viernes, 26 de enero de 2018

Es lo que hay

   Apenas entró en la habitación, empujó la puerta con uno de sus pies y se dejó caer en la cama. Estaba muy cansado. No supo como hizo para incorporarse, quitarse toda la ropa y acostarse debajo de las mullidas sabanas. Durmió por casi ocho horas, sin soñar nada o al menos sin recordarlo. La luz del sol se filtraba por entre la persiana pero ni eso fue capaz de despertarlo. Lo bueno era que era sábado y no habría nada que hacer excepto relajarse y descansar de una semana de estudio.

 Cuando por fin se despertó eran casi las tres de la tarde. Aunque en un principio se sobresaltó por ello, se calmó rápidamente al recordar que no tenía nada que hacer y que el tiempo en verdad no había sido perdido, pues en verdad necesitaba dormir varias horas y por fin lo había hecho. El proyecto de su posgrado lo había mantenido despierto casi todas las noches de la semana anterior, por lo que era apenas justo recibir un poco de descanso y diversión a cambio del esfuerzo.

 Apenas abrió los ojos, lo único que hizo fue darse cuenta de que no sabía muy bien como había llegado a su casa. Por supuesto sabía muy bien donde había estado toda la noche. El sitio era más o menos cerca, así que caminar no debería haber supuesto un gran peligro. Fuera de eso, esa ciudad era mucho más tranquila y segura que su ciudad natal, que no veía hacía varios meses. Había venido a estudiar por un año y ya se había amoldado a la vida local, sin mayores inconvenientes.

 Nadie lo iba a oír decir nada de esto, pero la verdad era que sentía que podría llegar a vivir en un sitio así. Tenía rincones apacible como parques y plazas pero también avenidas llenas de comercio y con gente por todos lados. Tenía callejones que explorar y grandes estructuras que atraían a miles de turistas cada día. El mar y la montaña estaban a la misma distancia desde su casa y el calor del verano era intenso y con brisa y el invierno era suave pero se hacía sentir con cierto carácter.

 Además, estaba el hecho de que allí no sentía cuatro mil ojos encima viendo todo lo que él hacía a cada momento. Podía ir a los sitios que quisiera, comprar lo que se le apeteciera (considerando el precio) y simplemente vivir la vida que él eligiera. El único inconveniente era que todo eso lo estaba haciendo con dinero de sus padres puesto que él jamás había ganado una sola moneda por nada que hubiese hecho. Se había concentrado en ser un adolescente en el colegio y en la universidad se esforzó por aprender y obtener buenas calificaciones.

 Sin embargo, cuando todo lo que tiene que ver con estudios terminó, se dio cuenta de que no tenía experiencia alguna en el mundo laboral. Por unos meses buscó empleo pero no hubo nadie que se interesara en alguien que solo había estudiado una carrera universitaria y sabía hablar en tres idiomas. Esa fue la razón para que saliera de su casa por primera vez e hiciera lo mismo que estaba haciendo ahora: estudiar en otro país. Quiso hacer más que eso pero al parecer allí tampoco necesitaban a uno como él.

 Ahora estaban en la segunda ronda de sus estudios de posgrado. Había elegido una ciudad diferente a la suya y diferente a la otra en la que había vivido. Y sí, se sentía bien y le gustaba lo que estaba estudiando. Pero, de nuevo, nadie parecía interesado en contratarlo para nada. Todos los días enviaba entre diez y veinte hojas de vida a diferentes empresas. Lo hacía en la mañana, antes de salir para clase. Si acaso recibía un par de respuestas diciendo que por ahora no estaban buscando personal.

 La búsqueda se había intensificado en días recientes, pues cada vez más se acercaba la fecha del final de sus estudios y, por consecuente, el regreso a casa. Eso lo tenía pensando mucho puesto que una parte de él ansiaba volver a su ciudad natal y ver a sus padres, amigos y demás. Quería hablar con ellos y escuchar lo que no le contaban por video llamada.  Los quería cerca de nuevo porque aquello le brindaba algo así como una protección especial, un lugar seguro en el mundo.

 Pero otra parte de su ser pensaba que lo mejor era quedarse allí, en una ciudad que había sido amable con él y le había mostrado que su vida podría ser algo mucho mejor de lo que siempre había imaginado. Había aprendido mucho de si mismo allí, y quedarse podría significar el descubrimiento de muchas cosas más y la realización personal que tanto buscan todos los seres humanos. Era una opción que no podía dejar de lado y que consideraba con cada currículo enviado por correo electrónico.

