Cuando lo conocí, era la persona más
optimista que había visto. No puedo decir que alguna vez hablamos más de lo
necesario y creo que él nunca supo mi nombre. Pero durante tres meses
compartimos el mismo horario, comimos a la misma hora y hacíamos cada uno
nuestra parte, a un lado y al otro de la cámara. Ángel era su nombre y siempre
me causó gracia cuando lo decía a la gente pues sonreía un poco más de la
cuenta, como si quisiera que te arrodillaras para rezar por su existencia.
Estaba claro que había hecho todo lo correcto
para llegar hasta donde estaba. Era menor que yo pero había tenido un camino
más corto y mucho más provechoso por la vida. Su aspecto de galán y su manejo
de la gente que lo rodeaba lo había llevado al set de esa película y seguramente
sus planes iban mucho más allá de una producción local, en un país sin una
industria fuerte donde solo se intenta dejar una marca durante un tiempo lo
suficientemente largo.
Él de eso no sabía mucho. Sí, había estudiado
en un teatro. Pero antes había sido modelo de ropa interior, desde la mayoría
de edad. Antes era de esos chicos que eligen para todas las series de la tarde
en la que repiten las mismas frases horribles día tras día, esperando que
alguna vez llegue el momento en que las amas de casa o los dueños de las
cafeterías se alcen en armas contra la mediocridad de la televisión. Él era la
cara de esa patética forma de cultura y la verdad es que lo detestaba por eso.
Para mí, ese set iba a ser el lanzamiento de
mi carrera personal. Yo no era actor, no quería que nadie me viera, al menos no
de inmediato. Lo que quería era ser alguien en esta vida y, después de muchos
años de intentar, por fin me dieron la oportunidad que había estado buscando.
Durante los meses de preproducción no tuve una vida real. Tenía que levantarme
en las madrugadas y llegar a casa rendido pasada la medianoche. Iba de aquí
para allá, sin detenerme por más de unos minutos.
Ese camino era el único que había para mí. Y
cuando lo vi sonreír por primera vez, supe que él nunca había pisado ese mismo
camino. Él no tenía ni idea de lo que era sentirse dejado a un lado,
discriminado en más de una manera. Su estúpida sonrisa y su cuerpo
perfectamente modelado se habían encargado de darle todo lo que quisiera, sin
importar lo que fuera. Desde los dieciocho años vivía solo, había presentado
programas, había actuado y había viajado y comprado lo que había querido. El
pobre de Ángel lo tenía absolutamente todo, no sabía nada.
Eso era lo que yo pensaba al comienzo. Pero
todos sabemos que, con el tiempo, los muros más gruesos y las máscaras mejor
confeccionadas caen al suelo y se parten en mil pedazos. Empecé a verlo caer cuando me quedé, como de costumbre, por unas horas más
después de terminado el rodaje. Era una vieja fábrica y todos recogían cables y
luces y yo tenía que ser el que anotara que todo estuviese en su lugar o sino
los seguros se volverían locos.
Ya casi todo estaba en su sitio, en los
camiones. Fui a dar una última vuelta para verificarlo todo pues al día
siguiente debíamos iniciar rodaje en otra locación y no podía permitirme perder
siquiera una esponja de las que usan en el maquillaje. Fue entonces, cuando
recogiendo unos cigarrillos de la actriz que compartía escenas con Ángel, que
lo vi. Estaba de espaldas pero supe al instante lo que hacía. Me dio placer al
verlo, tanto así que sonreí y, sin pensarlo mucho, le tomé una foto sin que se
diera cuenta.
Nunca pensé nada de esa acción. Fue algo así
como una reacción automática. No planeaba hacer nada con esa imagen, era algo
así como una manera de burlarme de él en mi mente. Sí, puede que mi estado
mental personal no sea mejor que el de él, pero así fueron las cosas y
excusarme ahora o tratar de explicar mis acciones no tiene ya mucho sentido. El
caso es que me di la vuelta y regresé con los demás. Al otro día los camiones y
todo el equipo estaba en otro lugar, trabajando como siempre.
