viernes, 26 de febrero de 2016

Adicción

   Nunca hubo una razón en especial pero siempre terminaba pasando lo mismo, tanto así que tuvimos que ir a una profesional para saber si todo marchaba bien. Era preocupante que siempre cayéramos en el mismo vicio, casi a las mismas horas todos los días pero siempre de modos diferentes. La verdad no era algo que buscáramos, ninguno por su lado ni ambos por un acuerdo mutuo. No había nada de eso. Lo explicábamos así: como empezamos de manera clandestina, pues siempre teníamos un cierto miedo, un apuro particular y por eso la costumbre nunca se nos quitó. Alguna gente lo sabe y no le importa, algunos otros lo saben y nos miran como bichos raros. Y otros más no lo saben ni lo van a saber nunca porqué son cosas privadas al fin y al cabo.

 El caso es que, como le confesamos a la psicóloga, creemos ser adictos al sexo. Así de simple y claro. No, no estamos orgullosos de serlo. Sería lo mismo que estar orgullosos de ser diabéticos o de que nos gustara los espagueti a la boloñesa. Pero la verdad es que tampoco nos sentíamos mal por ello y la doctora nos dijo que posiblemente no hubiese nada malo con nosotros. Nos miramos a los ojos y no sabíamos si soltar una carcajada o echarnos a llorar. Bueno, al fin y al cabo ella ni nos conocía, ni sabía como éramos cada uno por su lado y en pareja.

 Le contamos cómo empezó todo. Trabajábamos juntos, en la misma oficina. Eso se acabó hace unos meses pues nos dimos cuenta que la gente empezaba a hablar y que el clima social se iba a poner muy pesado por lo que habíamos hecho. De nuevo, no era algo que nos enorgulleciera pero habíamos empezado como una pareja clandestina. Al comienzo nos caíamos mutuamente mal. Hasta nos echábamos miradas de odio cada cierto tiempo y evitábamos la presencia del otro. Pero un buen día al ascensor del edificio se le ocurrió averiarse y nos quedamos solos. Ambos pensamos que nos iban a lanzar a la garganta del otro y sí fue así pero no exactamente. Cuando salimos de ese ascensor nuestra visión del otro era completamente distinta.

 La psicóloga parecía estar a punto de reír pero retrajo su sonrisa cuando le explicamos que cada uno estaba en una relación por su parte y que empezamos a vernos a espaldas de personas que queríamos pero ya no amábamos como antes. Su expresión se endureció y, como una profesora de jardín de infantes, nos preguntó porqué lo habíamos hecho. Le dijimos que no había sido planeado pero que tampoco lo habíamos podido evitar. Las cosas eran como eran y no pudimos quitarnos las manos de encima del otro. Simplemente había un magnetismo, una fuerza más allá de nuestras capacidades que nos acercaba y nos hacía sucumbir a nuestros más bajos instintos. De nuevo, hay que decir que no estábamos orgullosos pero definitivamente estábamos felices.

 Entonces la doctora preguntó por cuanto tiempo habíamos mantenido nuestra relación en secreto. De nuevo nos miramos, pero esta vez fue con vergüenza, bajando la cabeza pero tomándonos las manos y apretando para darnos fuerzas mutuamente. Respondimos que fue todo un año, un año que, a decir verdad, fue fantástico. No solo nos enamoramos perdidamente sino que lo hacíamos en todas partes, incluso en la misma oficina. No podíamos decir que habíamos sido como conejos, eso sería incluso grotesco. Pero es justo decir que habíamos intentado quitarles el trono en el reino de los animales en celo.

 Nuestras parejas se enteraron casi al mismo tiempo y cuando eso sucedió no hubo tanto trauma y tanto drama como podía haber habido. Tampoco fue que todo fuera color de rosa pero hablando las cosas se solucionan y eso hicimos. Hablamos y ellos se dieron cuenta que las relaciones estaban ya muertas o por lo menos agonizando. Se habían acostumbrado tanto al rigor de la rutina que ya nada era emocionante y por eso nuestros escapes al deposito de materiales de la oficina eran como inyección de adrenalina que entraba directamente a la sangre y al cerebro con la fuerza de un ejercito.

