No hay nada como relajarse con el vaivén de
las olas y eso lo sabía muy bien Ari Faz. Era un joven consentido, un niño rico
que no tenía preocupación alguna en la vida y se la pasaba su juventud de
balneario en balneario, de fiesta en fiesta, celebrando cualquier tontería que
se le cruzase por la cabeza. Lo que más le gustaba celebrar era su vida, por la
que siempre había estado agradecido.
Sí, Ari era uno de esos niños ricos con más
dinero del que se pudiese usar en una vida. Pero a diferencia de lo que muchos
pensaban, agradecía a su padre y a su abuela por ello siempre que los veía. Con
todos los miembros de su familia era muy especial y siempre se encargaba de
organizar las vacaciones de verano, cuando todos los miembros de la familia se
reunían para pasar las festividades. Esa era uno de sus más grandes tradiciones
y preferían hacerlo en verano porque a fin de año preferían quedarse cerca de
sus casas.
Esta vez, Ari había elegido el hermoso puerto
de Positano, relativamente cerca de Nápoles, en el sur de Italia. El lugar era
ideal: clima perfecto, relativamente remoto y con todo lo que necesitaría la
familia para pasarla bien. No por nada Ari flotaba pacíficamente sobre un
colchón inflable, a un lado del yate de la familia. No estaban muy lejos de la
costa pero así era mejor. El movimiento a veces era demasiado para la abuela y
ella era a quien todos querían complacer.
En ese momento, ella estaba hablando con la
tía de Ari, Ágata. La mujer era detestable, por decir lo menos, y siempre era
objeto de las burlas del padre de Ari, su hermano. Ágata siempre había sido
demasiado snob, pretenciosa y clasista. Miraba los cercanos botes de pescadores
con recelo, mientras que la abuela los miraba con interés y decía que alguna
vez, cuando era joven, había conocido a un joven y guapo marinero.
Pero Ari no escuchó nada de esa historia. No
solo porque no estaba en la cubierta cuando la abuela la contó, sino porque un
bote de la policía había sacudido su colchón inflable. Resultaba que el
comandante local, un hombre delgado, algo amarillo, había decidido que debía
presentarse ante la familia, y asegurarse de que todo sobre su estadía
estuviera a pedir de boca. Después de todo, no era todos los días que una
familia tan conocida y adinerada venía al puerto.
Ari subió al yate justo cuando la abuela
invitaba al comandante y sus acompañantes, dos oficiales, a quedarse para el
almuerzo. El hombre se negaba pero era evidente que, al menos en parte, esa
había sido su intención. Ari entornó lo ojos ante la escena. Luego se adentró
en el bote y buscó donde cambiarse. Ya se había bronceado lo suficiente y no
quería parecer uno de esos desesperados por tener la piel de otro color. Entró
en una pequeña habitación, sacó la ropa de un closet empotrado en la pared. En
el momento que se bajaba el traje de baño, escuchó un grito. Pero no hubo
tiempo de reaccionar.
La verdad es que fue un milagro o algo muy
parecido. Eso era lo que pensaba Ari días después, tras despertarse en un
hospital, adolorido, pero vivo. Todo era confuso y solo recordaba partes de lo
sucedido: después del grito se sintió una fuerte explosión que voló parte de la
cubierta del barco. Y entonces todo empezó a llenarse de agua y a hundirse.
Alguien debía haberlo salvado porque estaba
allí en el hospital, en Nápoles. Fue un choque horrible saber que varios
miembros de su familia habían muerto en la explosión: su abuela, su padre, su
tía y algunos otros. Su madre, afortunadamente, estaba con la hermana de Ari de
compras en la ciudad en ese momento. Lo visitaron en el hospital pero era
evidente que lo que más las afectaba era la muerte de su padre y no el estado
de Ari.
Días después pudo salir, en muletas. Un avión
privado los llevó de vuelta a Londres, donde vivían. Con ellos viajó el cuerpo
de su padre y su abuela, que fueron enterrados el día siguiente, en la casa de
campo donde desde hacía años vivía la abuela, desde que el abuelo había muerto
de cáncer.
Era una casa grande y siempre había sido algo
tenebrosa pero ahora lo parecía más. Estaba vacía, ya solo con los sirvientes
necesarios para evitar su caída en el olvido. Pero la abuela era quien se había
encargado de todo y ella ya no estaba.
