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viernes, 22 de febrero de 2019

No más


   Mis pies estaban muy mal, estaban abiertos en ciertas partes y muy sucios después de haber caminado descalzo por tanto tiempo. Me tuve que detener en un pequeño claro del bosque por donde pasaba un arroyo completamente transparente, que apenas hacía ruido bajando hacia las zonas más planas de la región, aquellos lugares que yo estaba tratando de evitar. Metí los pies en el agua y sentí un punzón horrible cuando lo hice, fue como si miles de pequeños cuchillos se insertaran en las plantas de mis pies y lentamente se fueran hundiendo en la carne, haciendo que viera el infierno de muy cerca.

 El dolor era normal después de tanto tiempo. No tenía ni idea cuánto había pasado desde que había entrado al bosque. Me había estado ocultando allí durante mucho tiempo, caminando por todas partes, recorriendo kilómetros de bosque y zonas que parecían imposibles de explorar por parte de los seres humanos. El resultado había sido una disminución de la masa corporal, una dieta algo restringida y la destrucción de sus pies y sus manos. Su piel estaba seca, pero se mantenía moviéndose por el bosque lentamente, por eso el agua se sentía así, tan agresiva y dolorosa cuando en verdad era algo suave y calmo.

 Después de un rato, el dolor pasó y pudo sentir algo de lo que hubiese sentido si sus pies no estuviesen destrozados. Algunas lagrimas rodaron por sus mejillas, pero no les puso atención. Solo se limpió y se miró los pies entre el agua. Pero en verdad no estaba mirando sus pies, sino que estaba recordando mejores ocasiones en las que había estado en o cerca del agua. Como cuando era niño y chapoteaba en alguna plaza, jugando en la arena con baldes y rastrillos de plástico. No sabía dónde había sido eso o cuando, pero estaba claro que no era algo que su cerebro se había inventado. Estaba seguro de que se trataba de verdaderos recuerdos.

El fondo del arroyo estaba cubierto de musgo, lo que lo hacía un terreno poco agradable para caminar. Pero yo me puse de pie y caminé río arriba, con mi pequeña mochila a un lado y mis pantalones subidos hasta las rodillas. Los mojé un poco pero eso no me importó. La idea era alcanzar un terreno más alto y encontrar algún sitio apropiado para dormir en la noche. Por raro que pudiese parecer, las rocas grandes eran siempre un lugar fresco y extrañamente cómodo para descansar, si es que lograba encontrar una. Y los ríos eran siempre buenos lugares para encontrar rocas y cosas parecidas.

 En otros momentos había intentado dormir sobre el suelo del bosque y también apoyado en troncos o subido en árboles y la verdad era que nunca había podido dormir demasiado en ninguno de ellos. Y ese era uno de sus más grandes problemas: la falta de sueño podía hacer que todo un día fuese un infierno y si se le sumaba a la falta de comida, podía convertirse en toda una pesadilla sin fin a la vista, cosa que nadie quería que ocurriera.

 Así que caminé hasta que lo único que encontré fue frío y piedras pequeñas que nunca me servirían para dormir. Pero gracias a la naturaleza, una gran cantidad de musgo había crecido a un lado y al otro del arroyo y algunas partes se extendía como un colchón muy suave. Era algo que no había intentado y, a pesar de lo húmedo, valía la pena probar al menos una vez. Así que dejé mi mochila allí y, sin sacar los pies del agua, miré a mi alrededor. Lo que faltaba era encontrar algo que comer y por allí no parecía haber mucho más que piñas duras de los pinos y una que otra fruta podrida que los animales no habían consumido.

 Lo mejor sería subir más, y encontrar algunos arbustos con frutos del bosque o algo por el estilo. De la mochila saqué una bolsa de plástico, de esas con cierre, y empecé a caminar, eventualmente dejando de pisar el fondo del arroyo. Pisar la tierra seca del bosque no era muy agradable, pero ya me había acostumbrado así que no lo pensé demasiado. Caminé y caminé hasta encontrar los arbustos que sabía que debían existir a esas alturas. Sin dudarlo, empecé a tomar frutas y a ponerlas en mi bolsita de plástico. Las olí antes, claro y pude comprobar que no eran venenosas. Comía un poco y echaba otras en la bolsa.