 Sí hubo peleas, argumentos y discusiones. Pero no pasó de ser una semana pesada, de esas en que no se duerme ni se vive como una persona normal. Y suena mal pero nos teníamos el uno al otro. No dormíamos pero lo hacíamos en la misma cama, no cerrábamos los ojos pero nos hablábamos al oído y nos dábamos animo. Sí, también tuvimos mucho sexo y posiblemente fue muy bueno pero la conexión que establecimos fue tan importante que el sexo se convirtió entonces en solo una parte del todo, de toda esa gran estructura que llamamos amor.

 La mujer, sin explicación alguna, se secó una lágrima con un pañuelo. Al parecer la habíamos emocionado y ni nos habíamos dado cuenta. Pero volvimos al tema central de la visita: nuestra vida sexual. Empezó a ser aún más emocionante y mejor después de nuestras respectivas separaciones y de ahí en adelante fue sorpresa tras sorpresa y la verdad es que teníamos pocos limites, mejor dicho, teníamos aquellos limites que toda persona sensata y responsable tiene pero el resto de barreras las quemábamos todas juntos. Había fines de semana que no salíamos de casa porque como ya no trabajábamos juntos pues no había sexo en la oficina y lo compensábamos con maratones increíbles en una cama que era básicamente solo el colchón pues estábamos conscientes del ruido que hacíamos.

 La doctora tosió, interrumpiendo nuestro discurso, que parecía también tener una energía en constante aumento. Se disculpó y fingió que no había sido a propósito sino solo algo del momento. Continuamos.

 Compramos cuanto juguete se nos ocurrió, vimos algunas películas aunque la verdad teníamos más que suficiente con el otro en la cama. Bajamos aplicaciones en el teléfono que nos aconsejaban intentar posiciones nuevas y solo no deteníamos en un momento de la noche para comer algo, recargar baterías y, si acaso, estar un tiempo separados el uno del otro, así fuera por algunos metros. El descanso podía ser de hasta dos horas, pues era lo necesario para pedir un domicilio, esperar a que llegara (aunque a veces utilizábamos ese tiempo), recibirlo y comer.

 La doctora interrumpió de nuevo pero esta vez con una pregunta. Quiso saber si hablábamos mientras comíamos o si solo comíamos y ya. Le respondimos, un poco extrañados, que siempre hablábamos. Incluso durante el sexo no todo eran gemidos y gritos y palabras obscenas. Algunas veces estábamos con la situación tan controlada que podíamos compartir ideas, anécdotas del día que habíamos tenido o noticias que habíamos escuchado en alguna parte. Lo mismo hacíamos cuando comíamos, incluso nos tocábamos las manos y nos mirábamos a los ojos. Eso mismo hicimos en la oficina de la doctora, solo que también hubo una sonrisa y un brillo especial en nuestros ojos.

 Ella entonces preguntó que nos gustaba más del sexo? Las palabras que salieron de nuestras bocas se atropellaron unas a las otras pues respondimos al mismo tiempo. Con diferentes palabras, habíamos dicho exactamente lo mismo. Esta vez nos quedamos mirándonos las caras, un poco asustados pero más que todo apenados. Lo que habíamos dicho era simplemente que lo mejor de tener sexo era complacer al otro. La doctora pidió que elaboráramos sobre eso. Cada uno dio sus razones pero en concreto se trataba de que nos gustaba ver al otro feliz, ver al otro sentir placer y hacerlo sentir mucho más que bien. Eso era lo que preferíamos. No tanto hacerlo en un sitio o en otro o con mucha o poca frecuencia.

 Ella dio dos palmas solas y nos miró, feliz. Tenía una sonrisa tan grande en la cara que daba un poco de miedo y tuvimos que tener valor y preguntarle porque estaba feliz. Nos tomó de las manos y no explicó que la gente que solo busca tener sexo, quienes de verdad están obsesionados con ello, normalmente no sienten lo que sentimos nosotros. Buscan el placer efímero en el acto pero no complacer a nadie y es muy frecuente que no amen a la persona con la que comparten esos momentos. La doctora se puse de pie y nosotros también. Nos abrazó, cada uno por su lado, y dijo que no había nada que temer. Éramos una pareja envidiable, en sus palabras, y la única recomendación que nos hacía era tratar de hacer otras actividades que también tuvieran el mismo fin, el placer, para variar las cosas y no aburrirse.


