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martes, 2 de junio de 2015

Retorno a casa

   La estación estaba casi desierta, lo que no era algo muy extraño a las cinco de la mañana. Solo había uno que otro noctambulo que, como él, habían pasado la noche de juerga, bebiendo, bailando y disfrutando la noche. Como era noche de jueves no había grandes cantidades de personas, como si las había las madrugadas de los sábados o de los domingos. Ya era viernes y en un momento empezarían a llegar las personas que tenían que ir a trabajar. Era una mezcla extraña, entre aquellos que dedicaban su vida al trabajo y los que dedicaban su vida a disfrutarla, sin consecuencia alguna.

 Él era un chico promedio. No tenía clase el viernes así que por eso había aceptado salir esa noche. Ahora, como nadie vivía para donde él iba, le tocaba irse solo en un tren que se tomaba hasta media hora para llegar a su destino y luego tenía que caminar unos diez minutos por las heladas calles de su barrio. Era horrible porque el invierno había llegado con todas sus ganas y las madrugadas parecían salidas de una película ambientada en la Antártida. Pero el caso era que ya lo había hecho antes entonces ya tenía conocimiento de que hacer a cada paso. Y como tenía cara de pocos amigos, a pesar de su personalidad simpática, eso le ayudaba con los posibles maleantes que hubiese en su camino.

 El tren nada que pasaba. Se suponía que llegaría en diez minutos pero eso no ocurrió. Por los altavoces algo dijeron pero él estaba todavía con tanto alcohol en la sangre que era difícil concentrarse en nada. La verdad era que apenas hacía las cosas automáticamente: caminar por tal calle, bajar por una escalera determinada, ir hasta tal andén, esperar, subir al tren, salir de la estación, caminar, y llegar a casa. Era como un mapa mental que ni todo el licor del mundo podía borrar de su mente. Pero la demora no estaba ayudando en nada. Su ojos querían cerrarse ahí mismo. Trataba de caminar, de poner atención a algo pero a esa hora no había nada que valiera la pena mirar.

 Trató de mirar alrededor para ver si había alguna de esas fuentes de agua pero no vio ninguna. Hubiese sido lo propio, echarse agua en la cara o incluso por la espalda, eso le ayudaría a estar alerta en vez de cerrar los ojos y cabecear de pie, algo que no era muy seguro que digamos teniendo las vías del tren tan cerca. Otra vez una voz habló desde quién sabe donde. Él no entendió todo lo que decía salvo las palabras “diez minutos”. Era mucho tiempo para esperar, considerando el sueño que lo invadía. Se puso a caminar por el andén, yendo hasta el fondo y luego caminando hasta la otra punta y así. Aprovechó para revisarse, para asegurarse que tuviese la billetera y el celular. Ambos los tenía. Cuando el tren por fin entró en la estación, se dio cuenta que el celular era su salvación.

 Antes que nada esperó a que el tren frenara, se hizo en el vagón de más adelante para estar más cerca de la salida cuando llegara a su destino y, apenas arrancó el aparato, sacó su celular y empezó a mirar que había de bueno. Lo malo era que estaba con la batería baja pero tendría que aguantar lo que fuera, al menos veinte de los treinta minutos del recorrido. Primero revisó sus redes sociales pero no había nada interesante a esa hora. Luego revisó las fotos que había tomado en la discoteca que había estado con sus amigos y borró aquellas en las que se veía demasiado tomado o que estaban muy borrosas.

 Cuando terminó, subió la mirada y se dio cuenta que ya habían parado en dos estaciones y habían pasado los diez primeros minutos. Cerca de él se había sentado un hombre con aspecto tosco y, frente a él, otro tipo grande que estaba usando ropa muy ligera para el clima. Nada más verlos, se le metió en la cabeza que era ladrones y que seguramente iban a barrer el vagón, despojando a la gente de sus cosas. Era bien sabido que la policía no hacía rondas tan temprano y los maleantes podrían bajarse en una de esas estaciones solitarias que ni siquiera tienen bien limitado su espacio a los usuarios.

Trató de no mirar mucho a los hombres pero incluso así se sentía observado. Dejó de mirar el celular, se lo guardó, y se dedicó mejor a mirar por la ventana. Pero eso no ayudaba en nada porque afuera todavía estaba oscuro y lo poco que se veía era bastante triste: estaban pasando por un sector industrial donde solo había bodegas y tuberías y camiones desguazados. No era una vista muy bonita. Pero él se forzó a mirar por la ventana y no hacia los hombres. El tren entró a una nueva estación y entonces él volteó la mirada para ver si los hombres habían bajado pero no era así. De hecho las cosas se habían vuelto un poco peor.

