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lunes, 9 de mayo de 2016

Mi amigo el asesino

  Siempre querían saber lo mismo: si lo había visto en los días antes a que matara a toda esa gente o si tenía yo algún indicio de lo que iba a hacer. Y siempre respondí, una y otra vez, que no. No sabía nada, no había tenido la fortuna de leerle la mente a una de las personas que más quería y ahora yo era solo una parte más de todo el circo mediático que se armó. No solo por la masacre, sino también por el juicio y ser una de las personas más cercanas al asesino.

 Para mi es todavía difícil pensar en él como mi amigo el asesino. Para mí, el siempre será Simón, el que me había reír en clase y durante los descansos. Me acuerdo de él cuando veo alguna película y sé que él hubiese debido todos los datos sobre ella o cuando paso por alguna tienda juguetes y veo que a él le hubiese gustado tener uno de esos. Le encantaba coleccionar, sobre todo los relacionados a ciencia ficción y a videojuegos que a vece me enseñaba a jugar yo siempre fracasaba en entender.

 Más de una vez me preguntaron si yo había tenido algo que él, si había habido una relación íntima entre los dos. Y les respondo la verdad, lo mismo de siempre: Simón era un chico bastante privado con esa parte de su vida y solo hablábamos de sexo o cosas así cuando él lo planteaba. A mi a veces se me salían algunas cosas y él nunca se interesaba mucho por nada de eso. Nunca pensé que fuese por mi sino porque simplemente yo no le interesaba en absoluto.

 Supo que era homosexual casi enseguida. Siempre he tenido buen ojo para eso, o eso creo yo. Cuando me lo contó, le dije que lo sabía desde siempre y que no cambiaba nada nuestra relación. Fue muy extraño porque nos abrazamos y pensé que nuestra relación había mejorado en ese momento, que las cosas iban a cambiar al abrir esa puerta, al él contarme uno de sus más grandes secretos.

 Pero, de hecho, fue al revés. Parecía más triste que nunca y no me contaba nada de lo que le pasaba. Por ese tiempo yo tenía una novio con el que llevaba casi dos años. Él no hablaba mucho con Simón pero un día me dijo que le parecía que era muy raro y que yo debía preguntarle qué le pasaba. Dudé pero le conté a mi novio que Simón era gay. Pero según él, eso no era lo que era raro. Él creía que había algo más.

 Yo le pregunté, una y otra vez, si todo andaba bien. Lo llamaba algún día y le preguntaba si nos veíamos para tomar algo y casi siempre me decía que no. Yo le insistía y le preguntaba si había algo mal, si se sentía mal o si necesitaba algo. Pero él siempre me decía que no y que simplemente estaba ocupado con otras cosas. Nunca pensé que las otras cosas fueran tan chocantes para mí.

 Fue en el juicio cuando me enteré que todo ese tiempo había estado haciéndose cortes en los brazos. Traté de pensar si vi algo alguna vez pero creo que no, creo que nunca me fijé en nada las pocas veces que o vi por esa época. Recuerdo que había cambiado un poco su estilo y había empezado a ponerse sacos holgados. Decía que era porque se sentían bien para estar en la casa y no hacer nada.

 Como yo, Simón no tenía trabajo. Pero la diferencia era que yo me gustaba mis oficios, cosas pequeñas para hacer y en las que me pagaban cualquier cosa mientras conseguía un trabajo real. Él en cambio no parecía esforzarse en absoluto y yo siempre pensé que podía ayudar pero nunca supe como. Fue por ese tiempo que empezó a alejarse de mi y a hablarme menos. Yo pensaba, tontamente, que la razón era que tenía nuevos amigos o algo por el estilo. Que tonta fui…

 El día en el que sucedió todo, yo estaba con mi novio en la casa de su familia. Me habían invitado a comer y recuerdo que era pasta a la boloñesa. La verdad es que estaba muy rico todo, no sé porque lo recuerdo tan claramente. El caso es que la familia tenía la costumbre de dejar la tele prendida mientras almorzaban y fue entonces cuando el canal que tenían puesto interrumpió la programación para un boletín urgente: alguien había disparado varias veces en una reunión escolar.