 Eso fue lo que hicimos. Empezamos a jugar tenis, cosa difícil pues uno de nosotros no era muy deportista que digamos, y también nos propusimos hacer pequeños viajes cada cierto tiempo para compartir otro tipo de vida y no solo la de nuestros hogar. Pero lo cierto es que nos amábamos y que cuando nos mirábamos de una manera especial y nuestras manos, piernas o dedos se encontraban, teníamos el mejor sexo de nuestras vidas y de la vida de muchos otros. “Hacíamos el amor”, dicen que es mejor decir. Pero creemos que el sexo es también una hermosa palabra.

jueves, 25 de febrero de 2016

Jovian loop

   It was a completely closed room. It had no windows, only one door and no visible openings for heating or air conditioning. However, the temperature in the room was very nice and the two women and three men inside were chatting just as if they were out in the park with the sun above their heads. There was a large table shaped like a U on one side of the table and in the other there was just the empty space where they were talking to each other. Next to the table there was a wall covered in TV screens that looked more like very black glasses. The room fell silent the moment the door opened and a woman, accompanied by a gentleman in a military suit, entered the room talking. The only word heard was “people”.

 The two stopped talking when they saw the rest of the people and just went on to the table. Each seat was occupied and the small woman that had entered last had the central seat, facing the screens. No one said a word for some minutes. They glanced at some sheets of paper in front of them and just gave each other strange looks. The woman looked at her hands, also waiting. Finally, the screens turned on and formed one big image in high resolution. Everyone was even more silent then, if that was possible. They appeared to have no ability to breath or be relaxed. They couldn’t believe their eyes.

-       This is the only image taken by the Hercules probe as it descended through the clouds of Jupiter only two days ago. The image was beamed to an orbiter before the probe was crushed by atmospheric pressure.

 The small woman read this from one of the papers and when she was done she looked at the image, apparently trying to figure out what she was seeing.  Noticing no one said a word, she told them to state their view on the matter, starting by one end of the table. When they were all done exposing their theories, she wasn’t any more relaxed than before. She looked at the screen again; her hands in the position of prayer, and talked as calmly as she could, her voice trembling a bit.

-       Life, then?

 The group around her, nodded. They seemed terrified but not of her. Each one of those scientists had gone through the picture once and twice and even thirty times, checking every single variable and making copies of different sizes and colors and formats and the conclusion was always the same. As the probe descended through the clouds, it had taken a picture of things that were clearly alive. It was hard to describe the creatures but the movement was obvious and the camera on the probe was state-of-the-art, the best one ever on a machine sent to space. Many had thought it wasn’t worth it to put that camera in a probe that was going to be destroyed.

 The woman told them that, as the president, she was entitled to accept or dismiss their theories. So, again, one by one, she asked them to explain why the image depicted living beings. Why those couldn’t be just clouds or errors or whatever else. There was a scientist, a woman, who stood up and said in squeaky voice that the image was not the only thing they had gotten from the probe. A couple of the others looked at her surprised, clearly they had no idea about this new information. The president looked tired and asked the scientist to show them the information she had.

 The scientist went to the wall, were a small keyboard appeared and introduced a code no one else knew. Then, the screen changed in order to show a very small video on a loop. It was only six seconds long and the quality was not as good as the picture’s but it was clearly visible that those things in the image were moving. There was no sound but everyone seeing the footage supposed it would have been a very noisy environment. There was something like a flash at the end of the video, possibly a thunder.

-       Could any of you describe… the creatures?

 Another scientist, a bald man, said he was a biologist and had concluded that the creatures appeared to float in the upper atmosphere. They seemed to control their elevation perfectly and had a look between a cloud and an elephant. The comparison was very strange but they could all agree with the man, who sat down very fast after concluding his theory. The video kept repeating itself on the screen and the president just looked at it, as if trying to decipher some other meaning behind it.

 The aide she had come with, an older gentlemen in a military uniform, stood up and asked the rest of the people if the creatures were hostile. Surprisingly, it was madam president who told him that was the stupidest question she had heard recently. He told him it was impossible that those creatures could be any threat. The implication of their existence went much farther than just aggression. It made a change in our collective minds, our societies and civilizations. There was life on another planet and they had the proof right there.

 The man sat down, embarrassed, and the woman inhaled some air and just pulled back into her chair, thinking about many things, some of which they hadn’t even been talking about. After all, she had a daughter and was thinking of how weird it would be to explain all of that to her. She was a smart young woman but was curious to see if a young person would be as shocked as she was. To her the revelation had been too much to handle, so much she didn’t really know what was the next step.

