Cuando me di cuenta, ya era muy tarde. Ella
ya estaba ahí, perfecta y dedicada, como siempre lo había sido. Yo estaba
goteando agua, estaba sucio de pies a cabeza y más de uno en el hospital me
estaba mirando para que me fuera. Y eso fue precisamente lo que hice. Nadie me
quiso ayudar en ese momento, solo me echaron colectivamente, como si no
quisieran arruinar el hermoso momento que estaba ocurriendo en una de las
muchas habitaciones del hospital: un hombre herido y apenas consciente siendo
visitado por su prometida, que lucía impecable pero triste y desconsolada. Debo
decir, que me alegro verla así, vulnerable, al menos una vez.
Cuando llegué a casa, me quité toda la ropa,
la puse en la lavadora y me hice un sopa instantánea. Necesitaba de algo que me
diera calor después de una noche como esta. Prendí el televisor tratando de
distraerme pero lo único que hacía el aparato era parlotear, hablar
incoherencias que solo me llenaban el cerebro de ruido. No quería eso. Quería
pensar en lo sucedido y, por supuesto, pensar en él.
Terminé de comer, apagué el televisor y decidí
irme a acostar. Daniela, mi mejor amiga, me había estado llamando toda la noche
por lo que decidí apagar el celular antes de acostarme. Me llevó un buen tiempo
conciliar el sueño y la lluvia afuera, que normalmente me ayudaba a dormir más
tranquilo, no estaba sirviendo de nada. Miraba hacia la cortina y me preguntaba
que estaría haciendo él, si estaría sufriendo, si tenía dolor. Pero pensar en
eso solo me hacía sentir peor de lo que ya me sentía. No sé como me pude quedar
dormido y así, al menos por unas horas, no tuve que pensar más en lo sucedido.
Al otro día tenía que ir al trabajo. No ir
hubiese sido peor. Daniela vino hasta la casa para llevarme, cosa que yo no
quería pero no tenía sentido decirle que no. En el camino a la agencia, nadie
dijo nada. Ella me miraba casa cierto tiempo, como queriendo preguntar algo,
pero yo no le iba a decir nada, ningún detalle de lo ocurrido. Para qué? Las
cosas era mejor dejarlas como estaban y no ponerse a remover el fango debajo de
las aguas tranquilas.
Cuando llegamos yo me fui a mi oficina y ella
a la suya pero el mismísimo jefe se me atravesó en uno de los pasillos y me
exigió seguirlo hasta su oficina. Obviamente tuve que hacerlo porque no le podía
decir que no y tampoco tenía ganas de pelear con nadie. Como no había querido
quedarme en casa, tenía que afrontar todo lo que pasara en el día. El jefe me
pidió sentarme, se sentó frente a mí y me pidió que le contara lo sucedido. Por
un momento dudé. Nunca me han gustado las sesiones donde alguien tiene ventaja
sobre alguien más y claramente esta era una de esas veces. Pero no tenía opción
así que empecé a contarle todo.
Alejandro y yo nos
conocíamos desde que él entró en la agencia, hacía unos dos años. Al comienzo,
no nos habíamos llevado bien, al punto de que habíamos pedido, cada uno por
nuestro lado, que nunca nos pusieran como pareja para ningún tipo de tarea. Yo
no lo soportaba: era prepotente y creía saber todo de todo nada más por su
experiencia con la policía. Yo llevaba más tiempo que él trabajando y sabía más
de lo que hacíamos aquí que era inteligencia y no perseguir a la gente como si
fuéramos perros.
El caso era que no nos podíamos ni ver y menos
aún cuando venía su adorada novia, que hoy en día era su prometida. Era una
mujer de esas perfectas, que parece salida de una película de los años
cincuenta. No puedo decir que confío en alguien así. Quien, en sus veintes, se
comporta como una ama de casa dedicada? En estos tiempos eso me parece, por lo
menos, muy sospechoso. Al menos pude notar, alguna vez, que el desagrado mutuo
entre Alejandro y yo había sido comunicado a la mujer porque me miraba como si
fuera un gusano cada vez que venía y yo simplemente no reconocía su presencia.
El caso fue que, con él tiempo y por
situaciones que nadie podía haber prevenido, tuvimos que trabajar juntos. El
número de agentes que podía desplegar la agencia había disminuido después de
varias muertes y secuestros. Había sido una época difícil y todos hicimos
concesiones. Una de las que hice yo fue precisamente trabajar con gente con la
que no me llevaba bien y debo decir que me arrepiento de todo lo que pensé de
ellos hasta ese momento.
Con Alejandro fue difícil al principio pero
encontramos terreno en común: a ambos nos fascinaba la ciencia ficción y lo
descubrimos mientras vigilábamos a un narcotraficante prominente. Hablábamos de
Ellen Ripley mientras recargábamos nuestras armas o de las lunas de Naboo
mientras acelerábamos por una autopista europea. Nos hicimos amigos pronto y
nos pedimos perdón mutuamente. Pude notar, estando ya más cerca, que ese cambio
no había sido bien recibido por su novia pero la verdad eso no me importaba.
