miércoles, 28 de junio de 2017

El coloso del desierto

   Para verlos, había que hacer un recorrido muy largo desde el embarcadero de la isla hasta su parte más central y aislada. El único poblado era el que ocasionalmente recibía los ferris con provisiones de la capital de la provincia, que estaba ubicada a dos días por mar. La razón para esta conexión era fácil de explicar: el archipiélago era tremendamente peligroso y el viaje entre ellas era difícil por todos los cambios de vientos, los torbellinos que se formaban y las anomalías electromagnéticas.

 Las historias de naufragios existían por montones y no había otra manera de llegar a la isla que no fuera por agua. La construcción de una pista de aterrizaje necesitaría una modificación profunda de alguna parte de la isla y sus habitantes no dejarían que eso pasara. Y el resto de poblados estaba tan lejos que ni construyendo mil puentes y carreteras sobre el agua sería posible llegar a ninguna parte. Además, y tal vez lo más importante, a la gente de la isla le gustaba estar aislada.

 Recibían sus provisiones y eso era todo lo que necesitaban del mundo exterior. Se trataba más que todo de medicinas, imposibles de producir en la isla. Lo normal era que trataran sus enfermedades con hierbas y ungüentos caseros, pero de vez en cuando la medicina moderna tenía que acudir en ayuda cuando simplemente no se podía hacer nada por la persona. Era difícil algunas veces pero a todo se acostumbra el ser humano y sin duda la gente se acostumbró en ese rincón del mundo.

 El turismo no era algo muy frecuente pero no era del todo extraño que, de tiempo en tiempo, algunas personas vinieran a explorar la isla. Después de todo, buena parte había sido declarada patrimonio cultural y natural del país, lo que quería decir que era una lugar único por muchas razones. Solo los turistas de aventura venían, pues sabían que venían a ver un mundo completamente distinto y que, en ese proceso, no tendrían acceso a ninguna de las ventajas del mundo moderno.

 En la isla no había servicio de teléfono ni de internet. Lo único que había era un servicio postal, que era útil solo cuando llegaba el ferri, y un par de estaciones de radio y transmisores que servían para contactar con la marina en caso de alguna calamidad como un terremoto o algo por el estilo. De resto, la gente de la isla estaba por su cuenta y eso era algo que emocionaba a la mayoría de visitantes pues era una manera perfecta de alejarse de todo por un buen tiempo. Así vivían una experiencia de verdad única y llena de cosas nuevas.

 Diego fue uno de los primeros turistas que llegó cuando se inició el servicio de ferri, que hoy tiene apenas algunos años de existir. Con anterioridades, había que llegar a la isla por medio de embarcaciones privadas. El hombre había leído acerca de la isla en una de esas revistas sobre la naturaleza que había hojeado en un consultorio dental. Las fotos eran tan hermosas en ese articulo que Diego decidió buscar una copia de la revista para su casa y así tener esas imágenes cerca por mucho tiempo.

 Sin embargo, pronto no fue suficiente tener esas fotografías cerca. Diego nunca había sido el tipo de persona que necesita la aventura para vivir y sin embargo se encontraba al borde de una decisión increíble. Después de mucho pensarlo, decidió que tenía que ir a ese lugar. Como pudo, dejó a alguien encargado en su trabajo y compró uno de los billetes de transporte más caros que jamás había pagado. Además, empezó a hacer compras para estar bien preparado.

 En un solo día, compró una de esas mochilas enorme para poner dentro todo lo demás. Compró una tienda de campaña, un abrigo para bajas temperaturas, protector solar, medias térmicas, un termo especial que conserva el agua fría por más horas, una navaja suiza y muchos otros objetos con los que fue llenando la mochila, que terminó pesando más de lo deseado pero nada que Diego no pudiese cargar. Lo otro fue entrenar un poco, para lo que el hombre tuvo apenas unas semanas.

 Iba todos los días al gimnasio y hacía una rutina bastante intensa en la que el objetivo era quemar grasa y hacer crecer los músculos par adquirir mayor fuerza. Hubo días en los que fue dos veces al gimnasio y no quería parar, tanto así que su entrenador tuvo que exigirle descanso y buena alimentación para no colapsar de un momento a otro. Había pasado con otras personas antes y pasaría con él si no se tomaba un descanso. Pero Diego estaba ciego a causa de su objetivo.