 Tres hombres más, de aspecto similar a los de los otros dos, se hicieron de ese lado del tren. Uno de ellos estaba de pie y el chico podría haber jurado que lo estaba mirando y que después se había tocado el pantalón. La verdad era que no sabía ya si era el sueño o la realidad todo lo que veía. Sentía su cuerpo débil, como si tuviera miles de ladrillos encima. Lo que más quería era dormir pero eso no iba pasar hasta que hubiese pasado el umbral de su hogar. Ahí fue que se asustó y varias personas de su alrededor se dieron cuenta. Él metió la mano en todos los bolsillos y no las encontraba: había perdido las llaves de su casa. Cuando se había revisado en la estación no se había acordado de ellas y ahora podían estar en cualquier lado.

 Pero estaba asustado por los hombres entonces se calmó de golpe y miraba sutilmente a un lado y al otro pero nada brillaba ni sonaba como sus llaves. Ahora como iba a entrar en su casa? Había una copia pero en su mesa de noche, no allí con él. La próxima estación era la suya, por fin, pero eso no le importaba si no tenía sus llaves. Quería levantarse a buscar pero sentía miles de caras poco amables alrededor y no quería darles razones para que se pusieran agresivos. El tren entró en la estación y él se puso de pie de golpe. El hombre que se había tocado dio un paso para ocupar el puesto del chico pero se detuvo y el chico pensó que algo iba a pasar. Y pasó: el hombre se agachó, cogió algo del piso que había pisado al dar el paso y se dio la vuelta. Eran las llaves.

 Él las recibió y le agradeció. El hombre le respondió con una sonrisa vaga y otro toque de su paquete. No sería el hombre más normal de la vida pero al menos era amable. El chico guardó sus llaves en un bolsillo y salió del tren, que ya había abierto las puertas. Desde ese momento empezó casi a correr, subiendo las escaleras y llegando a la entrada principal donde solo había unas pocas personas, vendedores ambulantes a punto de instalar sus puestos para los compradores matutinos. El chico se detuvo al lado de ellos para cerrar bien su abrigo y despertarse un poco para los siguientes diez minutos de caminata.

 Arrancó de golpe, como trotando con fuerza. Tomó la calle que estaba en frente y caminó a paso veloz, pasando a la gente que iba a la estación casi en masa para llegar al trabajo. Otros tenían cara de estudiantes y había varias personas mayores. Eran casi las seis de la mañana y la ciudad estaba en pleno movimiento. El chico siguió caminando hasta que lo detuvo un semáforo. En ese punto, empezó a caminar en un mismo sitio como para no dejar enfriar las piernas. Algunas personas lo miraban pero lo valía.

 El semáforo cambió y camino dos calles más. Luego cruzó hacia las tiendas del lado opuesto y se metió por una calle solitaria, con algunos carros aparcados a un lado. Ya le quedaban solo unas cuadras cuando sintió un brazo en el hombro. Se dio de vuelta con rapidez, listo para defenderse. En un segundo pensó en lo peligroso que se había vuelto el barrio, con gente en cada esquina esperando a matar por unos pocos centavos. No los culpaba, al país no le estaba yendo muy bien pero no se podía confiar en los noticieros para saber la verdad y mucho menos en los políticos.

 Estaba listo para golpear cuando se dio cuenta que la mano era de una mujer de edad, que parecía asustada de la cara de él. En la mano con la que lo había tocado estaban, de nuevo, sus llaves. La mujer le dijo que las había dejado caer al cruzar la calle. Ella pasaba en el momento para ir al mercado y pues las había cogido para alcanzarlo y dárselas. Está vez, el chico agradeció con un abrazo. No creía que la gente fuera en su mayoría buena pero al menos seguían habiendo aquellos que velaban por otros. La mujer, algo apenada, se devolvió a la calle anterior y siguió su camino.


