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viernes, 13 de abril de 2018

Belleza e inteligencia


   Cuando salí de allí, me sentí como todas las veces anteriores. No puedo decir que mi actitud frente a semejante situación haya cambiado y tampoco puedo decir que estuve pensando acerca de todo durante los siguientes días. La verdad es que no fue así. A veces todavía recuerdo algo y es un pensamiento pasajero que no pretende quedarse sino que está allí solo para recordarme que algo que pasó fue verdad y que en mi cerebro está todo guardado acerca de lo que he hecho en toda mi vida, lo bueno y lo malo.

 El sexo es solo eso o al menos eso creía hasta hace poco. He estado en tantas situaciones relacionadas a ese tipo de interacción humana, que a veces se torna algo repetitivo y se deja de notar lo que es diferente, lo que puede hacerlo especial. Y, por supuesto, lo que cambia todo es la persona con la que estás en ese momento. Todo cambia, todo se transforma cuando es una persona o es otra, según todos sus aspectos físicos y, también, por sus rasgos sociales y su personalidad única.

 Incluso puede que no sea lo mismo estar con una persona ahora, que sea tu pareja romántica, y luego volver a verla después de muchos años para un breve momento sexual. A veces, ojalá, parecieran ser dos personas diametralmente distintas y no la misma. Incluso una misma persona puede cambiar en ese aspecto, dependiendo de lo que haya vivido y lo que haya aprendido o mejorado en su personalidad y habilidades. Las personas son las que dan el ingrediente secreto en las relaciones intimas.

 Eso sí, hay situaciones bastante particulares que ayudan a que todo sea un poco más especial o, tal vez especial no sea la palabra, pero no hay una mejor que se me ocurra en este momento para describir cuando el sexo deja de ser eso que casi hacemos por preservación y naturaleza. Comenzar sin ropa o con ella puesta, estar en un cuarto oscuro o bien iluminado, que hayan dos o tres o más personas allí, hacerlo en una cama o en otro tipo de mueble o incluso en una habitación diferente a un cuarto como tal. Todo influye.

 Por eso la última vez no salí pensando nada diferente ni con pensamientos recurrentes en mi mente. Aunque los besos de una persona en especial eran tan dulces como los que había soñado alguna vez, y aunque su cuerpo era extremadamente suave y hermoso, incluso eso se escapó de mis pensamientos minutos después de salir de allí. Todo lo que había hecho, ya había ocurrido antes. Tal vez en otro lugar y seguramente con otras personas, pero ya lo había vivido y por eso no se quedaron conmigo las imágenes gráficas de los momentos del último día.

 Sin embargo, ahora que en verdad me pongo a pensar en todo el asunto, en esta última ocasión sí que cambiaron algunas cosas, sobre todo mi actitud al respecto. Por ejemplo, nunca he sido la clase de persona que juzga a los demás por su aspecto físico. Obviamente noto las diferencias obvias que puede haber o cualquier rasgo muy evidente, pero jamás me burlaría de nadie por ello. Creo que esa es la forma más baja y francamente desagradable de discriminación. No va con nada de lo que creo.

 Pero me vi a mi mismo dándome cuenta de que algunas cosas que había pensado alguna vez son ciertas, al menos desde mi punto de vista. Las personas que son demasiado atractivas, que parecen cumplir cada una de las reglas de los estándares de belleza actuales relativos a los hombres, esas personas no me gustan para nada porque saben muy bien que todos los demás los seguirán hasta el fin del mundo precisamente por esa razón. Ese cuento que nos dijeron, que la gente no se deja llevar por las apariencias, es mentira.

 Lo vi todo con mis propios ojos: un cuerpo perfecto y una masa humana se movía alrededor de esa persona como si estuvieran ligados por alguna suerte de magia o por un magnetismo inimaginable que no los deja alejarse demasiado. Pero la razón principal es más simple: a la gente le gusta estar con alguien así, aparentemente perfecto, porque creen que así subirán un escalón en la escalera social. Esto aplica, y es de este grupo que hablo más exactamente, para los homosexuales. Sobra decir que soy uno de ellos.

 Sin embargo, la belleza que cumple las reglas de las revistas nunca ha sido atractiva para mí. Es decir, puedo apreciar a una persona que tenga todo lo que se supone que debe ser un hombre según los medios, pero no necesariamente quisiera tener relaciones sexuales o una relación romántica con esa persona. Sé que suena a cliché pero lo que hay dentro también cuenta, y no me refiero a los sentimientos sino a la inteligencia. Los primeros son relativos y lentos, pero lo segundo está ahí o no está. Es simple.

