Mis pies estaban muy mal, estaban abiertos
en ciertas partes y muy sucios después de haber caminado descalzo por tanto
tiempo. Me tuve que detener en un pequeño claro del bosque por donde pasaba un
arroyo completamente transparente, que apenas hacía ruido bajando hacia las
zonas más planas de la región, aquellos lugares que yo estaba tratando de
evitar. Metí los pies en el agua y sentí un punzón horrible cuando lo hice, fue
como si miles de pequeños cuchillos se insertaran en las plantas de mis pies y
lentamente se fueran hundiendo en la carne, haciendo que viera el infierno de
muy cerca.
El dolor era normal después de tanto tiempo.
No tenía ni idea cuánto había pasado desde que había entrado al bosque. Me había
estado ocultando allí durante mucho tiempo, caminando por todas partes,
recorriendo kilómetros de bosque y zonas que parecían imposibles de explorar
por parte de los seres humanos. El resultado había sido una disminución de la
masa corporal, una dieta algo restringida y la destrucción de sus pies y sus
manos. Su piel estaba seca, pero se mantenía moviéndose por el bosque
lentamente, por eso el agua se sentía así, tan agresiva y dolorosa cuando en verdad
era algo suave y calmo.
Después de un rato, el dolor pasó y pudo
sentir algo de lo que hubiese sentido si sus pies no estuviesen destrozados.
Algunas lagrimas rodaron por sus mejillas, pero no les puso atención. Solo se
limpió y se miró los pies entre el agua. Pero en verdad no estaba mirando sus
pies, sino que estaba recordando mejores ocasiones en las que había estado en o
cerca del agua. Como cuando era niño y chapoteaba en alguna plaza, jugando en
la arena con baldes y rastrillos de plástico. No sabía dónde había sido eso o
cuando, pero estaba claro que no era algo que su cerebro se había inventado.
Estaba seguro de que se trataba de verdaderos recuerdos.
El fondo del arroyo estaba cubierto de musgo,
lo que lo hacía un terreno poco agradable para caminar. Pero yo me puse de pie
y caminé río arriba, con mi pequeña mochila a un lado y mis pantalones subidos
hasta las rodillas. Los mojé un poco pero eso no me importó. La idea era
alcanzar un terreno más alto y encontrar algún sitio apropiado para dormir en
la noche. Por raro que pudiese parecer, las rocas grandes eran siempre un lugar
fresco y extrañamente cómodo para descansar, si es que lograba encontrar una. Y
los ríos eran siempre buenos lugares para encontrar rocas y cosas parecidas.
En
otros momentos había intentado dormir sobre el suelo del bosque y también
apoyado en troncos o subido en árboles y la verdad era que nunca había podido
dormir demasiado en ninguno de ellos. Y ese era uno de sus más grandes problemas:
la falta de sueño podía hacer que todo un día fuese un infierno y si se le
sumaba a la falta de comida, podía convertirse en toda una pesadilla sin fin a
la vista, cosa que nadie quería que ocurriera.
Así
que caminé hasta que lo único que encontré fue frío y piedras pequeñas que
nunca me servirían para dormir. Pero gracias a la naturaleza, una gran cantidad
de musgo había crecido a un lado y al otro del arroyo y algunas partes se
extendía como un colchón muy suave. Era algo que no había intentado y, a pesar
de lo húmedo, valía la pena probar al menos una vez. Así que dejé mi mochila
allí y, sin sacar los pies del agua, miré a mi alrededor. Lo que faltaba era
encontrar algo que comer y por allí no parecía haber mucho más que piñas duras
de los pinos y una que otra fruta podrida que los animales no habían consumido.
Lo
mejor sería subir más, y encontrar algunos arbustos con frutos del bosque o
algo por el estilo. De la mochila saqué una bolsa de plástico, de esas con
cierre, y empecé a caminar, eventualmente dejando de pisar el fondo del arroyo.
Pisar la tierra seca del bosque no era muy agradable, pero ya me había acostumbrado
así que no lo pensé demasiado. Caminé y caminé hasta encontrar los arbustos que
sabía que debían existir a esas alturas. Sin dudarlo, empecé a tomar frutas y a
ponerlas en mi bolsita de plástico. Las olí antes, claro y pude comprobar que
no eran venenosas. Comía un poco y echaba otras en la bolsa.