 Después de tres calles más, el chico por fin llegó a su casa. Primero abrió la puerta del edificio, luego caminó un poco hasta la puerta de su casa y, apenas la hubo cerrado, dejó las llaves en un pequeño cuenco y se dirigió a su cuarto. Allí se quitó toda la ropa, quedando desnudo. La calefacción estaba a toda energía y solo minutos después de acostarse se quedó dormido, acunado por el cansancio y el calor, olvidando por completo que al empezar el día el había tenido una mochila consigo que no había llegado con él a casa. Pero eso, era un problema para la tarde.

martes, 14 de abril de 2015

Éxtasis

   Que es peor que despertarse y no saber donde se está? Que es peor que sentir algo en la mente que te dice que hiciste y deshiciste la noche anterior, pero simplemente no lo recuerdas? Juan había caído en esa espiral hacía mucho tiempo y parecía no haber manera de que saliese por su cuenta. Algunos tienen problemas de autoestima relacionados con el aspecto físico pero los de Juan estaban más relacionados con dejar de ser quien había sido durante tanto tiempo.

 En el colegio, había sido el niño flaco y ojón que era bastante promedio. En todo le iba regular, ni mal ni bien. Nunca se destacó por nada y, teniendo dos hermanos mayores, jamás hizo algo en lo que fuese el primero en su hogar. Sus padres no lo querían menos, si acaso al contrario, pero eso no servía de nada cuando los demás tenían toda la atención por sus logros y él todavía estaba en la escuela. Cuando llegó la hora de la universidad, se atrevió a lanzarse al vacío y estudiar artes pero los primeros semestres siguió siendo el mismo. Pensaba que la decisión le llevaría a hacer y experimentar cosas nuevas pero nada de eso estaba pasando.

 Ya casi terminando la carrera y habiendo descubierto su pasión por la fotografía, Juan conoció a un grupo de personas en la pasantía que tenía que realizar como requisito para graduarse. Entre ellas estaba una chica llamada Alexa y su novio Henry. Fueron ellos quienes tomaron a Juan de la mano y lo vieron como un niño que todavía no había descubierto su masculinidad. Lo trataban como a un hermano menor, incluso cuando salían a tomar unas cervezas después de clase.

 La verdad era que Juan no era virgen. Había tenido un par de novias, ambas por más de dos años, pero las cosas siempre se terminaban cuando él causaba el rompimiento. Nunca era él el que pedía terminar pero sí era quién causaba todo poniéndose raro y cambiándolo todo de un momento a otro. Esto también era debido a su inseguridad y a que no sabía muy bien que era lo que hacía o porque lo hacía.

 Pero con sus nuevos amigos, las cosas empezaron a cambiar rápidamente. Los primeros en notarlo fueron su familia y su ex novia: llegaba tarde a la casa entre semana, muchas veces con olor de trago y cigarrillo. Tenía una actitud cortante, como dándose aires de ser más de lo que era y de tener muchas cosas mejores que hacer que hablar con nadie más. Su ex novia o buscaba para hablar de objetos que quería de vuelta y él le respondía cada vez peor por lo que ella prefirió ir un día a su casa, mientras él no estaba, y sacar lo que le pertenecía a ella.

 Al comienzo fue solo el alcohol. Entre semana eran solo botellas de cerveza, que aumentaban al pasar de las semanas. Los viernes y los sábados esas botellas de cerveza pasaban a ser de vodka, ron, aguardiente, vino, o lo que pudiera comprar con el dinero que lograban reunir entre los tres y otros amigos más de Alexa y Henry. Los amigos de ellos eran también artistas pero más que todo del tipo que hablan mucho pero no han hecho lo mismo. Otros, eran gente muy concentrados en su estilo, en si mismos. Eran diseñadores de cualquier tipo o simplemente gente que creía que la moda los hacía mejores personas. Entre grupos cada vez más grandes y en lugares que él no conocía, Juan fue cayendo lentamente.

 Su graduación de la universidad fue un poco después y al poco tiempo, con ayuda de sus nuevos amigos, consiguió un trabajo en una revista. Sus padres querían reprenderlo pero ya era muy mayor para eso y además estaba trabajando y era responsable con lo que le tocaba a él. Como manejaba su tiempo era cosa de él, a menos que todo se pusiera peor.

 Las fiestas eran casi siempre en la casa de alguien, casi siempre lugares amplios y viejos, aunque había ocasiones que los amigos de sus amigos eran personas más acomodadas y entonces iban a hermosos apartamentos con la más increíble vista a la ciudad. Fue en uno de esos apartamentos en los que un amigo de Alexa le ofreció su primer cigarrillo de marihuana, que él fumó ante la mirada pendiente de muchos a su alrededor. Juan siempre pensó que sería algo más emocionante pero resultó ser algo decepcionante ya que no tuvo ningún efecto en él. Mientras los demás fumaban y reían tontamente, él seguía bebiendo, que era preferible a perder el tiempo con algo que solo olía raro.