 Al comienzo no le di importancia y eso me hizo sentir pésimo. Ignoré la noticia por el resto de la tarde que pasé en esa casa y solo volví a oír sobre ella en la noche. Prendía la tele cuando llegué a mi casa pero entonces me puse a hablar con mi mamá sobre el almuerzo y después le conté de un vestido que había visto y de no sé qué otras cosas. Muchas cosas sin importancia. Y fue ella, mi madre, la que lo vio primero en la pantalla y me hizo dar la vuelta para verlo.

 Se veía mal. No era para menos. Estaba pálido y lo llevaban en una camilla, esposado a ella por una muñeca. Al parecer no podía moverse mucho de todas maneras. Le habían puesto una máscara de oxígeno y lo metieron a una ambulancia rápidamente. Solo fueron algunos segundos pero las dos supimos que era él. Yo no sabía que pensar, que decir o que hacer.

 Así que no hice nada. Esa noche casi no duermo y, cuando me desperté, empezó a sonar el teléfono. Fue la primera vez durante todo el proceso y no dejarían de sonar los teléfonos hasta mucho tiempo después. Aún suenan, a veces. Tuve que cambiar mi número de celular varias veces y mis padres cambiaron la línea fija también un par de veces pero siempre averiguaban el nuevo número.

 Yo trataba de ignorarlos pero a veces estaban allí cuando iba a llevarme el carro por las mañanas o incluso cuando sacaba la basura. Fue por entonces cuando terminé con mi novio y, al poco tiempo, inicié una nueva relación con él que hoy es mi esposo. Creo que gracias a él pude superar mucho de lo que ocurrió entonces. Todas las preguntas y los ataques y la culpa. Todo era demasiado para una sola persona y eso que yo era solo una amiga. Varias veces no dormía pensando en él.

 Fui llamada a testificar en el juicio a favor de él pero no pude decir mucho, solo lo que yo ya he contado aquí: que éramos buenos amigos pero que él me fue haciendo de lado con el tiempo hasta que oí lo que había hecho. La reunión en la que había abierto fuego era una de su antigua clase del colegio. Alguna vez me había hablado de ellos, diciendo que había sido la peor época de su vida y que odiaría volver a vivirla si le tocara. Eso dije en el juicio.

 Mostraron fotos de la masacre y, como todo el mundo, no pude evitar llorar. Los había ejecutado, no solo asesinado. Era horrible pensar que la persona que me había hecho reír por tanto tiempo era la misma persona que había hecho todo eso, que había sido capaz de torturar a tanta gente en un salón de eventos que había sabido bloquear y al que había metido un arma y un tipo de ácido con el que le arruinó el rostro a un par de personas. Creo que los odiaba más que a los otros.

 Sin embargo, seguí pensando en él, En parte porque sentía algo de culpa, pero también creía que en algún lado debía estar mi amigo. Cuando el juicio hizo un descanso por algunos meses, él me pidió que lo visitara y fue la única vez que lo vi en prisión. Tratamos de hablar como siempre, pero había una barrera enorme donde antes no había nada. De su parte y de mi parte había algo que nos bloqueaba. Le llevé un kit de limpieza personal y le deseé lo mejor.

 Por ese tiempo, me fui a vivir con mi novio y me pidió matrimonio. Yo dije que sí al instante porque él había sido una de las mejores personas conmigo. No solo me quería sino que de verdad le importaba como estuviera. Se preocupaba por mí. El juicio se reanudó y creo que Simón pudo ver mi anillo pero no pudimos hablar, nunca más. Lo condenaron a cuarenta sesenta años, la condena más alta.

 Yo lloré. Me daba vergüenza pero al fin y al cabo era como un hermano para mi y me dolía. Los periodistas me acosaron por mi reacción pero los mandé al diablo. Mi novio propuso que visitara a Simón al menos una vez antes del matrimonio. Que intentara reconectar, una última vez.

 Pedí que me pusieran en su lista de visitas pero nunca logré entrar a la cárcel. Solo una semana después de su condena, otro recluso lo apuñaló en la cafetería de la cárcel. Dijeron que era un tipo inestable, un loco que no debía estar allí. Pero estaba y así terminó la vida de Simón.


