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lunes, 3 de octubre de 2016

Bajo la neblina

   Cuando se despertó, estaba en un mundo muy distinto al que recordaba. Todo parecía cubierto por una espesa neblina y sentía que cualquier cosa podría estar allí, esperándolo, poco pasos más allá de donde estaba. Había estado acostado en el suelo, lo que parecía ser una calle. Se levantó con cuidado, pues lo invadió de pronto un dolor en todo el cuerpo que casi lo derriba de nuevo al piso. Se sintió algo mareado e incluso tuvo ganas de vomitar. Pero se resistió. Se pasó una mano por la panza y terminó de ponerse de pie.

 La neblina hacía que cerrara los ojos con frecuencia. Parpadear era la respuesta obvia a semejante situación en la que había luz pero no servía de nada. Estiró las manos para ver si la neblina era sólida en algún punto, pues lo parecía, pero esta se desvaneció tan pronto sus dedos se encontraron con ella. Tenía miedo. Sus manos empezaron a temblar y no era solo por el frío que sentía sino porque no tenía ni idea de lo que iba a pasar después. No sabía que había más allá de ese fenómeno climático extraño. Parecía mejor quedarse allí.

 Sus piernas se movieron primero, casi independientes de todo el cuerpo. De alguna manera, sentía que era importante empezar a moverse y no quedarse en el mismo sitio de siempre. Así que caminó de frente, teniendo cuidado con no estrellarse contra nada. Estiraba las manos para evitar postes y otras estructuras de varios materiales que había por todo el espacio. Lo raro fue cuando se estrello con otra cosa pero esta era algo más blanda que el resto. De hecho, cuando sus ojos se ajustaron a la luz y la neblina, se dio cuenta de que había sido una persona.

 Dicha persona no se quedó a charlar sino que siguió su camino como si nada hubiese pasado. Cuando él se dio cuenta de que había tenido a otro ser humano tan cerca, quiso seguirlo y pedirle ayuda o decir algo, lo que fuera. Pero eso fue imposible: la persona se había ido en un momento y no tenía sentido perseguir a nadie por entre la neblina, Podía incluso ser muy peligroso. Así que siguió su camino a lo largo de una calle y no se detuvo hasta que un edificio le cerró el paso. Caminó por el lado del mismo y entonces encontró un gran aviso con la palabra “hotel”.

 A un lado del aviso el hombre pudo escuchar un ruido. Eran voces. Se acercó con cuidado y se dio cuenta de que era una puerta. Entró al edificio empujando con demasiada fuerza la puerta, lo que casi le hice caer al suelo. No lo hizo porque uno de sus manos seguía apretando el asa de la puerta. Cuando se incorporó, se dio cuenta que adentro del hotel no había neblina y que podía ver como una persona normal, sin necesidad de estirar los brazos o de adivinar que pasaba delante de él.

 El espacio delante de él era muy grande y, hay que decirlo, hermoso. Casi todo estaba hecho de madera. En las paredes ese material parecía salirse, convirtiéndose en varias formas que algunos artistas seguramente habían creado con la intención de darle un toque mágico a la primera planta del edificio. Los adornos eran también espectaculares: escaleras rematadas con metales preciosos, joyas en el techo, en candelabros y lámparas y varios cuadros y esculturas, casi todas de seres humanos a los que le faltaba alguna parte de su cuerpo.

 Lo siguiente que vio fue a los hombres y a las mujeres. Era raro que no hubiese sido lo primero en su lista de lo que veía pero es que el lugar era tan impresionante que era difícil saber adonde mirar. Las personas que había allí parecían estar cada una haciendo lo suyo. Que él viera, no había nadie interactuando, ni siquiera los que estaban apostados en la recepción. Él se les acercó y les habló, pidiéndoles ayuda ya que no sabía donde estaba ni porqué. Pero ellos ni se inmutaban. Estaban concentrados en sus computadores.

 Se acercó entonces a un pequeño bar que había a un lado. Algunas personas tomaban un trago y otros fumaban o leí el periódico. De nuevo, no interactuaban entre sí. Parecía que se ignoraban los unos a los otros intencionalmente. Él trató de hablar con un par de personas pero no le hicieron el mínimo caso. Estuvo tentado a golpearlos en la cara o a gritarles pero la verdad era que no sentía la fuerza para hacer nada de eso.  Desde que se había despertado en el suelo, en la calle, su cuerpo se sentía débil, incapaz de pelear si fuese necesario.