 Su decisión de no fumar marihuana podía haber sido buena si no fuera porque eso lo alentó a arriesgarse más. Vinieron entonces la cocaína, las pastillas y demás “juguetes, como los llamaban sus amigos, que lo ayudaron a desinhibirse como nunca jamás lo había hecho. La primera vez que probó una de tantas drogas estaba con Alexa y Henry y fue tal el efecto del alucinógeno que, sin pensarlo dos veces, se lanzó encima de Henry y tuvo relaciones sexuales con él mientras Alexa salía del cuarto para buscar más de lo que habían consumido.

 Juan descubrió lo que era el éxtasis, aquel sentimiento de placer extremo y no quiso dejarlo ir porque lo hacía sentirme mucho más y mejor que nunca. Se sentía con el poder y la voluntad de hacer lo que quisiera. Había uno de esos chicos diseñadores que siempre le había llamado la atención pero jamás se lo había planteado en serio. Una noche, llena de drogas y alcohol, lo llevó a un cuarto del lugar donde estaban y tuvo relaciones con él. El chico, para su sorpresa, no había consumido nada más que un par de cervezas pero Juan nunca recordó que le hubiera dicho eso. Al otro día estaba tirado en el piso, al lado de un charco de su propio vómito y sin ropa. Había otros tres hombres con él en una cama y ya no estaba en el lugar de la fiesta de la noche anterior. Solo recogió su ropa y se fue, sin más.

 Esa fue la primera vez que sintió miedo de verdad. Miedo de que, por descubrir una nueva parte de si mismo, estuviese perdiendo quien siempre había sido. Cuando llegó a casa, y después de un regaño de su madre por llegar campante a mitad de tarde un domingo, fue al baño y se miró en el espejo: estaba más delgado que nunca y jamás lo había notado. Es decir, siempre había sido flaco pero ahora había sombras en su cara y en su cuerpo que antes nunca habían estado allí. Se le notaban las costillas y algunas vertebras en la espalda. Nunca había tenido mucho trasero pero ahora no tenía casi nada.

 Se echó agua en la cara y decidió que era mejor ducharse. Allí, bajo el agua, empezó a llorar sin control. Sus piernas se doblaron ante su peso y quedó allí por un largo rato hasta que pudo cerrar la llave, esto tras controlar sus manos y sus emociones. Todavía quería llorar, sin razón aparente, pero no podía hacerlo con su familia tan cerca. No quería tener que explicar nada. En ese momento recibió una llamada de Henry pero no contestó. No quería saber nada de ellos por ahora.

 Trató de dormir pero entonces varios fragmentos de lo que había hecho la noche anterior venían a su mente. Había consumido más drogas y había tenido sexo con varios hombres y tal vez una o dos mujeres. Podía sentir el sabor en su boca de la ceniza de los cigarrillos y del alcohol de mala calidad que había circulado por todos lados. Como pudo, empujó esos pensamientos fuera de su mente y durmió por algunas horas, ante el asombro de su madre que jamás lo había sentido tan extraño. Quiso preguntar que le pasaba pero sabiendo como respondería, se abstuvo de hacerlo.

 Al día siguiente en el trabajo, Juan se desmayó en la mitad de una sesión fotográfica. Tuvieron que llamar una ambulancia y mandar a todo el mundo a su casa. Lo llevaron a un hospital con rapidez y, para cuando su familia llegó, estaba mucho peor. Su cuerpo estaba tan acostumbrado y era tan dependiente de las drogas y el alcohol, que el solo pensamiento de dejarlas había hecho que su cuerpo reaccionara de la manera incorrecta. Juan no supo contestar cuando le preguntaron que había consumido. Solo lloraba en silencio y se sacudía con violencia, gimiendo y gritando.

