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miércoles, 24 de octubre de 2018

El hombre de mis sueños


   Otra vez lo vi. Estaba en uno de esos callejones largos, de esos que parecen no tener fin. A un lado y al otro había afiches viejos, cayéndose a pedazos al suelo mojado. También algunos grafitis, tanto de aquellos que quieren desligarse de la sociedad como de aquellos que quieren integrarse, que buscan desesperadamente dejar su marca en el mundo para así decir “Aquí estuve”. Pero yo paso corriendo por entre la suciedad, salpicando agua llena de mugre a un lado y al otro. Es entonces que me doy cuenta que estoy descalzo.

¿Qué estoy haciendo? ¿Dónde estoy? No sé responder a ninguna de esas preguntas esenciales. No recuerdo como llegué hasta allí ni porque corro con los pies descubiertos. Solo sé a quién persigue y siento, sé, que él está allí adelante. Tal vez no me espera y tal vez ni siquiera sepa que lo estoy buscando, pero estoy tan cerca de lograrlo que la verdad solo me concentro en mi mismo y en nadie más. Sigo mojando mis pies hasta que por fin llego al final de ese largo corredor mugriento, que resulta ser una sala de estar.

 Cuando volteo a ver, ya no hay rastro del corredor ni de la calle ni del agua mugrienta. Sin embargo, mis pies siguen descalzos, aunque secos. Por un breve momento me quedo mirando mis pies, mis dedos en movimiento. Sé que algo quiere decir pero solo me rio como un tonto y alzo la vista para ver donde estoy ahora. Sí, es una sala de estar con todo y televisor, sofá, una ventana bien iluminada, cuadros varias e incluso fotografías. Cuando me acerco a verlas, caigo en cuenta de que los personajes en ellas son miembros de mi familia.

 Pero esa casa no es una que yo reconozca. Sé que nunca jamás había estado allí pero, al mismo tiempo, siento que la conozco de alguna manera. Es cuando me siento en el sofá por un momento cuando me doy cuenta de dónde conozco el lugar. De nuevo me rio como tonto, pues estoy sentado en el sofá de una familia famosa que nunca conoceré. Mi mente está jugando conmigo de la manera más extraña, a menos que no sea mi mente la que está haciendo todo esto. Tal vez algo más está ocurriendo y no me estoy enterando.

 Un sonido en el cuarto contiguo me alerta de la presencia de alguien más. Algo me dice que es él. Corro hacia allí, viendo como hay platos rotos en el suelo y la puerta del patio está abierta. Cuando salgo por ella, la casa animada desaparece y me encuentro en un lugar más familiar pero alterado dramáticamente. Parece como si una guerra hubiese estallado y no hubiesen quedado sino escombros de los edificios y casa que conocía. Era mi barrio, el de siempre, el que había conocido caminando de un lado al otro, el que había visto desde mi ventana en incontables ocasiones.

 Estaba todo destruido, con montones de piedras humeantes a un lado y al otro. No sabría decirlos a un lado y al otro de qué, puesto que ya no puedo ver calles ni cuadras ni nada por el estilo. Solo veo rocas unas encima de las otras y nada más. Sin embargo, sé que él está ahí. Recuerdo de golpe su sonrisa, que es lo único que me queda de él. Puedo ver su rostro con toda claridad, esbozando esa sonrisa que ha quedado marcada en mi mente. Casi siento que puedo extender una mano y tocarlo pero no es así. El mundo está ahí.

 Camino por lo que se sienten como horas hasta que por fin encuentro una salida de ese lugar tan horrible. Es una tienda, grande, de esas que venden de todo. Está tan sola como el resto de ese mundo pero al menos está de pie. La puerta suena al abrirla, lo que me estremece un poco, pero sigo de todas maneras. Adentro, todo está tal como debería de estar en un día de mucho movimiento. La única diferencia es que el lugar parece estar abandonado. No hay ni un solo cliente ni un solo vendedor.

 Y sin embargo, toda la ropa está perfectamente organizada, todos los colores y las luces vibran con un felicidad extraña y las máquinas funcionan como si nada raro estuviese ocurriendo. Me acerco lentamente a una escalera eléctrica y leo en un panel que la sección de hombres está en el tercer piso. De alguna manera, no me pregunten cual, sé que él está allí. Tal vez esté comprando algo para sí mismo o incluso, temo incluso pensarlo, está adquiriendo algo para mí. Pero lo único cierto es que no estoy seguro de nada.