 Apparently everyone was thinking the same thing because one of the scientists asked exactly what they were going to do with this information. Would they keep on studying the data or would they just released the video to the public and let them decide what it was? The president had no answer to that and her military aide was not going to say one more word on the matter. Silence again and the video in a loop. The creatures moving up and down, through the clouds. They had lights or something on them and had a strange color. The president wondered how it would feel to fall through the Jovian atmosphere.

 Her mind went back to the room when the video disappeared from the screen, instead being replaced by a white flag, whit a skull in the center, flanked in the back by two crossed swords. It was a pirate flag. Everyone in the room looked at each other, is if they were looking for someone to jump from their seat and excuse themselves for the mishap or the joke or whatever that was. But no one moved. Worst even, someone let out a gasp and said almost in a scream: “The Pirates!” The statement was a little obvious at first but then, slowly; the y understood what he had meant.

 The president said a course word and asked the military counselor for her phone but he reminded her that no phones worked in that room. He then yelled at him, ordering him to run out and tell the security forces to confront a cyber attack.  But it was too late. The famous Pirates, a band of virtual brigands that dedicated to looting governments and stealing their most precious belonging, had already done their deed. The Pirates were famous because of their logo with the white flag instead of a black one and their tendency to never ask for money. They said people paid them, with their honesty and enthusiasm.

 The flag on the screen disappeared and then they were looking at a webpage, more precisely it was someone going to YouTube. One of the videos the site recommended, as it was knew, was the one they had just seen. It played in a loop again and the comment and number of viewings rose in only fifteen minutes, time it took for madam president’s aide to go out and make all sorts of calls that wouldn’t make one ounce of a difference. The information was public and they could not make unseen what had been seen millions of times.


 The president couldn’t move, couldn’t keep her eyes apart. The man she had come in with tried to help her up but she just wouldn’t budge. She saw the creatures going up and down, and up and down. And she realized that the world had just changed. Her daughter would now next time she saw her. She cried a single tear, cleaned it and marched out of the room.

miércoles, 24 de febrero de 2016

Existencial

   Se quitó los calzoncillos y, sin vacilación alguna, se lanzó al agua. Tenía gracia al nadar, sabía dar las brazadas con exactitud casi matemática y mantenía la respiración por varios minutos bajo el agua. Se nota que disfrutaba el agua, así la laguna estuviese todavía fría por el invierno que se negaba a retirarse de aquellas tierras altas. Alrededor la vegetación era espesa y casi tapaba el sol alrededor del cuerpo de agua. Solo se le podía ver directamente desde el centro de la laguna pero la estrella no brillaba con tanta fuerza como podía. El calor recibido no era mucho y el hombre se quedó ahí un buen rato, tratando de calentarse pero sin ningún éxito.

  La mejor manera de calentarse, sin duda, era seguir nadando y fue lo que hizo por varias horas más. A veces se detenía pues tenía que descansar pero incluso entonces solo movía con suavidad las piernas para mantenerse a flote y poder reflexionar mientras iba a la deriva por la laguna. Pensaba en las responsabilidades que tenía y en las que no tenía, pensaba en todo lo que era y lo que no era y casi se puso triste hasta que una brisa suave lo sacó de sus pensamientos y le recordó que se estaba haciendo tarde. Visiblemente aburrido por no poder quedarse más, nadó desganado a la orilla.

 La ropa que había dejado sobre una roca estaba tan seca como siempre, aunque debió sacudirla pues varias hormigas habían decidido posarse sobre su camiseta y pantalones. No se puso los calzoncillos, solo los pantalones así sin nada, la camiseta y metió las medias y los calzoncillos en los zapatos deportivos, que llevó en la mano cruzando el bosque. Quería sentir antes de irse la hierba y la tierra bajo sus pies,  quería disfrutar al máximo su pequeño escape que no había sido tan largo como el hubiese querido pero había servido al menos para relajarlo un poco.

 El recorrido no fue largo. Salió a un lado de la carretera, donde había una bahía de parqueo. Allí estaba su viejo coche esperándolo. Se puso los zapatos con la puerta abierta y fue entonces que sintió un olor delicioso. Era evidente que no era una comida gourmet ni algo muy saludable. El olor era de algo grasoso pero delicioso a la vez. Terminó de ponerse los zapatos y cerró la puerta del coche pero con él afuera pues quería averiguar de donde venía el olor.