 Su familia vio como estaba y el doctor les explicó que era lo que sucedía. Ellos no entendían como era que jamas ﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽a que jamsangre, que era lo que on que habñia consumido. Solo lloraba en silencio y se sacudl, que el solo pensamientoás se habían dado cuenta que su hijo estaba metido en el mundo de las drogas. Pero ya era muy tarde para lamentarse o pedir perdón o proponer ayuda. El cuerpo de Juan se estaba destruyendo a si mismo con ayuda de los químicos que todavía no habían dejado su cuerpo tras dos días de la fiesta más grande en la que jamás había estado. Antes de perder la lucidez, pidió perdón a su familia pero esto no duró mucho. Al día siguiente no los reconocía, tal vez por el dolor. Tuvo momentos de lucidez, uno de los cuales fue usado por el doctor para preguntar si había tenido relaciones sexuales sin protección. Pero Juan no podía responder.


 El día mismo que el doctor verificó la presencia de una enfermedad de transmisión sexual, Juan empezó a convulsionar con violencia y entonces murió. La combinación de todos los factores le había causado la muerte y todo por elegir la salida más fácil, más rápida y mejor pintada.

jueves, 5 de marzo de 2015

The Other One

   I just couldn’t confront what I had done. The morning I woke up there, I felt wrong, guilty and even filthy. I wanted to leave that place so fast and never return again. How should I have know that only days later I would have to go back there, practically against my will.

 There was no need to say “goodbye” to him. After all, we didn’t really know each other that well or, at least, that’s what I prefer to think. I never let anyone too close and I have my reasons for that. No, I have no idea who he really is and I’m not interested in finding out more than I already know, more than I have too.

 You see, we were celebrating our promotions with other people of the office. We went to his place because it seemed cheaper to buy some bottles from the store and go there and have a great time. And we did. I hadn’t been that happy for a long time and I fucking deserved that promotion. I had worked hard and so had he and Laura, my best friend there. The three of us had been in charge of a certain project and we had done so great that our boss decided to grant us a very well deserved promotion. We would make more money and we would have nice new offices.

 Almost everyone was happy for us because they knew how hard it had been for us to have the job and then to be good and make such a project a big reality. We were admired and that’s why many people came to Joe’s place. Of course, it was free booze and we ordered some pizzas and I even made some cookies, already a bit tipsy. Lots of cinnamon in them... We had a blast but something that I hadn’t realized happened in a second, in blinking of an eye.

 I had gone to clean my hands after spilling some vodka on the floor and cleaning it. I had been looking at the mirror, any trace of alcohol apparently retreating, when I realized the door was half open and there he was. Joe I mean. He asked me if I was ok and I nodded and told him I was having a great time and that I felt sorry for spilling vodka. He seemed shy or distant, jus strange because he had never really been shy during our work together. And we had stayed up late in the office. He even took me home sometimes.

 But then, in that bathroom, there was a tension only broken by a girl who entered in haste and decided to vomit too close to my shoes. I jumped back just in time to retire from the “splash zone” and decided to rejoin the party, forgetting about my encounter with Joe. Well, until the party ended that is. Laura, her boyfriend and I stayed behind to help Joe clean up the place. When there were only glasses to throw and small things to put in place, Laura and her boyfriend left.

 As I cleaned up with Joe, there was this awful silence. It was even more ominous because there was no sound from the street, being three o’clock of the morning. Not a single soul walked the street below and I started talking to him about that, how empty and lonely the city looked when you stayed up until late. He agreed, saying it was worse in the suburbs, whereas in downtown or other commercial areas people were still roaming around. We talked about different things and decided to have one last drink. We both consumed it fast and, as I recuperated from the strength of the beverage, I realized he had his hands on my waist.

 Needless to say that we kissed and I didn’t resist. I hadn’t had any physical contact of that kind with anyone for years and I wasn’t going to refuse any act of kindness towards my body. Some minutes later we were in his room and we had sex. I was about to say we made love but that’s impossible, because I wasn’t in love with him. As I said before, I barely knew him. What I can say is I had a great time with him in that room because, never mind the alcohol, I can still remember every thing that happened.

 I felt guilty the following morning, very early, because I realized something I had forgotten the night before: Joe was engaged. She worked in the company but in another department. I had seen her a couple of times: stunning body, nice face, very kind and joyful. Joyful is not my kind of thing but it looked good on her. She was a knockout and I had heard many guys in the office had tried to date her prior to Joe but that was long before I had begun my work there.

 My pants were on the floor, my underwear on a chair, my socks in my shoes… Once I had everything on and my cellphone and backpack, I just left trying to be as silent as a mouse. I couldn’t look, for some reason, to the doorman to the face. He greeted me but I felt he knew, somehow. I felt the same thing all the way home, on the bus and on the sidewalk, just walking before finally entering my place, where my cat awaited me because he was very hungry.

