No fue lo último que vi de él, pero es lo que
más recuerdo. Su sonrisa era de esas que con solo verla, te hacía sentir vivo e
incluso con más energía, como si te recargara cada una de las células del
cuerpo. Nada me preocupaba más que cuando él no reía porque lo hacía tantas
veces en el día, que la ausencia de este hermoso rasgo era la prueba de la
existencia de algún problema grave. Según él, era mi sonrisa la que lo
revitalizaba a él. Eso siempre me pareció gracioso porque la suya no solo me
ayudaba a mi sino a todos a quienes conocía. Era una de esas personas con las
que es imposible no simpatizar. Todos quienes lo conocían lo querían y quienes
lo odiaban, que eran pocos, lo hacían precisamente por su simpatía.
Mi tiempo con él fue lo más precioso de mi
vida. Sí, sé que tengo mucho por vivir como siempre me lo repiten un poco por
todos lados, pero la verdad es que yo no lo siento así. Y así viviera cien años
más sé que jamás podría merecer alguien como él. Todavía, después de tanto
tiempo, sigo sin entender como fue que terminamos juntos. Trabajábamos juntos y
las cosas simplemente se dieron, simplemente pasaron sin que ninguno hiciese
nada para que sucedieran. Es chistoso pero yo jamás he creído en luchar por
nada. Si te mereces algo, deberías recibirlo y ya. Y así fue con él. Pero no lo
merecía. Con el tiempo me di cuenta que la persona que estaba junto a mi era
mucho mejor de lo que yo jamás hubiese podido ser. Por eso agradecí todos los
días por su presencia.
Vivimos alejados, escondidos, actuando. Eso
fue lo que más me causó dolor. De noche hablábamos, tomados de la mano, del
futuro que nos gustaría para ambos. Dábamos detalles de todo lo que queríamos
tener y vivir. Algunas noches hablábamos de la comida y de la cocina que
tendríamos y otros del enorme jardín y el perro pastor alemán. De nuestro
cuarto iluminado por el sol y de nuestra ducha para dos, en la que haríamos el
amor cada mañana. Lo teníamos todo pensado. Nunca hablamos de hijos.
Obviamente, la biología no nos ayudaba y simplemente era algo que no sentíamos.
El mundo que habíamos visto colapsar y rearmarse, era uno demasiado violento y
no queríamos criar a nadie para que viviera allí.
Sabíamos que nuestra muerte debía de ser al
mismo tiempo porque de otra manera el dolor para uno de nosotros sería
demasiado profundo. La muerte era algo que teníamos muy presente cada día y por
eso no esmerábamos en soñar cada noche. Porque la realidad, lo que pasaba
afuera en el mundo, era demasiado horrible y nuestra supervivencia era cada vez
más un milagro. La ayuda de gente con buen corazón nos había curado de heridas
físicas y mentales pero no podíamos vivir así para siempre. Esa etapa fue
difícil porque, hasta ese momento, nunca habíamos tenido tantas discusiones.
Unos días era él el que quería ir a luchar y yo el que me quería quedar. Y
otras veces el quería irse a otro lado y yo ir a combatir. Y así por los
últimos meses hasta que nos dimos cuenta de que no viviríamos en paz hasta que
termináramos el trabajo que habíamos empezado hace tanto tiempo.
Fue así que viajamos, lejos de nuestro pequeño
hogar, y llegamos al mundo desolado. Ayudamos como pudimos, siempre uno al lado
del otro. Fue difícil porque había días que no nos veíamos y no estábamos
acostumbrados a eso. Muchos pensaban que era puro amor y otros que era una
obsesión malsana pero no era ninguno de los dos. Era mucho más. La conexión que
teníamos era a un nivel profundo, mucho más allá
que el prostituido amor o una superficial obsesión. Nunca he podido explicar
bien que era y como funcionaba. Pero eso era lo especial, lo único de nuestra
relación. Era algo nuestro, que nadie más jamás conocería ni entendería.
Cuando la guerra estaba por terminar, decimos
participar en la liberación de nuestro país, de nuestra ciudad, el lugar donde
nos habíamos conocido y donde soñábamos vivir en paz para el resto de nuestros
días. En verdad nunca pensé que algo fuera a ocurrir. Cuando él murió, cuando
lo vi morir mi mundo terminó. Sentí que simplemente no podía seguir adelante.
Por días me fue difícil respirar, pensar, comer. Todo me daba trabajo y la
verdad es que yo lo único que quería era morirme. A pesar de varios intentos, nunca
logré terminar con mi vida. ¿A ellos que les importaba si me moría o no?
¿Porque tenían que impedir que uniera a él, fuera donde fuese? Era mi vida y yo
tenía el derecho a terminarla si quería pero eso simplemente no ocurrió.
