Teresa ya estaba acostumbrada al trabajo y
hacía todo de forma automática. Estando encargada de reabastecer los estantes
de un pequeño supermercado, sabía cuando tiempo debía tomarse en cada estante
para demorarse el tiempo justo hasta la hora de almorzar. Si hacía todo antes
de esa hora y si los dueños decidían que estaba siendo muy lenta, la ponían a
limpiar los pisos y eso era lo peor que podía ocurrirle. Los brazos terminaban
doliéndole mucho y cuando llegaba a casa en la noche tenía espasmos al acostarse.
Pero hacía lo que le pidieran pues necesitaba el trabajo y el dueño del lugar
pagaba muy bien, pues solo tenía tres empleados: su hijo que ayudaba a veces
con los mismo que Teresa y su esposa que atendía la caja.
A la vez que trabajaba en el supermercado,
Teresa también estudiaba en la universidad. Su sueño era convertirse en una
arquitecta renombrada pero tenía que confesar que no tenía la misma imaginación
e inventiva que muchos de sus compañeros de clase. Había momentos de lucidez
intelectual, como a ella le gustaba llamarlos, pero no ocurrían todo el tiempo
y menos cuando llegaba a clase cansada luego de trabajar de siete de la mañana
hasta las cuatro de la tarde. Estudiar de noche era lo único que le quedaba
pero la mayoría del tiempo no sabía ni lo que estaba haciendo y eso que todo el
resto de compañeros pasaban por lo mismo. Teresa luchaba muchas veces por estar
despierta y poner atención pero las ideas simplemente no fluían tan fácilmente.
Además, y puede que lo más difícil del cuento,
es que Teresa vivía completamente sola en un pequeño apartamento y su
universidad la pagaba el Estado. Esto era un arreglo modelado para ella pues
sus padres habían trabajado para el país por muchos años y habían muerto en el
trabajo. Hasta donde se acordaba, ellos habían sido trabajadores del ministerio
de obras públicas y habían muerto atendiendo una tragedia natural pero no sabía
si había sido un terremoto o un volcán u otra cosa. En todo caso el Estado, a
modo de compensación, le pagaba la universidad. El apartamento era uno que
había sido de su padre cuando joven, o algo así, y ella lo había heredado.
A ella siempre se le había hecho curioso que
una persona joven fuera dueña de un apartamento y que el Estado fuese tan
atento con ella solo porque sus padres habían muerto en un accidente del que
nadie hablaba. Muchas noches, cuando no estaba rendida, Teresa trataba de
recordar las caras de sus padres y el momento en que ella había entendido que
ellos habían muerto. Pero simplemente no recordaba nada de nada, ni de alguien
diciéndole la noticia ni los detalles del accidente de sus padres. Solo sabía
que era pequeña, que la cuidó una tía hasta que tuvo dieciocho años y ahí se
independizó y empezó a estudiar y trabajar.
Secretamente, porque de eso Teresa no hablaba
con nadie, ella soñaba que sus padres volvían y que le explicaban que todo
había sido un terrible malentendido, en el que habían confundido a su padres
con otra pareja. Y la habían dejado sola porque eran espías o algo parecido. Al
final, cuando terminaba de soñar despierta, sonría y se daba cuenta de lo
ridículo de las cosas. Ella incluso había ido a las tumbas de sus padres pero
no le gustaba ir al cementerio pues no creía mucho en ir a hablarle a dos
personas que ni existían. Sonaba cruel, pero así eran las cosas y a pesar de
que ella soñaba siempre con los mismo, la verdad era que ahora era una persona
independiente y ya no necesitaba de ningún tipo de familiar que velara por
ella.
Sin embargo, alguien comenzó a preocuparse. Se
dio cuenta uno de esos días que llegaba rendida, cuando revisó la casilla del
correo y se dio cuenta que había un sobre blanco pequeño solo con su dirección.
En su cama, abrió el sobre y al hacerlo vio como cayeron varios billetes y
adentro del sobre había más. Era mucho dinero. Pero lo más sorprendente del
asunto no fue eso sino que por esos días ella tenía una deuda que debía pagar
con una tienda de suministros para estudiantes de arquitectura, donde vendían
todos los materiales para hacer las maquetas y demás. En el sobre había un poco
más de lo que necesitaba para saldar la cuenta.
Al día siguiente fue a pagar y la mujer del
lugar le contó que habían recibido su carta para esperar un poco más y darle un
día más de plazo para pagar. Ella sonrió y no dijo nada pero la verdad era que
no había escrito ninguna carta. Ella pensaba que el plazo vencería y el monto a
pagar simplemente se volvería más difícil de pagar pero eso no fue lo que
ocurrió. Alguien la estaba ayudando, enviando esa carta y el dinero para pagar
su cuenta. No preguntó por la carta pues hubiese sido extraño pedirle a la
mujer algo que ella misma había escrito. Tampoco quería que la gente pensara
que se había vuelto loca y eso que ya lo parecía a veces, cuando tenían mucho
trabajo y estudio acumulado. Después de pagar se fue a casa y la semana siguió
sin nada a notar.