Fue en ese escenario, un pequeño pueblo
costero, en el que hubo un grave accidente por culpa de uno de los tipos que manejaban
una de las grúas. Hubo un desperfecto relacionado a la falta de mantenimiento.
La grúa no estaba bien asegurada, cayó de golpe y mató a uno de los asistentes
de iluminación. La producción se paró al instante y mi trabajo creció el doble.
No fui a casa en varios días y tuve que aguantarme miles de insultos de un lado
y de otro. Sin embargo, me pedían soluciones.
Tengo que decirlo: fui mejor de lo que nadie
nunca hubiese pensando en ese momento. Toda mi vida la gente a mi alrededor me
había culpado de inútil, de bueno para nada, de peste. Fui un cáncer por mucho
tiempo y todavía me miraban como tal. Pero cuando arreglé la mierda en la que
un idiota nos había metido, dejaron de mirarme como antes. Ahora era su héroe,
y por un par de días, me miraban más a mí que a él. Fue la única vez que
cruzamos miradas intencionalmente y creo que hice lo posible para hacerle saber
lo que pensaba de él durante esos segundos.
Sin embargo, lo bueno jamás dura. La muerte
del asistente fue un escandalo que avivó las molestas llamas de los medios que
empezaron a presionar de un lado y del otro. Unos quería que la producción
terminara para siempre y otros pedían y pedían información, de una cosa y de
otra. Debí imaginarme que ese sería el momento adecuado para que los periodistas
menos honestos empezaran a hacer de las suyas. No lo vi venir y de eso sí me
culpo todos los días, a pesar de que nadie más lo haga.
Y me culpo porque, de hecho, fui yo el que
terminó el día de muchas personas. Una mujer sin escrúpulos contrató a un experto
en tecnología que hackeó todo lo que pudo de varios de nuestros portátiles.
Nunca se supo exactamente como lo hizo, pero lo más seguro es que alguno de los
otros idiotas con los que trabajáramos decidiera darle acceso. Al fin y al
cabo, había mucha gente enojada y asustada por lo que había pasado y culpaban a
los productores de todo lo que pasaba. Yo era parte de ese equipo.
Borré la foto de mi celular la misma noche que
la tomé. Pero olvidé que todas mis fotos se subían automáticamente a la famosa “nube”
de internet. Ese pequeño tesoro fue uno de los muchos juguetes descubiertos por
esa mujer, quien decidió publicarlo todo en el medio que más dinero le dio. Por
supuesto, la producción fue detenida permanentemente y Ángel fue el más
damnificado de todos. Se dijo que los ejecutivos incitaban su comportamiento,
para nada a tono con el gran público al que querían servir.
Su carrera murió en ese momento. Nunca nadie
más lo contrató, excepto producciones tan moribundas como él. Se dice que se
metió al mundo de la pornografía y confieso que siempre he tenido curiosidad de
saber si eso es verdad. Cuando estoy libre, lo que no es seguido, me encuentro
frente al portátil con la intención de saber más. Pero entonces sonrió una vez
más porque resulta que su descarrilamiento fue la tragedia necesaria para
impulsarme hacia donde deseaba.
Ante el público, los medios y la competencia,
era yo el que había hecho el mejor trabajo cuando todo se fue al carajo. Fue yo
quién trató de sacar la película adelante y fui yo quien dio la cara al
comienzo, cuando todos corrían como ratas.
Nadie nunca supo de donde había salido la
foto. Nadie nunca se lo preguntó, excepto tal vez el mismo Ángel. Ahora soy yo
el que está arriba, el que disfruta una vida tomada casi a la fuerza. Me
alegra. No puedo decir que me duela ver a alguien caer para que yo pueda subir.
Es el ciclo de la vida.