 Se sintió un poco tonto al ver que solo a unos metros había un restaurante de comida típica. No lo había visto cuando había llegado, tan apurado estaba por ir al pequeño santuario. Echó un vistazo y vio que solo una mesa estaba ocupada y que la vista desde el restaurante era increíble. Al final y al cabo estaban sobre un acantilado desde el cual se observaba, muy a lo lejos, el valle del río más grande del país. Sin pensarlo, se adentró en el lugar y tomó una silla en la mesa con la mejor vista. No movió la cabeza de posición hasta que una voz lo sacó de su ensimismamiento.

 Una joven le preguntaba que deseaba ordenar. Él la miró al comienzo sin entender muy bien lo que decía, todavía inmerso en su mente. Al rato se espabiló y le preguntó a la joven qué era lo mejor en el menú y ella le enumeró tres platillos que le gustaban mucho: una sopa, un plato fuerte y un postre. Él le dijo que le trajera los tres y que ojalá no se demorase. Ella sonrió coquetamente y se retiró. Él volvió la mirada a la hermosa vista y se dio cuenta que no había dejado la laguna. Es decir, no había dejado de pensar en todo y nada, en él y en los demás.

 No era que tuviera problemas reales pero para él lo eran. Se sentía algo alejado de su familia pero no tenía manera de conectarse con ellos de nuevo y eso le dolía profundamente. Hasta hacía poco se había dado cuenta de lo importante que eran ellos para él. Lo otro era su trabajo, en el que se sentía terriblemente miserable. La gente lo admiraba porque era respetado y su nombre era conocido para la gente del medio pero para él eso no era nada. No lo llenaba ya nada de lo que hacía, ya no sentía esa fuerza juvenil que impulsa las pasiones. Ya no sentía nada.

 Cuando la chica volvió con una sopa algo espesa y poco atractiva, él no pensó nada más sino en su mirada y sonrisa. Era muy linda, pero no era hermosa. Tomó una cuchara de un pequeño cesto y empezó a comer. La sopa era una simple maravilla, compuesta de muchos elementos y de un sabor muy difícil de identificar. Se la comió toda, pensando en que el amor no era algo que él comprendiera y esas sonrisas como la de la joven, siempre eran como un rompecabezas para él.

 Le impresionaba cuando alguien le dirigía una de esas o un guiño de ojo o cualquiera de esas sutilidades poco sutiles. No se creía merecedor de nada de eso, principalmente porque no correspondía a ninguno de los estándares de belleza que entendía eran los actuales. Pero sin embargo, muy de vez en cuando, recibía esos mensaje confusos y no entendía nada. De eso al amor había mucho trecho pero el caso es que los juntaba pues para él unos llevaban a eso otros, a ese hondo y oscuro misterio que él simplemente no entendía aunque quería entender.

 El plato principal eran papas saladas, plátano maduro, carne frita de carne y de cerdo, longaniza, chorizo y morcilla, todo en pedacitos y en una porción un poco más generosa de lo que comería normalmente una sola persona. Sí, esa era la grasa que había olido, el aroma que le había atraído y estaba tan delicioso como él supo que estaría. Comía despacio, mirando el valle sumirse poco a poco en los colores del atardecer y pensando en que algún día le gustaría compartir todo esto con alguien y luego acariciarle la mejilla y robarle un beso de eso que se sienten en el alma.

 El último elemento de la comida eran una simples brevas con arequipe. Nunca le había gustado ese postre pero esta vez se comió todo y pidió una botella de agua con lo último para poder refrescar el paladar. Cuando terminó, él mismo fue a la caja y le pagó a la joven con la mejor sonrisa de la que fue capaz. Al darle el cambió, ella hizo lo propio. De vuelta en el coche, se estiró un poco y se dio cuenta de que ya era de noche. No le gustaba conducir de noche pero no había otra manera. Quería descansar pues ya se sentía agotado.

 Arrancó y en poco tiempo se acostumbró a la noche. No era un buen conductor, pues pensaba con frecuencia en el barranco que había a su derecha y que pasaría si por alguna razón seguía derecho, que pasaría si perdiera el control y el coche rodara por el lado de la montaña, sin nada que lo detuviese. Al parecer no pasaba tan a menudo pero la sola idea lo obsesionó y casi invade el carril opuesto de la curvilínea carretera por estar tan inmerso en sus oscuros pensamientos.