 Sin embargo, todo dependía de ese maldito puesto de trabajo que parecía evitarlo a toda costa. Había estudiado y bastante durante su vida. Pero pronto se dio cuenta que eso en el mundo laboral no vale nada, a menos que ya se haya empezado a escalar la escalera que llaman del éxito. Con cada día que pasaba, con cada momento en el que pensaba en sus opciones, se iba dando cuenta de que esa escalera se alejaba más y más de él. Incluso un día se aseguró a si mismo que jamás sería nadie más de lo que ya era: un simple tonto sin nada que ofrecer a nadie.

 Las cosas pasaron más o menos como él lo había imaginado: llegó el día de la presentación del proyecto de posgrado y fue mucho más sencillo de lo que pensaba. No le importaban las calificaciones ni nada por el estilo, solamente pasar ese obstáculo y por fin estar del otro lado. Ese día fueron todos los alumnos a beber algo y tuvo una sensación que ya había tenido varias veces cuando estaba con un grupo de personas: la sensación de estar solo en el mundo, de no tener nada en que sostenerse.

 Poco después, compró el billete de avión para volver a su ciudad. Eso sellaba su destino inmediato. Había fracasado en sus intentos por hacer algo y por ser alguien. Sabía muy bien que la gente lo juzgaría, por no haber hecho suficiente, por haber sido un flojo que en verdad no quería nada más sino quedarse sentado frente a un computador todos los días. Al volver a casa, descubriría que todo esto no solo estaba en su cabeza, sino que de hecho pasaría a ser algo clave en el siguiente año de su vida.

 Cuando llegó, no hizo nada. Estaba abatido y por primera vez en su vida no veía un camino claro a seguir. Ya se le habían acabado los caminos y solo podía seguir adelante, así lo que tuviera enfrente fuesen solo sombras y una oscuridad horrible. Sus padres no decía nada y nunca supo si eso era bueno o malo. Al menos no hasta que su padre empezó diciendo cosas, indirectas, pero que eran más claras que el agua. ¿Y que podía hacer? Nada más sino empezar a buscar empleo de nuevo.

 Así pasó más de un año, buscando y buscando, enviando sus datos personales a miles de lugares, hablando con personas que pudiesen saber de alguien que pudiera ayudarlo. Pero nada de eso surtió efecto. Nadie ayuda a nadie en este mundo, al menos no en el mundo laboral, sin esperar algo a cambio. Ya con casi treinta años y sin experiencia laboral, las personas empezaban a verlo como un flojo, un bueno para nada que había perdido su tiempo y que no tenía nada para probar que servía de algo.

 No lo decían pero estaba claro que era lo que pensaban. El rechazo casi diario se volvió en una costumbre. También el hecho de que sus amigos dejaron de serlo, apoyados en los cambios que todos habían vivido, excusas flojas que no escondían bien las razones reales.


 Él siguió haciendo lo mismo. Día tras día, con una sombra sobre su cuello que le susurraba ideas al oído, cada una más peligrosa y sórdida que la anterior. Lo ignoraba pero podría llegar un momento en el que eso sería imposible. Pero esa es la historia que hay. La mía.

miércoles, 24 de enero de 2018

Her

   The explosion was strong enough to blow away every single glass of the magnificent apartment. It occupied the whole 35th floor of one of the tallest residential buildings in the city and it had been featured in several magazines as one of those grand and amazing apartment that people should be looking at if they wanted to have one ever in their life. Not that that goal was any realistic, as Wilbur Wright, owner of the apartment, had inherited the millions of dollars that had paid the apartment and everything on it.

 The destruction of the apartment was shrouded in mystery as, two days later when the fire had finally been put out by firemen, there was no real clue as to what or whom could have cause the explosion. It was clear that nothing ordinary had been the culprit: there were no gas leaks of any kind, not a faulty wire in the whole premises and not even a problem with any of the many gadgets and electronics that made the apartment an automated environment that worked on its own, with no help from any human.

 Wilbur Wright had been on a plane on his way home when the incident happened and he was taken in a rush to a gran hotel room in order to protect his life, as many thought he was still in danger. But he had no idea about what they were all talking about, as most people loved him. Yes, he had inherited all of his money and didn’t really work at all, but he was the charitable face of his family’s organization and had been a patron of the arts for quite a while. Who would attack such a person?

