se desplazaban varios kilómetros, sin ayuda de nadie. Mucha gente aseguraba haberlo visto y decían que podía pasar tanto con piedras pequeñas como con rocas enormes. El desierto no era lugar para personas que no saben en que se está metiendo, jamás fue un lugar la cual ir para relajarse o admirar la naturaleza. Lo único que había allí para admirar era una extensión enorme de terreno que parecía vidrio, superficie en la que varios se habían perdido antes y lo harían de nuevo.

 El lugar no tenía ningún signo de vida excepto las aves perdidas que morían por el calor abrazador y caían del cielo como golpeada por una fuerza invisible. Eso y escorpiones, de todos los tamaños y colores. Eran las únicas criaturas que vivían en el desierto pero siempre pasaban cosas extrañas pues, como cualquiera podría constatarlo, no era el lugar más común y corriente del mundo.

 Ya varios hombres y mujeres habían sido sacados de allí, vistos desde el borde del desierto por los habitantes del pequeño caserío de Tintown. No pasaba por allí ninguna carretera grande ni estaban conectados de manera permanente a las líneas de teléfono. La gente confiaba solo en sus celulares que, prácticamente nunca servían para nada pues el desierto creaba una interferencia. Pensaban que algo tenía que ver con las ondas electromagnéticas pero eran solo conjeturas.

 Los perdidos que rescataban siempre decían que no sabían cómo habían llegado allí. Juraban que se habían perdido y que sus recuerdos eran tan borrosos que no podían recordar prácticamente nada. Siempre que pasaba algo así, el individuo afectado se quedada en la casa de Flo, la única enfermera certificada de la zona. Era una mujer mayor, ya jubilada y tratando de vivir tranquila pero se di cuenta pronto que no había vivido en paz por mucho tiempo.

 Esto era por esas apariciones que aumentaban siempre bajo la luna llena. Era como si los locos consideraran que perderse en el desierto en noches claras era lo mejor del mundo. En más de una ocasión, Flo estaba segura de que la persona que atendía estaba borracha o drogada. No decía nada y los enviaba siempre al pueblo más cercano donde tenían dinero para mantener un puesto de salud.

 En Tintown apenas había dinero para la estación de policía y no había escuelas ni nada parecido. Tal vez era porque estaban en la mitad de la nada pero también podría ser porque no había ni un solo niño el caserío. El último se había ido hacía ya décadas y nunca más huno uno. Cosas así parecían sacarle la poca vida al lugar.

 Un verano, el problema se puso peor que siempre. Al comienzo, una persona por noche aparecía en el desierto, del lado donde podían rescatar a la persona. Cuando aparecían muy adentro del desierto, todo se ponía más difícil pues ellos usaban una vieja camioneta para ayudar. No había ambulancia ni vehículos realmente grandes o rápidos. Tenían que arreglárselas con lo que podían y lo mismo iba para los tontos que aparecían en el desierto.

 Pero los pocos habitantes del lugar empezaron a extrañarse aún más cuando el ritmo de las apariciones empezó a aumentar. A mediados de julio, parecía que cada día aparecía uno nuevo y la verdad era que el pequeño lugar no daba abasto. Tuvieron que comprar camas en el pueblo más cercano e instalarlas en un campamento improvisado fuera de la casa de Flo. Siendo la única que podía ayudarlos de verdad, era la mejor opción. A ella no le gustaba nada la idea.

 Sus noches ahora eran insoportables pues no podía dormir normalmente. Debía estar pendiente de los hombres y mujeres que tenían en el patio. Para finales de mes decidió que era mejor instalar su cama allí afuera también y dormir con ellos como si fuera un día de campamento con desconocidos. Nunca eran más de tres pues los enviaba al centro de salud el día siguiente al que aparecían.

 Otro suceso que dejó a la centena de habitantes de Tintown bastante asustados, fue el hecho de que el desierto parecía brillar siempre que la luna llena lo iluminaba. El primer en notarlo fue el viejo Malcom, la persona que vivía más cerca al desierto salado. Cuando empezaron a aumentar las apariciones, Malcolm condujo en su viejo coche hasta la ciudad y regresó con un telescopio de alta capacidad que venían en una tienda por frecuentada.