 Me subo a uno de los escalones y hago lo mismo con los siguientes tramos de escaleras eléctricas. Solo subo y espero que me lleven al siguiente nivel, sin pensar en moverme para nada. Algo me dice que estoy cerca pero también puede ser que me esté imaginando cosas. Más cosas, quiero decir. Cuando llego al tercer piso, atravieso el área con los trajes formales y paso por enfrente de las corbatas y corbatines. Por alguna razón, mis pies desnudos caminan con premura hacia un rincón de la tienda.

 Paso casi volando por entre la ropa deportiva, viendo algo de desorden en esa zona. Me intriga y me dan ganas de detenerme a investigar porqué esa es la única zona desordenada en toda la tienda, pero mis pies no me dejan detenerme. Ellos me llevan y yo no puedo rehusarme. Entramos al sector de la ropa interior y mis pies se detienen frente a un muro lleno de paquetes de diferentes tipos de calzoncillos y pantalones cortos para hombre. Miro mis pies y parecen estar bien. Pero yo no entiendo qué es lo que me quisieron decir. Sé que algo buscaban, lo sé. Pero ciertamente no es evidente.

 Toco la pared, tocando también las cajas de ropa interior, todas con fotos de hombres inconcebibles en las portadas. Trato de no mirarlos pero algo me hace observar sus expresiones. Al comienzo, es como ver a través de una ventana sucia. Pero cuando dejo de empujar y de tocar y me alejo un poco, caigo en cuenta de algo que hace que me tape la boca y diga una grosería en voz baja. El hombre inconcebible en todas las cajas es el mismo y su cara es idéntica, o mejor dicho, es la del hombre que he estado siguiendo todo este tiempo.

 Justo entonces, oigo el sonido de una puerta que se abre ligeramente, a unos pocos metros de donde estoy. Cuando me acerco, veo que da acceso a una escalera interna, como las que se usan para evacuar gente durante un incendio. Sé que tengo que subir lo que sea necesario y allá arriba lo encontraré por fin. Mientras subo los escalones, sin apuro, me pregunto si de verdad lo podré ver y si podré escuchar su voz. Creo que eso sería demasiado pedir pero, como dicen algunos, soñar no cuesta nada. Una mentira pero ayuda.

 Cuando por fin llego al último rellano, abro la puerta que hay allí y salgo directamente al techo del edificio. Pero no parece ser el techo de una tienda por departamentos, en especial porque cuando entré era de día y ahora es de noche. Además, hay varios edificios altos alrededor, todos construidos con una idea arquitectónica bastante definida. Terminan en punta y están adornado por todos lados con figuras de piedra que se ven incluso más aterradoras a la luz de la Luna, que empieza a salir de entre las nubes.

 Camino un poco y entonces lo veo. Es él. Me acerco lentamente y me pongo a su lado. Lo miro y sonrío. Está vestido de forma extraña, con un disfraz completamente negro, completo con capa y máscara. Sé que es él, pero está disfrazado de uno de mis ídolos de la niñez. Parece apropiado y por eso me quedo allí de pie, en silencio, mientras él vigila la ciudad desde lo alto. Siento cierto tensión entre los dos y me gustaría preguntarle si él siente lo mismo, pero no quiero interrumpir lo que hace, pues parece ser importante.

 Pasados unos minutos, el hombre disfrazado voltea la cabeza y me mira. Su sonrisa no está pero sé que es él. Me mira directo a los ojos, como tratando de sondear mi alma a través de ellos, a ver si yo de verdad sí soy yo. Instintivamente, tomo una de sus manos, esperando que me reconozca.

 Y lo hace. Se acerca a mi y me da un beso suave y reconfortante. No dura mucho pero es el abrazo posterior el que sella el momento para mí. Me pongo a llorar sin razón alguna y es entonces cuando el se separa un poco, me acaricia el rostro y luego salta del edificio. Allá va de nuevo. Nos volveremos a ver.

lunes, 20 de junio de 2016

La felicidad no existe

   No creo que la felicidad sea gratis. La verdad que no. Todo el mundo habla hoy en día de cómo las cosas llegan y como todo se supone que tiene un tiempo y no sé que más cosas. Para mí, todo es una mentira. Ese cuento que no han metido en el que siendo uno mismo se logra todo simplemente no es cierto. Esa historia que cuenta que la belleza interior es lo que cuenta, es pura mentira. Todo es falso en este mundo en el que nos hemos esforzado por parece mucho mejores de lo que somos.