 Salió de la zona del bar y se cruzó frente a casi todos los huéspedes y trabajadores del hotel que pudo encontrar en el primer piso. Incluso se metió a las cocinas y a la zona de calderas pero en ningún momento le prohibieron el paso ni le pusieron atención. En un momento pensó que era invisible y la gente simplemente no lo veía pero luego se dio cuenta que eso no explicaba porqué no se hablaban entre ellos. No sabía que hacer, estaba desesperado y no encontraba un camino fuera de esa situación de locos en la que no sabía como se había metido.

 Determinado, subió a uno de los pisos de habitaciones en ascensor y decidió actuar como un loco: tocando cada puerta para ver quién le abría y le hablaba. Aunque al comienzo nadie salía, después algunas personas empezaron a abrir sus puertas. Pero no parecían dispuestos a ayudar sino que parecían muy enojados. Al parecer no les gustaba en lo más mínimo que alguien se metiera con la paz que había en aquel rincón del mundo. No gritaban ni nada parecido pero era obvio que él no era bienvenido.

 Para evitar un incidente, salió del hotel lo más pronto que pudo. Caminó un rato sin darse cuenta que estaba entre la neblina y que no tenía ni idea hacia donde había ido y porqué. Cuando dejó de pensar en las caras de las personas del hotel, se dio cuenta que había llegado a un parque. Se sentó en el pasto y miró hacia arriba: el sol estaba casi sobre su cabeza, brillando de manera débil sobre el mundo. Estaba muy confundido. Parecía que la gente se negaba a ver la realidad pero no tenía sentido el porqué. Y no lo entendería si no hablaban con él.

 Se dio cuenta que la única reacción obtenida había sido al hacer algo fuera de lo común así que se dio cuenta que si quería salir de allí debía hacerlo de una manera tan alocada que las personas tendrían que reconocer su existencia o dejarlo destruir su tranquilidad y parecía que eso no les gustaba nada. Era obvio que si seguía sus actitudes, estaría atrapado bajo la neblina por mucho tiempo, quién sabe cuanto. La única respuesta factible era salirse de la norma y tratar de sacarlos de su zona de confort, moviendo el eje de su mundo.

 Sin pensarlo dos veces, el hombre se puso de pie y empezó a quitarse, una a una, sus prendas de vestir. Primero la camisa y luego la camiseta que llevaba debajo. Luego el cinturón, los pantalones y antes de eso los zapatos, que lanzó tan lejos como pudo. Cuando estuvo en ropa interior dudó un poco de su plan. De pronto lo estaba haciendo por las razones erróneas. Tal vez sí era lo mejor seguirles la cuerda. Pero entonces, allí entre la neblina, vio que una mujer lo miraba asustada. Temblaba de arriba a bajo y tenía a un niño cogido de su mano. Esa fue la señal.

 Con un movimiento rápido se quitó los calzoncillos y los lanzó en dirección a la mujer que no gritó pero pareció haberlo hecho. Así como estaba, empezó a caminar en línea recta, sin importar por donde pisaran sus pies. Evitaba algunos objetos pero de resto miraba hacia delante y trataba de pensar que más podías hacer. Bailar serviría pero para eso tendría que detenerse y eso no parecía buena idea. De la nada, le vino la idea a la mente: empezó a silbar, al ritmo de una canción que recordaba de hacía muchos años.


 La neblina pareció empezar a desvanecerse, al mismo tiempo que el sol empezaba a bajar en el cielo. Pronto, el hombre pudo ver mejor su camino y a la gente que lo miraba de un lado y de otro. Siguió silbando y luego decidió cantar, elevando su voz al máximo que le era posible. Una zona sin neblina se había creado. En un momento escuchó una risa. Y después otra más. Y después otras voces que cantaban más canciones y que hablaban. No eran todo pero eran muchos. Él no sabía que era lo que había hecho pero estaba seguro de que era lo correcto.