 Su velocidad fue buena hasta que tuvo a un camión adelante y tuvo que conducir lentamente detrás, esperando una oportunidad para pasarlo. Le dolían las piernas y se acordó que sus calzoncillos estaban en el asiento contiguo, haciendo la vez de copiloto. Los miró de reojo y se dio cuenta que no le gustaban para nada esos calzoncillos. No solo porque tal vez necesitase lavarlos, sino porque no parecían su estilo. De hecho, él no tenía estilo pero se daba cuenta que no le gustaban. De hecho se miró en el espejo y no se gustó en nada.

 Pero eso no era nuevo. Tenía esos momentos al menos una vez al mes, en los que se miraba en el espejo del baño por las mañanas y sentía que el ser que le devolvía la mirada no podía ser más feo y simplón. Tenía una cierta manía, en esas ocasiones, de verlo todo malo y todo como un problema. Odiaba su corte de pelo, el color de sus ojos, los granitos que todavía le salían habiendo ya cumplido más de treinta, su barba que no era barba, su cuerpo escuálido en partes y grueso en otras, sus genitales pequeños y sus muslos grandes… En fin, era una guerra que siempre había tenido con si mismo y ahora volvía.

 Recordó los meses, largos y muy tediosos cuando era más joven, en los que malgastó su vida yendo a terapias con psicólogos para mejorar su imagen de si mismo y trabajar en esas oleadas de existencialismo que le daban. Pero todo eso fracasó y lo sintió como un timo porque ellos querían quitarle todo eso y la verdad era que a él le gustaban mucho sus momentos existenciales y si tenía que vivir también con su odio hacia si mismo para tenerlo, pues alguna manera encontraría de existir.


 La rabia que le empezó a emerger, a arder en el pecho, le hizo acelerar el automóvil y pasar al camión en el peor momento posible. Fue bueno que estuviese con buenos reflejos, porque pudo evitar a un coche que venía en dirección correcta justo a tiempo. Volvió a su carril y aceleró más, hasta que estuvo cerca da la ciudad. Seguramente le llegaría uno de esos comparendos electrónicos pero le daba igual. Había liberado un par de demonios con la adrenalina y se sentía de nuevo, extrañamente, con el control total de su vida.

martes, 23 de febrero de 2016

Fireball

   For us, life changed the day we saw the sky on fire. Or, more precisely, we saw fire falling off the sky. I remember waking up by the noise outside, as I always left my window open when I slept, because of the heat at nights. My parents and the neighbors were talking very loud for so early in the morning and my brother, who slept in bed next to mine, was not there but standing by the door, hearing everything. Then, not even having the chance of asking what was going on, I heard mom walking towards our room. Brother ran to bed and pretended he was asleep but he did a really awful job at it.

 She told us in a hushed voice, for some reason, to get out of bed and put on some slippers. She rushed us and we went with her. When we went out of the house, dad was already there looking up. We all looked up too and we saw it: a big ball of fire was crossing the sky. It didn’t look like something that nature would do but, then again, I had never really seen a real meteorite so maybe that was it. I then remembered the many shows I had seen about the extinction of the dinosaurs and thought that maybe it was our turn and that’s why we were all outside.

 I thought it was a little bit weird to go out and then look at the thing that was going to destroy us, our homes and our planet, but when we started moving towards the beach, I found it even stranger. Dad held mom’s hand and she held mine and I held my brother’s. I honestly thought our time on Earth had come so I had no problem walking with everyone side by side and in a strange harmony, crossing the few blocks that separated us from the ocean. When we got there, a crowd had already settled down, many families and old people and kids and lonely folks. They were all looking up.

 The ball of fire was getting considerably larger and it came with a weird sound, like the one a string gust of wind would do but much more annoying. It wasn’t the nicest thing to hear just before dying but I guessed I couldn’t really complain. I was on the beach, which I loved, I had my parents and… Shit, they had left Captain back in the house! I told mom but she wouldn’t pay attention, not pulling her eyes away from the fireball. I wanted my dog with me if I was going to die so I released myself from my family’s grip and ran to the house.

 As old as he was, he was sleeping, not minding a bit about the fireball or the scandal people had created for hours. I grabbed him by the collar and, at first; he was not very willing to come. But after some petting and food, he came peacefully. As we walked to the beach, I felt suddenly very hot and realized it was the fireball, cruising the sky exactly above me. Captain barked at it and then it happened all so fast, as if someone (maybe God) had pushed the “fast forward” button. When I got to the beach, the ball of fire had already fell.