 El telescopio le reveló una noche que el desierto se encendía cuando había luna llena y ni una sola nube bloqueaba la luz. A veces era todo el terreno que parecía brillar, con un ligero tono azul. El hombre, que ya había dejado la esperanza de experimentar algo especial en su vida, se emocionó de poder ser el primero en vez que el desierto parecía tener vida propia. Era hermoso y luego se puso mejor.

 Algunas noches, cuando aparecían los perdidos, brillaban solo partes del desierto. Aunque vivía en el borde, no era posible ni con el telescopio ver que era lo que hacía que solo ciertos puntos del lugar se iluminaran débilmente. ¿Serían insectos o el movimiento de las piedras por el desierto? No sabía. Pero los colores que había visto eran hermosos, siempre.

 Un pequeño grupo de personas, los más jóvenes, propusieron adentrarse en el desierto y ver que era lo que sucedía allí. Irían por solo una noche y regresarían con la primera luz. No dormirían allí porque necesitarían cada momento de luz que pudiesen tener. De repente, ese viejo vecino que era el desierto se convirtió en una especie de monstruo que los miraba desde lejos, que no se atrevía a atacar a menos que ellos se acercaran demasiado.

 El grupo no encontró nada significativo. Ni las razones para las luces que Malcom decía ver, ni aparecidos salidos de alguna parte. Esa noche, el que apareció lo hizo lejos de donde ellos estuvieron caminando y no los vio o simplemente no quiso verlos. La gente que salía del desierto siempre era muy rara, con ropa graciosa casi siempre y con todo el cuerpo temblándolos como si estuvieran con mucho frio, incluso allí con más de cuarenta grados a la sombra.

 Cuando el equipo de búsqueda regresó, se mostraron frustrados con lo que habían tratado de hacer. No solo no habían resuelto el problema, además no habían ayudada a la mujer que había aparecido esa noche. No se sientía bien ser de aquellas personas que son más parte del problema de que de la solución. Pero no se dieron por vencidos y decidieron hacer un recuento rápido de lo que sí habían encontrado en el desierto.

 Resultaba que no habían visto personas ni luces ni nada demasiado extraños, pero sí habían encontrado varios objetos tirados por el sueño del desierto. Una de las mujeres que había ido al desierto tenía todo en su bolso que vació en la mesa del comedor de Flo. Separaron cada cosa y pronto se dieron cuenta de que había algo que unía los objetos: todos estaban corroídos y parecían piezas de museo.

 Sin embargo, la mujer aparecida los miraba mientras revisaban los objetos y de pronto corrió hacia la mesa cuando uno de los hombres tomó de ella un viejo reloj de bolsillo. No funcionaba y de hecho parecía estar quemado por dentro. Pero la mujer se acercó pronto y lo tomó de las manos del hombre que se asustó por su presencia. La mujer los ignoró y solo besó el reloj y lo apoyó contra su mejilla.


 Flo le preguntó lo obvio, si el reloj era suyo. La mujer, con un acento muy extraño, dijo que sí. Que su padre se lo había dado de regalo de cumpleaños. La mujer salió y entonces en hombre dijo que algo raro pasaba. Todos empezaron a hablar pero él los calló. No lo habían visto pero él había visto una frase grabada en la parte trasera del reloj. Decía: “Para mi princesa en su cumpleaños, 27 de julio de 1843”. Todos se miraron y no dijeron nada. De afuera venía un sonido: la mujer tarareaba una canción, en otro idioma.

lunes, 22 de junio de 2015

Ópera

   Abajo, las personas empezaban a tomar sus asientos y a acostumbrarse a la vista que tendrían del espectáculo por las próximas dos horas. La mayoría venían muy bien vestidos, de gala, con trajes impecables. La cantidad de colores era alucinante, así como la cantidad de estilos. Eran unas ochocientas personas las que iban sentándose poco a poco. Algunos se encontraban con amigos y otros llegaban primero que sus amigos y se les veía preocupados de guardar asientos, aún cuando todos tenían un código asignado. No había niños, todos eran adultos que habían venido a ver a la más grande estrella de la ópera que nadie hubiese visto en el país. No era algo que pasara con frecuencia y todos estaban muy emocionados de poderla oír en vivo.

