Desde siempre, lo llamaban para lo mismo. Ha
pesar de tener una rutina bastante intensa de gimnasio, el trabajo para el que
lo llamaban siempre era el mismo. Se
había esforzado por mucho tiempo para ser el mejor en lo que hacía, para poder
presentar más de una cara de si mismo. Pero, por alguna razón, siempre lo
contrataban para exactamente lo mismo. Como así era, trabajaba medio tiempo en
un pequeño restaurante como ayudante de cocina pues esa era su profesión desde
un comienzo, tiempo antes de intentar otros caminos.
Raúl era inusualmente alto para el lugar donde
había nacido y desde siempre la gente lo había mirado de manera diferente. No
como si fuera un gigante ni nada parecido, sino porque sus movimientos eran
algunas veces lentos y torpes. No era inusual que tuviese accidentes tontos con
un frecuencia mucho más alta de lo normal. Lo único que hacía en esos casos era
disculparse y tratar de que no sucediera de nuevo pero era bastante difícil
evitarlo, en especial cuando muchas veces sentía que no tenía control sobre su
cuerpo.
Aunque la cocina había sido su primera pasión,
la verdad era que hacía mucho tiempo había perdido el interés en ella. Al menos
así había sido desde que, en un viaje al extranjero, un hombre lo había
detenido para decirle que tenía pinta de modelo y que le encantaría tomarle
algunas fotos para definir su perfil. En ese entonces viajaba con una novia a
la que le pareció todo el encuentro muy gracioso y pensó que el hombre era o un
charlatán o simplemente le estaba tomando del pelo a Raúl. Él fingió pensar lo
mismo.
La verdad era que la idea le había quedado
sonando en la cabeza y por el resto del viaje estuvo mirando la tarjeta que el
hombre le había dado. Al final, casi tenía el número memorizado. Pero no tuvo
nunca un espacio de tiempo para poder ir a hablar con el hombre. Su ex estaba
siempre encima de él, como si le diera miedo despegarse. Así que nunca fue a su
cita con el hombre de la agencia de modelaje y su viaje terminó en una pelea
por otra cosa con su novia. Poco después terminarían y una de las razones sería
la poca fe de ella en él.
Aunque se le daba bien lo de cortar y cocinar,
desde ese viaje a Raúl se le había metido en la cabeza que sí podía ser modelo
y que quería intentarlo pues sería un ingreso más de dinero que no le vendría
nada mal. Eso era lo que se decía a si mismo pero la verdad era que quería
saber si en verdad era tan guapo como para ser modelo. Nunca se había sentido
especialmente atractivo y, aunque ahora se mataba en el gimnasio tres horas al
día, no sentía que estuviese más cerca de su meta que cuando el tipo le ofreció
su tarjeta la primera vez.
Después de una búsqueda exhaustiva, Raúl
decidió lanzarse e intentarlo. Buscó una agencia y pidió una cita. Tenía que
pagar para que le tomaran fotos y lo consideraran, no era al revés. Ese día
tuvo muchos nervios y se había asegurado de ejercitarse lo suficiente antes de
asistir. Sus músculos estaban tensos y aún dolían del esfuerzo físico. EL
fotógrafo no dijo nada al respecto. Las únicas veces que le dirigió la palabra
fueron para decirle como posar, que hacer para la siguiente toma y nada más.
Todo fue menos interesante y fascinante de lo que él esperaba.
A la semana siguiente volvió para recoger sus
fotos y para reunirse con un hombre que le diría cuales eran sus puntos fuertes
y sus puntos débiles y si de hecho servía o no para el modelaje. Cuando llegó a
la cita, se decepcionó mucho al ver que ya no hablaría con un hombre sino con
una mujer. No era que Raúl fuese sexista ni nada por el estilo, sino que le
intimidaba mucho más oír criticas de su físico de parte de una mujer que de un
hombre. De alguna manera se sentía como si estuviese, una vez más, en una de
sus relaciones fallidas.
Sin embargo, la mujer no pudo ser más amable.
