El pequeño pueblo se veía a la perfección
desde la parte más alta de la montaña. Desde allí, parecía ser el lugar
perfecto para conseguir algo de comida y tal vez un transporte seguro hacia una
ubicación algo más grande, alguna de esas urbes enormes de las que el mundo
estaba hecho. Quedarse en semejante lugar tan pequeño no podía ser una opción
pues eso pondría en peligro a los habitantes. Era algo que simplemente Él no
quería hacer, sabiendo lo poco que sabía.
Mientras bajaba por la ladera de la montaña,
hacia el pueblito, se alegró un poco porque podría tal vez quitarse esas ropas
untadas de sangre para ponerse algo que le quedara mejor. Las botas eran para
pies más grandes y ya tenía varias llagas que habían sido insensibilizadas por
el frío del suelo. Toda la región era un congelador gigante y eso era bueno y
malo, muy incomodo pero también un refugio siempre y cuando Él se quedase
quieto lo suficiente para que no lo vieran.
Y es que desde su escape de la base destruida,
varios helicópteros habían pasado por encima de su cabeza, sondeando cada metro
del bosque, en búsqueda de sobrevivientes. Lo más probable es que buscaran el
dueño de la voz que Él había oído antes de emprender su caminata, al menos eso
se decía a si mismo. Pero la verdad era que todo podía ser solo una ilusión
bien elaborada por su mente para
sobrevivir semejante experiencia. Tal vez todo estaba en su trastornada cabeza.
Era probable que los helicópteros lo buscaran
a Él, el único sobreviviente de la destrucción de ese horrible lugar. No sabía
si llamarlo prisión u hospital o laboratorio. Era un poco de todas esas cosas.
El caso era que ya estaba en el pasado y no quería volver a él. Sin embargo,
estaba claro que no podría comenzar una vida común y corriente así como así.
Sabía que la gente que lo buscaba, si sabían más de él que él mismo, no
descansarían hasta tenerlo encerrado en una nueva celda.
Llegó a la base de la montaña tratando de
alejar los malos pensamientos de su mente y obligándose a sonreír un poco.
Mientras caminaba hacia las casas más próximas, ideó en su mente la historia
que diría por los días que le quedaran en la tierra. A nadie le podría decir la
verdad y como no recordaba su pasado, lo más obvio era construir una realidad
nueva, a su gusto. Diría que era un cazador que había sido atacado en el bosque
por un oso. El golpe lo había dejado mal y ahora necesitaba comida, ropa y una
manera de volver a su hogar lo más pronto posible.
Llegó al centro de la población y pudo ver la
oficina estatal que siempre existe en esos lugares. Estuvo a punto de
encaminarse hacia allá cuando escuchó el grito de una niña. No era un grito de
alarma sino una exclamación de sorpresa: “¡Mamá, mira!”. Y la niña señalaba con
su dedo al hombre que acababa de entrar en el pueblo. “¿Quién es, mamá?”. La
mujer salió corriendo de detrás de una casa. Cargaba dos bolsas llenas y, como
pudo, tomó a la niña de la mano y la reprendió en voz baja.
Él se acercó, con cuidado para no alarmar a
las únicas personas que había en el lugar. La mujer levantó la mirada y no dijo
nada. Se veía muy asustada, como si hubiese visto algún fantasma. Viendo su
reacción, Él se presentó, con la historia que había ideado caminando hacia el
lugar. La mujer lo escuchó, apretando la mano de su hija que seguía haciendo preguntas
pero en voz baja. Cuando el hombre terminó de hablar, la mujer lo miró
fijamente, cosa que casi dolía por el color tan claro de sus ojos.
Una de las bolsas de papel se rompió y todo su
contenido cayó sobre la nieve. La mujer se apresuró a coger las cosas pero Él
la ayudó, cosa que obviamente no esperaba. Cuando tuvieron todo en las manos,
la mayoría en manos del hombre, él le pidió ayuda de nuevo. La mujer miró a
todos lados y con una mirada le indicó que la siguiera. Ella empezó a caminar
casi corriendo, lo que hacía que la niña se quejara por no poder caminar bien.
