Me encanta salir y caminar y siempre que
estoy de viaje trato de caminar lo más posible. No hay mejor manera de conocer
un lugar a que a pie. No entiendo como alguien puede tomar uno de esos tours en
bus o en bicicleta. De esa manera nunca van a ver nada, conocer nada o
sumergirse en la experiencia que es estar en otra ciudad o incluso en la misma
ciudad que has vivido toda la vida. Además, caminar es mi tipo de ejercicio
porque no requiere estar encerrado como un preso en algún tipo de edificio. Los
gimnasios son tristes fábricas de cuerpos “ideales”, que casi siempre fracasan
en su intento. Es muy poca la gente que tiene un cambio extremo en su cuerpo y
la verdad es que no vale la pena tener uno para sentirse mejor con todo.
Al caminar soy solo yo y el camino y de paso
voy conociendo y viendo como la ciudad cambia de rápido. De pronto en una
ciudad algo más monótona no sea una
actividad muy divertida, pero aquí en Bogotá sí que lo es, donde los edificios
parecen salir del suelo de un día para otro y parecen que toda la ciudad cobra
vida. No es un lugar calmado sino más bien lo contrario y puede que sea esa
vida que uno nota cuando sale a caminar lo que en verdad inspira a conocer
mejor cada calle, cada parque y cada rincón de la ciudad. Veo las caras de la
gente, sea que sale de un hospital o juega con sus hijos, la diferencia entre
alguien que entra al trabajo y los que salen, las conversaciones entre marido y
mujer que suelen ser entretenidas. Es un mundo de varias capas.
Me gusta, sobre todo, cuando el camino fluye y
te deja ver por cual lado puedes tomar o parece que te da diferente caminos
para escoger. Obviamente el destino nunca cambia porque tienes que volver a
casa en algún momento, más si has caminado trece kilómetros seguidos, pero las
variaciones del camino hacen que las cosas puedan ser más interesantes. Pero,
de hecho, incluso si el camino es siempre el mismo, la verdad es que ver como
la ciudad va mutando es simplemente increíble. Y lo que es más extraño aún es que
la mayoría de la gente parece no darse cuenta. La relación de los ciudadanos
con la ciudad está cada vez peor.
Creo que el hecho de salir me ha conectado más
con la ciudad, con la tierra, con lo que no es humano. Esa ciudad está viva, a
veces enérgica y otras veces adormilada, pero viva en todo caso. Pero la
mayoría de la gente no ve nada de eso. La gente solo ve el tráfico que se
amontona, las cuentas que hay que pagar y como sus deseos no se cumplen y entonces todo es culpa de la ciudad, como
si la ciudad comprara los automóviles que se amontonan, fuera la cobrara las
cuenta o fuese una especie de genio de la lámpara con temperamento. La gente
olvida rápido y muchos ya olvidaron que primero estuvo el espacio y luego vino
la ciudad con sus habitantes, que suelen no ser lo mejores ejemplos de seres
humanos.
A esos los veo todos los días bloqueando
calles mientras descansan tranquilamente
en sus automóviles o usan estos últimos como si les dieran el derecho de vivir
más que los demás. La gente se queja mucho pero no ayuda en nada, como con la
basura y la contaminación en general de todo. El aire, el agua e incluso los
muros son contaminados todos los días con basura y mugre pero nadie es capaz de
decir que es culpa nuestra. Nadie es capaz de hacer algo y si lo hacen, es un
esfuerzo y tan mínimo e insignificante que no cambia nada. A veces los
esfuerzos muy tardíos y demasiado débiles son el último recurso de aquellos que
nunca han querido ayudar pero se sienten obligados a hacerlo. Por supuesto,
esos esfuerzos mediocres casi nunca sirven.
Hay que anotar que muchos todavía ven la
ciudad como a un pueblo grande y por eso se le subestima con gran frecuencia.
Esa manera de pensar es también culpable de que la relación con la ciudad no
sea la mejor y de la manera todavía tan rudimentaria de pensar de algunos. Es
que se comportan como gente de hace un siglo en una ciudad futurista pero esto
es según su capricho porque a veces creen y reclaman estar en Europa cuando
nunca han hecho nada para que la ciudad avanza como esas ciudades lo hacen. La
grosería y la prepotencia son una cualidad local, regional y hasta nacional que
creció como un tumor a causa de ese pensamiento triste y mezquino de
inferioridad, que siempre ha sido a propósito.
