Su vehículo estaba lleno de envoltorios de
comida y de latas y vasos de plástico vacíos que alguna vez habían contenido
café caliente o bebidas energizantes. Todo lo tiraba a la parte trasera o al
lado del copiloto y la idea era limpiarlo cuando hubiese acabado con el caso
que tenía en el momento. Al fin y al cabo, podía durar más de medio día metida
en el carro sin tener necesidad alguna de salir. Como ya conocía cómo iba todo,
su cuerpo solo necesitaba ir al baño en las tardes, cuando casi siempre estaba
en casa. De resto, se la pasaba afuera.
Ser una detective privada no era un trabajo
muy común que digamos pero pagaba mucho mejor que otros trabajos que Nicky
había tratado de ejercer, incluido el de policía. Se había presentado tres
veces al examen de admisión pero nunca había obtenido el puntaje suficiente
para convertirse en oficial. Después de la tercera vez, se aburrió tanto que
estuvo meses en su casa sin hacer nada hasta que las cuentas empezaron a
acumularse y tuvo que inventarse algo para ganar un poco de dinero. Un amigo le
había aconsejado trabajar como privado.
Por supuesto, a veces podía ser muy extenuante
y los caso no eran nunca tan interesantes como los que ella había pensado que
resolvería en la policía, pero al menos ganaba buen dinero pues la mayoría de
esposas o esposos celosos están dispuestos a pagar cantidades absurdas de
dinero con tal de averiguar si sus parejas les ponían los cuernos o no. Y, casi
siempre, la respuesta a esa pregunta era afirmativa. Pocas veces pasaba que no
encontraba nada durante sus pesquisas. Si no eran cuernos, era algo relacionado
al dinero o hasta peor.
Su amigo, el que le había recomendado trabajar
de esa manera, era ya detective de la policía. Juan no era el mejor ni el más
brillante pero por alguna razón él si había obtenido el puntaje perfecto en el
examen de admisión la primera vez que los dos habían intentado entrar, hacía ya
unos cinco años. Nicky recordaba eso cada vez que lo veía y por eso siempre
trataba de que sus conversaciones siempre fuesen breves y sin mayor
trascendencia. Juan ayuda a procesar a los maleantes que encontrara ella, si es
que ocurría en algún caso.
Eso no era frecuente. En su último caso había
encontrado al marido de una mujer que la había contratado en menos de
veinticuatro horas. Resultó que se quedaba horas extra en su oficina con uno de
los pasantes más jóvenes. Las fotos tampoco fueron muy difícil de tomar, solo
había sido necesario entrar al edificio y eso, con la experiencia que Nicky ya
tenía, era como pan comido. La mujer había llorado al ver las fotos pero, menos
mal, no tanto para olvidar el pago de la detective. La mujer le agradeció y eso
fue todo, resuelto en tiempo record.
Juan siempre le preguntaba si no pensaba en
las consecuencias de los trabajos que hacía. Muchas familias se veían envueltas
en esos caso y terminaban siendo destruidas por la verdad. Ella siempre
respondía que no era su problema si la gente construía su vida sobre las
mentiras. Si no era a causa de ella, sería por otra razón que la verdad surgiría,
y a veces es mejor que sea lo más rápido posible pues cuando la verdad se
demora en llegar puede perjudicar aún más todo lo que podría tratar de salvarse
después, cuando no haya mentiras.
Al poco tiempo le llegó otro caso pero este,
por fin, era diferente. Se trataba de un empresario que quería que Nicky
siguiera a uno de sus empleados. Según lo que le había dicho, el empleado
estaba siendo tenido en cuenta para un puesto bastante bueno, con una paga que
a cualquiera le hubiese interesado, y por eso necesitaba saber en que cosas
estaba metido, para determinar si podía confiar en él todos los secretos de la
empresa o si tenía secretos guardados que pudiesen impedir el desarrollo en
calma de su nuevo trabajo.