 Así estuve un buen rato hasta que oí ese horrible sonido, que hizo que la tierra misma temblara y que tuviese que echarme al suelo por temor a perder lo poco que me quedaba en la vida. El sonido pareció más como una ola que recorre todo, haciéndose sentir con fuerza. Yo pude resistirla estando en el suelo, pero algunos de los arbustos de los que había recogido fruta fueron arrancados de raíz de la tierra y lo mismo ocurrió con muchos árboles, que caían haciendo un ruido que no creo poder olvidar jamás. Cuando todo pasó, noté también un olor en el ambiente que no era difícil de distinguir. Era humo, espeso e invasivo.

 Como mi vista había sido despejada por la caída de los árboles, pude ver sin problema de dónde había venido la ola de ruido. A mucho kilómetros, se había una gran cantidad de humo que subía con rapidez hacia lo más alto del cielo. Era humo negro y marrón, que parecía crecer como espuma. No se detenía y lo hacía casi sin ruido. Pude ver que el estallido se había originado en las planicies que yo tanto evitaba y que los pocos árboles que allí habían ya no estaban. Si mi bosque había sido destruido, pues a la planicie no lo había ido nada mejor. Todo había sido arrasado por completo, ya no había nada.

 La vista era extrañamente atractiva y tengo que confesar que me quedé viéndolo todo por un largo rato. La nube seguía creciendo y yo esperaba que, de algún lado, me cayera la explicación de todo lo que había ocurrido. Pero no, nada venía y estaba claro que tendría que acercarme mucho más para entender qué era lo que había ocurrido. Me di la vuelta por fin, tomé mi bolsita de frutos del bosque del suelo, y volví a mi cama de musgo junto al arroyo.

 Para el atardecer, ya había consumido la mitad de la bolsa de frutas. El plan era ir allí a la mañana siguiente para recoger más y luego continuar hacia otro lugar. No podía quedarme en el mismo sitio mucho tiempo, pero estaba seguro que recordaría el lugar para próximas ocasiones. Me eché en el suelo de musgo cuando estuvo oscuro y miré hacia arriba, hacia las estrellas. Estaba claro que la explosión había tenido sus efectos, pues el cielo parecía ocultarse detrás de una capa de tierra. Pero pude reconocer las estrellas con facilidad, incluso detrás de toda esa basura. Fue entonces que pensé aún más en la explosión y en ellos.

 Los otros seres humanos, estaba claro, todavía tenían muchos ases bajo sus mangas. Era apenas obvio que poseían armas pero jamás se me hubiera ocurrido que tendrían la capacidad para algo de ese tamaño y de ese poder. Me había ido de su lado hacia mucho porque no podía soportar más esas ideas estúpidas que tenían de conquistarlo todo, a pesar de que ya no había mucho que conquistar ni porque pelear. Pero casi todos estaban de acuerdo con ese proceder y yo simplemente opté por salir de ese maldito mundo de los seres humanos donde todo es siempre una lucha constante y nunca hay un solo momento de calma.

 Mirando a las estrellas, estoy seguro que jamás entenderán lo que significa mirar hacia arriba por un solo momento. Solo quieren tener más y más y más y yo no necesito nada. Es cierto que tengo el cuerpo destrozado por el esfuerzo, pero prefiero estar así a tener la mente llena de estupideces que no sirven para nada. Yo nunca tuve intenciones de lastimar a nada ni a nadie ni nunca las tendré. No tengo las horribles ambiciones que los consumen a ellos y por eso decidí salir corriendo de allí, antes de que ellos tomaran medidas por su propia cuenta, como yo sabía muy bien que iban a hacer. Eran predecibles.

 Me fui con las pocas cosas que me pertenecían en mi pequeña mochila y me perdí para siempre en el bosque, uno de los lugares a los que ellos jamás irían. Estaban demasiado ocupados pensando en grandes ciudades y en todas las riquezas que podían obtener de una cosa o de otra. Además, yo no tenía familia de ningún tipo y todos mis presuntos amigos habían ido a dar al bando contrario, creyendo que era la única manera en la que podrían salvar a sus familias de morir de hambre en pocos meses. Tal vez tenían razón, la verdad no lo sé. Pero yo no quería seguir esos pasos de muerto en vida y por eso decidí irme sin decir nada.