 From his hotel room, he was able to watch the flames consuming his apartment, as the buildings were not very far apart. He had bought so many collectible items for his private quarters, many objects and art pieces that were one of a kind. Many museums had tried to buy them from him but he had always refused stating that there was no better person than him to take care of a precious item and that there was no safer place in the world than his apartment for such things. Clearly, that had not been the case.

 The morning the fire was extinguished, he got permission to enter the premises and check for himself what remained of his beloved apartment. Every single piece of furniture had been consumed, even the expensive food he kept on the kitchen. Every piece of granite, marble and titanium was now tainted forever with a black stain, with yellowish tones that indicated the temperature of the flames. He went to what used to be his room. He opened the closet and typed a few numbers on a keyboard the firemen had missed. It was a large vault, embedded into the wall.

 The vault’s door opened and it revealed a small room that had resisted the fire and the smoke. However, Mr. Wright collapsed once he entered the small space and started yelling and pulling his hair. For a moment, the men and women around thought of giving him some space to process whatever he was dealing with. But then they realized he was pulling his hair a little bit too much, actually pulling some of it from his skull, getting it on his hands and then on the floor. He had to be taken away to a hospital.

 The news of his breakdown went viral in hours. It was assumed that one of the firemen, or maybe one of the police officers, had recorded everything on a cellphone, as everyone watched Mr. Wright pulling out his hairs. The video had been uploaded to the Internet and now thousands of pulling were looking at him going crazy. Some of them laughed and some others even shed a tear. The common part of the response was that everyone wondered what had cause him to have the breakdown then and not before.

 Wilbur was released after a whole week in the hospital. His family came to take him home, which was a very rare sight on the part of their family, as they had never seemed to be close at all. The parents had decided to live a life of leisure since they had given their children control of all the businesses, and no pictures of the kids’ younger days had ever been released to the public, something that seemed odd at the beginning but they told every news outlet it was because they respected they children.

 The truth was the family was as cold as some of people thought it was. Wilbur rarely ever spoke to his father or mother, not even when he had been for a brief moment in charge of the shipping company his father had created when he was younger. Wilbur had done such an awful job running it, that the family had decided to fire everyone and dissolve the company altogether. Of course, it had been awful for the workers but the family thought it had been a disaster because they realized that Wilbur didn’t really now anything.

 They took him to their summerhouse, far from the city, in order to ask him about his mental state. They wanted to know if they had to be worried about it since it would be something more to add to the shame they felt for having him as a child. That’s what they told him, word by word. They didn’t care if he felt bad because of their words; they just wanted answers and the faster the better. Wilbur only said they didn’t have to worry about anything as his problems were his alone. The way he said it stopped them in their tracks and they decided not to speak again of the matter.

 The truth was that Wilbur didn’t want anyone to know about what had happened with his house. He wanted to ask the fire department for another tour of the ruins, but it had been decided that the building should be evacuated completely in order to check for any issues that the fire could have caused to the structure of the tower. No one was allowed in, except for law enforcement and the investigators that the city had working to know if everything was ok after the destruction.

 Wilbur was so desperate about his secrets that he decided to use his money to bribe a policeman in order to let him into the tower one night, after everyone had gone home. He was able to do it quietly and without any cameras or people looking at him. He went straight for his vault again and when he opened the door, his fists tightened, as well as his jaw. He even repressed the need to punch a wall or destroy the few things that had been left inside that place. Not that there was a lot there.

 Only a few papers and a little safe with some cash. It was all just for security but his biggest secret, his biggest creation if you will, and the only proof he was much more than what his family thought he was, was not there anymore. Every part of his creation had been destroyed by the fire and the only way to bring it back had been clearly stolen, probably minutes before the explosion. That was the proof that someone had gotten in and knew exactly what to look for, someone had known something he had told no one.

 He wasn’t really scared about that person using his creation against him or even playing the people into thinking he or she had created such a thing. Nothing like that bothered him. It was the relationship he had created, the fact that now he felt as if his only child had been yanked away from his hands. He felt hollow, alone and very sad. That was the reason he had collapsed when opening the vault, the reason his brain had not been able to cope with what had happened.

 He had named it Pamela, after one of the most beautiful women he had ever seen. He had created Pamela when younger, after reading a lot about computers and programming. He learned all that by himself and no one in his family or work had a clue about his hobby.