 Y no, no estoy diciendo que todas las personas con gran belleza tengan poca inteligencia. La cosa no es tan simple como eso. Hay todo tipo de combinaciones posibles y hay que darse cuenta cual es nuestra preferida personal. Por ejemplo, a mi me gustan las personas cuya belleza no es obvia, requiere de un lente especial por así decirlo, pero que también tienen algo dentro de su cerebro para aportar a una conversación e incluso aprender de ello. Eso sí, nadie demasiado inteligente o simplemente no podré seguir ninguna de sus conversaciones.

 Lo que hay que buscar, creo yo que en cualquier ocasión, es un balance entre esas dos características principales: la inteligencia y la belleza. La primera es clave porque allí reside casi todo lo que tiene que ver con la personalidad del ser humano. Allí están sus series favoritas, sus características más particulares y su historial de vida. Lo segundo es también importante porque en esta época más que nunca somos seres visuales, y todo entra por los ojos. Los sentimientos no tienen esa capacidad, por mucho que algunos lo crean.

 Sobra decir que no creo en el amor a primera vista o en cosas de ese estilo. Creo que la mayoría de personas que lo hacen, viven en un mundo idealizado en el que las cosas son como ellos quieren que sean y no como son en realidad. Pero sé que a muchos les funciona vivir así y no soy nadie para arruinarle el estilo de vida a nadie. Si crees en algo y te funciona a ti, hazlo. El hecho de que yo, o cualquier otra persona simplemente no pueda hacer algo, no significa que tu no puedas y viceversa.

 De todas maneras, creo que he tenido tantas experiencias con el sexo que sé mucho más sobre apariencias y atracción que la mayoría de personas. Algunos creen que las cosas simplemente fluyen y que todo pasa por el azar de la vida o la voluntad de los dioses o algo así. Y puede ser que en parte sea así, pero somos humanos y casi todo lo que nos sucede lleva nuestra marca o la de alguien más como nosotros. Muchas cosas que nos pasan, lo hacen porque alguien hizo algo para que pasaran.

 Me doy cuenta de que me empiezo a enredar y por eso es necesario decir que disfruto lo que hago y no me arrepiento de nada. No me arrepiento de alejarme esa noche de la gente obviamente atractiva, gente que nunca me verá como un igual sino como un personaje menor. Y siendo mi vida mi historia, no quiero ser un personaje menor y mucho menos que me traten como uno. Quiero ser un protagonista con todo lo que eso significa, con el poder de hacer lo que yo quiera, como yo quiera, con quién yo quiera.

 Después de todo, creo que esa noche sí me hizo pensar más de la cuenta pero no por las razones que uno pensaría. No fue el estar enojado con los demás por ser un rebaño más, ni tampoco el hacer algo que preocupó, me emocionó y alegró por un buen rato.

 Creo que pienso demasiado en todo esto porque ese soy yo, porque preocuparme y pensar las cosas hace parte de mi. No me hace mejor que nadie ni peor que nadie, solo es una de muchas características ocultas detrás de las dos cosas que veo en los demás.  

miércoles, 18 de octubre de 2017

A plena vista

   Nunca antes había sucedido algo parecido. La policía entró de golpe, sin aviso, con Carol la recepcionista corriendo detrás, avisándoles que en la sala de juntos estaban todos los altos mandos de la empresa y que no se les podía molestar. Daba gracia verla correr pues casi nunca se levantaba de su puesto en la recepción, ni siquiera para almorzar. Pero, como podía, corría detrás de los oficiales, tratando de disuadirlos de irrumpir en la reunión. Mientras tanto, todos los demás observábamos.

 Solo una persona no se levantó. Me di cuenta porque su cubículo estaba junto al mía. Era Eva, una joven muy hermosa, con el cabello más rubio que jamás había visto. Una vez, cuando había algo más de confianza, le pregunté si el color era real o si se lo pintaba. Ella soltó una carcajada y simplemente no respondió, diciendo que las mujeres se guardaban esa clase de secretos a la tumba. Yo me reí también y el día siguió como si nada. Esa era ella antes, muy alegre, siempre con algún chiste en la boca.