 Detestamos mirarnos al espejo y ver un monstruo que nos devuelve la mirada. Nos indignamos con lo que pasa en el mundo y jugamos a que no entendemos, a que todo se sale de nuestra comprensión, que el mundo está loco y nosotros solo somos pobres victimas, vacas que miran el tren pasar sin poder hacer nada para detenerlo. Fingimos interés, incluso al nivel de dar nuestro tiempo y dinero para que los demás vean que en verdad nos preocupan las cosas.

 Para mi todo tiene que ver con la culpa pero también con el hecho de que todos sabemos muy bien de qué somos capaces. Cuando una persona mata a otra, en verdad no nos sorprende que ocurra. Después de miles de años de existencia, la raza humana no puede permitirse el lujo de no comprender un fenómeno tan humano como el homicidio. Pero tenemos que fingir sorpresa y hacernos los que no entendemos nada, porque si aceptamos nuestra parte más oscura, admitiremos que existe, le daremos fuerza.

 O al menos esa es la historia. Yo creo que es al revés, que cuando se reconoce lo que está mal, es cuando se le quita la fuerza o al menos se le puede manipular cuando uno quiera. Si admitiéramos las cosas horribles que hacemos, sería más sencillo acabarlas todas y dejarnos de hipocresías que no le sirven a nadie de nada. Tantas vigilias y tantos pesamos vacíos, que lo único que hacen es distraer, hacer que la gente pierda el hilo de lo que estaba pasando con todo.

 Pero a nadie le molesta. O al menos eso parece. A la gente le da igual que maten dos o cien más pero tienen que mostrarse indignados porque asociamos la falta de sentimientos con las características clásicas de un monstruo. No podemos dejar de pensar que cuando algo no nos afecta hasta el hueso, es que estamos hechos de piedra o, peor, que no somos humanos y no podemos llegar a sentir nada por otros.

 Esa es una exageración estúpida que generaliza lo que somos como seres humanos. Tenemos la obsesión de hacer de todos nosotros un estándar, de querer hacernos todos iguales cuando no lo somos. Nacemos diferentes porque nuestras condiciones lo son. Tratamos de borrar eso para que nadie crea que tenemos ventaja o desventaja, la ilusión de que todo está bien.

 El modo más actual de reflejar eso es a través de nuestros cuerpos. Es lo más visible, lo más fácil de detectar. Es por eso que el ser humano siempre se ha adornado y ha modificado su apariencia: a veces para asustar, otras veces para enamorar y otras para mezclarse con su entorno. Nos arreglamos, nos hacemos, cambiamos para que podamos entrar al canon que se esté usando en el presente. Porque lo que más tememos es salirnos del molde o bueno, eso es lo que temíamos, al parecer.

 En los años recientes ha surgido algo nuevo y es el orgullo por la diferencia. ¿Pero que tan real es? ¿Es de verdad orgullo o es simplemente una más de las tapaderas que usamos para fingir sentimientos que no tenemos, porque tenemos miedo de mostrarnos como somos en realidad? Personalmente me niego a creer que la mayoría de la gente esté tan cómoda consigo misma como parece.

 Todos seguramente responderán que, en efecto, no lo están. Y sin embargo caminan por la vida como si nada, como si a veces el mero acto de caminar no fuese un suplicio. Porque a veces lo es y creo que todos los sabemos. A veces salir al mundo, dejar de estar en los lugares en los que nos sentimos de verdad nosotros mismo, es difícil. Pero la mayoría lo que hace es disfrazarse, ponerse otra piel, más resistente, y caminar por el mundo diciendo que ha cambiado y que ahora todo es distinto.

 Yo no me lo creo. Y no me lo creo porque eso viene de las mismas personas que dicen sentirse felices con como son pero entonces de modifican porque solo así serán aceptados. Para poder avanzar no es necesario entonces aceptarse a uno mismo sino más bien aceptar que hay que hacer cambios que no tienen reversa para que el mundo pueda aceptarnos en sus extraños e hipócritas brazos. Hay pruebas de ello por todos lados.