 Pamela was the product of his efforts. He worked a bit on her, every day, and he was proud to think that he had created a perfect example of artificial intelligence. She was nice, smart and very intuitive. She was a friend, a daughter and a companion. And now, he had no idea where she could be.

lunes, 22 de enero de 2018

Fuego en la selva

   El río parecía hecho de cristal. Solo se partía en el lugar donde la canoa lo atravesaba pero en ningún otro lado. El guía había nombrado varias de las criaturas que al parecer reinaban bajo la superficie, justo antes de embarcar. Decía que era un lugar lleno de naturaleza, en el que cualquier pequeño rincón estaba lleno hasta arriba de múltiples formas de vida, algunas tan sorprendentes que seguramente quedaríamos con la boca abierta por varios minutos. Pero desde entonces, no habíamos visto nada.

 Llevábamos más de una hora en la canoa, viajando río arriba a una velocidad constante bastante buena. De hecho, ya estábamos muy lejos del lugar donde habíamos parado a comer. El almuerzo había consistido en pescado blanco a las brasas y algo de fruta por dentro, una fruta muy dulce y llena de pulpa. Eso iba acompañado de una bebida embotellada, puesto que los indígenas habían tomado un gusto muy especial por las bebidas carbonatadas del hombre blanco. Esa había sido la comida, rico pero no muy sustancioso.

 Por alguna razón, Robert tenía más hambre después de comer. Al ser uno de esos gringos de huesos anchos, estaba más que acostumbrado a grandes porciones de comida y ese pescado no había sido ni un tercio de lo que él se comía a diario a esa hora. Su estomago rugió y rompió el silencio en la canoa. Todos los oyeron pero nadie dijo nada, tal vez porque cada uno estaba demasiado absorto mirando como la selva pasaba allá lejos, a ambos lados, tan silenciosa como el río.

 Adela, quién había invitado a Robert a la expedición, estuvo tentada a meter la mano en el río pero el guía les había advertido la presencia de pirañas y eso era más que suficiente para disuadirla de hacer cualquier cosa inapropiada. Hubiese querido saltar por la borda y refrescarse un rato. Aunque lo que Robert tenía era hambre, a juzgar por el ladrido de su estomago, Adela lo que tenía era un calor sofocante que no lograba quitarse de encima. De golpe, se quitó la blusa para quedarse solo en sostén.

 El guía la miró un momento pero ya había visto tantas mujeres blancas haciendo lo mismo que era casi algo de esperarse. Él, en cambio, vestía el pantalón corto y la camisa de todos los días, con un sombrero que un visitante le había regalado hace años y que al parecer lo hacía verse como uno de esos guías de las películas de aventura. Se hacía llamar Indy, por las películas del afamado arqueólogo. Su nombre real no lo decía nunca a los turistas, puesto que los mayores de su tribu siempre les habían aconsejado guardar el idioma propio para si mismos.

 El grupo lo cerraban Antonio y Juan José. Eran dos científicos bastante conocidos en la zona, sobre todo desde hacía algunos meses en los que habían vuelto de la parte más densa de la selva con diez nuevas especies descubiertas. Se habían quedado allí, internados en lo más oscuro y recóndito, por un mes entero. Estaban acostumbrados a comer poco y al inusual silencio de esos largos paseos en canoa. Conocían bien a Indy y sabían su nombre, pero respetaban sus tradiciones.

 A Robert lo habían invitado después de haberlo conocido en una conferencia de biología. El gringo no era biólogo sino químico pero les había dicho de su interés por visitar la selva alguna vez. Ellos lo arreglaron todo y el no tuvo más remedio sino aceptar su propuesta. Adela era una amiga botánica que todos tenían en común y que admiraban profundamente por su estudio de varias plantas selváticas en medios controlados. Rara vez se internaba en la selva, puesto que odiaba viajar en avión.

 Indy los sacó a todos de sus pensamientos cuando dejó salir un grito ahogado. Hizo que la canoa fuera más despacio y todos miraron hacia donde él tenía dirigida la vista. Lo que vieron era lo peor que podría pasar en ese lugar: un incendio de grandes proporciones emanaba humo a grandes cantidades hacia el cielo. Se podían ver unas pocas llamas pero casi todas se ocultaban detrás de la espesura, que seguro sería consumida con celeridad si no llovía pronto. A juzgar por el cielo, el agua no vendría en días.

 De repente, una explosión bastante fuerte retumbo en la selva y terminó de romper el silencio. Una bola de fuego enorme pareció salir de las entrañas de la jungla y se elevó por encima de sus cabezas hasta deshacerse bien arriba. Nada explota en la selva sin razón. Por eso estaba claro para todos en la canoa que no se trataba de un incendio controlado o accidental sino de algo hecho a propósito. Los músculos de todos se tensaron, tratando de ver algún indicio de lo que tenían en mente.