 Era muy divertido almorzar con ella porque siempre tenía las más locas historias de su familia o de ella misma. Todo el mundo se le quedaba mirando mientras contaba el relato del día. Tenía ese magnetismo especial que tienen los cuenteros en los parques, era imposible dejar de mirarla incluso para seguir comiendo. Eva era una mujer increíble y en poco tiempo llegó a ser la más querida de la empresa. Tanto así, que su cumpleaños fue todo un evento que nadie se quiso perder.

 Sin embargo, de un tiempo para acá, Eva parecía haber cambiado de repente. Empezó a faltar al trabajo sin avisar y cuando venía parecía que no hubiese dormido. Nunca había sido una fanática del maquillaje ni nada parecido pero siempre había sido evidente que se cuidaba. A las demás chicas les gustaba escuchar sus cremas y lociones recomendadas, así como los tutoriales que más le gustaba copiar de las redes sociales. Por eso era tan notorio el cambio físico que había sufrido.

 Yo alguna vez le pregunté si estaba bien pero ella no me respondió con palabra sino solo asintiendo, como si hablar doliera o le costara mucho más de lo normal. Me sentí muy mal por ella pero era evidente que no quería contar mucho de lo que le ocurría y por eso no insistí. Eso sí, siempre la saludaba cuando llegaba y contemplaba su reacción. A veces volvía a ser la misma de antes pero esa Eva casi ya no se veía, era como un recuerdo que se negaba a morir a favor de una sombra del mismo ser humano. Era demasiado triste verla así.

Carol no pudo evitar que la policía irrumpiera en la sala de juntas. Todos vimos como el grupo de unos cinco agente entraban. Luego se escuchaban voces agitadas y después de un rato salieron dos oficiales sosteniendo al jefe de nuestra división. El señor Samuels había sido quien nos había contratado a todos nosotros, era quién nos dirigiría y daba la última palabra sobre todo el trabajo que hacíamos en la empresa. Muchos incluso admiraban su personalidad.

 Yo interactuaba poco con él ya que mi trabajo era algo que no requería tanta aprobación. Solo supervisaba lo que yo pasaba a otros y alguien más corregía si había que hacerlo, pero yo no iba a reuniones con Samuels ni nada por el estilo. La única vez que de verdad hablé con él fue en mi entrevista de trabajo, hacía dos o tres años ya. Había sido amable pero algo frío. Noté que sabía bien de lo que hablaba pero no parecía estar muy interesado en las preguntas que me hacía, más bien era una rutina.

 En cambio, otros decían que les parecía incluso un hombre con un muy buen sentido del humor y muy amable también. Personalmente, nunca lo noté pero supongo que cada uno tiene su manera de conocer a los demás y tal vez él no era la clase de persona en la que yo me fijo. Jamás le puse demasiada atención. Y ahora, sin embargo, veía como trataba de soltarse de los esposas que tenía en las manos y como los policías lo llevaban por los hombros, tratando de que no se moviera demasiado.

 Lo extraño, pensé, era que el hombre no decía nada. Solo parecía querer soltarse, con ningún resultado, pero nunca pidió ayuda ni dijo nada para influenciar nuestra manera de verlo. Lo sacaron así y pronto desapareció en el ascensor. Carol lloraba sin sentido, era una mujer muy sensible. El resto de oficiales todavía estaba en la sala de juntas, hablando con los demás jefes de división e incluso con el dueño de la empresa que había venido, algo francamente inaudito.

 Cuando por fin dejaron de hablar allí adentro, todos en el piso volvimos al trabajo pues no queríamos una reprimenda. Sin embargo, el mismo dueño de la empresa salió primero de la sala de juntas y pidió que todos nos pusiéramos de pie. Lo primero que dijo fue que le hubiese gustado tener a los demás grupos allí pero que de todas maneras todo se sabría pronto así que no había razón para esperar a armar un grupo más grande. Voltee a mirar a Eva, quién seguía trabajando con audífonos tapando sus orejas. No parecía importarle lo que sucedía.

 El dueño de la empresa anunció que el señor Samuels había sido arrestado por varias infracciones al código de conducta de la empresa. Eso confundió a algunos e hizo que Carol dejara de llorar, pues ella también trató de procesar que significaban esas palabras. El dueño se dio cuenta de que había hecho una pésima elección de palabras, buscando obviamente suavizar el golpe. Pero ya era muy tarde para eso. Entones pidió silencio y dijo que era un caso de acoso sexual.