 Cuando por fin llegó el día, tomó un avión hacia la lejana capital de la provincia insular y de ahí abordó el ferri, un barco más bien pequeño pero muy curioso, pues llevaba de todo encima. Desde bolsas y bolsas de correo hasta automóviles y animales de granja. Las personas abordo eran igual de diversas: había quienes iban a visitar familiares pero también gente que claramente trabajaba para el gobierno. Abuelos y niños, hombres y mujeres. En total, eran unas cuarenta personas, tal vez más o tal vez menos, Todo estaban felices de ir a la isla.

 Cuando llegó, Diego fue recibido con curiosidad por todo el mundo. Al fin y al cabo, no era muy común ver turista por allí y menos que vinieran de la capital del país y no de la misma provincia. Incluso el encargado de la isla, una suerte de alcalde, decidió buscar a Diego para invitarlo a una cena muy especial en su honor. Diego estaba tan apenado por la sorpresa que no tuvo opción de aceptar o negarse. Esa noche bebió y comió como los reyes y se enteró de que la isla era aún más salvaje de lo que esperaba.

 Se quedó en el poblado por una semana, hablando con varias personas para planear su viaje a pie lo mejor posible. Quería visitar todos los lugares importantes. Este hecho le valió el ofrecimiento de los servicios de una chica joven, prácticamente una niña, que según decían conocía absolutamente toda la isla porque era la mano derecha de su padre. Este había muerto recientemente a causa del hundimiento de su lancha de pesca hacía no mucho tiempo. Diego aceptó su ofrecimiento.

 El viaje por la isla tomaría otra semana para completar pero ese era el punto. Comenzaron una mañana de esas azules y volvieron durante una de las noches más hermosas que ningún hombre o mujer hubiese visto jamás. Diego se convirtió en uno de los expertos de la isla, pues tomó fotos de casi todo lo que vio y de lo que no tenía fotografías hizo más tarde dibujos, que serían replicados una y otra vez en revistas y publicaciones especializadas. Sin quererlo, se convirtió en científico.

 La imagen más curiosa, sin embargo, fue una que le tomó a la niña guía en una formación rocosa existente en un micro desierto en el centro exacto de la isla. Pero decir que era de roca no era correcto. Era más bien arena endurecida por algún proceso natural. El caso es que, crease o no, la formación de arenisca había tomado la forma de un hombre alzando los brazos hacia el cielo. Se le veía del pecho a la punta de los dedos de cada mano, Obviamente no era algo definido pero se veía con claridad.

 Ni la niña ni ninguno de los habitantes le supo decir a Diego si la formación era de verdad natural o si alguien había intervenido en algún momento para crear semejantes estructuras tan perfectas y a la vez tan bruscas. Tenían además un atractivo especial, difícil de explicar.


 Diego atrajo con sus historias a más personas, más que todo científicos, que con el tiempo descubrieron nuevos animales y plantas en la isla pero nadie nunca supo explicar la presencia de lo que pronto llamaron El coloso del desierto.

lunes, 26 de junio de 2017

Camilla's aunt

   The man closest to the window started screaming, slamming the table with his fists, launching to the floor every single piece of the chess game he was playing with a younger man. That one looked like a younger and saner version of the person that was being carried away to his room by two big men in blue uniforms. The kid looked on in disbelief and fear, as his father kicked the air and screamed nonsense. A minute late, it was as if nothing had happened on the room.

 Camilla turned around and looked at her aunt Matilda. She had always had the most beautiful hair in her family: it was long and silky, jet black like the night sky. Her mother told Camilla that she had gotten her hair color from her aunt but that was everything she had that was similar to her aunt. That poor woman was now on a wheelchair and she drooled often, her mother having to clean it from her mouth and lap every few lines of a conversation that was one sided, as Matilda couldn’t talk.

 Her mother had always told Camilla that no one really understood why her aunt had fallen ill like that. As far as she knew, it had happened overnight or after a night fever or something like that. Camilla’s mother liked to invent new realities every time a subject so touchy came up. It was not as if she didn’t wanted to talk about it but rather, her subconscious had created different versions of what had happened to protect her. Her story kept changing every time she was asked about it.

 They stayed in the hospital for ten more minutes, then a nurse came around to tell everyone to leave as visiting hours had finished. Camilla kissed her aunt on the cheek and it was then, in a second, when she saw a flicker of something, probably life, deep inside her aunt’s eyes. Camilla didn’t have any time to respond or to say a word. Her mother took her hand and Camilla just walked until they reached the parking lot. Once inside the car, on the passenger seat, she wondered looking at the sky.

