La noche caía y el ruido en toda la ciudad
aumentaba, sobre todo cerca de las grandes avenidas y de los centros de
entretenimiento que empezaban a llenarse con más y más gente que iban y venían,
riendo y hablando, gastando y comiendo. El viernes era siempre lo mismo, un
caos con una resolución siempre igual. Era parte del alma de la ciudad y casi
no había manera de cambiarlo. Era una de sus realidades y tal vez una de las
más conocidas pero ciertamente no la única.
En un barrio cerca de uno de los distritos de
entretenimiento, un gato de color gris con rayas negras cruzaba las calles de
un andén al otro, mirando con detenimiento cualquier ser humano o automóvil que
pudiese cruzársele. Para poder pasar de un lado a otro de una calle más
transitada, tuvo que esperar un buen rato hasta que por fin no hubo vehículos y
pudo pasar moviendo su cola de un lado al otro. Llegó a su destino muy pronto:
un puente que unía dos colinas por encima de un pequeño valle de casas.
Normalmente, la
zona se llenaba de seres humanos que tomaban fotos del puente y desde él, pero
a esas horas del viernes, cuando la noche empezaba, por esos lados no había ni
un alma. Solo estaba el gato que se subió a la baranda del puente y se sentó
allí, a mirar hacia lo lejos. Para él, tanto como para los seres humanos, la
vista desde el lugar era simplemente hermosa. No solo por el impacto visual de
ver casa justo debajo, sino porque más allá había un hermoso parque verde y
luego un río de aguas potentes.
El gato había recorrido la ciudad de cabo a
rabo, a través de su vida como gato de la calle. A veces se quedaba en las
casas de algunos humanos, pero no soportaba el hecho de estar encerrado por
cuatro paredes. Le parecía una limitación ridícula y el hecho de que algunos de
sus compañeros felinos les gustara esa idea, le parecía casi un insulto. En su
mente, los gatos tenían que ser libres, para poder hacer lo que más les gustara
sin tener que justificarse ante nadie, sin importar cuanta comida recibieran
por el cautiverio.
Mientras movía la cola con suavidad, sintió la
presencia de algunos humanos. Estuvo listo para salir corriendo pero no hubo
necesidad. Solo rieron, tomaron algunas fotos, rieron más y se fueron hablando
de cosas de humanos. Normalmente siempre había uno que decía algo más o que se
acercaba a intentar acariciarlo y, dependiendo del momento, el gato podía
aceptar la interacción o simplemente irse. Pero fue una fortuna que no pasara
nada esa vez porque ese día tenía que quedarse allí, mirando y mirando hasta
que lo que iba a pasar tuviese lugar, no importaba el momento.
Casi se lo pierde por culpa de los humanos y
sus cámaras. Cuando volteó a mirar el parque y el río, vio con placer un
destello algo débil que indicaba precisamente lo que estaba buscando. El
destello fue permanente y luego se apagó para encenderse una vez más. Parecía
que algo andaba mal pero no demasiado como para el destello se detuviera del
todo. Observó la luz por un buen rato, hasta que por fin se apagó y no volvió a
encenderse. La duración era la adecuada y el momento justo, debía proseguir.
Bajó de la baranda del puente y caminó
presuroso hasta una de la calles más cercanas. Esa calle bajaba de manera
brusca haciendo un ligero giro, hacia la parte baja, un poco más allá del
puente y muy cerca del parque. El gato aceleró el paso, aprovechando la
completa ausencia de ruidos provenientes de la humanidad. Era un poco extraño
que ninguno de ellos se hiciese notar, pero había ocasiones en que los seres
humanos hacían cosas que a los gatos podían parecerles como magia o algo por el
estilo.
Cuando llegó al final de la calle, no se
detuvo sino que enfiló directamente hacia la espesura del parque. No era el
lugar más alegre del mundo para meterse de noche, pero había que cortar por
allí para poder llegar hasta el río. Lo malo del parque de noche no era solo la
presencia de seres humanos más insoportables que otros, sino que con frecuencia
existía la posibilidad de encontrarse con criaturas que no tenían nada que ver
con la vida en la ciudad. Era un poco insultante que invadieran todo, sin más.