 Carol dejó de limpiarse los ojos y la cara. Se puso muy seria, como si le hubieran acabado de contar que había habido un accidente. El resto de la gente quedó igual, con la boca abierta y la mente funcionando tan rápido como fuese posible. ¿Quién sería la victima? ¿Que era exactamente lo que había hecho Samuels? ¿Cuando lo había hecho para que nadie se diera cuenta? Las preguntas zumbaban alrededor de las mentes de todos los presentes pero fueron acalladas por más palabras.

 Esta vez fue uno de los oficiales quién hablo. Se notaba que era el que tenía más rango, pues era algo mayor que los otros. Solo dijo que se habían presentado denuncias contra el señor Samuels y que había evidencia que apoyaba esa versión de los hechos. Por eso habían decidido arrestarlo. Como es normal, habría un juicio y era posible que algunos de ellos fueran llamados para testificar a propósito de lo ocurrido. El policía agradeció el tiempo y se retiró, hablando con el jefe de la empresa.

 La sala de juntas quedó vacía, Carol caminó a su puesto en la recepción con una cara de asombro y miedo en la cara y yo caí sobre mi silla, mareado por lo que había oído. ¿Como era posible que algo así hubiese pasado en el mismo lugar al que íbamos todos los días, en el que todos compartíamos espacios y era casi imposible quedarse solo? Y entonces me di cuenta y me paré de golpe. Miré por encima de la división pero ella ya no estaba ahí. Ni su bolso ni nada más.

 Eva se había ido en algún momento, tal vez mientras el policía hablaba. Seguramente no había querido seguir escuchando sobre lo que ya sabía muy bien. Quién sabe si seguiría trabajando con nosotros o no. No la culparía si se fuera.


 No pude trabajar el resto de la tarde. Solo pensaba y pensaba y creo que muchos otros en la oficina estaban igual que yo. El silencio casi se podía tocar. Horas más tarde, en casa, me pregunté si hubiese podido hacer algo para ayudar. Seguramente la respuesta era afirmativa.

miércoles, 10 de mayo de 2017

Rutina semanal

   Como todos los días que iba a la panadería, la señora Ruiz compraba pan francés, una caja llena de panes surtidos y un pastelillo relleno de crema para acompañar el café de las tarde. Como siempre, iba después del almuerzo, muy a las dos de la tarde. Le gustaba esa hora porque podía ver a las personas volviendo a sus puestos de trabajo. A veces compraba algo extra para comerlo sentada en alguna de las bancas del sendero peatonal que tenía que atravesar para llegar a casa.

 Cuando lo hacía, era porque el día era muy bello o porque en verdad quería ver a la gente pasar. Algunos parecían tener problemas serios, iban con la cabeza agachada y la espalda visiblemente tensionada. Otros iban de un lado a otro con una gran sonrisa en la cara, incluso reían. Siempre que veía a alguien así, se le pegaba la risa o se daba cuenta que estaba sonriendo sin razón aparente. Veía gente joven y gente mayor, mujer y hombres, empleados y dueños de empresas. Para ella era apasionante.

 Pero la mayoría de veces, prefería regresar pronto a su casa, en especial porque el clima no dejaba que se quedara mucho tiempo caminando por ahí. Los peores días eran sin duda aquellos en los que ni siquiera podía salir por culpa de la lluvia. Quedarse sentada en casa, viendo la televisión o en la sala tratando de leer mientras las lluvias golpeaban el vidrio de la ventana, no era su manera favorita de pasar un pedazo de la tarde. Ya se había acostumbrado a ver la cara de la gente e imaginar sus vidas.

 Tanto así, que mantenía un pequeño diario y anotaba algunas líneas todos los días. Esta era su tarea justo antes de preparar el café y comerse su pastelillo de crema. Todo su día estaba completamente ordenado, desde las siete de la mañana que se despertaba, hasta las once de la noche, hora en la que normalmente estaba en cama para dormir. Su rutina diaria estaba perfectamente definida. Algunas personas le decían que eso podía ser muy aburridor pero para ella era perfecto.

 La señora Ruiz era viuda y no tenía a nadie con quién compartir sus cosas, ni dentro de la casa ni fuera de ella. Su marido había muerto hacía menos de diez años de un ataque al corazón, cuando todavía era bastante joven, o al menos lo suficiente para estar disfrutando su pensión. Toda la vida había trabajado, desde muy joven, y durante un largo tiempo había buscado la jubilación para poder disfrutar de la vida. Sin embargo, fue meses después de dejar de trabajar cuando el ataque se lo llevó y condenó a la señora Ruiz a estar solo por una buena parte de su vida.