 Los periodistas me acosaron. Yo aproveché la boda para desaparecer, para perderme de todo. Pero tiempo después, decidí aceptar una de ellas. Dar mi versión de los hechos era lo correcto y no tenía porque pedir perdón ni sentirme mal por haber tenido un amigo que había caído en al oscuridad.

viernes, 29 de abril de 2016

Transparente, no solo en primavera

   Aunque era primavera, parecía que el clima no quería decidirse por el calor de una buena vez. La mayoría de gente lo había estado esperando por meses pero no llegaba. A lo largo de los días hacía un pequeño momento de calor y la gente se contentaba con eso, como si algo de sol fuese suficiente para calentarlos a todos y hacerlos sentir, de nuevo, con ganas de ir a la playa o de vestir ropa más ligera. Algunos ya habían recibido ese mensaje erróneo, pero era más porque anhelaban tanto el verano que seguramente pensaban que vestirse para él atraía mejor clima.

 Pedro era una de esas personas que todavía estaba usando abrigos, casi todos gruesos, así como pantalones largos y suéteres. Para él no hacía calor. Todas las veces que salía a la calle, que era normalmente cuando iba a clase, sentía el frío viento golpeándole la cara. Lo que menos le gustaba del asunto es que en el camino veía gente con pantalones cortos y camisetas de manga corta con un clima de once grados centígrados. Para él, era una idiotez.

 Cuando se acostaba de noche en su pequeño cuarto alquilado, normalmente daba varias vueltas antes de quedarse dormido. Era difícil para él cerrar los ojos y simplemente dormir. No solo porque habían ruido proveniente de todas partes que no dejaba descansar propiamente, sino porque tenía siempre la idea en la cabeza de que estaría más tranquilo con todo si tuviese a alguien con quien hablar de todos esos temas.

 Estaba ya acostumbrado a no tener con quien comentar su programa de televisión favorito. Lo mismo con cosas que veía en la calle o que leía en internet o que se inventaba en un determinado momento. Muchas de sus ideas, no necesariamente buenas, desaparecían en un corto lapso de tiempo porque no las podía vocalizar con nadie.

 Cierto. Nunca había sido alguien de mucho hablar. No era muy bueno en el arte de la conversación y siempre prefería estar solo en su habitación que sentirse incluso más solo estando con gente con la que compartía el estudio. Era increíble como, a pesar de que era gente amable y casi siempre soportable, no sentía la menor empatía por ellos. Mejor dicho, no le inspiraba tener la suficiente confianza en ellos para tener una amistad real con ninguno de los casi veinte compañeros de clase.

 No era culpa de ellos. Peor para ser justos, tampoco era culpa de él. Era una combinación de ambas cosas, pues la verdad era que Pedro no se sentía completamente a gusto donde estaba. No odiaba a nadie ni nada pero no estaba feliz con sus decisiones y había decidido que lo mejor era proseguir con lo planeado y tratar de no mirar mucho si todo lo que lo rodeaba le gustaba o no. Porque si se ponía en ese plan, no había final a la vista.

 De vuelta en casa, muchos kilómetros lejos de la ciudad donde estaba, la vida de Pedro no era muy diferente. Tenía una familia que lo quería y eso nunca se puede subestimar. Pero no era que los amigos le cayeran del cielo ni que tuviera muchas personas con quien compartir nada. Pero al menos las pocas personas que había eran más numerosas y confiables que las que ni siquiera había donde estaba. Por eso prefería no decir mucho y solo vivir su vida como un ser privado y algo apartado por los demás, sin importar los comentarios que pudiesen surgir a raíz de eso.

 Sabía bien que muchas personas pensaban que era algo antisocial. Siempre había sabido que la gente pensaba de él así y eso desde que la adolescencia le cambió la vida. Desde ese momento fue como si se trazara una línea y lo empujaran al otro lado de esa línea. No podía decir que nadie lo trataba mal o que lo insultaran o que se burlaran de él. Pero a veces se sentía peor que simplemente la gente no parecía estar enterada que él estaba allí. En más de una ocasión había sido ignorado y él no había dicho nada.

 Más tarde en la vida empezó a reclamar su puesto en toda clases de cosas. Seguían ignorándolo y pasando por encima de su existencia pero él se hacía notar y entonces se dio cuenta que la gente lo tomaba por alguien desagradable y molesto porque insistía en hacer parte de lo que los demás hacían. De nuevo, no había insultos ni nada por el estilo. Pero era de esas cosas que se sienten, que se ve en las caras de las personas. Era un odio mal disfrazado, muchas veces acompañado de una condescendencia increíble.