Le comentó que en efecto su altura lo hacía bastante interesante para una gran
variedad de proyectos, sobre todo en un país donde la gente era bastante
pequeña. El inconveniente es que tendría que modelar ropa diseñada casi que
para él o sino se vería como un tonto. Hablaron también de su físico y la mujer
le confesó que aún le faltaba mucho por hacer en ese aspecto pero eso siempre
se podía mejorar trabajando duro en el gimnasio con algo más de intensidad, lo
que parecía ser casi imposible.
Le dijo, además, algo que le pareció inusual y
fue que sus manos y sus piernas eran ideales también para el modelaje. No eran
excesivamente peludas y eran torneadas y bien definidas, con una piel suave y
de un color bastante agradable que no era blanco pero tampoco de un moreno que
no le quedara a su complexión. Le mostró varias de las fotos que le habían
tomado para que viera lo que ella quería decir pero la verdad es que eso a Raúl
le daba un poco lo mismo. Él lo que quería era ser modelo comercial y nada más.
La reunión terminó con unas palabras de
aliento y la entrega de las fotos. La mujer estaba segura que Raúl podía tener
un futuro brillante en el mundo del modelaje si sabía aprovechar sus atributos
y si se esforzaba mucho más en el trabajo de su cuerpo. Le dijo que enviaría copias
de sus fotos a varios conocidos para ver si alguno de ellos estaría interesado
en él como modelo. Al final le dio la mano y Raúl la estrechó con una sonrisa
tensa: la verdad era que no sabía que pensar de la reunión.
Días después, mientras cortaba montones de
cebollas para la hora del almuerzo en el restaurante, Raúl recibió una llamada
en su celular. Era la mujer de la academia que le contaba que un par de
empresas estaban interesadas para trabajar con él. Raúl se emocionó bastante y
la mujer le pidió que la visitara lo más pronto posible para contarle todos los
detalles pues estaba algo ocupada y no podía contarlo todo por el teléfono. Él
aceptó y casi no pudo dormir esa noche de la emoción. Parecía que su sueño
estaba cada vez más cerca.
Sin embargo, al otro día, su ánimo bajó de
golpe cuando la mujer le explicó que el trabajo era para una empresa que hacía
medias. Eran medias para todos los usos y le tomarían varias fotos. La paga era
buena pero no increíble ni nada por el estilo. Ella le explicó que la mayoría
de planos serían cerrados pero que era posible que un par de las fotos fueran
para vallas y revistas, donde un cuerpo entero tenía mucho más sentido. Raúl lo
pensó un momento pero la mujer lo convenció de que, para un primer trabajo,
estaba mejor que bien.
La sesión de fotos fue el fin de semana
siguiente y Raúl se enamoró de todo lo que tenía que ver con el modelaje desde
el primer momento. Le encantaban las luces, el sonido del obturador de la
cámara y el silencio del fotógrafo con el que parecía establecer una conexión
especial a la hora de posar. Eso sí, todas sus poses tenían que ver con sus
piernas y con la gran variedad de medias que la empresa que lo había contratado
hacía. Para las fotos, se puso todo ese día al menos unos cuarenta pares de
medias, casi siempre sin zapatos.
Fue divertida como primera experiencia y
supuso que mucho más pasaría. Y así fue pero no de la manera en la que él lo
estaba esperando. Lo primero es que la compañía de las medias lo siguió
contratando con frecuencia pues estaban muy contentos con él. Siempre era para modelar en planos cerrados de sus
piernas, pocas veces de cuerpo entero. Lo otro es que todas las ofertas que
recibía eran para lo mismo o para zapatillas deportivas o zapatos de varios
tipos. Pagaban muy bien y él aceptaba y se dejaba tomar todas las fotos pero su
cara no aparecía en ninguna de ellas.
En parte estaba orgulloso de si mismo pues
había logrado convertirse en modelo y, al menos parcialmente, poder vivir de
ello. Pero aumentar su rutina a cuatro horas diarias parecía no haber tenido
efecto. Lo más cercano a su sueño fue cuando le tomaron una foto sin camiseta
para unas zapatillas deportivas pero la foto nunca se publicó. En todo caso,
siguió intentando pues sabía que lo tenía todo para triunfar. Había llegado
hasta allí y nadie le iba a impedir seguir avanzando, no después de todo lo que
había superado.