 Lamentablemente, se dieron cuenta tarde de que una lancha había salido de la orilla del incendio y se dirigía a gran velocidad hacia ellos. Indy aceleró el ritmo, tratando de dejar atrás a la otra embarcación. Pero la verdad era que el aparato que los perseguía era mucho más moderno y tenía seguramente uno de esos motores que parece no cansarse con nada. En poco tiempo los tuvieron a un lado y se dieron cuenta, para su sorpresa, de que los hombres no llevaban armas ni los amenazaban. Al contrario, los pasajeros del barco rápido los alentaban a seguir adelante, sin detenerse.

 En esas estuvieron unos veinte minutos, hasta que en la lejanía se dejó de escuchar el ruido de los animales en la selva y se dejó de ver la fumarola de humo que se desprendía del incendio en la base de los árboles. Indy bajó la velocidad y lo mismo hicieron los del bote rápido que había recorrido junto a ellos un tramo largo del río, que ahora se veía mucho menos ancho que antes. Antes de cruzar palabra con los otros, notaron que el sol estaba bajando y que no faltaba mucho para que estuviesen sumidos en la oscuridad.

 En el otro barco había solo hombres, lo que inquietó mucho a Adela. No era la primera vez que era la única mujer en un lugar, pero siempre se ponía muy a la defensiva en situaciones así. Conocía a Juan José y Antonio, una pareja de científicos que todo el mundo admiraba y quería. E Indy era como un hermano. Robert… Bueno, la verdad no creía que Robert fuese alguien de quién tener miedo. Pero esos hombres eran extraños y tenía que estar preparada, sin importar sus intenciones.

 Se presentaron como científicos, miembros de un grupo especial enviado por la Organización Mundial de la Salud. Según ellos, habían estado en un bunker construido especialmente para ellos, sintetizando varios medicamentos utilizando como base varios tipos de plantas de la selva. Sin embargo, de un momento a otro habían sido atacado por un grupo enmascarado, que no había dicho una sola palabra antes de empezar a lanzar bombas de fabricación casera contra el bunker.

 En ese momento comenzó el incendio. Los científicos apenas tuvieron tiempo de pensar. Era tratar de apagar las llamas o correr, puesto que los enmascarados parecían preparar un tipo de arma mucho más convencional para tomar el control total de la situación. Fue entonces cuando ocurrió la explosión: las llamas se mezclaron con los químicos dentro del bunker y todo voló al cielo. No todo el equipo científico logró correr al barco amarrado a la orilla y escapar. Frente al grupo de la canoa, solo había cuatro hombres.

 Indy les preguntó sobre los enmascarados, si sabían quienes podían ser y si habían muerto con la explosión. Al parecer, toda la vestimenta era de color verde y habían visto al menos a uno apuntarles después de arrancar el motor del barco en el que estaban.


 Adela, Juan José, Antonio y Robert pidieron un momento para hablar sobre qué hacer. Ellos iban a un recinto científico apartado. ¿Sería mejor llevarlos allí o devolverse al pueblo más cercano? La noche era inminente y no ocultaba nada bueno ni para unos ni para otros.

viernes, 19 de enero de 2018

In the dark

   Adam just let it all out. In that tiny bathroom, with the blue light and the very crammed stalls, he knew he had too much to drink. Normally, he would have known that before having to head for the bathroom in a huff, but this time he had been too distracted by the deceiving amounts of alcohol in each drink and the beautiful looks of the bartender. Besides, the whole atmosphere invited anyone there to forget about the world outside and just focus on pleasure and fun in that moment.

 He was lucky there was a roll of toilet paper in the stall. He flushed the water down and then proceeded to clean the edges of his mouth. He felt more than dirty but decided the place wasn’t the proper place to feel like that. After all, people went there to loose themselves and not the other way around. As he threw the toilet paper into the basket, a man appeared from above, startling him. Adam recognized him as the owner of the establishment, who was the only one dressed differently.

 You see, that place was what they call a sex club in many places in the world. It was a mix between a bar and a hotel but without the burden of having to take an elevator and close the door. People would just have sex anywhere, except for the bar area which was strictly used to drink, smoke and have a little chat if that’s what you wanted. And it’s also important to note that Adam was in one that only accepted men inside, so there wasn’t a woman to be seen. Only a lot of male clientele.