 Esa era una de la s razones principales por las que Pedro no tenía muchos amigos que digamos: la gente simplemente le tenía una aprensión extraña que difícilmente superaban. Era como si desconfiaran de alguien que intentaba salir de su propio cascarón y prefirieran que se quedase lejos, aunque ya era visible y eso era obviamente incomodo.

 Sin embargo pudo hacer algunos amigos y se los debió, más que nada, a su habilidad de causar un poco de lástima pero más que todo a su don para ser gracioso de la nada. No era muchas veces intención serlo. A veces solo buscaba hacer una observación rápida y sincera de algo que estaba pasando. Pero resultaba entonces que le salía un chiste, alguna broma bien construida y eso llamaba la atención.

 Eso se convertía en un puente para que la gente se enterara de que existía y después que lo conocieran por completo y solo las partes que creían conocer o que habían asumido conocer. Sus amistades se podían contar con una mano, pero era porque le costaba construir esas amistades. Pero prefería tener esas pocas amistades reales que ser de los que tienen cientos de “amigos” pero no pueden nombrar momentos en los que la amistad de verdad haya existido más allá de cualquier sombra de duda.

 La otra gran parte de su vida, y la razón por la que quejar se de la primavera era habitual y más sencillo, era porque simplemente jamás se había enamorado de nadie. Eso sí, había conocido gente y había tenido relaciones, todas cortas, que normalmente no dejaban mucho atrás cuando terminaban. Al comienzo era doloroso y se sentía todo como lo siente un verdadero adolescente: cada experiencia es única e irrepetible y parece que nada va a ser nunca lo mismo. Se cree que esa primera vez haciendo algo, que ese sentimiento es el único que habrá y el verdadero y que no hay nada más en la vida.

 Sin embargo, al madurar se da uno cuenta, o al menos así le pasó a Pedro, que todo eso es pura mierda. Es decir, es una sentimiento adolescente que lo exagera todo pero que, mirando su experiencia, nada de lo que había sentido con el primer amor era de hecho amor. Era una mezcla rara entre obsesión y la felicidad de sentir que alguien podía enamorarse de él. Pero no era el amor, esa criatura legendaria de la que habla todo el mundo y que por lo visto es mucho más común que los mosquitos.

 Desde esos días de mayor juventud, Pedro no había sentido nada tan intenso Eso era un hecho y sin embargo lo que había sentido no podía haber sido amor porque no había habido tiempo suficiente para determinar si eso era lo que era en una primera instancia. Lo que sí estaba claro es que después nunca sintió nada parecido. Se encariñó con personas pero no era lo mismo.

 De nuevo, todo iba ligado al hecho de que alguien volteara a mirarlo. Una de esas noches frías de primavera, se acostó en la cama a dormir y se puso a pensar en su vida y concluyó que nadie nunca le había dicho que se veía bien o algo parecido, a menos que buscara algo a cambio. E incluso los que lo habían dicho buscando algo, no lo habían dicho con todas las palabras. Además muchas veces, casi todas, había sido él el de la iniciativa, fuese para un beso, para sexo o simplemente para que las cosas pasaran. Y en el sexo estaba seguro que nadie nunca le había dicho nada más allá de un “me gustó”, lo mismo que se puede decir de una película mala que es entretenida.

 Alguna gente tenía el descaro de reclamarle por su soledad. Decían que si estaba solo era por su culpa y era cierto, pues como había concluido, era él quien siempre tomaba la iniciativa. Porque nadie iba a venir a decirle nada ni nadie iba a ser el que tomara el primer paso. Siempre tendría que ser él. Y por mucho que hiciese ejercicio o que se cultivara en varias ramas del conocimiento, siempre sería exactamente igual. No era algo que fuese a cambiar mágicamente de la noche a la mañana y, contrario a lo que la gente pensaba, no había como cambiar eso porque no estaba en sus manos.

 No podía ser más activo de lo que ya era. No podía lanzarse en los brazos de la gente porque eso sería simplemente desesperado. Lo único que podía hacer era hacer de su vida lo más cómodo posible, aprovechando lo que lo hacía feliz en el momento y punto. Estaba solo y la confianza no era algo fácil de construir así que simplemente hacía lo que pudiese con lo que pudiese.

 Sí, no tenía sexo con nadie, nadie lo miraba ni para escupirlo, a la gente en general no le interesaba su opinión y en fiestas y reuniones se la pasaba callado porque sabía que, aunque la gente lo pedía, nadie quería oírlo hablar.