 Mi vida ahora está en el bosque y mi muerte también. No tengo porqué tener miedo de nada aquí adentro, pues nada tiene tanta maldad como un ser humano. Y lo digo siendo uno. Con esa explosión y ese hongo de humo negro y marrón subiendo cada vez más, me di cuenta de que mi elección fue la correcta y de que no hay nada que temer pues cualquier destino es mejor que el de la sangre y el odio. Estoy en paz, a pesar del dolor que pueda seguir sintiendo.

lunes, 12 de noviembre de 2018

Esto no es fácil


   No es fácil. La gente creo que es muy sencillo mantenerse siempre en el mismo lugar, hacer lo mismo todos los días, tener una rutina clara y estructurada. Incluso, hay muchos que creen que es lo que hacen los locos, aquellos que necesitan enfocarse en algo especifico para evitar matar gente o cosas así. No sé que tenga de cierto eso pero estoy seguro, sin duda alguna, que no se trata de algo simple ni de algo que todo el mundo pueda hacer. La mayoría enloquecería en poco tiempo.

 Además, parte de esta rutina se trata de escribir y es una de esas cosas que ya a nadie le importan. Sí, puede que haya algunos que crean que es algo fantástico y apasionante, pero a la gran mayoría no le podría importar menos. Están ocupados con las estrellas del momento y con sus problemas personales. Están ocupados creyendo que sus problemas son unos y no lo otros. Se engañan a si mismos y eso no es fácil de hacer. Consume energía y por eso no tienen nada de interés por lo que de verdad hagan los demás.

 Tal vez se trate de atención, puede que eso sea. Escribir implica dejar un poco de uno mismo en la hoja o en el portátil, y eso es lo que se trata de hacer todas las veces pero, sin duda, se está fallando más de la cuenta. No es que nadie haga la cuenta de verdad, nadie además del escritor, pero siempre afecta cuando algo que haces simplemente ya no funciona de la misma manera. Puede que todo haya cambiando o que la gente se aburra fácil, no es muy sencillo de esclarecer. Pero cuando se empiezan a ir, se nota.

 ¿Qué hay de malo en querer un poco de atención? Con tantas personas en el mundo, no parece ser demasiado para pedir. Sin embargo, el tiempo es cada vez más precioso y la gente cada vez lo usa peor. Sí, está claro que muchos hacen cosas muy buenas por el mundo, ayudando gente y llevando problemas a la luz para que otros ayuden. Pero en la mayoría de los casos, la gente se miente a si misma. Sea porque los problemas están más allá de un solución simple o porque ni siquiera son los verdaderos problemas.

 Es fácil ponerle atención a otra persona, hacerla sentir que vale la pena. Se trata solo de ponerle atención por un momento y decirle unas palabras de vuelta. Es sencillo, no cuesta dinero y solo requiere de un mínimo de energía. Parece ser simple… Y no lo es. Porque no todo el mundo quiere conocer a todos los seres humanos que residen en él. Muchos, desde antes de saber nada, simplemente piensan que muchas personas no valen la pena porque no tienen sus mismos gustos o porque no comparten diversas características sociales, como si eso dijera algo de nada.

 Y sin embargo, aquí estamos, con cada vez menos lectores, con cada vez menos público, tratando de entender lo que está pasando. No es una pregunta fácil de hacer, por la vergüenza, pero al parecer tampoco es fácil de responder, puesto que nadie se atreve a decir nada. Los únicos que responden son aquellos que no tienen nada que ver y que dan a conocer su opinión aún cuando jamás se han molestado en de verdad saber de qué se trata el problema. Es francamente el colmo pero así es la gente, no hay nada qué hacer.

 Obviamente, nadie debería cambiar por lo que dicen aquellos que solo muestran su cara una vez cada año bisiesto. Ellos simplemente no valen la pena, porque lo único que quieren es sentirse un peldaño más arriba que los demás y, aunque tal vez no sea su primer objetivo, causan daño con sus palabras mal elegidas. No entienden nada y eso es lo que duele más, porque los únicos que fingen querer saber en verdad solo buscan es que le pongan atención a ellos. Un ciclo interminable, que cansa.