Ese caso no se resolvió en un día. Desde que
empezó a seguir al hombre, le pareció que era el hombre más común y corriente
del mundo, al menos para ese momento de la historia del hombre. El tipo era
joven, tal vez un par de años menor que Nicky. Era guapo y todas las mañanas
madrugaba para ir dos horas al gimnasio. La detective, en una semana, pudo
memorizar su rutina que consistía en calentamiento, aparatos varios, pesas y
finalmente un chapuzón de veinte minutos en la piscina del complejo deportivo
al que iba todos los días sin falta.
Al salir sudado del sitio, se dirigía
caminando a su casa, donde se bañaba y cambiaba y salía al trabajo que, por
raro que pareciera, también quedaba a una corta distancia. Para Nicky no era
normal pues estaba acostumbrada a conducir a todos lados pero ahora se veía en
la necesidad de salir de su vehículo para caminar cerca de la persona que
estaba siguiendo. Si se quedara en el carro, seguramente sería mucho más
evidente que estaba siguiendo al hombre. El tipo no parecía ser un idiota y se
daría cuenta al instante.
Pasaron dos semanas y
la rutina del tipo no cambiaba. Estaba desde las nueve de la mañana hasta las
seis de la tarde en la oficina. Llegaba rápidamente a su casa, donde casi
siempre cocinaba algo él mismo y luego veía algo en la televisión hasta las
once de la noche, hora en que se acostaba a dormir para estar listo al día
siguiente para su rutina. Los fines de semana la cosa no cambiaba demasiado,
solo cambiaba la oficina por más gimnasio y salir a comer con amigos o familia.
En conclusión, el tipo no podía ser más
aburrido. Sin embargo, el hombre que la había contratado, le había pedido a
Nicky que fuera lo más exhaustiva posible. Cualquier pequeña cosa que pudiese
encontrar fuera de lugar sería perfecta para quien la había contratado. Pero es
que el hombre que seguía era virtualmente perfecto. No solo tenía un cuerpo
increíble, y ella lo había detallado mucho con sus binoculares, sino que sabía
cocinar y encima parecía tener lo suficiente de aburrido como para ser el mejor
novio del mundo. El tipo era ideal.
Una noche que decidió quedarse vigilando,
Nicky notó que llevaba casi un mes con el mismo caso y ya había dejado de ser
interesante. Sin embargo, los otros encargos que le aparecían siempre eran de
lo mismo. La gente vivía obsesionada con que la traicionaran y ella estaba
segura que tanto pensar que les estaban poniendo los cuernos hacía que en
efecto eso pasara así no hubiese ni las más mínima razón para ello. Investigar
y casi desdoblarse para estar en todas partes ya ni valían la pena. Podía
afirmar que era un positivo desde el primer momento.
De repente, salió de su ensimismamiento. La
luz de la habitación del hombre se encendió hacia las dos y media de la
madrugada, cuando el frío presionaba por todos lados y el silencio era casi
total. El tipo fue directamente al portátil que tenía en la sala y se sentó
frente a él un buen rato. Nicky asumió que se trataba de pornografía. Con un
truco que le había enseñado una amiga que era hacker, intervino la señal de
internet y pudo ver en su tableta todo lo que el tipo veía en su pantalla, pero
no eran ni mujeres ni hombres desnudos.
Eran números. Listas y listas de números y
nombres por todos lados. La lista debía contener más de quinientos números
asignados a personas. El tipo abría y cerraba el archivo y luego consultaba
otras informaciones que no tenían nada que ver. Pero siempre volvía al tablero
de número y nombres. Antes de que el tipo cerrara su portátil para volver a la
cama, Nicky se dio cuenta de que los números eran códigos de cuentas bancarias
y los nombres al lado debían ser de los dueños de cada cuenta. Lo raro era que
el tipo no trabajaba en un banco sino en una compañía de seguros.
Con una captura de pantalla que había tomado,
investigó en casa los números de cuenta y otros datos numéricos que había en
otras casillas. Después de una exhaustiva revisión, pudo determinar que no eran
cuentas bancarias sino número del seguro social. Y sus cuentas no cuadraban.
Alguien les estaba robando a esas personas y Nicky estaba segura de que no era
el hombre del gimnasio. Alguien más lo estaba haciendo y él solo estaba
preocupado. Por fin uno de sus casos se había puesto interesante.