No sé cuanto tiempo estuve tirado en el
suelo, con agua de lluvia lentamente acumulándose a mi alrededor. Había sido lo
suficientemente tonto y me había ido mal, de nuevo. Tenía miedo y había actuado
bajo el control de los nervios y no de la reflexión profunda que alguien
debería asumir cuando algo así ocurre. Cada centímetro de mi cuerpo había sido
golpeado por los puños y pies de unos tres hombres, aunque la verdad es que
nunca supe cuantos eran. Solo vi la cara de uno de ellos, muy cerca de la mía.
Había llegado al lugar temblando pero también
con la esperanza de que mis preocupaciones hubiesen llegado a un ansiado final.
Hacía algunos meses había cometido la idiotez de usar el internet para
desahogarme mientras no había nada en la casa. Todos estaban afuera y, no
contento con la pornografía común y corriente, recordé algunos sitios con
contenido algo más interesante, si es que así se le puede llamar a los fetiches
extraños que pueden tener las personas. Debí parar en ese momento.
Pero no lo hice. Cegado por el placer y el
morbo no supe nada de lo que hacía hasta que me di cuenta de que lo había ido a
buscar no era lo que había obtenido. En vez de eso había imágenes horribles que
jamás dejarán mi mente. No puedo decir que eran de una sola clase de imagen, había
muchas. Todas las fotos eran algo borrosas, tal vez viejas ya, pero igualmente
terribles. Lo único que supe hacer fue cerrar todo, eliminar las imágenes y
buscar algún programa que borrara todo sin dejar rastro.
Después de hacerlo, recordé una de las imágenes,
tal vez la que me daba más miedo. En ella había un policía con algo parecido a
una sonrisa en la cara y una hoja de papel en las manos. En ella estaba
escrito, en lo que parecía letra a mano, que mi información había sido
rastreada bajando contenido ilegal. Y vaya que lo era. No por lo que tal vez se
imaginen sino por otras cosas que ni siquiera quiero discutir. Me empezó a
doler la cabeza un rato después y esa molestia no ha desaparecido desde ese
día.
Me enfermé de repente. Era como si la gripa
hubiese entrado en mi cuerpo de golpe pero en verdad no tenía nada que ver con
una enfermedad real sino con haber visto toda esa porquería y la foto del
policía, que volvía a mi mente cada cierto tiempo. ¿Sería cierto? Sabía que la
policía podía vigilar la actividad en línea pero parecía imposible que lo
hicieran todo el rato. Además, había sido todo un error. Yo no había querido
buscar nada de eso que vi pero sin embargo ahí estuvo, en mi pantalla, por un
momento pero estuvo. No sabía que hacer, estaba perdido.
Por las siguientes dos semanas, no tuve
descanso alguno. No solo me era imposible dormir en las noches, sino que no
podía pensar en nada más sino en todo el asunto. En todo lo demás que hacía se
notaba una baja de rendimiento, que varias personas me hicieron notar. Yo me
disculpaba echándole la culpa a la dichosa gripa que tenía pero sabía muy bien
que lo que tenía no era una enfermedad real sino que era el miedo, la
preocupación de verme envuelto en algo que no tenía nada que ver conmigo.
Pasó casi un mes y mi cuerpo empezó a
relajarse. Los nudos en mi espalda desaparecieron lentamente, con ayuda de
masajes y la práctica casi diaria de yoga y otros métodos de relajación. Sobra
decir que no volví a utilizar el internet sino para cosas tontas que hace la
gente todos los días como revisar fotografías de personas con las que ni hablan
o escribir alguna cosa. No volví a bajar nada que no fuera mío, incluso las
películas y la música que siempre buscaba gratis.