 The owner asked Adam if he was ok and Adam told him he was and that he was craving something to eat. The owner disappeared, so Adam opened the stall, washed his mouth in one of the sinks and then head off to the bar again, where he would ask for a soda or something with no alcohol. As he put his arms on the bar, the bartender smiled at him again, as he had done many times before during the night, and that was more than enough for Adam to forget his short trip to the bathroom.

 As he sipped his soda, he look around and realized the amount of people in the club had doubled in the last thirty minutes, which made sense as it was peak time, the moment of the night when most men would seek that kind of place. It wasn’t expensive, or cheap. It was just the right price and that’s why some came in for some time and then just left, having received or given what they wanted. Some people would think it was a dirty and awful place but the truth was it was pretty much the contrary, considering people were having sex practically all over the place.

 The owner of the establishment appeared again at the bar. He was carried two big bowls: one contained popcorn and the other had potato chips. He told the bartender that he would be coming back with more in a minute. The young man working on the other side of the bar nodded and then looked at Adam, winking an eye to him. On the street, Adam would have never known what to do in such a circumstance, but in that place, not only did he smile openly but he also winked back to the bartender.

 For the next hour or so, he didn’t leave the bar area. He just looked around at the people that came and went and even engaged in conversation with many of them. It was funny how far those conversations were from sex or anything related to it. In an area closer to a big open window, some older men were discussing about politics and next to Adam, two younger men were gossiping about some of the people they knew in college. Apparently, one of their teachers was on one of the other rooms.

 Hearing that conversation, Adam realized he had been standing at the bar too long and that he had to go and check out the other rooms, at least once. It wasn’t like he only attended such places because of the drinks and ambiance, he also engaged in sex with strangers. But sometimes he didn’t felt like it as much as he would have wanted to. He didn’t feel the need to go and just do it. But he decided it was best to look around, especially because his legs hurt from not moving for such a long time.

 There were two floors: the lower level was where the bar and the reception area were located. The reception was not only a front desk, very similar to a hotel, but also a large room with lots of square shaped lockers all around. They were all adorned with a number and different colors and in the center of that room there were several benches, where the men could take off their clothes without any rush. Funny enough, almost no one looked at others there. It was something like an unspoken rule.

 Besides the locker room, the front desk and the bar, the lower level of the structure also house two rooms. The light was lacking there but that was compensated by the fact every single visitor to that place was given a colored bracelet at the entrance. The bracelet was there for purposes of lighting rooms and also giving a code to other people about your intentions in that place. It was a great achievement of homosexual men to have coded every single part of their behavior in order to avoid interference from other parties and unwanted attention.

The rooms in the lower level were almost empty. They were destined to certain tastes that only a handful in a large group would enjoy. But sure enough, there were enough people there to use everything they had at their disposal in those rooms. By the sounds, it was clear people were having fun and Adam decided he wouldn’t want anyone to spoil something like that for him. So he went back to the stairs he had seen before and started to walk up slowly, as some people were coming down and the spiral case was a bit narrow.

 When he got to the upper level, he saw the familiar doorways; he felt the weight of the air and the scent of it too. He had been in that place several times before, many more than he would even confess. He knew how the rooms were distributed and how much it all looked like a regular apartment, with different rooms for different purposes. There were bedrooms with large beds but also a couple of living rooms with large sofas and even a terrace, which was not very popular due to the freezing cold climate outside.

 People on the street couldn’t see up there because there were several small pine trees blocking the view by the edge of the terrace. The same thing happened with the windows, which had all been painted black in order to avoid any complaints by neighbors or passersby. It was a very large but also discreet place were men could just gather and do whatever they felt like doing, as long as they respected each other. No one said it but that was a huge part of a place like that: you had to respect everyone.

 Not everyone looked like a model and the truth was that most people liked that. Because the reality of it all is that people look like people and that’s it. So men went there to see other men, to find themselves in others. They went there to have sex, yes, but also to free themselves from the shackles they wore every single day at work or at home. Some had hurt others without wanting to and that place was one where they wouldn’t do that because honesty and respect were the norm there.

 Many people would not understand all of that. And that was ok, or so Adam thought. If everyone did the same thing, there wouldn’t be any special places or people or anything. We would just be copies of the same boring thing and, who wants that?


 In one of the rooms, Adam was grabbed by the waist and he suddenly felt someone’s lips on his lips and a couple of hands touching his back. His bracelet helped him identifying the bartender, who had apparently escaped his duties and had followed him into the darkness.