La responsabilidad de los negocios, por
fortuna, recaían en la madre de Ari y luego lo harían en su hermana. Eran ambas
mayores y mucho más aptas para encargarse. Su hermana era economista y él…
Bueno, Ari no era nada más que un “playboy”. Uno que siempre había puesto a su
familia primero pero ahora ya no había nada o eso sentía él. Su padre había
sido un motor, un consejero y un amigo incondicional.
Pero ahora ya no estaba. Ni él ni su abuela,
esa gran mujer que había hecho de la familia lo que era. Ari nunca se había
dado cuenta que sin ellos, él era aún menos que antes. Cayó en una depresión
profunda, aumentada cientos de veces por la terapia física a la que debía de
ser sometido. Odiaba las muletas y las estúpidas citas con el fisioterapeuta.
Era todo inútil ya que sus piernas simplemente no eran las mismas.
Además, y puede sonar como una tontería, Ari
ya no se sentía físicamente atractivo. Era como si esa energía que tenía
adentro se hubiera extinto con la explosión y consigo se hubiera llevado todo
lo que hacía de él quien era, por poco que fuese. Pero su madre y hermana lo
presionaron para seguir yendo, lo que no fue nada mejor. Simplemente se recluyó
y empezó a consumir más alcohol del recomendable. Siempre había una botella
cerca para acallar los pensamientos que había en su mente.
Mucho de esos lo enviaban de vuelta al día de
la explosión. La policía les había confirmado que los oficiales que habían
abordado el yate no eran ningunos miembros de la fuerza pública. Eran asesinos
que habían sacrificado sus propias vidas para extinguir las de otros. Ari era
el único que los había visto y tuvo que responder miles de preguntas, más de
una vez. Y ahora todo ello le revoloteaba en la cabeza. Lo sumía cada vez más
en la oscuridad.
Eso fue hasta que, durante una noche de
especial dolor por su terapia forzada y después de tomar toda una botella de
vodka, Ari recordara algo que nunca antes se había planteado. Allí, frente a
él, flotaba un diseño, como un logo o un escudo. Lo había visto en el brazo de
uno de los oficiales, que llevaba camisa corta en el bote. El diseño parecía un
tridente pero estilizado de manera que parecía más una mano de tres dedos.
Al día siguiente, investigó el significado de
ese símbolo. No era que no confiara en la policía pero no quería esperanzarse
con alguien que bien podía haber imaginado. O como se explicaba que en todo
este tiempo no se hubiera acordado? O es que había reprimido el recuerdo de esa
imagen, bloqueando los recuerdos de todo ese horrible día?
La respuesta la encontró en un registro de los
internos de una cárcel italiana. Había muchos mafiosos y narcotraficantes.
Aparentemente, una mujer había hecho un documental respecto a la convivencia en
esa cárcel, ya que era clasificada como una de las más peligrosas de Europa.
Ari buscó el documental y, apenas habían pasado quince minutos, cuando vio el
tatuaje en alta definición frente a sus ojos. Lo llevaba un hombre moreno y
musculoso.
La documentalista explicaba que el tridente
era un símbolo de poder y era utilizado por una banda de sicarios que se
dedicaban a trabajos bien pagados. El hombre moreno estaba allí por matar a un
banquero y otro de sus compañeros por violar y asesinar a la esposa de un
hombre de la bolsa.
Ari dejó de ver el documental. Lo hizo porque
su estomago estaba revuelto del asco y el dolor. Pero entonces se dio cuenta de
algo: los sicarios matan por dinero. Alguien les paga para hacer lo que hacen.
Alguien pagó por matar a su familia. Puede que no a todos pero a alguien en ese
barco. Y esa persona estaba libre y la policía no estaba haciendo nada.
Por primera vez, después de varios meses, Ari
se sintió con propósito, impulsado por la rabia, el dolor y la sed de venganza.
Tenía que encontrar a la persona que había pagado para matar a su familia. La
policía había tenido su oportunidad. Ahora él estaba encargado de encontrar al
responsable. Y para hacerlo, tenía que recuperarse y usar todos los recursos a
su alcance.
Su madre y su hermana vieron un gran cambio en
el mes que siguió y fue aún más asombroso cuando Ari les pidió un puesto en la
empresa de su padre. Ellas no sabían que allí, el chica empezaría su búsqueda
de justicia.