 Once they got home, rain began to fall from the sky, first kindly and then harder. Camilla sat down in front of her computer and started reading about psychiatric disorders and then about the places people like her aunt were put into when no doctors could point out what was wrong. She saw horrible pictures and read awful essays and articles from all over the place and was only interrupted when her nine-year-old brother came to show her that he had caught a toad outside the house. He had spent his day with their father, playing ball in some park.

 Camille humored her brother for a while but then she started thinking about her aunt again. She wondered if Matilda was curious still about the world around her. Would she be interested on a toad if she saw one through her room window or would she just stare, looking at nothing in particular? Then again, she had no idea if her aunt had a window in her bedroom. It was very likely but the place did look old and people never seemed to care a lot about mental health.

 She came up to this conclusion when one her classmates, a girl called Anna, committed suicide back in high school. They still had two more years to go and the poor girl couldn’t take any of it anymore. Camilla felt awful when it happened, as she felt she had never really cared about that particular girl. She knew she couldn’t be friends with every single person but anyway, guilt is like that. Unexplainable and painful. All the girls went to the burial and they all seemed concerned.

 However, the school never really addressed what had happened. They did tell everyone for a couple of days that, if they needed help, they could always go to the school therapist and tell him whatever they needed to say. A couple of girls did go but their problems were much easier to solve than the one that Anna must have had. Camilla tried hard to learn more about her deceased classmate, but she stopped when the mother yelled at her over the phone, calling her a pervert.

 There were all sorts of rumors: Anna was a closeted lesbian or she was a nihilistic teenager that wanted the world to end. Others said she was always on drugs while others blamed alcohol. Camilla even heard a teacher once saying that the girl must have had a secret pregnancy or, even worse, an abortion. But there was nothing to proof any of those theories. They only knew that a girl had died and all of a sudden a world of stories was born, about someone they had never bothered to really know.

 Camilla wondered all night if Anna and Matilda had anything that connected them, besides probable mental issues. She wanted to know more about the subject and she decided, very late at night, that she had to learn about it, no matter what. So the next day, before class, she decided to spend a couple of hours in the university’s library, where a towering amount of scientific book awaited her. She chose three of the ones that seemed less hard to understand and she started reading. About the brain, about the nervous system and about all kinds of psychological theories.

 By the time she came out of the library, her head felt full of information. A headache haunted her for the rest of the day, at class and even after having a generous launch. Her friend Bastian asked her about what was wrong with her but she decided not to tell anyone about her hunt for answers. She didn’t want everyone to look at her as if she was crazy. Because that’s something recurring she learned from the books: people trying to get answers are always labeled as crazy themselves.

 She blamed the headache for her attitude that day and decided to skip the last class, which was always very boring anyway. She did think about going home but, instead, Camilla decided to walk around a little bit. That way, she could avoid answering annoying questions at home about why she was so early at home. She wandered through some parks, a mall and several streets. She never got lost because she knew her way but aunt Matilda was always in her mind. Then, she knew what to do.

 Some twenty minutes later, she was waiting in the same room she had been the day before with her mother. But this time she was by herself, waiting for a male nurse to come with her aunt. She knew her mother was not going to like this visit but she didn’t care. Somehow, she knew that the answers that she was looking for where there, enclosed in one of the many rooms that had been built specially for people like her aunt, absent almost completely from all reality and sense.

 When the male nurse rolled her aunt in and left, Camilla looked straight to Matilda’s eyes and waited. She wanted to know if that glimmer had being something of one day or if signs of inner life could be seen again. Nothing happened. Camilla grab each of her aunt’s hands with her own and then smile at her. Matilda’s skin was a bit rough but she somehow knew she had being stunningly beautiful when she was younger. Her mother had failed to show her pictures of their past.

 Pushed by something, some strange feeling, Camilla went closer to her aunt. Her lips were a few centimeters away from one of her aunt’s ear. She doubted for a second but then asked the question she wanted answered, or at least one of them: “What happened to you?”