Afortunadamente yo no trabajaba con ella.
Pronto la agencia se dio cuenta de que
juntarnos en el campo era una buena idea ya que éramos altamente efectivos.
Viajamos un poco por todos lados juntos y nos hicimos grandes amigos. Pero hubo
momentos extraños, momentos en los que, por lo menos yo, sentía algo diferente.
La verdad era que jamás había tenido ningún tipo de relación con nadie, más
allá de lo amistoso o fraternal. Pero me di cuenta que estaba sintiendo algo
distinto por Alejandro y simplemente decidí no reconocerlo y seguir como
siempre.
Lo malo de esta decisión fue que me di cuenta
pronto de que no podía estar cerca cuando la novia venía. Por alguna razón que
en ese momento no entendía, me daba rabia verla a ella, con sus vestiditos
perfectos y esa sonrisa falsa. Me daban ganas de empujar o golpearla. Si, quise
golpear a una mujer por física rabia. Pero obviamente nunca hice nada de eso.
Solo me alejaba y después seguía hablando con Alejandro, cuando estuviese sin
ella.
Me di cuenta de que me estaba enamorando de él
cuando empezamos a vernos más fuera del trabajo, en especial cuando ella estaba
ocupada y él quería ver alguna película o hacer algo interesante. Incluso
dormía en mi casa y eso me volvía loco, tenerlo tan cerca pero sin siquiera
entender que era lo que estaba sucediendo en mi cabeza.
Así fue durante varios meses, casi un año,
hasta que nos enviaron juntos a Japón. El trabajo era sencillo pero hubo un
tiroteo e nos hirieron a ambos. Pudimos salir del sitio pero no podíamos ir a
ningún hospital ni nada por el estilo. Debíamos mantener la cabeza baja, como
siempre, así que yo mismo curé sus heridas y él las mías. Afortunadamente, nada
había quedado dentro. Sabíamos un poco de enfermería, por el entrenamiento así
que no fue difícil curarnos. Tuvimos que retirarnos a una zona segura, en el
campo, hasta que nos pudieran extraer y fue ahí donde finalmente pasó.
Creo que estábamos comiendo y sonreíamos
mucho. Recuerdo que su sonrisa hacía desaparecer el dolor de las heridas pero
cuando recordaba como eran las cosas en realidad, me dolía el triple. Él se dio
cuenta y me preguntó que me pasaba y yo le mentí, diciendo que las heridas me
molestaban bastante. Sin explicación, él se me acercó y me revisó cada herida,
subiendo mi camiseta sin decir nada antes. Entonces, teniendo su cuerpo tan
cerca, sentí ese impulso. Fue, tal cual, un impulso hacia delante que me hizo
darle un beso en una mejilla. Nadie dijo nada más en varios minutos. Había una
tensión enorme, incluso más que en el tiroteo.
Entonces el se me acercó y me besó y entonces
perdí todo control. Su cuerpo en mis manos se sentía como lo mejor del mundo y
sus besos me curaban de todas las heridas, pasadas, presentes o futuras. Fueron
muchos besos y mucho tacto hasta que él se detuvo y se quedó como pensando. Yo
no pregunté nada pero, sin embargo, él me respondió. Me dijo que quería a su
novia pero que sentía algo por mí que no podía explicar. Me contó que nunca
había besado a otro hombre en su vida y que sentía que yo le gustaba más allá
de eso.
Esa noche solo nos seguimos besando y por
muchas otras noches y días, mantuvimos una relación de amantes. Suena tórrido y
extraño pero así fue. Nos veíamos en mi casa y, aunque me sentía culpable a
veces, nunca le dijo que no quería seguir con ello porque hacerlo había sido
mentir y, en esa ocasión, no quería hacerlo.
Una de esas noches que no nos habíamos visto
había sido el día anterior. Tenía que vigilar a unas personas y después iría a
mi casa. Pero nunca llegó y yo lo rastree con facilidad. Lo habían descubierto
y casi lo matan en un terreno baldío, mientras llovía. Pero llegué a tiempo y
maté a tiros a dos personas antes de liberarlo de unas cuerdas y darme cuenta
que lo habían torturado con choques eléctricos y cigarrillos. Fue así que lo
llevé al hospital y lo demás ya se
sabía.
El director asintió. Parecía que todo mi
relato había sido demasiado para él . Pero eso cambio en un segundo cuando se
puso de pie y se acercó a mi. Me dio un apretón de manos y me agradeció por
salvar a otro agente. Dijo que tenía trabajo y entendí que pedía que me fuera,
cosa que hice. Ya en mi oficina, Daniela me había dejado un chocolate con una
nota que decía “Tranquilo”. Ella lo sabía todo. Y por eso había encendido mi
celular. No sé cuando lo había tomado de mi ropa pero en la pantalla había un
mensaje. Era de Alejandro y decía: “Te necesito”.