La única solución a esta situación es simplemente seguir adelante, como si no pasara nada. O mejor dicho, como si pasara algo pero seguimos adelante porque no sabemos que cambios hacer. Tal vez nadie quiere que insistas, tal vez nadie quiere que sigas con lo mismo y todos estarían más contentos con que dejaras de abrir la boca para decir lo que piensas. Tal vez tu voz, tus palabras, tu manera de escribir, vuelve a la gente loca y la cansa cada vez más, y se refugian en el silencio tratando de ser amables.

 Tal vez uno mismo es el problema y cuando eso pasa, todo es aún más complicado. Al fin y al cabo, no puedes dejar de ser tú mismo, porque si lo hicieras serías otro y ese otro tendría que ocupar un puesto diferente al tuyo en el gran marco de las cosas. Todo tendría que ser reordenado y el cambio tendría que ser total, sin excepciones. El antiguo ser debería de extinguirse para darle paso a otro que sea aceptado por la sociedad. A uno al que no lo callen ni le den silencios, sino que lo inviten a hacer ruido en grupo.

 Son esos grupos los que son mortales para muchos de nosotros, que nos hieren por el costado y nos dejan desangrando, esperando una muerte que parece jamás venir. Son esos los grupos que nos intimidan y nos reducen a un manojo de nervios y de dudas, dudas que solo tenemos en esos momentos, que aparecen de la nada y nos hacen pensar que siempre estuvieron allí, cuando en verdad han sido implantadas por esa noción que nos dice que tenemos que ser de una manera determinada o sino pagaremos caro a lo largo de la vida. Y es terrible porque sí es así y no lo queremos cambiar.

 Como seres humanos, estamos cómodos con que unos, los que creemos en la mayoría, se queden ahí para siempre. Nada nunca fue diferente antes y no se nos ocurre que lo pueda ser jamás porque siempre todo ha sido lo mismo. No logramos ver que las cosas no son así, que los cambios pueden ocurrir, que se puede tener interés sin tener que estar amarrado a la presión de la mayoría, a la de los grupos que buscan hacernos sentir que si estamos solos somos menos no solo en número sino en significancia.

 Y todo vuelve, otra vez, al asunto de estas malditas lecturas, de estos cuentos sin fin que no quieren decir nada y que, al fin y al cabo, son el producto de una mente que solo quiere estar ocupada y sentirse un poquito libre, tal vez incluso un poco entendida por un mundo que solo ignora. Tal vez sea pedirles demasiado y las cosas jamás puedan ser de otra manera, pero hay que creer en algo diferente, así nunca llegue a ocurrir.

 Hay que hacerlo porque o sino no hay razones para seguir adelante, y cuando dejan de haber caminos, es cuando tomamos las decisiones más serias que un ser humano pudiera tomar. Son esas decisiones que son personales, que los grupos y la mentalidad comunitaria jamás podrían entender.  Pero llegamos hasta ellas porque el tiempo y las personas nos van empujando, un poquito todos los días, hasta que nos damos cuenta de que estamos al borde y ya es muy tarde para ser salvados.

 Pero no estamos allí, todavía no. No sabremos cuánto falta hasta que estemos muy cerca, pero no creo que sea pronto. Tengo que pensar que las cosas van a ser mejores, que de pronto la gente se va a interesar y que van a encontrar en los escritos algo que ellos hayan pensando antes y que nunca pudieron o quisieron poner en escrito o delante del mundo en cualquier manera. Es lo único que se puede hacer en un mundo como el nuestro, que casi siempre es frío y desolador, que no parece ser humano.

 En este final, solo busco pedirles a ustedes que tomen en consideración todas estas palabras antes de simplemente dejar de lado algo, porque ese algo lleva un ser humano detrás, al que también están dejando de lado y puede que eso tanga más consecuencias de las que se podrían jamás imaginar.

 No se trata de culpar a nadie o de chantajear a las personas para que hagan lo que uno quiere que hagan. Se trata solamente de llamar la atención a algo que parece ser ignorado todos los días, a algo que no toma tiempo y que es fácil de entender, si hay la voluntad para de verdad entender a los demás.

viernes, 11 de diciembre de 2015

No hay más

   Mientras alucinaba en mi cuarto, podía oír los sonidos del exterior, que se mezclaban con aquellos que venían de mi mente. Además estaban esos puntos brillantes y manchas de colores que podía ver incluso en un cuarto cerrado y oscuro como el mío. Los puntos de luz eran como pequeñas explosiones que estallaban cerca de mi cara y que me hacían pensar en fuegos artificiales mal ejecutados. Todos parecían brillar con más intensidad entre más cerca estaban de mi. Y las manchas podían ser de diversas formas: circulares, alargadas, pequeños palitos distribuidos uniformemente por el espacio, con colores surrealistas, invadiendo todo mi campo de visión.

