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jueves, 26 de febrero de 2015

Perdido y encontrado

   No hay nada como relajarse con el vaivén de las olas y eso lo sabía muy bien Ari Faz. Era un joven consentido, un niño rico que no tenía preocupación alguna en la vida y se la pasaba su juventud de balneario en balneario, de fiesta en fiesta, celebrando cualquier tontería que se le cruzase por la cabeza. Lo que más le gustaba celebrar era su vida, por la que siempre había estado agradecido.

 Sí, Ari era uno de esos niños ricos con más dinero del que se pudiese usar en una vida. Pero a diferencia de lo que muchos pensaban, agradecía a su padre y a su abuela por ello siempre que los veía. Con todos los miembros de su familia era muy especial y siempre se encargaba de organizar las vacaciones de verano, cuando todos los miembros de la familia se reunían para pasar las festividades. Esa era uno de sus más grandes tradiciones y preferían hacerlo en verano porque a fin de año preferían quedarse cerca de sus casas.

 Esta vez, Ari había elegido el hermoso puerto de Positano, relativamente cerca de Nápoles, en el sur de Italia. El lugar era ideal: clima perfecto, relativamente remoto y con todo lo que necesitaría la familia para pasarla bien. No por nada Ari flotaba pacíficamente sobre un colchón inflable, a un lado del yate de la familia. No estaban muy lejos de la costa pero así era mejor. El movimiento a veces era demasiado para la abuela y ella era a quien todos querían complacer.

 En ese momento, ella estaba hablando con la tía de Ari, Ágata. La mujer era detestable, por decir lo menos, y siempre era objeto de las burlas del padre de Ari, su hermano. Ágata siempre había sido demasiado snob, pretenciosa y clasista. Miraba los cercanos botes de pescadores con recelo, mientras que la abuela los miraba con interés y decía que alguna vez, cuando era joven, había conocido a un joven y guapo marinero.

 Pero Ari no escuchó nada de esa historia. No solo porque no estaba en la cubierta cuando la abuela la contó, sino porque un bote de la policía había sacudido su colchón inflable. Resultaba que el comandante local, un hombre delgado, algo amarillo, había decidido que debía presentarse ante la familia, y asegurarse de que todo sobre su estadía estuviera a pedir de boca. Después de todo, no era todos los días que una familia tan conocida y adinerada venía al puerto.

 Ari subió al yate justo cuando la abuela invitaba al comandante y sus acompañantes, dos oficiales, a quedarse para el almuerzo. El hombre se negaba pero era evidente que, al menos en parte, esa había sido su intención. Ari entornó lo ojos ante la escena. Luego se adentró en el bote y buscó donde cambiarse. Ya se había bronceado lo suficiente y no quería parecer uno de esos desesperados por tener la piel de otro color. Entró en una pequeña habitación, sacó la ropa de un closet empotrado en la pared. En el momento que se bajaba el traje de baño, escuchó un grito. Pero no hubo tiempo de reaccionar.

 La verdad es que fue un milagro o algo muy parecido. Eso era lo que pensaba Ari días después, tras despertarse en un hospital, adolorido, pero vivo. Todo era confuso y solo recordaba partes de lo sucedido: después del grito se sintió una fuerte explosión que voló parte de la cubierta del barco. Y entonces todo empezó a llenarse de agua y a hundirse.

 Alguien debía haberlo salvado porque estaba allí en el hospital, en Nápoles. Fue un choque horrible saber que varios miembros de su familia habían muerto en la explosión: su abuela, su padre, su tía y algunos otros. Su madre, afortunadamente, estaba con la hermana de Ari de compras en la ciudad en ese momento. Lo visitaron en el hospital pero era evidente que lo que más las afectaba era la muerte de su padre y no el estado de Ari.

 Días después pudo salir, en muletas. Un avión privado los llevó de vuelta a Londres, donde vivían. Con ellos viajó el cuerpo de su padre y su abuela, que fueron enterrados el día siguiente, en la casa de campo donde desde hacía años vivía la abuela, desde que el abuelo había muerto de cáncer.

 Era una casa grande y siempre había sido algo tenebrosa pero ahora lo parecía más. Estaba vacía, ya solo con los sirvientes necesarios para evitar su caída en el olvido. Pero la abuela era quien se había encargado de todo y ella ya no estaba.

 La responsabilidad de los negocios, por fortuna, recaían en la madre de Ari y luego lo harían en su hermana. Eran ambas mayores y mucho más aptas para encargarse. Su hermana era economista y él… Bueno, Ari no era nada más que un “playboy”. Uno que siempre había puesto a su familia primero pero ahora ya no había nada o eso sentía él. Su padre había sido un motor, un consejero y un amigo incondicional.