  Había hijos, un hija y una hoja para ser más exactos. Sin embargo, poco la visitaban. A ellos se les había vuelto rutina llamar una vez por semana y creían que con eso cumplían la obligación de estar en contacto con su madre. Solo venían físicamente cuando ella cumplía años o cuando necesitaban algo de dinero, pues su marido le había confiado todos sus ahorros y ella recibía el cheque de la pensión sin falta. Era gracias a ese dinero que podía vivir bien a pesar de no tener a nadie.

 También venía o, mejor dicho, se la llevaban los días de fiesta como Navidad y todo eso pero para ella era siempre un momento muy estresante porque pasaba de no ver a nadie a ver montones de personas, muchas veces gente que ni conocía. Le gustaba pero su cuerpo se cansaba rápidamente y no podía quedarse con los más jóvenes por mucho tiempo. Incluso jugar con sus nietos era un reto para ella y eso que le encantaba hacerlo porque se sentía muy a gusto con ellos.

 Pero eso casi nunca pasaba. Por esos sus salidas después de comer. A veces también salía por las mañanas pero eso solo cuando tenía alguna cita médica o cosas de ese estilo. Odiaba confesarlo pero le encantaba tener esa cita una vez al mes pues el doctor era muy amable con ella y muy guapo también. Era casi como un cita para ella. Además veía otra gente en el hospital y se distraía por algún tiempo más en la semana. Era triste estar feliz en un hospital pero le pasaba seguido.

 De resto, en casa solo tenía montones de libros y la televisión. En cuanto a los primeros, había leído ya un gran número. Su esposo había sido un ávido lector y había comprado muchos títulos a lo largo de los años. Había cuanto genero se pudiera uno imaginar, así como libros gordos y libros muy delgados. Había libros de arte llenos de imágenes y otros de letra pequeña y casi sin espacios para descansar la vista. Lentamente, todos ellos se habían vuelto parte de su rutina diaria.

 En cuanto a la televisión, no era algo que ella adorara. La gente piensa que a todos los adultos mayores les encanta ver la tele pero la señora Ruiz era la prueba de que eso no era cierto. Solo veía algunos programas y lo hacía de noche, cuando necesitaba estar cansada. Porque eso era lo que le provocaba la televisión: un cansancio completo con el volumen que tenía y las imágenes rápidas. Solo veía o trataba de ver una telenovela. Lo peor era cuando se terminaba una y comenzaba la otra, pues a veces se perdía con frecuencia en la trama.

 Los fines de semana eran tal vez sus días favoritos. El domingo era más calmado pero desde hacía años había decidido que el sábado sería su día de hacer lo que ella quisiera. Es decir, que lanzaría su rutina por la ventana, por un día, y haría solamente lo que se le ocurriera. Esto podía resultar en días muy distintos de una semana a otra y eso era precisamente lo que ella estaba buscando, algo de emoción y cambio en su vida, que era sin duda monótona y cansina.

 Muchas veces optaba por ir al cine. No iba siempre a la misma hora y después siempre comía algo en la enorme plaza de comidas del centro comercial que le quedaba más cercano a casa. Como podía caminar hasta allí, era perfecto para cuando quería distraerse con cualquier cosa. Las películas que elegía eran siempre diferentes y cada vez que lo hacía pedía el consejo de una joven cajera que conocía de siempre. La joven le explicaba que nuevas películas habían llegado y de que se trataban.

 Cuando era joven, a la señora Ruiz no le había interesado mucho ni el cine ni muchos de sus géneros como el terror o la ciencia ficción. Pero ahora que era mayor, le encantaba ver películas muy diferentes las unas de las otras. Un sábado era alienígenas asesinos, el siguiente una pareja enamorada en alguna ciudad europea y al siguiente una película llena de explosiones y artes marciales. Ninguna recibía su descontento, muy al contrario. Todas la hacían muy feliz.

 A veces, si todavía tenía energía después de la película y de comer, se ponía a pasear por el centro comercial. Recorría cada pasillo, sin importar si estuviera lleno de gente o más bien vacío. Le gustaba hacerlo pues así llegaba rendida a casa y dormía mucho mejor de lo normal. Le gustaba estar cansada para sentir que había tenido un día igual de agitado que los demás. Sentía a veces que nada había cambiado y, aunque eso obviamente no era cierto, la ilusión la hacía sentir plena.

