Su aspecto era majestuoso e iban de aquí
para allá con la mayor libertad. Era hermoso verlas volar, de manera tan
resuelta pero a la vez tan libre de ataduras y de tantas cosas que nosotros sí
tenemos como seres humanos. Las aves eran libres, libres de verdad. Es cierto
que tal vez no sean las criaturas más brillantes pero que importa eso cuando
tienen el don del vuelo, la libertad, de nuevo, de ir y venir hacia y de donde
quieran. Miles de personas iban a ver a las aves al parque, era algo así como
una tradición en la ciudad ya que era de los pocos sitios urbanizados donde
aves migratorias venían a descansar después de su largo viajes desde aquellas
tierras frías del norte. Había días en los que el sitio parecía un aeropuerto,
llegando oleada tras oleada de aves.
La gente tomaba fotos y se divertía con el
espectáculo pero para Ignacio, las aves eran su vida, su pasado y su futuro. Se
dedicaba a ir todos los días de la migración a tomar fotos y, si podía, a
clasificar los tipos de aves y sus tamaños. Incluso podía saber de donde venían
si alguna de ellas tenían un chip implantado que se podía leer a distancia y
sin molestarlas. Siempre había tenido interés en las aves, desde que era un
niño pequeño y veía las palomas volando por el parque. Lo que más le había
atraído era el concepto de volar y de poder ir adonde quisiera cuando quisiera.
Era un don que obviamente el ser humano no tenía por su naturaleza misma, volar
habría sido un error pero se las habían arreglado para corregirlo con
tecnología.
Era extraño, pero para alguien que adoraba
volar, a Ignacio no le gustaba nada la idea de meterse en un avión y estar allí
por horas para llegar en otro lado. La primera vez que lo intentó, fue un dolor
de cabeza tanto para él como para los demás pasajeros. Él no lo sabía pero era
claustrofóbico y simplemente no podía meterse en ningún tipo de aparato que
volara. Simplemente no lo disfrutaba nada y para volver de ese primer viaje, su
familia prácticamente tuvo que drogarlo para que durmiera y no sintiera nada de
nada. Era un poco cómico para ellos, aunque nunca se lo dijeron de frente, que
semejante amante del vuelo y las aves, no pudiese volar en un avión.
Lo bueno fue que, al crecer, no tuvo tantas
oportunidades de salir a viajar a ningún lado y las vacaciones siempre las
tenía que pasar en algún lugar cercano a la ciudad. Su familia aprendió de esto
y decidieron hacer planes por su lado y que Ignacio hiciera planes con amigos
para pasar las vacaciones. Esto los distanció un poco pero hubiese sido injusto
que alguien tuviese que ceder su vida nada más por un inconveniente personal.
Así funcionan las cosas algunas veces y nadie tenía la culpa. En todo caso,
cada uno pasaba siempre buenas vacaciones y se reunían a discutirlas una vez
Ignacio se mudó de casa.
Al vivir solo, dedicó su vida a sus
investigaciones y a tomar fotografías y demás. La verdad era que Ignacio no se
sentía bien. No solo porque se había dado cuenta de que no conocía bien a sus
propios padres sino porque su vida se sentía vacía, como si le faltaran pedazos
que él ni siquiera sabía que debían estar allí. No tenía nada que ver con el
amor o algo por el estilo sino más con tener un sentido de pertenencia, una
dirección clara. Porque la verdad era que lo que hacía ya no lo llenaba como
antes. Era bonito estar en casa los fines de semana con su mascota Paco, que
era un loro bastante brillante pero eran los únicos momentos en los que se
sentía sin ninguna molestia. Era extraño sentirse así porque no era algo que él
conociera, que hubiera vivido antes pero sabía que algo estaba mal.
Ignacio decidió ir a un sicólogo donde ventiló
lo poco que sentía y que entendía de ello pero no fue suficiente. El sicólogo,
era evidente, solo respondía a algo cuando era más bien obvio, como si los
síntomas no los entendieran las personas que los sentían sino solo él. Fue una
experiencia decepcionante y nunca más trató de ir a un profesional de la mente,
como se hacían llamar. Después de la cita, salió con tanta rabia del
consultorio que casi tumba a una mujer que iba entrando al edificio y por poco
se le olvida que desde allí no podía caminar a casa. Se sentía frustrado y
desesperado. Parecía que este fracaso le había hecho sentir muchas cosas más,
ninguna que entendiera con claridad.