 She pulled back and waited. Her aunt’s eyes seemed dead for a moment, but then she saw that flicker again, a spark of life inside her aunt. Then, one word was spoken by Matilda. Camilla had to get closer to hear properly. And when she did, her world was turned upside down.

viernes, 23 de junio de 2017

La fuga

   Lo que más asustaba a la gente no era el hecho de tener en su pueblo una de las prisiones más afamadas del país. Tampoco les asustó cuando, una mañana, las alarmas sonaron con fuerza por todo el pueblo, avisando la fuga masiva de prisionera de esa cárcel. Lo que más les asustó fue tener que permanecer en casa por días, incluso semanas, antes de poder salir de nuevo. Todo porque las autoridades no habían cumplido con su parte del trato, la parte en la que los protegían.

 Los maleantes que se habían escapado de la cárcel venían de los lugares más variados y todos habían cometido crímenes diferentes o al menos de maneras distintas. Había un grupo que había cometido crímenes relacionados con dinero, robando centavo tras centavo de lo que los contribuyentes pagaban con esfuerzo para varias obras sociales y de infraestructura. Esos de cuello blanco se lo habían robado. Lo habían hecho en el pasado y lo seguirían haciendo en el futuro.

 Eran como un cáncer pero no eran el único cáncer. Los tenían encerrados en el edificio más pequeño de la prisión, el cual tenía una sola planta y era atendido de manera especial. Estaba claro para todos que incluso los más ricos y los más desgraciados siempre recibirían un trato diferencial, incluso en la cárcel. Sus comidas eran un poco mejores que las de los demás prisioneros y tenían derecho a más tiempo en las zonas de recreación como el patio o el gimnasio. Incluso tenían piscina.

 Por supuesto, eran los que más se quejaban de malos tratos y siempre vivían pidiendo el respeto a sus derechos humanos. Según sus relatos a la televisión o a los medios escritos, la prisión era un infierno en la tierra donde todos los días debían luchar por sus vidas. Y las familias repetían este mensaje pues el familiar que tenían en la cárcel hacía que toda la gente de su entorno hiciera lo que él quisiera. Vale la pena aclarar que la cárcel era solo para hombres. La de mujeres estaba en otra parte.

 Cuando sucedió la fuga, estos ladrones de cuello blanco fueron de los primeros en correr. Lo hicieron porque tenían miedo de los demás prisioneros pero también porque querían alejarse lo más posible del lugar que les había causado tanto desprestigio. En sus mentes, no eran ellos culpables de nada más sino de ser más brillantes e inteligentes que el resto de las personas. En sus cabezas, ellos no tenían porqué estar allí con los demás criminales. Incluso había algunos que pensaban que, en un mundo manejado por ellos, se les haría alguna clase de honor.

 En el patio B, el más grande de toda la prisión, estaban la gran mayoría de los delincuentes. Buena parte de ellos habían sido capturados por crímenes relacionados con las drogas, aunque en el lugar no estaban los verdaderos jefes ni aquellos matones que habían sido especialmente sanguinarios. En ese lugar estaban aquellos que ayudaban a comercializar el producto, a moverlo y demás. Eran un grupo unido en la cárcel y se hablaban solo entre ellos, sin dejar entrar a nadie más.

 Tenían cierto poder pues eran los que le podían conseguir lo que quisieran a cualquiera de los demás. Si querían un celular o algo de comer, ellos lo podían proporcionar por una suma. Esa suma podía ser dinero de verdad, que los familiares de unos tenían que pasarle a los familiares de los otros fuera de la cárcel, o podía ser un objeto o servicio que pudiesen proporcionar dentro de la prisión. Sobra decir que los guardias y todo el personal sabía de esto y no hacía nada para evitarlo.

 Entre el grupo más grande, e incluso incluyendo a los demás delincuentes, había algo así como clases sociales. Pero no se basaban en el poder monetario sino en la capacidad de cambio que tenía cada individuo. Los que podían hacer lo que quisieran adentro o afuera, eran los jefes. Normalmente, eran los que siempre habían manejado negocios para alguien más y ahora se encontraban en una increíble posición de liderazgo, donde podían hacer lo que quisieran, cuando quisieran.

 Por eso no era extraño que hubiese asesinatos pagados en la cárcel. Al menos una vez por mes algún infeliz era asesinado en las duchas, en maneras tan creativas que era un poco sorprendente. Además, era casi imposible saber quien era el responsable pues muchos guardias estaban bajo la influencia del dinero sucio y se hacían los idiotas cuando pasaba algo como eso. Así que no había consecuencias y los jefes del sector lo seguían haciendo cuando les convenía a ellos y sus intereses.