 Ella era rusa, como suele pasar con la mejores cantantes de ópera que son siempre rusas o italianas. Había nacido en alguna ciudad pérdida del país pero había sido descubierta cuando joven y sus padres la habían apoyado con todo lo que habían podido para que lograra el sueño que tanto deseaba que era ser una cantante profesional y así viajar por el mundo y ser reconocida en su patria y en cada rincón del planeta. Tenía ya casi cuarenta años y podía decir que todo lo que se había propuesta para si misma se había cumplido. Era famosa y la gente ahora formaba grupitos para pedirle autógrafos. La llamaban de varias ciudades para participar en obras y vivía de gira casi todos los meses del año. Se cansaba pero amaba tanto el escenario que se le olvidaba todo una vez allí.

 En uno de los palcos bajos estaba sentada una de las pocas mujeres que no llevaba un traje de gala sino algo un poco más…vulgar. No era la chica con más sentido de la moda pero tampoco tenía nada más para asistir a algo por el estilo. El hombre con el que estaba, unos treinta años mayor, le había pedido que fuera con él y que él pagaría la noche acorde a eso. La joven se hacía llamar Jazmín y era una dama de compañía empezando en el negocio. Evidentemente tenía mucho que aprender porque había notado todas las miradas desde que había entrado y sabía que no eran porque hubiese sorprendido con su belleza o algo por el estilo. Nerviosa, no dejaba de halar su falda hacia abajo, lo que resultaba difícil con la mano de su cliente sobre una de sus rodillas.

 El espectáculo comenzó y nadie tenía mejor vista que los dos hombres que estaban en el cuarto de luces. Hoy en día era un sistema automático que solo debía ser vigilado, más no físicamente movido por un jefe de luces. El encargado era uno de los hombres pero ellos no parecían interesados en el espectáculo. De hecho, se besaban apasionadamente, tratando con habilidad de no quedar enredados entre los cables. No decían ni una sola palabras. Solo gemían por lo bajo y se oía el sonido de sus besos y de su respiración acelerada. Para ellos la ópera no era muy importante en el momento.

 El público miraba con atención el espectáculo. Era sin duda otra clase de obra, algo distinto de lo que siempre se había visto en el país y en este teatro en particular que era tan tradicional y, en muchos sentidos, chapado a la antigua. Hace poco lo habían remodelado a profundidad y por eso ahora todo era mejor: las luces, el vestuario, los sets. Todo era mejor ahora y el público lo veía y prácticamente todos estaban inmersos en la historia de una joven que era oprimida por su familia pero encontraba refugio en su jardín y en los animales de su granja. Se podía decir que era algo así como Cenicienta pero parecía ser algo futurista y el modo que utilizaban los recursos era diferente, casi revolucionario. En esta ópera, todos ponían atención.

 Natalya lo notaba. Ella era la figura de Cenicienta pero este personaje era mucho más lanzado, más caliente y ajustado a los tiempos modernos. La cantante no podía estar más contenta. Su voz había respondido bien a su usual tratamiento para poder cantar mejor y su público era uno de los más cautivos en los meses que llevaba haciendo esta obra por el mundo. Era su sueño hecho realidad, cantarles a ellos con la máxima dedicación y hacerles ver lo bello que podía ser el mundo si ellos se atrevían a verlo. Natalya reflejaba en su canto la fuerza de una mujer más valiente que ella pero tal vez menos dedicada y abnegada por el amor a su arte. Menos mal, el intermedio llegaba.

 Todos salieron al gran recibidor del teatro, donde Jazmín corrió al baño antes de que su cliente pensara en algo más que tomarle la mano. Los baños estaban llenos y ella quería esconderse. Buscando por un corredor, llegó a la zona de camerinos y encontró un baño vacío en el que orinó con tranquilidad y pensó en escapar de esta noche y perderse para siempre. Hacer esto no era lo suyo, acompañar a viejos verdes a eventos públicos y caminar por ahí como si ella perteneciera. Era un lugar y un espectáculo hermoso pero ella no pertenecía allí. Cuando salió, se tropezó con uno de los actores que se disculpó con una sonrisa. Le dijo que las damas tenían que tener más cuidado con sus tobillos. Ella rió.