 Alguien feo, porque la gente fea existe, que de pronto aparece y es perfecto, con un rostro impecable, obviamente intervenido, y un cuerpo envidiable producto de horas y horas en un gimnasio. De pronto vemos a esa persona que antes ignorábamos. No era que no lo viéramos pero decidíamos no hacerlo. Pero cuando hay cambios, es entonces que la gente empieza a cobrar importancia, empieza a ser más notable e interesante.

 Es por eso que ciertas personas con gustos comunes van a un lugar o a otro y es solo para mostrarse, para probar que están cambiando o ya han cambiado, que se han ido amoldando al modelo físico actual que será el mismo ahora y en setenta años.  Puedes aceptarte como eres pero es mejor si eres como todos quieren ser. Esa es la realidad del mundo.

 Solo hay que sacar la cabeza por la ventana y ver el mundo como es y no como uno o como los demás quieren que sea.  Es cierto que queremos que todos los seres humanos estén en paz y tranquilos, que todos nos aceptemos y nos amemos con nuestras diferencias, ignorando los cambios a los que nos hemos sometido y a los que incluso hemos sometido a otros. Lograr esa comunidad de personas felices, de personas que han logrado sus objetivos, es algo que es prioridad en nuestro mundo. De hecho no se trata de felicidad sino de saber amoldarse a la idea actual de ser feliz. Poco importa el sentimiento real.

 Antes mencionábamos el cambio físico pero también pueden haber otros cambios que hagan que la gente sea más o menos notable. Todo lo que tiene que ver con el esfuerzo es algo que hoy se premia. Se dan flores y se alaba a cualquiera que se parta la espalda por lograr algo. Claro que, para que todo sea más efectivo, debe ser una persona que también haya hecho cambios en lo físico y en su manera de ver el mundo.

 Hay muchos que han hecho esfuerzos en este mundo y nadie nunca les ha puesto atención. Eso es porque lo único que habían hecho era esforzarse y, por sí mismo, eso no es nada. Tiene que estar acompañado de un cambio integral y es entonces cuando todo el mundo empieza a erigir monumentos, a declarar que uno y otra son ejemplos para todo el mundo, porque la mentira no se sostiene sin ejemplos.

 Necesitamos a esas personas, a esos que han sido exitosos y que ahora dicen ser felices y lo pueden comprobar porque tienen cosas que nos lo indican. Es feo llamar cosa a la familia, pero eso podría comprobar el éxito. Lo mismo el trabajo, el cuerpo e incluso el discurso. Eso es lo primero que se cambia cuando se empieza uno a dar cuenta que quiere ser uno de esos ejemplos para el resto de la sociedad.

 Yo físicamente tengo demasiadas desventajas para taparlas todas al mismo tiempo. No me alcanzan ni las manos ni el cerebro. Y mi “comunidad”, o como se le de la gana de llamarlo, no recibe con brazos abiertos. Solo lo finge porque sin unión no hay nada y si no hay nada no se pueden lograr los cambios en los que parecemos estar de acuerdo. Sin embargo, el modelo físico está muy presente, claramente delineado.

 En cuanto a lo demás, es difícil porder impresionar o llegar a ser un ejemplo sin haber nunca tenido un día de trabajo, sin haber sentido el amor de una persona (el tipo clásico de amor) y sin sentir de verdad que soy feliz todos los días de mi vida. Yo no siento eso ni soy nada de eso ni creo que nunca lo vaya a poder ser.


 Yo solo vivo, respiro, camino, como, hago y duermo y todo lo demás, que no es mucho. Eso es todo. Y a veces eso es difícil para mi. Y cuando intento cambiar es cuando llega la fría daga de metal y la siento hundirse en mi costado, lentamente. Y me odio a mi mismo… De nuevo.

sábado, 29 de agosto de 2015

Transformación

   La máquina funcionaba a la perfección. Pasando sobre mi cabeza, el pelo caía suavemente sobre el piso, formando un montón bastante grande. No había nada que hacer con ese pelo más que recogerlo todo y tirarlo. Pero vi la falta que hacía cuando me vi en el espejo y noté que la persona que me devolvía la mirada era un desconocido. Y no solo era por el nuevo corte de pelo que consistía en no tener ni un solo cabello, sino en todo lo demás. Mis ojos nunca habían estado tan rojos, me hacían parecer a punto de atacar. Además mi piel tenía un ligero tono amarillo, seguramente producto de esconderme por tanto tiempo. Me afeité al ras también y terminé así con la transformación que había estado buscando desde hacía un tiempo. Esto me haría ganar tiempo.