 También había una clase media y una clase baja y de esta última normalmente salía la persona que obligaban a matar a alguien más. Los clase baja eran personas que se podía manipular, por secretos o porque no tenían como defenderse. De hecho, muchos de los hombres obligados a matar también se convertían en objetos sexuales de sus superiores. En la noches era común escuchar gritos, gemidos y demás sonidos relacionados con estos actos, algunas veces consensuados, muchas veces forzados. Era una de las realidades de las que nadie hablaba.

 En el último patio, en un edificio un poco más grande que el de los ladrones de cuello blanco, estaban los prisioneros más sanguinarios. Mientras que los del patio B acudieron a la anarquía al fugarse, pues ellos habían iniciado el caos y querían que los vieran como el grupo más peligroso, fueron los del patio C los que se perdieron entre la multitud de la manera más silenciosa que pudieron. Se metieron a los bosques cercanos o siguieron con sus letales actividades. El caso es que se alejaron rápido.

 La mayoría eran asesinos, eso no era de sorprender. Lo delicado eran las razones por las que estaban en la cárcel y las maneras en que habían matado a sus victimas. Algunos habían asesinado a dos o tres personas. Otros ni siquiera sabían cuantas. El número nunca había sido importante para ellos sino el hecho de hacerlo y todo el proceso, que era casi como una ceremonia religiosa. Esos hombres eran lo más peligroso que la sociedad tenía para ofrecer. Monstruos reales.

 Las celdas que tenían eran un poco más amplias que las de los demás pero eso era porque permanecían allí todo el día. Se les autorizaba la salida a un pequeño patio interior pero solo los domingos y por una hora. Esa era la única oportunidad que tenían para ver el sol, sentir el viento en la cara y tal vez escuchar el sonido de los pájaros que pasaban por el lugar. La comida pasaba por una ranura en la puerta y no recibían visitas de nadie. Estaban completamente apartados del mundo.

 Cuando todo fue caos, la red eléctrica falló y así fue como pudieron escapar sin mayor problema. Todos los guardias de seguridad de esa zona fueron asesinados. Y no fue por odio ni nada por el estilo. El hecho era que no lo habían podido hacer hacía mucho tiempo y estos personajes tenían sed de sangre que no se podía calmar con nada. No eran seres humanos sino máquinas de horro que lo único que eran capaces de hacer era destruir la vida humana en cualquier manifestación.

 Ese fue el grupo que hizo que las personas del pueblo cerraran puertas y ventanas con seguro y se quedaran encerrados por tanto tiempo. Algunos tenían armas pero no sabían si servirían de algo contra personas como esas, más si eran numerosos.


Pero el pueblo solo se vio saqueado por algunos de los prisioneros del patio B. Muchos fueron capturados, igual que casi todos los del patio A, los de más dinero que no sabían que hacer en esos casos. A la mayoría de los del patio C, no se les volvió a ver sino hasta mucho tiempo después.

miércoles, 21 de junio de 2017

Foodie

   The next plate came in a matter of minutes. In the hour she spent at that restaurant, she tasted more than 10 dishes and almost the same amount of beverages. She only got to taste a couple of desserts because time was running short and she had to make it to a previous appointment. She thanked the people at the restaurant and promised then the review would be out soon. Their faces hoped for a good one but Laura would have to take her notes and think twice before writing one way or the other.

 Just outside the place, she took a taxi and headed straight to her best friend’s house. His name was Samuel and he was celebrating his birthday at home, with a nice dinner and party with many people that he loved to hang out with. Whenever Laura and Sam were together, they were normally just the two of them. It would be one of the only times she would join him in a big party and she did it only because he had always being so good to her, including recommending her to the job she had at the moment.

 As Samuel worked as an software developer, he knew a lot of people in the world of journalism and such. He recommended Laura for a job at one of the biggest newspapers in town and she was very eager for the opportunity but he interview was a real nightmare. It was obvious they preferred to hire someone they knew and, for the looks of it, there were at least three other people the day of the interview that were very well acquainted with the editor that was handling the process.

 She waited a long time until she was called and then she felt he cold attitude of the editor. It was clear that woman didn’t want Laura there, so she just answered her questions the best way she could and, in only ten minutes, she was out of there. She felt so bad after the interview that she decided to buy a big tub of ice cream to eat at home watching cartoons or something. It was only a two weeks after the interview when Laura finally heard from the newspaper. She had been selected for the post.