 I fed him and decided to sleep properly after that. Sleep came fast and so did dreams in which I met Joe again and kissed him passionately in front of his girlfriend. In the dream, she just accepted it and left without saying a word. I woke up even more tired that I had been at arrival. Thank God it’s Saturday, I thought. I decided to stay in my home and just eat and watch TV. No one interrupted me, except Laura that called me to know if I had gotten home all right. Laura had been my friend of many years and the one that got me the job. I owe honesty to her.

 She was surprised at me but even more surprised at Joe. Everyone knew the news that he was going to marry the gorgeous girl of the office and the fact that Laura reminded me of that was awful. She then questioned Joe harshly, stating that if he was sleeping with others, it surely meant he had done it before with other girlfriends and that he was not “husband” material, despite what everyone thought.

 I let her speak. She didn’t stop for a long time and I didn’t say a word. She’s right about it all. But then I recall the way he touched and kissed me. I have had one-night stands before and I know how they go down. People are just sexual in those moments, like animals. But Joe had not been like that with me. Or so I felt… Maybe I was just trying to think about it in a good light instead of really remembering it for what it was. Maybe I’m just too eager to be the one they stay with instead being the one they sleep with.

After hanging up with Laura, I recalled my history of casual sex and concluded that, without a doubt, there was something unique about this time. I had never stayed behind to sleep, which had been a first. Although the alcohol might have knocked me out before I could even think about leaving. But that wasn’t a fair statement because almost every time I had had casual sex, I had done it with alcohol involved. It was making me crazy, for sure. Thinking about him and about his perfect girlfriend. I decided, for the sake of my mind, to stop thinking about it. Or at least, I tried.

 The next Monday was a nightmare. I felt all eyes on me, even when people were just coming to me to congratulate me about the new job. Even my boss thought I hadn’t liked the new office, my face all sad and dreary. I really tried to fake happiness a bit during lunch but that was a tremendous failure and even Laura was looking at me every time, like checking if I was going to screw up.

The hardest part was meeting Joe in a conference room and talking to him for an hour about our next project. If he had any worries, he was very good at faking them because he looked very relaxed all the time, even laughing, telling some jokes and looking at me directly into my eyes, which felt awful. It was the guilt, for sure, that grew even larger when his girlfriend opened the door at the end of the meeting and kissed him on the lips.

 Suddenly I felt so jealous of her. I hated her right there. I could have put my hand around her neck and choke her or at least grab that beautiful glossy hair and pull it hard all around the room. But all that only happened in my head. I left with Laura and she grabbed my hand. Visibly, she knew that he hadn’t gotten to me. Or maybe it wasn’t him as such but the fact that someone had being so nice to me, even if it had been only sexually, and know that possibility vanished.

 I decided not to let that get the best of me. The next day I decided to focus on my career and in honoring my new post in the office. From day one, I was on top of everything and people noticed it and suddenly I stopped thinking about Joe. I even dated a couple of guys after that, none successful relationships but nice people so I didn’t care. It was a surprise however when, the day Joe and the girl were suppose to get married, he called me and acknowledged all that had happened that night. And then he said the most hurtful word I’ve ever heard.


-       I still think about you.

martes, 30 de diciembre de 2014

Un día perfecto

Han tenido alguna vez uno de esos días únicos, uno de esos días que parece que jamás se van a repetir, que jamás van a ser perfectamente iguales? Yo tuve uno y, como siempre cuando pasa algo así, no quería que terminara. Pero pasó y eso es mejor que nada.

El día perfecto comenzó de hecho la noche anterior. Esa noche fue cuando lo conocí. Con esto quiero decir que fue cuando sentí conocerlo de verdad. Ya otras veces habíamos hablado, salido, conversado, pero jamás de manera tan sincera y profunda, incluso íntima. Esa noche fue muy especial y se sintió larga por lo que hubo campo para tomarlo con calma.

Conversamos de todo: desde los temas espinosos a evitarse en una fiesta a los temas más superficiales en existencia. De sexo a religión, de política a la última moda para hombres. No había nada que no habláramos.

Cuando cada uno hablaba con su grupo de amigos, se sentía extraño pero, por lo menos yo, me alegré al ver que cuando lo buscaba, él parecía buscarme a mi y siempre que volvíamos a hablar lo hacíamos con una sonrisa algo tonta en la cara.