En mis caminatas he conocido los parques más
verdes, parajes hermosos de naturaleza que parecen irreales. Todos rodeados de
viviendas y con menos árboles de los que uno querría pero igual son pequeños
bolsillos de paz y tranquilidad, algo que contrasta brutalmente con el resto de
la ciudad y del país. En un parque de la ciudad casi nunca se tiene que
soportar el incesantemente matoneo social, ni la presión política ni ninguno de
esos temas que nunca llevan a ninguna parte. En los parque se disfruta del
viento, de las mascotas, de los pequeños insectos y de los majestuosos árboles
que, grandes o pequeños, siempre son una bendición de la naturaleza.
Y después están esos lugares de paz
intranquila porque han sido creados por el hombre. Barrios enteros rellenos de
edificios con jardines minúsculos pero en total calma, como si los hubiesen
cubierto todos con una manta inmensa. Son lugares extraños porque se supone que
están habitados no por cientos, sino por miles de personas. Y sin embargo, son
lugares increíblemente calmos, casi como están al lado de una corriente
natural, pero sin ese arrullo característico. Hay remansos así, que parecen
salir de la nada y que se sabe, no serán permanentes. Porque a estas alturas
sabemos que con la Humanidad, nada es permanente.
Rara vez me siento a descansar. Mis pies
siempre duelen al final pero prefiero no relajarme por completo hasta cumplir
mi meta ya que es un duelo personal conmigo mismo. La verdad no sé como suena
eso pero así son las cosas y la verdad es que hasta ahora me ha funcionado muy
bien. La próxima meta podría ser romper los catorce kilómetros por caminata
pero eso depende mucho de por donde camino y a que ritmo. Incluso los peatones
tenemos baches que superar y ni se diga cuando hay que compartir los andenes (o
aceras si prefieren) con bicicletas y a veces incluso con vehículos
motorizados. Así es esta ciudad donde se ofrece mucho pero casi nunca se usa
para lo que es. La enorme comunidad de los ciclistas sabe eso muy bien, así se
hagan los de oídos sordos.
A veces el recorrido es largo y tengo que
devolverme en autobús porque todavía no estoy listo para los veintiséis
kilómetros. Tengo que decir que creo que lo lograría pero ese no es mi mayor
obstáculo. Esta la noche, que muchos temen en esta ciudad, al mismo tiempo que
la adoran. Es una relación extraña, pero de extrañas relaciones está hecha esta
ciudad. La gente reclama seguridad pero jamás aclara que muchas veces, son
ellos los que propician la inseguridad, sea por acciones poco cuidadosas o
porque no demandan lo que deberían del gobierno de turno. Los policías en mi
concepto son útiles solo en situaciones muy especial y jamás como ayuda al
tránsito o caminando por ahí. No son personas en alerta todo el tiempo o al
menos aquí no.
Poner cientos y cientos de personas en las calles
y en los buses con armas, no va a mejorar la vida de nadie. Es que nada más hay
que decirlo en voz alta y la afirmación se hace cada vez más ridícula. Pero así
es la gente, aterrorizada por algunas cosas pero siguen dejando a sus hijos
solos, siguen haciendo alarde de sus pertenencias en la calle y pregonan
quienes son, como si a alguien le importara. Pero así son y es poco probable
que cambien. Por eso el único cambio real en la ciudad será el de los edificios
nuevos y el de la naturaleza que se toma su tiempo pero hace las cosas mejor
que ningún ser humano.
Cuando camino, no me gusta ir con nadie aunque
algún día tal vez me gustaría. La verdad es que creo que si caminara con
alguien me impedirían caminar tanto como lo hago yo todos los días y no quiero
tener obstáculos para lograr las metas tan simples que me pongo. Pero no me
negaría a una caminata más tranquila, en alguno de esos lugares alejados de la
ciudad que tienen todavía esa personalidad que parece estar desapareciendo
entre los edificios. Mucha gente escala o se lanza de una roca o va a los
bosque de niebla y toma fotos. En todas esas actividades y en los lugares donde
se realizan, se puede sentir el carácter aún vivo de la Tierra y el poder que
tiene para hacernos sentir parte de ella.
Mientras llega esa persona, seguiré caminando por donde
pueda, seguiré comprobándome a mi mismo que no puedo ser igual que los demás,
igual que aquellos que son ciegos selectivos. Puede sonar prepotente, pero creo
saber más que muchos en cuanto a como vivir en una ciudad que todavía no ha
muerto y que sigue peleando, en silencio, para que la dejemos ser mucho más de
lo que es, sin visitantes que solo vienen por una cosa y sin habitantes que la
usan pero jamás devuelven. Esa es Bogotá.
* El pasado 6 de agosto la ciudad cumplió 477 años desde su fundación.