 Y sin embargo, estar en su habitación disfrutando de sus cosas y escapando de un clima ridículo también era un problema. Pero para ellos. No para él. Porque para él era su manera de vivir hasta el siguiente paso en su vida y sí que lo estaba esperando con ansias.

miércoles, 6 de abril de 2016

Fruta

   El juego era muy simple: consistía en viajar por un mundo inventado, de varios países e islas, en el que el objetivo era recolectar la mayor cantidad de frutas distintas. Estaban las frutas comunes y corrientes como las fresas y los duraznos pero también había frutas inventadas como el “limassol” que era extremadamente ácido y solo podías ser consumido mezclado con otra fruta. Las frutas se conseguían por medio de retos y cada personaje tenía una mascota que lo ayudaba en su aventura.

 Todo los niños del mundo se engancharon de inmediato al juego y, en pocos meses, fue un éxito rotundo en todo el mundo. Se vendieron miles de copias y, con el tiempo, se fueron creando diferentes versiones que iban mejorando los diferentes aspectos del juego e iba introduciendo nuevos retos y posibilidades.

 Tomás era un de esos niños que se enamoró del juego. Tuvo la primera versión cuando tenía unos doce años y compró con el dinero de su mesada la segunda y la tercera versión. Pero cuando llegaron a la cuarta, ya estaba entrando a la universidad y sus prioridades cambiaron. Sin embargo seguía jugando las versiones que tenía, muy de vez en cuando, como para recordar la felicidad que sentía cuando se sumergía en ese mundo de mentiras que era tan apasionante y, por raro que parezca, real.

 Había largos periodos de tiempos en los que no jugaba pero siempre volvía. Así se pasó varios años hasta que tuvo un trabajo y, un día que estaba en una gran tienda por departamentos, vio la más reciente versión siendo promocionada. El aparato que debía usar para jugarlo era diferente al que tenía de hacía tantos años y eso que ese ya ni lo tenía (su madre lo había regalado en uno de sus descuidos).

 Un impulso hizo que comprar el aparato y el juego nuevo y al llegar a su casa empezó a jugar. Habían cambiado muchas cosas, como los gráficos y algunas reglas del juego. Había nuevos objetivos y, lo más curioso de todo, es que el aparato tenía capacidad de conexión a internet para poder intercambiar frutas y conocimiento con otros jugadores. Al comienzo Tomás no uso esa función porque quería jugar como lo hacía antes pero eventualmente se dio cuenta que debía usarla.

 Como solo jugaba los fines de semana, tuvo que esperar a un sábado en la mañana para darse cuenta que el juego entraba a algo así como una sala de chat y allí cada jugador anunciaba lo que quería vender o lo que quería comprar. Algunas frutas muy extrañas se compraban con dinero real, otras con dinero del juego. Solo por intentarlo una vez, Tomás se propuso comprar una de las más raras que no costaba mucho dinero real. Lo haría una vez y ya.

 Otro jugador vendía lo que él buscaba así que lo saludó y le pidió que le vendiera la fruta extraña a él. El otro jugador respondía lentamente y Tomás se pasó toda la mañana tratando de comprar la fruta. De repente, el jugador escribió que sus padres por fin se habían ido y ya podía jugar tranquilamente. A Tomás eso le hizo gracia y le preguntó al jugador si a sus padres les disgustaba que jugase videojuegos. Respondió que sí, porque no hacía otra cosa.

 Después de un rato hicieron efectivo el intercambio y dejaron de hablar. Tomás tenía que recoger ese día a su madre para ir a visitar a su abuelo, así que pronto se olvidó de todo lo que tuviera que ver con juegos y jugadores. Pero cuando volvió a casa esa misma noche, jugó un poco antes de dormir. Cuando ya eran las dos de la mañana, se dio cuenta de que no dormiría bien si seguía jugando. Iba a dejar el aparato en la mesita de noche cuando la lucecita roja brilló: era un mensaje.

 Era el jugador que le había vendido la fruta. Quería saber si estaba interesado en otra fruta que tenía, muy extraña también, y que podía cambiar por otra si no tenía dinero. Tomás le explicó que tenía dinero pero que no quería más frutas y menos por ese día, era muy tarde. El jugador le explicó que jugaba casi todas las noches, horas y horas, pues sus padres muchas veces lo mantenían despierto con sus peleas y otras veces porque no llegaban a casa.