Una vez, el gato había tenido que luchar por
un pedazo de comida que había encontrado por sí mismo con una cosa que parecía
gato pero era más grande y peludo. Tenía como manchas en los ojos y unas
manitas que le recordaban a las manos de los seres humanos pequeños. Era una
criatura increíblemente rápida y agresiva, tanto que logró rasgar el pelaje del
pobre gato varias veces. Por fortuna, una de los humanos buenos lo había curado
pues lo encontró en el parque al día siguiente de la pelea.
Además estaban las palomas, de los seres más
tontos que el gato hubiese jamás encontrado. Había muchos compañeros suyos que
las perseguían e incluso se las comían pero él las encontraba simplemente
asquerosas. Eran criaturas sucias, que no tenían ningún problema en comer
cualquier cosa que se les pusiera enfrente, incluyendo a otras palomas. Eran
seres tan tontos que huían siempre de los humanos a pesar de que estos casi
siempre solo querían alimentarlas. Le parecía que seres tan tontos como esos no
tenían lugar en un lugar tan hermoso como el parque y tampoco en su estomago.
Sin embargo, esa noche el parque estaba
bastante solo y en calma. No había bestias locas tratando de robarles a otras
ni las palomas parecían tener mucho interés en hacer nada más sino buscar
semillas aquí y allá. Cuando estuvo del otro lado de la zona verde, el gato se
dio cuenta que primero debía cruzar una avenida enorme antes de poder llegar
hasta el río. Tuvo que esperar mucho tiempo para poder hacerlo, habiendo
intentado en varias ocasiones pero teniendo que devolverse cada vez por el paso
de algún vehiculo.
Cuando por fin estuvo del otro lado, vio que
había otro parque cerca del agua, como hundido junto a la avenida. Pero no era
un parque bonito, como el que había cruzado hacía un rato. Era uno de esos
hechos por humanos, con un montón de cosas que no eran naturales. De hecho, era
obvio que era entretenimiento exclusivo para ellos, porque de una parte de ese
sector provenía un ruido estridente al que el gato que no quería acercarse ni
por error. Por eso siguió la avenida hasta un puente.
Era la única manera de cruzar el río, por lo
que subió al borde del puente y caminó cuidadosamente. No era como el del
barrio en el que vivía sino más grande y más grueso. Lo que pisaba al caminar
eran grandes rocas frías y lo que iluminaba el sector eran lámparas de un color
bastante extraño, apagado, casi triste. Sin embargo, el puente no era muy largo
y su recorrido terminó muy pronto. Miró hacia atrás, para ver cómo se movía el
agua en la oscuridad. No le gustaba mucho la idea de caer allí algún día.
Se detuvo un momento y comprendió que la luz
había venido de un lugar muy cercano al puente, por la calle lateral que
bordeaba el río. Era un barrio muy silencioso, con casitas y no edificios como
al otro lado del agua. Se sentía como un lugar diferente, casi como si hubiese
cambiado de ciudades para llegar hasta allí. Era agradable sentir que se estaba
en un lugar nuevo, algún sitio en el que pudiese intentar nuevas cosas y vivir
de una nueva manera. Había mucho por hacer en el mundo y muy poco tiempo para
hacerlo.
Pasados unos minutos, vio que de ese lado no
había parque, solo un viejo muelle casi desmantelado. Con cuidado, caminó por
la madera vieja y se encontró, a medio camino de la punta, con una linterna de
mano, muy pequeña, tirada en ese preciso lugar. La olió y la tocó: estaba
caliente.
Cuando se dio la vuelta, una gata blanca lo
miraba desde la calle. No lo llamó ni hizo ningún gesto, solo corrió hacia el
otro lado de la calle y de pronto se detuvo, mirándolo de nuevo. No tenía que
hacerlo dos veces para que él entendiera. La aventura apenas empezaba.