 But it did not destroy us. Actually, my last thought before it fell was that it wasn’t a ball at all. As close as it was, it didn’t have a real shape, not one that I could pinpoint. People on the beach had pulled back as some waves came in but didn’t do much damage. There, on the horizon, fire could still be seen but it was dying. I imagined a monster, burning and dying in the middle of the ocean. It really looked like one, due to the shape of the object. I realized that’s what it was because nature would not do something like that, which such and odd shape.

 Captain barked and growled. That snapped my family out, my dad telling us that it was better to go back home, as nothing more would happen tonight. He was wrong but we went anyway. I slept with Captain in my bed and he didn’t mind. He was a strange dog, preferring sometimes to be away from humans, especially young kids. But that night, somehow, he didn’t mind the attention and care and I was showing him. I even kissed his forehead before going to sleep and he didn’t even budge.

 The next morning, I was woken up again by the sound of my parents’ voices. I asked myself if they weren’t able to shut up, as I really wanted to keep on sleeping. I felt tired and my body ached, as I needed to sleep some more. Again, my mother came to our room to get us to have some breakfast. After all it was a school day. It was too early so I ate my cereal not even realizing I was spilling milk all over the place. I showered afterwards and got my uniform ready. Walking with brother on my side, I was still sleepy but we managed to find the way to school.

 Yet, we noticed something was wrong. Policemen, or at least they looked like policemen, were everywhere. They were in the corner of the street checking lampposts, or asking people questions in front of their houses or running somewhere. Our small town did not have a police department. We depended on the next town for that. So who were those men and women? They were dressed in black and had a small logo on their shoulder but I couldn’t see what it was.

 In school, teachers seemed as distracted and sleepy as the rest of us. They all tried to do what they had to do but it was almost impossible. Kids were not listening and teachers were obviously not interested in speaking about mathematics or chemistry or history. Some yawned several times and others just looked at the window as if they were hoping for it to get shattered into a thousand pieces. It was the first time I saw kids actually sleeping on their desks and the teacher not saying anything to them. I would have liked to do that but when I decided to one of the men came in the school and said the classes were suspended.

 At home, mom explained those men were from the government and that they needed everyone’s help to salvage whatever it was that had fallen from the sky. They needed experienced swimmers and divers in order to help them, as only people from the area would know about the depth and characteristics of the water close to town. Dad had offered to help them, as he was a fisherman, and that’s why he wasn’t there to greet us from school. Normally he would come back early from fishing but he wasn’t there then. We joined mom in order to look the work he was doing from afar but got bored soon because there were no hills from which we could actually see something.

 The rest of that week was all the same. Dad started to get paid for his help but he had to leave early in the morning and would return late in the afternoon. He was always so tired he would eat half-asleep and then just fall into bed like a rock. Mom seemed worried for him but as my brother and I were deemed to young to ask anything, we simply didn’t. But we were worried too. Dad had always been such a joker and he loved to play around after dinner but during that weak he was practically a zombie.

 The third day after the “fireball” had fallen from the sky, a rumor ran across town. Apparently, some said that the thing that had fallen in the ocean was actually a spaceship and that the government was using us to get to them, them of course being the aliens. I found this a little stupid of them because if we helped them many people would know, so how would they cover up that? Killing everyone? No, too many questions would come up. I would make drawings in class of the aliens and the ship. I would also imagine talking to one of them and him telling me were he came from and how sorry he was to have crashed on Earth.

 My brother had nightmares about it, obviously he had been told awful stories about aliens by his friends. After all, most books about them it the library was about how evil they were and how they loved to destroy humanity ever single time they were able to. In some old movie magazine, they were even very similar to insects and I guess that was the image my brother had in his mind because he went insane when, walking to school, we saw a butterfly.

 The men in black left town after exactly seven days. They had taken out all they could from the ship and dad explained they could come back to take the ship, part by part as it was huge. As he seemed a little bit more rested we asked him about the aliens and their technology. But he only laughed and told us that he saw no aliens. Then his expression turned grim and said no more.


 Mother would explain that night that the object in the ocean was a space station, made by men, and that it had failed somehow and just fell off the sky. People had died on it and the men from the government had come for their bodies, to give them to their families. I couldn’t sleep that night. Somehow, I couldn’t stop thinking about those astronauts and how we saw them die.