Muchas personas notaron ese nuevo cambio también
y empecé a preocuparme un poco por eso. Si la gente que no tenía nada que ver
conmigo, muchos de los cuales ni me conocían bien, entonces en casa seguramente
todos se habrían dado cuenta que algo me pasaba. Pero nunca dijeron nada ni
dieron indicios claros de que así era. Eso sí, los miraba a diario y me daban
muchas ganas de llorar. No quería que ellos sufrieran por mi culpa, que se
sintieran avergonzados de mí.
Cuando la calma pareció empezar a tomarse todo
lo que me rodeaba, recibí una llamada en mi casa. Cuando contesté, la persona
del otro lado de la línea habló con una voz normal. Preguntó por mí. Cuando
dije que era yo el que hablaba, su actitud cambió. Era un hombre y quería que
supiera que sabía lo que yo supuestamente había hecho. Me fui a un lugar seguro
y le pregunté como sabía lo que había pasado y que todo era un error. El hombre
no me escuchaba, solo me amenazaba, sin pedir nada.
Las llamadas se repitieron una y otra vez a lo
largo de dos semanas hasta que tuve que ponerme duro, a pesar del nuevo miedo
que me habían infundido. Pregunté que era lo que quería porque no podía creer
que alguien estuviese llamando a sobornar solo porque sí. Alguna razón de peso
tenía que haber para su actitud, algo tenía que querer. Las primeras veces me insultó
y dijo que gente como yo debería estar muerta, ojalá asesinados de las maneras
más horribles que alguien se pudiera imaginar. Sin embargo, su discurso cambió
al cabo de algunas llamadas.
De pronto ya no quería verme muerto, o al menos
no lo decía. Ahora quería dinero, una cantidad que era mucho más de lo que yo
pudiese dar en una situación similar pero no lo tanto que me negara. Le dije
que podía reunir el dinero y me citó en un parque de la ciudad muy temprano una
mañana. Hice todo lo que pude para reunir el dinero, todavía con nervios pero
tontamente confiando en que el dinero arreglaría todo el asunto. Intercambiaría
una cosa por la otra y todo terminaría.
Fue en ese parque donde me vi con el hombre y
le di el sobre. Pero no estaba solo y me rodearon con facilidad. Mi respiración
se aceleró y mi ojos iban de una figura oscura a otra, pues era difícil de
verlos bien en la oscuridad de la noche. Solo vi la cara del hombre que me
había citado y supe que era él porque reconocí su voz. Me dijo que era policía pero
que ellos no querían hacer nada contra mí y por eso él había decidido tomar las
riendas de todo el asunto. Fue entonces cuando el circulo se cerró aún más.
No venían por el dinero, eso estaba claro.
Cuando los tuve muy cerca, empujé a uno y golpee al otro pero no había nada que
hacer. Yo era y soy un hombre promedio, igual de débil y de estúpido que la
mayoría. En un momento dejé caer el dinero y no supe que pasó con él. Estaba en
una bolsa que no estaba cuando me desperté, con un dolor físico mucho mayor al
que había sentido en cualquier momento anterior. Me patearon hasta que se
hartaron, en todo el cuerpo.
Puños en el estomago y en la cara, en los
costados y en la espalda. Hubo uno que me pegó un rodillazo en los testículos y
fue por eso que caí al suelo y me molieron a golpes allí. Me desangré un poco
pero me encontraron más tarde, gracias al perro de una señora que lo había
sacado a orinar. Cuando llegué al hospital, la policía estaba allí. Ninguno de
ellos era el hombre que me había citado. Pensé que estaban allí por una cosa
pero estaban por la otra. De todas maneras, lo confesé todo.
En este momento no sé cual sea mi futuro. Tomé
una decisión, una mala decisión, y es casi seguro que pague por ella. No sé si
sea justo que pague como los que de verdad quieren hacer daño, como los que de
verdad gustan de semejantes cosas.
Pero ya no tengo nada. No hay nadie a mi lado
y el futuro no pinta de ningún color favorable. Lo único que puede pasar es lo
predecible o un milagro y francamente no creo en estos últimos. Para alguien
como yo, no sé si exista semejante cosa.
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