 En esa ocasión, le dijo a Tomás que se sentía solo porque no habían vuelto todavía. Tomás sintió lástima y empezó a hacerle preguntas al azar del estilo: “¿Tienes una mascota?” o “¿Y tus amigos?”. El jugador las respondía y parecía que el interés era mutuo. Se preguntaron varios detalles y se contaron historias de su experiencia con el juego. Fueron horas hasta que el jugador dijo que debía irse pero que le agradecía a Tomás por su compañía.

 Al otro día, domingo, Tomás pensó en el jugador todo el día. Pensaba que de pronto era un tipo como él o, seguro, alguien un poco más joven que lo único que quería era hablar con alguien. No se habían dicho nombres ni edades porque no creía que importara y porque, para ser honesto, creía que no hacía falta. El jugador hablaba con palabras que sonaban rebuscadas pero era obvio que él las usaba con frecuencia. Debía ser, a lo mucho, un estudiante de universidad. Pensó en preguntárselo.

 Pero no volvieron a hablar hasta el siguiente fin de semana. Los padres del jugador le habían quitado el aparato toda la semana y al parecer él estaba muy mal, muy triste porque no tenía muchos amigos ni sentía que pudiese hacer nuevos así de la nada. Tomás trató de consolarlo.

-       Podemos ser amigos, si quieres.

 Entonces la actitud del jugador cambió y se pasaron todo ese día hablando de sus vidas. El chat era para el juego y para intercambios y se cortaba después de cierto tiempo. Pero entonces Tomás le dio su número al jugador y le sugirió que se escribieran por una de las aplicaciones del teléfono. Así tuvieron más tiempo para hablar y lo hacían con mucha más frecuencia. Hablaban de todo un poco, de películas y de música y de noticias que hubiesen escuchado.

 Muchos meses después, Tomás se dio cuenta que no era normal hablar tanto con alguien y no saber cómo era físicamente. A pesar de la tecnología, no creía en eso de tener amistades cibernéticas con las que jamás tuviese una interacción real. Eso sí, él tenía sus amigos y amigas y se veía con ellos con frecuencias pero el jugador despertaba su interés de alguna manera. Tomás se preguntó si de pronto le gustaba para más que una amistad pero simplemente no se respondió la pregunta.

 Directamente, y sin tapujos, le pidió al jugador que se conocieran en persona. Antes que este contestara, dio varias razones de peso para hacerlo y dijo que podrían ir a ver los nuevos juegos en una tienda o ir una exhibición de videojuegos que había en un centro de convenciones. Tuvo que esperar varias horas hasta que el jugador aceptó. Dijo que eso le daba una razón para salir de casa y no tener que estar encerrado con sus padres.

 De nuevo, hablaron por horas, sobre todo de lo que verían en la exhibición. Había otros juegos que les gustaban y que querían ver pero era más que obvio que ambos se querían conocer porque tenían curiosidad de ver cómo era el otro. Al final de la conversación, el jugador escribió solo esto:

-       Quiero conocerte y que seamos amigos. Mi nombre, por cierto, es Daniel.

 Y entonces Tomás pensó toda la noche en el nombre Daniel. Pensó en todas las personas con ese nombre que había conocido jamás y también el los famosos con ese nombre y en los personajes de ficción. Se obsesionó por completo con el nombre hasta tener una imagen preconcebida de cómo debía lucir el Daniel jugador. Decidió que si era universitario, lo invitaría a beber algo. Y si era mayor, pues también.

 El día de la exhibición llegó temprano y esperó, como convenido en una banca frente a la entrada. Había más bancas, ocupadas solo por una madre y el cochecito del bebé y otra por un niño de unos once años.

 Tomás esperó y esperó pero no parecía que Daniel fuese a llegar y la fila se hacía cada vez más larga. Se dijo a si mismo que esperaría solo cinco minutos más y fue entonces cuando el niño de once años se le acercó y le dijo:

-       ¿Disculpa, eres Tomás?


 Instintivamente, Tomás miró a todas partes menos al niño que tenía enfrente. La mujer del bebe se puso de pie y se fue con su cochecito.  Cuando por fin miró a Daniel a la cara, este estaba casi llorando y entonces Tomás se dio cuenta de que dejaría la fruta de lado.