Pero al parecer la mujer tenía prisa.
Pronto estuvieron en el lado opuesto del
pueblo. La mujer le dio las llaves a la niña y fue ella quien abrió la puerta
de la casa. Hizo que primero pasara su invitado para poder dar una última
mirada a los alrededores. Cerró la puerta con seguro y dejo los víveres sobre
un mostrador de plástico. Las casas eran tan pequeñas como se veían por fueran.
Esa estaba adornadas con varios dibujos y fotografías que hacían referencia a
un esposo, obviamente ausente en ese momento.
La mujer recibió los víveres que faltaban de
manos del hombre y le explicó que ese no era un poblado regular sino temporal.
Era un campamento para los trabajadores de una mina de diamantes muy próxima a
las montañas que había atravesado el hombre. La mujer le explicó, mientras
cocinaba algo rápidamente, que hacía poco habían venido agentes estatales a
revisar el campamento y a establecer allí un centro de operaciones temporal para
lo que ellos llamaban una “operación secreta”, que al parecer era de vital
importancia para el país.
Mientras servía una tortilla con pan tajado,
la mujer explicó que los hombres nunca venían hasta la noche y que los
visitantes inesperados habían sido ahuyentados por la presencia del Estado. Por
eso la llegada un hombre desconocido le había causado tanta impresión. De
hecho, sus manos temblaron al pasarle el plato con comida y un vaso de agua. Él
solo le dio las gracias por la comida y empezó a consumir los alimentos. Todo
tenía un sabor increíble, a pesar de ser una comida tan simple.
Agradeció de nuevo a la mujer, quien se había
acercado para mirar a su hija jugar sobre un sofá. Él le iba a preguntar la
edad de la niña cuando la mujer le dijo que era obvio que su historia era
mentira. Era algo que se veía en su cara, según ella. Apenas dijo eso, se dio
la vuelta y entro en un cuarto lateral. Mientras tanto, la niña lo miraba
fijamente. De la nada esbozó una sonrisa, lo que causo una también en su
rostro. Sonreír era todavía algo muy extraño para él.
Cuando la mujer volvió, su hija estaba muy
cerca del hombre, mostrándole algunos de sus dibujos. La mujer traía un abrigo
grueso, que según ella era parte de un uniforme viejo de su marido. Tenía
también un camisa térmica que ella ya no usaba y pantalones jeans viejos.
Lamentó no tener botas o zapatos que pudiese usar pero él dijo que ya era
bastante con lo que tenía en los brazos. Además, lo siguiente era viajar a
alguna ciudad cercana, si es que eso era posible.
La mujer respondió con un suspiro. Sí había
una ciudad relativamente cerca, a seis horas de viaje por carretera. El
problema era que no había transporte directo desde allí sino desde el poblado
más cercano y ese seguro estaría todavía más lleno de agentes del Estado que la
propia mina. El hombre iba a decir algo pero ella le respondió que sabía que
había cosas que era mejor no decir. Le indicó donde era el cuarto de baño y el
hombre se cambió en pocos minutos.
En las botas puso algo de papel higiénico,
para ver si podría caminar un poco más. La mujer le indicó el camino hacia el
pueblo, pasando un denso bosque que iba bajando hacia la hondonada donde habían
construido todas las casas y demás edificaciones.
Se despidió con la mano
de madre e hija. Apenas puso, apresuró el paso. Horas más tarde, el esposo de
la mujer llegó. Ni ella ni su hija dijeron nada, y eso que el hombre vio en uno
de los dibujos de su hija un hombre con gran abrigo y grandes botas, ambos con
manchas de sangre. Lo atribuyó a la imaginación de la pequeña.
Me alegro de que continúe, me había sabido a poco...
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