Por lo menos fue así hasta que recibió una
caja llena de bolsitas de té. Era muy curioso, no solo porque la caja de nuevo
no tenía remitente, sino porque ella amaba el té y la persona que lo había
enviado seguramente sabía que a ella le gustaba. Esta vez, dentro de la caja,
había una pequeña nota escrita en computador. Simplemente decía “No duermas en
clase”. Esto la asustó más que nada y dejó la caja en la cocina sin revisar
nada más. Esa noche no pude dormirse rápidamente, pensando que la persona que
le había escrito ese mensaje sabía que ese mismo día ella se había quedado
dormida en clase, sin que nadie se diese cuenta. O eso pensaba ella.
Las próximas clases, estuvo despierta y con
los ojos muy abiertos pero más que todo por el miedo de alguien, un pervertido
o un loco, la estuviera vigilando en todas partes. Lo sucedido la estaba
volviendo paranoica pues saltaba con cualquier sonido y respondía de mala gana
a cualquier pregunta. Ya no tenía la concentración de antes para arreglar las
estanterías y tuvo que pagarle a la esposa del dueño dos frascos de aceitunas
que fueron a dar al piso por ella estar distraída mirando a su alrededor a ver
si alguien las estaba observando. Todos los días era lo mismo y a veces se
volvía peor, en especial cuando le llegaba algún sobre con un mensaje parecido
al anterior, alguna frase corta que destruía con un encendedor.
Ella no quería consejos ni dinero ni ayuda de
nadie. Quería tener una vida en paz, tranquila y sin tener que estar mirando
pro encima del hombro. Era una pesadilla tener que abrir la casilla de correo
para ver si ese día el loco o la loca que la perseguía le había enviado algo.
Estaba tan mal, que empezó a pensar que de pronto era que sus sueño se había
convertido en realidad y que sus padres habían vuelto de donde sea que estaban
para hablar con ella y vivir juntos todos de nuevo. Pero esa conclusión tenía
problemas pues no tenía sentido que sus propios padres jugaran a las escondidas
con ella, y menos ella sabiendo que le habían dicho que estaban muertos. No
hubiese tenido sentido que se ocultaran como si fueran asesinos o algo peor que
eso.
Nada parecía tener sentido. Al menos no hasta
que Teresa decidió tomar el toro por los cuernos y se fue con todas las cartas
más recientes a la oficina de correos, donde preguntó por el remitente de las
cartas. Por ley, ella tenía derecho a saber quién era la persona que le estaba
enviando tantos mensajes y dinero y cosas para comer. Un hombre de la oficina
de correos, que parecía ser muy hábil con el sistema, le dijo que le prometía
encontrar al remitente pero que tomaría tiempo pues la persona se había
ocultado muy bien detrás de todo el embrollo que era el sistema de correos. El
hombre trabajó en ello toda una semana hasta que dio con una dirección y se la
dio a Teresa por teléfono.
Ella fue hasta allí. Hubiese podido averiguar
un teléfono o incluso un correo electrónico pero pensó que lo mejor era hacer
las cosas en persona para que quien sea que la acosaba, entendiera el mensaje
de que ella no iba soportar más esa situación. Tocó a la puerta y abrió una
anciana, una mujer muy encorvada y con demasiadas arrugas en la cara. Al ver la
cara de Teresa, la mujer empezó a llorar. Del fondo de la habitación, vinieron
una mujer y un niño y cuando vieron a Teresa también hicieron caras pero se ocuparon
primero de la anciana. Todos entraron a la casa y después de un rato, la mujer
sentó a Teresa a una mesa y le explicó lo que había estado sucediendo.
La anciana era su abuela, la madre del padre
de Teresa. Ella se había distanciado de su hijo pero había sabido de su muerte
hasta hacía poco y la culpa la había hecho investigar sobre él. Había dado con
la existencia de Teresa y había utilizado a su enfermera y a su hijo para que
siguieran a Teresa y averiguaran que necesitaba. Ellos la habían ayudado con
todo y ahora la mujer estaba bastante frágil de salud, razón por la cual había
hecho todo lo posible por acercarse a Teresa pero sin hacerle daño. Teresa tuvo
sentimiento encontrados pero al fin de cuentas esa era su abuela. La cuidó unos
meses hasta que murió y entonces empezó a ir al cementerio. Tenía que hacer las
paces con su familia y con el pasado.