Paco era su único amigo. Era triste decirlo
pero el loro era el único que parecía entender lo que Ignacio sentía. Se le
subía al hombro o al cuerpo y se recostaba en él, algo inusual para Paco que
solo quería decir que entendía por lo que su amo estaba pasando. Era algo
tierno que pronto lo sacó lágrimas a Ignacio, que se sentía cada vez más
atrapado pero algo aliviado que así fuera su ave entendiera algo de lo que
estaba pasando. Desde ese día trató a Paco como un príncipe y le compró varios
juguetes y una comida mucho mejor que la que comía habitualmente. Pero este
cambio en su relación no cambió en nada lo que sentía, ese peso en el alma que
sentía cada vez más pesado, como si creciera.
Tratando de obviar el fracaso con el sicólogo,
intentó ir con un médico general. Era posible, pensó, que sus afecciones
tuviesen que ver con algún problema físico. Fue decepcionante, de nuevo, saber
que estaba en perfecto estado de salud y que, a excepción de una deficiencia de
calcio notable por su aversión a la leche, todo marchaba como un reloj. De la cita
solo sacó una botellita de pastillas de calcio y nada más. Las empezó a tomar
juiciosamente pero después de un tiempo las dejó, viendo que huesos más fuertes
no ayudaban nada en su estado de ánimo. Varias noches estuvo echado en la cama,
mirando hacia arriba y preguntándose que pasaba.
Tiempo después, su mejor amigo del colegio
volvió a la ciudad y le pidió que se vieran ya que tenía algo que contarle. Se
vieron en un bonito restaurante y allí su amigo Cynthia le contó que estaba
embarazada. Por lo visto la reacción de Ignacio no fue suficiente ya que ella
le reclamó por su falta de entusiasmo. Ignacio le respondió que él no sabía
mucho de eso pero que estaba feliz por ella, porque sabía que siempre había
tenido un gran instinto maternal y ahora podría usarlo de verdad. Ella se
alegró con esa afirmación y le contó que había decidió con su pareja no casarse
todavía hasta ver que tal se llevaban durante el embarazo y todo lo demás. Era
poco ortodoxo pero era mejor que apresurarse. Cuando le preguntó a Ignacio como
estaba, él, sin razón, empezó a llorar.
Al rato de haber
empezado, se detuvo a la fuerza, viendo como la mayoría de las personas en el
restaurante habían girado sus cuellos para ver que era lo que ocurría. Se secó
las lágrimas torpemente y Cynthia entendió que era hora de que se fueran.
Caminaron en silencio unos minutos hasta llegar a un parque pequeño, donde se
sentaron y ella por fin le preguntó que era lo que pasaba. Él la miró, con los
ojos rojos del llanto, y le dijo que no sabía que era lo que ocurría. Se sentía
perdido y con afán de algo pero no sabía de que. Ella le preguntó si le hacía
falta alguien pero él le respondió que ella sabía muy bien que para él las
relaciones amorosas no era algo que a él le interesara mucho.
Ignacio le contó a su amiga Cynthia de sus
citas con el sicólogo y con el médico, de su nueva amistad con Paco y de cómo
su insomnio era cada vez peor, de tanto pensar y pensar. Le confesó que ya no
sabía que hacer y que cada día era difícil para él levantarse y hacer su
trabajo, que menos mal era a distancia y no tenía a nadie encima molestando.
Ella le dijo que era natural que muchas veces uno simplemente colapse y empiece
a ver su vida con otros ojos y a darse cuenta que le hubiese gustado hacer las
cosas de otra manera. Tal vez era eso o tal vez era él hecho de que, para ella,
Ignacio vía una vida demasiado ermitaña, demasiado cerrada sobre sí mismo.
Desde la época del colegio había dejado de
hablar con la mayoría de sus amigos y ya no iba a acampar o de viaje a ver aves
en algún parque nacional. Ella entendía bien que no fuera de los que persiguen
el amor pero le dijo que todos los seres humanos necesitan compañía, no importa
en que forma venga. Le dijo que Paco era probablemente un buen comienzo pero
que siempre era mejor tener un ser humano cerca. En ese momento lo rodeó con un
brazo y le dijo que sentía no poder ser ella la que estuviera allí con él pero
que era obvio que lo iba a obligar, como pudiera, a ir a visitarla cuando la
bebé naciera. Ignacio sonrió y abrazó a su amiga, de nuevo llorando pero esta
vez en silencio.
Días después, las cosas empezaron a mejorar un
poco. Ignacio decidió lanzarse al agua, como se dice, e inició varias
conversaciones con las personas que veía en el sitio donde iba a fotografiar aves.
Muchos eran amantes del concepto de volar, como él, y otros solo amaban a los
pájaros y se reían con las anécdotas acerca de Paco. A los pocos meses, conocía
ya a varias personas y algunas empezaban convertirse en sus amigos. Y de
repente todo iba mejor, la presión en su pecho se había alivianada y su
ansiedad solo se presentaba algunas noches, como recordándole que faltaba
camino. Pero él dormía bien, pensando que lo que faltara de camino no lo
tendría que recorrer solo.
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