 Por eso prefería dormir, hubiera preferido nunca despertar más y dejar de sentir lo que sentía y de ver esos malditos puntos y esos brillos que tanto odio. Pedí la muerte infinidad de veces, sobre todo cuando me despertaba con ganas de vomitar y de salir corriendo, así no hubiera manera de salir. Solo había una pequeña ventana que me ayudaba a saber si era de noche o de día, eso era todo. Esa maldita ventana fue la tortura más grande de todas puesto que yo hubiese preferido no volver a saber nada del mundo exterior, de la gente o de los sonidos que, afortunadamente, no se colaban por esa ventana.

 La comida no estaba mal, de hecho era muy buena, pero sufría cada vez que recibía el plato por la rendija de la puerta. Sabía que fuera lo que fuera, me iba a causar un gran malestar que no podría calmar en días. Y tener el retrete a centímetros de la cama no ayudaba en nada. Era un desastre y por eso quería que todo terminase, que no hubiese más comida para mi, ni más ventana  ni más nada. Quería morir sentado en ese retrete o en mi cama o, lo mejor, durmiendo y soñando alguna de esas horribles pesadillas que todavía tenían la capacidad de hacerme despertar sudando.

 No recuerdo cuanto tiempo estuve en esa celda, en esa habitación. Solo recuerdo los sonidos de gente arrastrando los pies en vez de caminar con propiedad, de cubiertos metálicos chocando contra el piso de cemento, de voces lejanas y risas que parecían mal ubicadas en semejante lugar. Esos eran los sonidos de la realidad. Luego estaban los de las pesadillas, que me torturaban todos los días. Eran gritos y quejidos, chillidos y berridos de los más horribles e inquietantes. Mi mente era un cementerio.

 Lo bueno, lo único creo en todo el asunto, era que mi vida no cambió en lo que parecieron ser años. No veía gente y eso me alegraba porque tenía suficiente con las personas que veía en mi cabeza, los que se presentaban en las noches más oscuras para torturarme y recordarme quién era, como si fuera un juego sórdido y retorcido el evitar que se me olvidaran todos esos rostros que alguna vez yo había apreciado sin duda. Me torturaban y creo que eso hacía parte de lo bueno.

 No quiero recordar el maldito día en que volví a ver la luz. Yo confiaba, y quería, que la última luz en mi vida fuera la de la luna que a veces, muy pocas, entraba por la pequeña ventana de mi habitación. Nunca había deseado más. Pero ese deseo no me fue concedido.

 Un día las puertas de todas las celdas se abrieron y todos fuimos libres de irnos. Por lo que oí, mientras me tapaba con mis cobijas, no había guardias ni nadie que evitara que la gente se fuera. Yo me quedé en mi cama y me rehusé a dejar mi pequeña celda, mi pequeño espacio en el mundo. Me quedé allí de espalda a la puerta abierta y creo que lo hice un por un tiempo largo. Pude resistir salir.

 De nuevo, veía algo positivo en que las puertas se hubiesen abierto: ya no había más ruido que el de su mente en el lugar. Esa prisión, o lo que fuese, estaba ya desierta. A diferencia de él, el resto de inquilinos había tenido todas las intenciones de salir corriendo apenas pudieran y eso habían hecho. Disfruté de ese silencio y pude dormir mejor algunas noches más, hasta que las pesadillas parecieron volver de sus vacaciones. Se ponían cada vez peores, más agresivas y violentas y yo me despertaba gimiendo y gritando como un cerdo al que van a matar.

 En una de esas fue que noté como el agua que salía del pequeño lavamanos se había reducido hasta ser un hilillo insignificante. Al día siguiente, ya no salía nada. Si no había agua allí, iba a morir. Y creo que esa fue la primera vez en mucho tiempo que sonreí, Por fin se me había proporcionado una manera de morir dignamente, de irme de este maldito mundo sin mayores complicaciones, sin pensar en nada más sino en mi. Agradecía tanto que temí volverme religioso antes de morir.