Me internaron en una clínica y estuve allí por
mucho tiempo. Me dijeron que fueron dos años pero yo la verdad no sé nada. Nada
afuera parecía haber cambiado. Mi familia había huido antes de la guerra así
que no había nadie adonde ir. Estaba solo y desorientado. Fue un milagro que me
dieran una jubilación temprana por mis servicios al país. Ese dinero pagó un
pequeño apartamento y me permitió el pasatiempo de escribir y de caminar todos
los días, tratando de ordenar el caos que sigue siendo mi cabeza.
Por supuesto, él está allí. En mi mente, él
jamás morirá. Lo veo todas las noches y siento su mano junto a la mía. Mentiría
si dijera que todavía siento ganas enormes de morir, de dejar de existir. Pero
ya no tengo el impulso, la fuerza para hacerlo por mi cuenta. Así que vivo mi vida
un día a la vez, simplemente esperando a que pase algo. Muchos dicen que no es
algo saludable pero a mi eso no me importa. Mi doctor y mi psicóloga insisten
en que haga más ejercicio, en que conozca gente nueva y que incluso vea si
puedo querer a alguien de nuevo. Pero ellos no entienden y yo no quiero
explicarles.
Lo que sí es cierto es que, en los mejores
días, siento felicidad de poder comer cosas ricas, de ver el mundo bajo la luz
del sol y en los colores de todo lo que hay alrededor. Cosas simples como esas
me hacen llorar, reír y pensar en todo un poco. Se siente bien sentir ese calor
interno de nuevo, eso que solo sentía cuando él estaba conmigo. Obviamente, ya
no es lo mismo y sigo extrañándolo y vivo entre todos estos sentimientos y
sensaciones. Pero he aprendido a controlarlos, a que no me controlen a mi
porque no podría soportar una estadía más en la clínica en la que tuve que
sufrir lo peor de esta etapa de mi vida.
Mi más grande prueba vino hace unos meses. Con
él siempre hablamos de nuestras familias, y como nos involucramos en todo para
que ellos tuviesen un futuro mejor. De pronto fue la clínica o el tiempo que
había pasado pero había olvidado que él tenía una hermana. Llegó un día a mi
casa, después de una búsqueda que la había llevado un poco por todo el mundo.
Al verme, no supo que decir, solo llorar. Yo nunca la había conocido pero sentí
que había algo que nos conectaba, que nos hacía reconocer algo invisible en los
dos. Sin razón aparente, nos abrazamos y lloramos tontamente. Cuando por fin siguió
a mi apartamento, me contó de su viaje. Había recorrido el mismo camino que
nosotros hacía algunos años pero mucho más rápido. Le hacía gracia que el
camino la llevara tan cerca de su propia casa.
Era ya casada y lloró de nuevo al confesarme
que tenía dos hijos y un marido fabuloso, que la había ayudado a superar el
tiempo de guerra. Me dijo que hubiese querido que su hermano los conociera a
todos pero eso no fue posible. También me contó que su padre y su madre habían
muerto en un bombardeo y que nunca pudo decirle a su hermano. Esa noticia me
dolió porque yo sabía de primera mano el profundo amor que él le tenía a sus
padres, a su familia.
Entonces vino la pregunta que más me dolía,
aquello con lo que yo todavía tenía pesadillas.
-
Como murió?
Las lagrimas empezaron a salir y mis manos
temblaron pero todo en silencio. Mi cuerpo parecía estar a punto de colapsar,
tanto así que ella me trajo un vaso con agua y lo tomé, regando un poco sobre
el sofá. Respiré, tratando de calmarme y empecé a contarle ese pedazo de mi
historia, que nunca le había contado con tanto detalle a nadie más.
Su hermano, con quien me había casado
legalmente en secreto cuando huimos, había muerto defendiéndome. En la batalla,
nos habían capturado pero no eran miembros del enemigo. Eran radicales de nuestro
bando. Gente que nos había ayudado a liberar a la gente. Ellos me tomaron a mi
y me torturaron de la peor forma posible. Y entonces él vino por mi. Mató por
mi. Y yo no pude hacer nada cuando lo sometieron y lo hicieron ver lo que me
hacían a mi. Sus ojos brillantes y su sonrisa se habían ido para siempre. En
mis pesadillas todavía lo oigo gritar. Esas bestias decían que no merecíamos
vivir en el nuevo mundo que iba a nacer. Que éramos inferiores. Estoy seguro
que en ese momento habían decidido matarme a mi pero entonces un grupo vino a
rescatarnos y eso lo empeoró todo. Sin pensarlo, le dispararon en la cabeza, justo
en el momento en el que él me había sonreído al oír que se acercaba la ayuda.
Me golpearon y me dejaron ahí, muriéndome.
Su hermana no podía llorar. Parecía haber
quedado seca. Se acercó a mi y me abrazó de nuevo y me dijo que tenía una
familia siempre que la necesitase. Yo la apreté un poco y se lo agradecí.
Seguramente podría necesitar de alguien para seguir adelante.
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