 The day she went in to sign her contract, Laura asked why it had taken so long for them to call. After all, it was a writing job and those were assigned fairly fast in normal circumstances. The man that greeted her there told her, in confidence, that the editor than had ran the interviews had been fired because of several misconducts and potentially criminal behavior. Besides, the person she had selected was clearly not the best one for the post. Laura did not ask any further. She was very happy to get a job in she could finally do her two favorite things.

 When she got to Samuel’s house, Laura hoped she was early and could talk to him a little bit before more people arrived. However, she didn’t realize her time at the restaurant had been too long and that her taxi ride had been too slow because of the traffic jams that plagued the city at that time of night. When she entered the apartment, she saw several people all over, more than she had ever seen in such a small space. She moved around carefully, trying not to push anyone.

 Samuel had not been the one to open the door. Some girl that didn’t even say a word had done that and she had disappeared almost instantly. Laura moved around, looking for him friend. Eventually she got to the dining room table were all the food was in display. She grabbed a plastic plate and grabbed some of the things around the table. It was an assortment of food, not only sweets or savory stuff. There was a little bit of everything and she could bet Sam had not done any of them.

 Laura turned around to look for a place to eat what she had taken but there was no place to do so, so she stayed put and grabbed a piece of quiche from her plate and ate it whole, because of the size. Something funny was that Laura never really felt full when eating, so she could do it for a long time and she would only stop once she felt really full. That’s why her job was so ideal for her. Nevertheless, the piece of quiche she had in her mouth was not the kind of food she liked.

 In seconds, she grabbed four or five napkins and spit the whole piece of food into that. She placed the ball of napkins and chewed quiche on her plate and headed for the kitchen. She was sure she could find a garbage can there and maybe even a space to eat the rest of the stuff. Although, maybe, everything else was as dreadful as that tiny piece of quiche. She had never tasted something that tasted so bad before. It was difficult to describe, in the worst way possible.

 Once in the kitchen, she found the garbage can and a spot besides the burners. She couldn’t see her friend there but Laura knew she would eventually see him. It was a bit ridiculous to be in his house and not been able to talk to him at least for a while. The thought of her talking to Sam was interrupted by a cramp, one of those that make you squeal. It was very fortunate that the music was so loud. If it hadn’t been like that, people would have heard a dreadful scream coming from the kitchen. Laura grabbed her belly and looked for a glass or something similar to have some water.

 As she didn’t find any and had no problems with shame, she drank directly from the faucet. No one was watching anyways, they were all very concentrated on their conversations. Weary of all other food elements on her plate, Laura decided to smell them and taste only the tiniest pieces. There was one that looked like cake but it was very salty. She had grabbed some cookies but they were rock hard. And something looking like Chinese rice was undercooked.

 There were some other things in there but she decided to throw away everything. She chose the worst moment to do so because it was right then when Samuel entered the kitchen and saw her. He waved his hand but she clearly didn’t see him while drinking more water and then doing this face that made it clear how awful the food was. When she noticed Sam, her expression changed and she launched herself at him, hugging Samuel very hard, as they usually did.

 When they did, she realized she had not taken off her coat because she could still feel the gift she had brought to her friend. It was in a box on one of her pockets. Laura took the wrapped box out and gave it to her friend. Samuel didn’t look very happy. Nevertheless, he took her by the hand and travelled through the mass of people in order to get to his room, which was empty except for a big mountain of coats and similar clothing. Laura was surprised she could hear her own thoughts there.

 She apologized to Samuel for being late and waited for him to open his present but he didn’t. He looked at her with a very serious expression, a very judgmental expression to be precise. For a moment, she didn’t really understand what it was but then she realized he had seen her throwing out the food, so she explained that it was just dreadful. She detailed the flavors for him and advised him never to let his friends cater ever again. It was obvious they had no idea about cooking.

 Samuel threw the box she had given him to the bed and said that his guests had not cooked anything for him. If that had been the case, he would have wanted her to do something for the party, like the cake for example. Instead, he explained how he had cooked every single dish.


 He had wanted to make it a surprise for everyone but especially for her, as he wanted to be supportive of her recent job and just to connect with her in his own birthday. He sighed and left the room, leaving a very confused Laura, whose belly roared as soon as Samuel was gone.