Debo confesar que en esa fiesta tomé bastante, había todo tipo de licores, comida e incluso un patio para que quienes fumaban (que no eran poco) pudieran salir a hacerlo. Yo siempre tenía algo de comer en la mano y una lata de cerveza o un vaso con algo. Con otros amigos, jugamos a la gran cantidad de juegos relacionados a la bebida y para la una de la madrugada, muchos ya estaban o muy borrachos o profundamente dormidos.

Los dos estábamos algo tomados pero seguíamos hablando y, sin acordarlo ni pensarlo mucho, nos tomamos de la mano. Nunca lo habíamos hecho. No éramos una pareja ni nada por el estilo. Para ser exactos, no conocíamos hace dos meses y no había pasado nada más allá que un par de sonrisas tontas. Pero ahí estábamos, tomados de la mano entre borrachos y habladores.

Fue cuando él quiso ir al baño, ya más tarde, cuando le dije que lo seguiría porque también quería ir. Él entró y entonces esperé, pensando mi plan pero más tratando de no quedarme dormido apoyado contra la pared. Entonces él abrió la puerta e hice lo que había pensado: entré al baño empujándolo, cerré la puerta con torpeza y me le lancé encima. Obviamente, él no se opuso y estuvimos besándonos un buen rato hasta que alguien comprobó que yo no había cerrado bien la puerta. Entonces salimos riendo y dejamos adentro a un chico desconcertado.

Volvimos a nuestro grupo, que bailaba música variada y hablaba de todo un poco, algunos ya llorando, otros demasiado alegres para tanto licor. Pero éramos jóvenes y eso era lo que se suponía que hiciésemos. Claro que había mucho de que preocuparse pero no podíamos preocuparnos ahora, no podíamos arruinar un momento como este.

Nos volvimos a tomar de la mano y seguimos hablando, hasta las cuatro o cinco de la mañana, cuando el dueño de casa confesó estar rendido y todos los demás tuvieron que quedarse donde estaban hasta que hubiera transporte o irse en taxi.

Nosotros elegimos irnos en taxi. Y no sé porque digo nosotros ya que yo estaba ya muy ebrio y lo único que quería era dormir. Pero de todas maneras, los dos nos subimos y no demoramos mucho en llegar a su casa. Nunca había estado allí y el hecho de llegar a un lugar desconocido me ayudó un poco a abrir más los ojos.

Subimos algunas escaleras, luego un ascensor y llegamos a la puerta de su casa. Varias veces me había dicho que vivía solo, cuidando el apartamento de un tío que vivía fuera del país. Pero yo jamás había ido allí: una combinación de saber lo que podía pasar y de falta de conocerlo bien. Simplemente nunca se había dado la oportunidad, hasta esa noche.

Eso sí, jamás pensé que fuera de esa manera. Menos aún cuando lo primero que hice fue preguntar por el baño y luego proceder a vomitar allí. Afortunadamente, no hice un lío ni nada por el estilo. Solo bajé la cisterna y me senté allí un rato, analizando mis opciones: o me quedaba a pasar el resto de la madrugada (que no era mucho) o me iba en ese momento. Pero entonces recordé que no tenía mucho dinero así que no tenía más opción sino quedarme. Me lavé la boca con enjuago bucal unas tres veces y salí.

Él me sonrió. Parecía saber que había pasado, seguramente por el ruido. Yo no dije nada y le pregunté donde podía descansar. Él me dijo que podía dormir en su cama y él dormiría en el sofá de la sala pero eso no me pareció correcto y, la verdad, había quedado con su beso en la mente.

Así que lo tomé de la mano y le dije que fuéramos a dormir. Así fue nos acostamos en su cama y dormimos varias horas. No hubo sexo, ni siquiera manos yendo más allá de lo permitido. Nada. Solo dos personas durmiendo, bastante cerca uno del otro, en la misma cama.

Cuando me desperté, tengo que confesarlo, fue un poco desconcertante. No haba tomado ﷽e confesarlo, fue un poco desconcertante. No habnte cerca uno del otro, en la misma cama.o me iba en ese momento. Pería tomado tanto para olvidarlo todo pero sí para tener un dolor de cabeza considerable. Me levanté, él todavía durmiendo, y me dirigí al baño que había adentro de la habitación. Había un mueble grande y busqué allí hasta encontrar pastillas para el dolor de cabeza. Seguramente no era muy inteligente tomarlas en ayuno pero no me importó. Tomé una con agua de la llave y volví a la cama.