Así
estuve un buen rato hasta que oí ese horrible sonido, que hizo que la tierra
misma temblara y que tuviese que echarme al suelo por temor a perder lo poco
que me quedaba en la vida. El sonido pareció más como una ola que recorre todo, haciéndose sentir con fuerza. Yo pude resistirla estando en el suelo, pero
algunos de los arbustos de los que había recogido fruta fueron arrancados de raíz
de la tierra y lo mismo ocurrió con muchos árboles, que caían haciendo un ruido
que no creo poder olvidar jamás. Cuando todo pasó, noté también un olor en el
ambiente que no era difícil de distinguir. Era humo, espeso e invasivo.
Como
mi vista había sido despejada por la caída de los árboles, pude ver sin problema
de dónde había venido la ola de ruido. A mucho kilómetros, se había una gran
cantidad de humo que subía con rapidez hacia lo más alto del cielo. Era humo
negro y marrón, que parecía crecer como espuma. No se detenía y lo hacía casi
sin ruido. Pude ver que el estallido se había originado en las planicies que yo
tanto evitaba y que los pocos árboles que allí habían ya no estaban. Si mi bosque
había sido destruido, pues a la planicie no lo había ido nada mejor. Todo había
sido arrasado por completo, ya no había nada.
La
vista era extrañamente atractiva y tengo que confesar que me quedé viéndolo todo por un largo rato. La nube seguía creciendo y yo esperaba que, de algún
lado, me cayera la explicación de todo lo que había ocurrido. Pero no, nada venía
y estaba claro que tendría que acercarme mucho más para entender qué era lo que
había ocurrido. Me di la vuelta por fin, tomé mi bolsita de frutos del bosque
del suelo, y volví a mi cama de musgo junto al arroyo.
Para
el atardecer, ya había consumido la mitad de la bolsa de frutas. El plan era ir
allí a la mañana siguiente para recoger más y luego continuar hacia otro lugar.
No podía quedarme en el mismo sitio mucho tiempo, pero estaba seguro que
recordaría el lugar para próximas ocasiones. Me eché en el suelo de musgo
cuando estuvo oscuro y miré hacia arriba, hacia las estrellas. Estaba claro que
la explosión había tenido sus efectos, pues el cielo parecía ocultarse detrás
de una capa de tierra. Pero pude reconocer las estrellas con facilidad, incluso
detrás de toda esa basura. Fue entonces que pensé aún más en la explosión y en
ellos.
Los
otros seres humanos, estaba claro, todavía tenían muchos ases bajo sus mangas.
Era apenas obvio que poseían armas pero jamás se me hubiera ocurrido que tendrían
la capacidad para algo de ese tamaño y de ese poder. Me había ido de su lado
hacia mucho porque no podía soportar más esas ideas estúpidas que tenían de
conquistarlo todo, a pesar de que ya no había mucho que conquistar ni porque
pelear. Pero casi todos estaban de acuerdo con ese proceder y yo simplemente
opté por salir de ese maldito mundo de los seres humanos donde todo es siempre
una lucha constante y nunca hay un solo momento de calma.
Mirando a las estrellas, estoy seguro que jamás
entenderán lo que significa mirar hacia arriba por un solo momento. Solo
quieren tener más y más y más y yo no necesito nada. Es cierto que tengo el
cuerpo destrozado por el esfuerzo, pero prefiero estar así a tener la mente
llena de estupideces que no sirven para nada. Yo nunca tuve intenciones de
lastimar a nada ni a nadie ni nunca las tendré. No tengo las horribles
ambiciones que los consumen a ellos y por eso decidí salir corriendo de allí,
antes de que ellos tomaran medidas por su propia cuenta, como yo sabía muy bien
que iban a hacer. Eran predecibles.
Me
fui con las pocas cosas que me pertenecían en mi pequeña mochila y me perdí
para siempre en el bosque, uno de los lugares a los que ellos jamás irían.
Estaban demasiado ocupados pensando en grandes ciudades y en todas las riquezas
que podían obtener de una cosa o de otra. Además, yo no tenía familia de ningún
tipo y todos mis presuntos amigos habían ido a dar al bando contrario, creyendo
que era la única manera en la que podrían salvar a sus familias de morir de hambre
en pocos meses. Tal vez tenían razón, la verdad no lo sé. Pero yo no quería
seguir esos pasos de muerto en vida y por eso decidí irme sin decir nada.
Mi
vida ahora está en el bosque y mi muerte también. No tengo porqué tener miedo
de nada aquí adentro, pues nada tiene tanta maldad como un ser humano. Y lo
digo siendo uno. Con esa explosión y ese hongo de humo negro y marrón subiendo
cada vez más, me di cuenta de que mi elección fue la correcta y de que no hay
nada que temer pues cualquier destino es mejor que el de la sangre y el odio.
Estoy en paz, a pesar del dolor que pueda seguir sintiendo.