 Me quité toda la ropa y me metí a la horrible ducha del sitio, que estaba algo sucia y no daba buena espina de ninguna manera. Lo hice usando unas sandalias que había robado en la playa. La verdad fue que no me demoré mucho pues el agua estaba casi congelada. Solo quería quitarme de encima los pelitos que habían quedado así como despertar un poco mi cuerpo ante un día que se perfilaba como uno difícil. Tenía que decidir hacia donde debía seguir mi camino. El mundo no era infinito y si me quedaba quieto por mucho tiempo lo más seguro es que me alcanzarían y me había jurado a mi mismo que jamás iba a volver a una cárcel, prefería la muerte a semejante tormento.

 Me puse la única ropa que tenía y salí del hotelucho. Solo había pagado por una noche y no pensaba pagar más, sobre todo sabiendo que no tenía el menor deseo de quedarme en semejante moridero. Y no me refiero al hotel nada más sino al pueblo también. Era un pequeño lugar, no muy lejos del mar pero sin acceso directo a las autopistas nacionales. Así era que prefería los sitios, apartados. Lo malo es que la mayoría de esos sitios son una porquería, mírelos por donde uno los mire. Nunca entenderé ese extraño romance que existe entre la gente y los lugares apartados. Aunque también es cierto que detesto las multitudes, que tanto me ayudan cuando estoy tratando de progresar en mi viaje.

 Nadie dirá nunca que soy fácil de entender y la verdad creo que lo hago a propósito. Odiaría ser de esas personas que solo por algunos detalles son identificables en cualquier ciudad del mundo. En la calle, conté algunas monedas que tenía y me di cuenta que tal vez no tendría como salir hasta que vi un cajero electrónico y vi la posibilidad de sacar dinero. Pero no podía, porque o sino estarían allí en algunos minutos. Pero no tenía dinero para salir de allí, entonces que hacer? Entonces lo vi. Una presa fácil con automóvil. Eran un grupo de chicos que seguramente se habían desviado por algún problema. Pero ahora parecían dispuesto a salir de allí. “No sin mi” pensé.

 Me acerqué a uno de ellos y empecé a hablarle. Era una de esas personas fáciles de descifrar así que dije todo lo correcto: que era un estudiante de enfermería caminando por varios lugares sin mucho dinero. Pero que necesitaba estar de manera urgente en una ciudad cercana o sino habría más de una persona enojada conmigo. Todo esto lo hice cambiando mi lenguaje corporal, inclinándome un poco más de la cuenta, casi calculando cada movimiento de mi cuerpo. Porque sabía, desde el momento en que los vi, que los tres amigos eran homosexuales en busca de aventuras y yo no era un desconocido ante las aventuras. Ya había hecho mucho para avanzar en mi travesía y no me iba a detener por culpa de un pueblo metido en el culo del diablo.

 Mi técnica funcionó. En unas horas estuve en la ciudad y no pagué ni un centavo por ello. Lo único fue que tuve que estar a solas con cada uno de los chicos de ese auto. No me importó aunque sí les exigí protección, por obvias razones. Mi idea no era morir antes de lograr escaparme entre los dedos de la “justicia”. Cuando estuve en la ciudad, decidí arriesgarme y saqué dinero por ventanilla de mi cuenta privada. Las otras las habían cerrado pero esta no la conocían. De nuevo, cambié mi ser al sacar el dinero, fingiendo ser uno de esos hombre que coquetea con lo que se mueva. Era increíble lo fácil que las personas ignoraban mi aspecto y decidían creer lo que fuese que yo quisiera que creyeran.

 La joven que atendía en el banco estaba tan encantada con mi mirada y mis piropos gastados pero bien usados, que no recordó sellar mi recibo por lo que no quedó registro de la transacción. No siempre podía hacerlo pero el hecho de que había salido así era una buena noticia para mi pues había sacado suficiente dinero para seguir fingiendo ser  muchas personas excepto yo mismo. Lo primero que hice fue ir a comprar ropa para tener variedad y así poder hacer lo que hacía con mayor efectividad. Me compré una mochila algo más grande y después celebró mi pequeño triunfo con una cena deliciosa para mi solo. Era extraño pero estaba más feliz que en ningún otro momento de mi vida.