 Los domingos los tenía reservados en su rutina semanal. Esos días siempre se vestía con sus mejores vestidos y se arreglaba como si fuera a ir a una fiesta. Pero esa no era la razón. Contrataba un servicio especial que la llevaba a su destino y las esperaba lo suficiente.


  Iba siempre con flores y se sentaba al lado la tumba de su marido por horas y horas, a veces solo la levantaba la lluvia o el frío de la noche que llegaba. Durante ese tiempo, hablaban largo y tendido, o esa era la idea. Los domingos eran solo para él.

viernes, 22 de julio de 2016

Sueño familiar

   Ya lo he imaginado varias veces y no entiendo la razón. Cada vez que lo hago me pongo nervioso y no entiendo que quieren decir esas visiones de mi mente. ¿Porqué tengo que ver ese tipo de cosas? ¿Por qué tengo que plantarle la cara a algo que parece tan improbable, tan poco posible que me parece incluso molesto verlo ya tantas veces. Me pensar mucho más de lo que debería, pues es una ilusión, una fantasía, un sueño estúpido que no tiene el más mínimo sentido ni importancia. Pero el caso es que ahí está y sucede seguido.

 Como dije antes, se trata de un sueño. La ubicación cambia a veces. En ocasiones es mi casa de verdad, en otras es alguna otra casa, sea grande y señorial o un apartamento que nunca he visto en mi vida. Esos lugares se supone que se ubican en ciudades o sitios que conozco pero eso solo lo logro sentir pues jamás logro ver o recordar si hay algo ahí afuera que me indique en donde estoy, si todo eso puede llegar a parecer más real de lo que ya siento que es.

 Siempre estamos mi mamá, mi hermana, mi hermano y yo. A veces está mi padre y a veces no. A esto no le doy mucha importancia porque suele pasar mucho en mis sueños que hay gente que mi subconsciente elimina. Sí, puede que haya profundas razones por las que eso pase pero no las sé y la verdad no quiero explorarlas, al menos no antes de terminar de explicar toda esta historia que me incomoda.

 El caso, es que mi madre siempre está muerta en esos sueños. Y lo más impresionante de todo, como si eso no fuese lo suficientemente impresionante, es que a veces el asesino es mi hermano. En este momento no recuerdo si lo hace por mano propia y mucho menos que arma usa si es que usa alguna. No tengo idea y creo que es mejor para mi balance emocional no saberlo. La imagen ya es demasiado aterradora para darle un contexto más rico.

 Siempre hay alguna pelea en el sueño, acerca del tema. Por alguna razón sabemos que mi hermano lo hizo pero no lo podemos probar. Y sus razones siempre son extrañas, como que las ocultas detrás de acciones sin sentido como hablar en voz baja o esconderse de nosotros en la misma casa. Me pone nervioso esa parte porque es algo que no reconozco ni remotamente. No me es nada familiar, menos mal.

 Ahora que lo recuerdo, mi padre estaba en el último de los sueños. No hablaba casi, solo parecía demasiado triste para decir nada. Parece una sombra de la persona real, tal vez es por eso que a veces no está en esos sueños. Es otro ser que usa la misma piel pero no es mi progenitor ni de cerca. No tiene su encanto.

 Lo peor de todo es (se pone peor) es que aunque casi nunca entiendo como llegué allí, esta última vez por fin pude presenciar la mayoría del sueño. Es decir, pude ver a mi madre morir. Mucha sangre, un cuarto más grande en el interior que en el exterior y gritos míos y de otras personas que ahora no recuerdo. La recuerdo allí tirada y luego ignorar su cuerpo alejándome de él, tratando de hacer que ese momento sea lo menos posible que se pueda. Me asusta todo el escenario, las acciones, lo que veo. Me asusto a mi mismo con lo que pienso.

 Pienso que debo castigar a mi hermano, que debo ser yo el que lo lleve a la justicia y haga que todo el peso de la ley caiga sobre su cabeza y lo aplaste para siempre porque, para mí, no tiene perdón ni de Dios ni de los hombres. La última vez, y de esto me acuerdo muy claramente, le dije que si llegaba a ser condenado esa sería la última vez que me vería pues nunca querría verlo de nuevo, jamás, ni por equivocación ni porque lo mandaran a la misma silla eléctrica.