 Los días pasaron y el efecto de la sequía se tardó en entrar en mi cuerpo pero cuando entró trajo consigo más dolor y alucinaciones. Más imágenes mentirosas y sonidos que no estaban allí. El delirio era tal que no sabía, por momentos, si estaba despierto o dormido o si todos los dolores que sentía por todo el cuerpo eran uno solo o varios o si no estaban del todo allí, como yo que cada vez me alejaba más de la realidad, más no de la vida.

 En uno de esos delirios vi unos ángeles hermosos, con cara de venir de una estrella lejana. Me cargaron gentilmente y sentí calor y frío mientras pasaba de un lugar a otro. Flotaba entre ellos y me sentía volando como uno de esos pájaros que no había visto en años. Me sentí sonreír y supe en ese momento que por fin la muerte había venido y este era ese último paseo antes de terminar con todo. Le agradecí que no me llevara de paseo por mi vida sino que me diera una vuelta por los cielos y la paz.

 No se imaginan mi decepción cuando desperté, cuando abrí los ojos. Tenía ojos! Me dio rabia y un sentimiento enorme de culpa y de odio y de todo lo malo que se pueda sentir en un momento así. Empecé a llorar y a gritar y a pelear y golpee gente pero no me importó. Le lancé puños y patadas, gritos e insultos. Le di a un par antes de que me sometieran bajo su fuerza a punta de algo que me hizo dormir de nuevo pero de una forma extraña pues solo recuerdo un sueño en blanco, con una textura extraña.

 Cuando desperté de nuevo estaba amarrado a la cama con lo que parecían cinturones de seguridad. No podían mover ni piernas ni manos y mi primera reacción fue llorar. No solo por la luz que era excesivamente brillante sino porque no había logrado mi cometido. Que tan difícil era morir? Llevaba años intentándolo, una y otra vez pero nada parecía servir. Yo solo quería que el dolor de mi alma y de mi cuerpo se fuera, quería dejar de pensar y de sentir y de ver y de estar. Era eso tan malo, era ese un crimen tan horrible?

 Pareció que mis ángeles, quienes sea que fueran, entendieron que no me gustaba la luz brillante porque dejaron de encenderla y solo mantenían prendida una luz en el suelo, al nivel de los pies. Amarrado como estaba, yo podía apreciar esa luz azulada, que menos mal no tenía poderes sobre mi, ni la capacidad de hacerme saltar de la rabia. Creo que aprendí a querer a esa luz como nunca antes quise a ninguna luz.

 Por fin, un día me habló uno de los ángeles y me decepcioné al ver que era tan solo una mujer. Simple y básica, como toda la humanidad. Quería hacerme preguntas y que la ayudara con no sé que cosas. Yo no dije nada, no respondí. Ella se sentó por varios días al lado de mi cama y me bombardeaba con preguntas varias. Era un fastidio total, sobre todo porque la gran mayoría de esas preguntas no tenía significado alguno para mí.

 A quién le importaba si yo había tenido hijos, o que color me gustaba o si había volado alguna vez en avión? Que tenía que ver de donde eres, cual era mi nombre y si recordaba a mis padres? Era una ridiculez completa y no le puse atención a nada, prefiriendo acomodarme lo mejor posible con mis amarras y tratar de dormir y rezar por una muerte rápida y sin dolor alguno. Creo que a esas alturas ya me la merecía.

 Pero la mujer insistía e insistía hasta que un buen día preguntó algo que me hizo saltar, que me colmó la paciencia.

       -       Cuando lo tomaron como prisionero? Cuanto tiempo estuvo capturado?

 Me quise lanzar contra ella pero no pude. Casi le ladré, le quería arrancar los ojos por hacer semejantes preguntas tan estúpidas. Escupiendo la mayor cantidad de saliva que podía, le contesté que yo jamás había sido prisionero de nadie y que no me importaba cuanto tiempo había estado allí. Lo único que había querido era que me aceptaran como preso. Los presioné para que me encerraran con el resto y pudiese tener una vida tranquila con mis pensamientos. Pero no, no había podido tener eso ni morir en paz.


 La mandé a hacer cosas que creo que ella nunca había escuchado. Entonces sentí una aguja entrar en mi brazo izquierdo. Caí en la cama y, antes de cerrar los ojos, le dije al enfermero: “Que sea mortal”.