 Pero ahora ya no estaba. Ni él ni su abuela, esa gran mujer que había hecho de la familia lo que era. Ari nunca se había dado cuenta que sin ellos, él era aún menos que antes. Cayó en una depresión profunda, aumentada cientos de veces por la terapia física a la que debía de ser sometido. Odiaba las muletas y las estúpidas citas con el fisioterapeuta. Era todo inútil ya que sus piernas simplemente no eran las mismas.

 Además, y puede sonar como una tontería, Ari ya no se sentía físicamente atractivo. Era como si esa energía que tenía adentro se hubiera extinto con la explosión y consigo se hubiera llevado todo lo que hacía de él quien era, por poco que fuese. Pero su madre y hermana lo presionaron para seguir yendo, lo que no fue nada mejor. Simplemente se recluyó y empezó a consumir más alcohol del recomendable. Siempre había una botella cerca para acallar los pensamientos que había en su mente.

 Mucho de esos lo enviaban de vuelta al día de la explosión. La policía les había confirmado que los oficiales que habían abordado el yate no eran ningunos miembros de la fuerza pública. Eran asesinos que habían sacrificado sus propias vidas para extinguir las de otros. Ari era el único que los había visto y tuvo que responder miles de preguntas, más de una vez. Y ahora todo ello le revoloteaba en la cabeza. Lo sumía cada vez más en la oscuridad.

 Eso fue hasta que, durante una noche de especial dolor por su terapia forzada y después de tomar toda una botella de vodka, Ari recordara algo que nunca antes se había planteado. Allí, frente a él, flotaba un diseño, como un logo o un escudo. Lo había visto en el brazo de uno de los oficiales, que llevaba camisa corta en el bote. El diseño parecía un tridente pero estilizado de manera que parecía más una mano de tres dedos.

 Al día siguiente, investigó el significado de ese símbolo. No era que no confiara en la policía pero no quería esperanzarse con alguien que bien podía haber imaginado. O como se explicaba que en todo este tiempo no se hubiera acordado? O es que había reprimido el recuerdo de esa imagen, bloqueando los recuerdos de todo ese horrible día?

 La respuesta la encontró en un registro de los internos de una cárcel italiana. Había muchos mafiosos y narcotraficantes. Aparentemente, una mujer había hecho un documental respecto a la convivencia en esa cárcel, ya que era clasificada como una de las más peligrosas de Europa. Ari buscó el documental y, apenas habían pasado quince minutos, cuando vio el tatuaje en alta definición frente a sus ojos. Lo llevaba un hombre moreno y musculoso.

 La documentalista explicaba que el tridente era un símbolo de poder y era utilizado por una banda de sicarios que se dedicaban a trabajos bien pagados. El hombre moreno estaba allí por matar a un banquero y otro de sus compañeros por violar y asesinar a la esposa de un hombre de la bolsa.

 Ari dejó de ver el documental. Lo hizo porque su estomago estaba revuelto del asco y el dolor. Pero entonces se dio cuenta de algo: los sicarios matan por dinero. Alguien les paga para hacer lo que hacen. Alguien pagó por matar a su familia. Puede que no a todos pero a alguien en ese barco. Y esa persona estaba libre y la policía no estaba haciendo nada.

 Por primera vez, después de varios meses, Ari se sintió con propósito, impulsado por la rabia, el dolor y la sed de venganza. Tenía que encontrar a la persona que había pagado para matar a su familia. La policía había tenido su oportunidad. Ahora él estaba encargado de encontrar al responsable. Y para hacerlo, tenía que recuperarse y usar todos los recursos a su alcance.


 Su madre y su hermana vieron un gran cambio en el mes que siguió y fue aún más asombroso cuando Ari les pidió un puesto en la empresa de su padre. Ellas no sabían que allí, el chica empezaría su búsqueda de justicia.

sábado, 25 de octubre de 2014

Reflexiones de Adela, una joven cansada

Adela se quería dar por vencida. Ya nada tenía sentido y todo la tenía harta.

Hacia un año había salido de la universidad. Hoy por hoy cuando alguien le preguntaba a que se dedicaba, decía que a nada. Otras veces decía que era desempleada y otras veces inventaba largos discursos ridículos que no venían al caso pero que callaban a la gente.

La verdad era que estaba harta. La tal bonanza económica del país parecía no servirle de mucho y ya estaba cansada de enviar hojas de vida (o curriculums, como ustedes prefieran) y ver que nadie parecía interesado.
Había dejado de enviar nada, de buscar, de tratar. Ya no había remedio y pensó que la vida seguramente se encargaría de ella, para bien o para mal.

Obviamente dinero no tenía y aunque siempre había querido vivir sola, apreciaba el poder tener padres que la querían y con los que vivía con comodidades. Había ahorrado algo de las mesadas de cuando era más joven así que cuando salía con sus amigas siempre tenía un poco para gastar pero ese ahorro se terminaría tarde o temprano.