 Y de repente, tengo conciencia de mi mismo. Es decir, estoy soñando y dentro del sueño lo sé, lo asumo y lo comprendo. Sé que no puede morir así mi hermano porque eso no existe en mi país, sé que mi madre no está muerta y sé que mi padre es una persona mucho más rica que esa sombra que parece flotar por todos lados. Nada de eso es real y lo sé porque estoy consciente de que tengo un sueño que, ojalá, sea imposible.

 Ya me ha pasado antes, en varios sueños. Simplemente sé que estoy soñando y por eso dejo de preocuparme demasiado. Lo normal es que los sueños no duren mucho tiempo después de eso pues se les acaba la gasolina fantástica con la que operan. De todas maneras es casi surrealista estar caminando por un sitio que sabes que no existe, en el que sabe que nada vale de verdad pues es todo una ilusión que no tiene el más mínimo sentido. Es falso y a veces eso reconforta.

 Sí, ya me imagino que varias personas pensarán que todo sueño tiene un significado ligado al subconsciente y no sé que más cosas. Y ola verdad creo poco en esas fantasías. Creo que soñamos lo que tenemos acumulado en la mente, lo que nuestros cerebro tiene por procesar como conversaciones con gente que conocemos que luego aparece de repente mientras dormimos.

 Por ejemplo, horas antes de dormir había hablado con mi madre, mi hermano y mi hermano y ayer con mi padre. Los tengo todos en mi mente y pienso en ellos y nuestra conversación y mi cerebro obviamente usa lo que tiene más fresco. Casi nunca tengo sueños al azar de cosas que pasaron hace veinte años, porque no tendría sentido alguno al menos para mí.

 Cabe decir que el rol de mi hermana se parece mucho al de mi padre en ese sueño recurrente. Es una sombra de ella, aunque una que llora muy parecido y por eso creo que también me pongo nervioso, como fastidiado con todo el ambiente pesado del sueño. Es demasiado y tal vez por eso es que me doy cuenta que es falso. Sé que mi hermana llora pero sé que hacerlo como la mujer del sueño no es realista y la hace parecerse a mil otras mujeres y no a mi hermana. Son detalles así los que, al fin de cuentas, hacen que me despierte.

 Estos sueños normalmente vienen cuando me despierto en la mitad de la madrugada y luego duermo un poquito más. En esa hora o par de horas es que sueño como loco, con lujo de detalles. Unas aventuras que mi yo consciente muchas veces encontraría imposible de imaginar. Pero ahí están y siempre aparecen en esos lapsos de tiempo tan cortos, supongo que porque mi sueño no es muy profundo cuando duermo así.

 Es un mundo extraño el de los sueños pero debo decir que me atrae bastante a pesar de las cosas horribles que pueda haber en él. Es un mundo retorcido y sin sentido pero me gusta el hecho de que salga todo de mí pues nadie más puede intervenir en su creación, al menos no de manera activa. Soy yo solo y todos mi problemas o recuerdos los que se mezclan como en una licuadora y producen diferentes tipos de resultados, algunos mucho más divertidos que otros.

 La explicación sicológica, como lo explique antes, me tiene sin cuidado. No solo porque creo que es una ciencia que se basa en supuestos, más parecida a la astrología que a las demás ciencias serias, sino porque no me atrae en nada la idea de que alguien más crea saber más que yo sobre mis sueños y mi cerebro que yo mismo. Se me hace ridículo si quiera pensarlo aunque ya habrá gente que crea que necesita una mano cuando quiere entender algo que no logra procesar.

 Comparto la necesidad por otras voces, otros intelectos que ayuden a dar explicaciones, a racionalizar algo que no tiene porqué ser racionalizado. Sobre todo si son amistades cercanas o, mejor aún, los personajes del sueño. En este caso, sería interesante saber que piensa mi familia de lo que ocurrió en mi mente y ver que explicación le pueden dar además de la obvia basada en supuestos ridículos y anticuados.


 Para mi quiere decir que tengo ahora a mi familia muy presente, cosa que es obvia. Los necesito y los quiero, cosa que es cierta. Y puede que tenga problemas o temas por discutir con ellos. ¿Quién no? Pero no deja de ser chocante y mucho menos cuando el sueño parece durar menos de quince minutos.