 En el cuarto de luces, los dos hombres estaban quitándose la ropa mientras la gente volvía a entrar al teatro luego del intermedio. Estaban solo en ropa interior y se besaban ahora con suavidad, ya sin la agresividad de antes. La verdad era que ellos eran dos polos opuestos y ninguno de los dos sabía porque estaban a punto de tener sexo. Se conocían hace años pero nunca habían sentido nada el uno por el otro. Es más, el jefe de luces tenía una novia de cinco años y jamás había tenido un pensamiento homosexual. Al menos hasta ahora, cuando no podía parar tocar a su compañero en el cuarto de las luces.

 El público ahora estaba llorando o al menos así lo hacían la mayoría. La obra se dirigía a su final y se vislumbraba que las cosas no terminaban tan bien para esta Cenicienta. La pobre mujer, sirvienta dedicada que había ido a un baile sin permiso, ahora estaba en un calabozo, lentamente muriendo, esperando que su príncipe azul llegase para salvarla. Pero el príncipe estaba ocupado con otra mujer que había conocido, igual de hermosa y vivaz que la sirvienta. La diferencia era que Cenicienta no estaba y esa otra sí. El príncipe se casó con la otra y se dijo que vivieron felices por siempre, sin nunca más pensar en Cenicienta. Todo el público estaba en shock, ya sin lágrimas o sin respiración porque todo era creíble, real e incluso llegaba a los más profundo.

 El personaje de Natalya moría e iba al cielo, parte que más le gustaba. Aunque no quedaba con el príncipe, volvía a ver a su amada madre en el cielo y allí cantaban las dos juntas, denunciando la superficialidad de los hombres y la tragedia que es vivir por amor y que no sea correspondido. Natalya lo cantaba con fuerza y garbo, a pesar del estado de su personaje, porque se identificaba ya que había vivido cosas similares. Era un mujer famosa y con dinero y por eso la gente olvidaba con frecuencia que ella también tenía sentimientos y que las cosas le dolían así como le dolió que su mayor amor solo estuviese con ella por el estatus que le daba. Le infligió un dolor en el alma que ella usaba para darle potencia a su voz.

 Jazmín cogía su bolso con fuerza porque sabía que en minutos ya todo iba a terminar. La mujer que cantaba tan hermoso, atravesó una luz blanca y desapareció, anunciando así la muerte del personaje. Jazmín por un momento olvidó su vida y aplaudió con fuerza. Su cliente le dio flores para que lanzase al escenario y así lo hizo ella. Era algo trágico y ella se había dado cuenta que no quería vivir así. Mientras todos salían, le pidió a su cliente que se quedara y le explicó que ya no podían verse nunca más. Él le exigió una explicación pero ella no quiso decir nada. Se escabulló entre la cantidad de gente y tomó un taxi que la llevaría a su hogar, con su familia. Y mientras iba hacia allá, recordó a su príncipe del vestidor.

 En el cuarto de luces ya había acabado todo también. Los hombres estaban uno al lado del otro, cansados, sin poder recuperar el aliento. Ambos tenían sendas sonrisas en la cara y parecían muy satisfechos con ellos mismos. Lo curioso de la escena es que a pesar de estar entre cables, polvo y demás, estaban tomados de la mano. Pero ellos no eran conscientes de eso. Ni cuando se separaron para cambiarse ni cuando se despidieron fríamente y se separaron. La verdad era que para el jefe de luces había sido su mejor noche en años y para el otro hombre había sido solo algo de sexo casual, genial, pero casual al fin y al cabo.


 El público se fue a casa complacido por el espectáculo, recordando por siempre a la poderosa protagonista. Natalya guardaría el mejor recuerdo de este espectáculo ya que sería uno de los últimos, aunque eso ella todavía no lo sabía. Jazmín, quién de verdad era Damaris, volvió a su familia y les prometió jamás volverlos a defraudar. Eso tendría resultados mixtos pero al menos había vuelto a casa. El jefe de luces terminó con su novia y conoció, con el tiempo, a un hombre con el que podía tomarse de la mano y ser consciente de ello. El otro se perdió y nunca se supo que pasó con él.