Era irritante, de verdad un fastidio salir a veces con sus amigas. Aunque en muchas ocasiones solo tomaban algo y hablaban del pasado o de temas superficiales, recientemente habían adquirido la costumbre de hablar de sus trabajos, de sus novios e, incluso, de sus hijos. Sí, una ya estaba embarazada y planeaba su boda.

Para Adela el matrimonio no era prioridad y encontraba la idea algo tonta. Por eso soportar interminables conversaciones sobre arreglos florales, vestidos y demás no era su idea de una buena conversación para tener con un café, más bien para un vodka o algo más fuerte.

En cuanto al amor, bueno, ese no existía. Hacía mucho tiempo que no había salido con nadie en una cita y menos aún tener relaciones íntimas con nadie. Había conocido chicos para eso pero después de un tiempo era tremendamente aburrido, se volvía rutinario y seco. Normalmente prefería charlar a tener sexo casual pero lo de charlar tampoco se daba.

No era del tipo de persona que conociera a alguien en la calle. No iba a fiestas y así hubiera ido nunca había nadie de su tipo, alguien de verdad interesante. Para ella todos eran superficiales, hablando tonterías en vez de disfrutar de temas apasionantes, o que al menos lo eran para ella.

Francamente era una vida aburrida pero al menos era una vida. Lo mejor de todos los días era cuando salía a caminar y veía otras caras y a la ciudad latiendo a un ritmo lento y rápido al mismo tiempo. Como usaba sus pies, no la volvían loca las filas de automóviles o no llegar a tiempo a ningún lado porque el tiempo era suyo y lo manejaba a su antojo.

Reflexionaba mucho en esas caminatas. Pensaba en que hacer, en que no hacer, en como la vida podía hacerse camino y como a veces no existían caminos. Muchos dirían: "Haz tu propio camino", pero eso no es fácil para nadie y puede que no sirva de nada.

Arriesgarse, lanzarse... Eran palabras que todo el mundo ondeaba alegremente, más que todo aquellas personas con talento o que no habían hecho mucho para encontrarse en un mundo tan jodido como el nuestro.

Adela no se sentía buena en nada y no sentía placer o pasión por nada. Esa era la verdad. Se sentía vacía pero no era algo que pudiera buscar y adquirir. Cuando no se siente pasión esta no se puede forzar. Y sin pasión, que es la vida sino una repetición de lo mismo que ya ha ocurrido tantas veces?

Le dolía, eso sí, ver parejas en la calle y ver como todos se parecían. No solo en aspecto físico sino en comportamiento. Las mujeres siendo lo que los hombres les dicen que son y los hombres haciendo lo que otros hombres esperan de ellos. Y así por siempre.

Se sentía muchas veces sola, más que todo de noche. Nunca se lo había dicho a nadie, pero imaginaba que a su lado había alguien respirando con ella, sintiendo su calor y compartiendo un pequeño lugar de este planeta. Era fácil imaginarlo...

Pero no fácil conseguirlo. Y muchos dicen que el amor no se busca sino que llega. Que gran mierda. Hoy por hoy el amor es buscar una chica linda, con buenos senos y culo, que sepa hacer algo para que años después pierda su sentido siendo ama de casa. Y cuando llegan los hijos, todo es más difícil, díganlo o no.
O el amor puede ser buscar un chico lindo, de revista, con abdomen y pecho perfectos, sonrisa medicada y que mejor si tiene un bonito auto, un iPhone y algo de dinero por ahí. Nadie los quiere de verdad si a la imaginaria estabilidad que proporcionan.

Y así, todos los días se miente la gente. Ya sea inventando amores inexistentes, siendo felices a la fuerza con cosas que no les gustan o, peor, odian o incluso sin saber quienes son pero actuando frente a los demás porque no hay nada peor que estar perdido.

Adela pensaba en esto todos los días y todos los días llegaba a la misma conclusión: como ser humano, ella solo podía hacer hasta cierto punto. No podía forzar nada ni hacer obras extraordinarias porque la vida no funciona igual para todo el mundo. Odiaba que le aconsejaran porque ella sabía, e incluso ellos sabían, que la vida no es una sino muchas y las maneras en que las cosas pasan son tan variadas que es imposible que un consejo aplicado exactamente igual funcione siempre.

Cuando se acostaba a dormir trataba de despejar su mente e imaginar ese lejano e irreal futuro en el que no tuviera que preocuparse por nada salvo por sostener la mano de alguien que la quisiera por quien era en realidad. No una mujer hecha en un gimnasio o que valiera lo equivalente a lo que tenía en su bolso sino hecha por sí misma. Y lo imaginaba porque si algo necesitamos todos es alguien que nos aprecie por quienes somos en realidad y no por las ilusiones que fabricamos para no sentirnos alienados de una sociedad sin perdón.