En ese momento lo vi bien, detenidamente, como si fuera la primera vez. Y me di cuenta de que me gustaba y bastante. Era una persona dulce, inteligente, muy gracioso y considerado. Y dormía profundo, apenas exhalando por la boca ligeramente abierta. Se veía hermoso así.

No sé si fue por estarlo mirando pero se despertó al rato, pero no lucía confundido como yo sino alegre: probablemente había dormido muy bien o había tenido un sueño especialmente gratificante. Lo que fuera, se le notaba en la cara y en la sonrisa que me brindó.

Me propuso desayunar algo y acepté. Fuimos a la cocina y empezó a sacar cosas. Me dijo que sirviera jugo en dos vasos y eso hizo, cuidando no regar ni manchar nada.

La noche anterior no me había fijado en lo que acogedor del lugar. No era un apartamento muy grande pero sí estaba muy bien arreglado, con todas las comodidades necesarias. Mientras él encendía hornillas y sacaba sartenes y me preguntaba sobre mi sueño, yo me acerqué a la ventana y sonreí al ver la vista.

No había estado nunca en esa parte de la ciudad y, aunque el taxi parecía haberse demorado poco desde la casa de la fiesta, la verdad era que ambos lugares no estaban tan cerca el uno del otro. Él pareció darse cuenta de mi sorpresa por lo que se me acercó y me explicó que se veía por la ventana. Y lo hizo poniendo una mano en mi espalda, lo que me reconfortó pero a la vez me dio nervios.

Era bastante extraña la sensació﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽te extraña la sensaciiendo una mano en mi espalda, lo que me reconfortres no estaban tan cerca el uno del otro. na perón, como de conocerlo pero a la vez no, de sentirme bien pero a la vez estar un poco aprehensivo porque, al fin y al cabo, estaba en la casa de alguien casi desconocido.

Eso lo olvidé pronto al ver el desayuno que había preparado: huevos revueltos con salsa de tomate y el jugo que yo había servido. Mientras comíamos, él prendió el televisor y vimos caricaturas. Nos reímos tontamente durante una hora comiendo y viendo la tele y, de vez en cuando, nos mirábamos el uno al otro y sonreíamos.

Después de comer, propuse irme pero entonces él me hizo una contrapropuesta, haciéndolo parecer algo muy serio pero sin dejar de sonreír. Me dijo que, siendo domingo,  podríamos pasar el día juntos y luego, en la noche, él mismo me acompañaría a mi casa.

Acepté sin mucho pensarlo porque no había que pensarlo. Era una oportunidad y eso estaba más claro que él agua. No tenía sentido negarme ni hacerme el difícil. Muchas veces la respuesta más sencilla es la mejor que se puede dar, sea positiva o negativa.

El resto del día, vimos películas, nos contamos historias, aprendimos cosas el uno del otro que no sabíamos y nos divertimos con cosas simples como yendo a comprar algo de tomar a una tienda o recostándonos para ver una de las películas de suspenso que habíamos conseguido.

Al final de la tarde, me sorprendió con un beso y, esta vez, no había nadie para interrumpirnos por lo que pudimos hacerlo por varios minutos, como si no alcanzara el tiempo del mundo para sentir algo así, algo tan perfecto, al menos para nosotros dos.

Fue así como terminamos en su habitación y seguimos besándonos hasta que la ropa fue cayendo y la pasión se tomó el pequeño apartamento. Sus besos eran simplemente ideales, siempre con la duración exacta y agradables, jamás lo contrario.

Ya llegada la noche, cuando me tenía que ir, estábamos los dos en su cama, abrazados, sin decir nada. No teníamos ni idea que iba a pasar después, aparte de que le pediría acompañarme a la para de bus más cercana.

Pudiera ser que no nos viéramos nunca más o que nos viéramos al día siguiente y cada vez más. En ese momento, en ese minuto de nuestras existencias, no importaba en lo más mínimo. Éramos solo nosotros dos, sintiéndonos juntos y tontamente únicos, así supiéramos que no lo éramos.

Ese día para mi fue perfecto porque olvidé las preocupaciones que me habían agobiado por tantos años y tantas veces durante los últimos días. Olvidé sentirme mal conmigo mismo y sentirme prevenido con todo y todos. Me olvidé de mi mismo pero a la vez, me reconocí en otros aspectos. Y eso fue lo que necesitaba, ese día perfecto.