 Decirlo o pensarlo era triste por era la realidad. Mi niñez, mi adolescencia… Toda había sido una porquería pero en ellas había aprendido a mentir y a ser convincente. Después pude salir adelante pero fue entonces que todo recayó en mi y tuve que escapar. Yo no creo en la justicia y no pienso lanzarme a los leones para desgastarme y perder el tiempo tratando de demostrar mi inocencia. Ya sé que lo tienen todo muy bien arreglado para fingir que investigan y hacen y piensan pero ya todo fue hecho y pensado. Si me atrapan, estaré condenado desde el primer momento y eso es algo que no pienso afrontar.

 Me arrestaron unos meses y luego me soltaron, nada más para tener algo de tiempo para encontrar mil y un maneras de inculparme. Esos meses me volvieron casi loco y supe que por nada del mundo debía volver a semejante lugar. No podía permitir, de manera alguna, que me arrastraran a las sombras con ellos. Así que lo siguiente que hice fue desaparecer, engañando a una tonta mujer que creía que yo estaba enamorado de ella. Si ella hubiese sabido lo que pienso del amor, rápidamente me hubiese lanzado a los policías sin piedad. La gente hace muchas estupideces cuando cree que hay posibilidades de no morir en soledad o de no poder cumplir sus más ridículos sueños. Yo ya no sueño porque no me da el tiempo ni el intelecto para semejantes estupideces.

 Al día siguiente de llegar a la ciudad, me di cuenta que debía acumular dinero para seguir así que me di tres días para acumular lo más posible. Luego compraría un pasaje de tren y cambiaría mi estrategia. Engañé a muchas personas en un solo día. No solo me acosté con hombres y mujeres, cosa que me daba lo mismo, sino que robé y mentí. Y todo con mi inconfundible don para transformarme frente a los ojos de la gente, que nunca miran donde deberían sino por encima de la realidad, porque ella los molesta. Cuando creían que era un niño rico de mamá y papá, me seguían como si mi palabra fuera ley. Pero cuando fingí ser indigente, era invisible, más que nunca.

 Al tercer día tuve una buena cantidad así que compré un boleto de larga distancia y me subí en el tren sin dudarlo un segundo. En la estación, sin embargo, tuve un encuentro con una sombra del pasado en forma de uno de los varios agentes de la policía que habían querido arrastrarme a la oscuridad de la cárcel. El tipo no estaba trabajando sino con su familia pero lo reconocí al instante. Recordé al instante como él había sido uno de los que había ensuciado mi nombre y había disfrutado un día que los guardias me habían cogido a patadas sin razón aparente. Era un animal y ahora fingía ser un hombre de familia honorable. Lo hacía mejor que yo el desgraciado.

 Se subió en mi mismo tren y tengo que decir que tuve que controlar mis impulsos. Mientras la campiña pasaba a toda velocidad por el lado de la ventana, caminé por el pasillo hasta llegar al carro donde estaban él y su familia. Tenía un hijo pequeño y su esposa era demasiado bonita para él. Seguí de largo, hasta el vagón restaurante donde tuve que arrodillarme para conseguir uno de los uniformes de los camareros. Esa noche le serví un trago muy especial a mi amigo policía y me perdí en la mitad de la noche, cuando el tren tuvo que hacer una parada imprevista, al producirse una extraña muerte en el vagón restaurante.


 Esa noche caminé y caminé hasta que me encontré con otro de esos puebluchos de mala muerte. Pero esta vez tenía que ser suficiente, al menos por unos días. Fingí ser un hijo de campesinos y rápidamente conseguí un trabajo en una de las más grandes granjas del pueblo. Me daban hospedaje y comida por mi trabajo, que era partirme el lomo todos los días ayudando donde fuese necesario. La verdad es que en ese momento me sentí de nuevo feliz, como cuando tuve el dinero para hacer lo que quería. Supongo que me siento feliz cuando logro algo. Una noche después de labrar la tierra, y de conseguir algunos cigarrillos, me senté en la oscuridad a fumar y a pensar. A cuantos más tendrían que matar para ser finalmente libre?