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jueves, 17 de marzo de 2016

Caída

   Y de golpe, se cayó. El piso estaba húmedo de la llovizna que había caído desde la mañana y ahora el pobre Lucio estaba tirado en el piso, con las piernas abiertas y un dolor horrible en el trasero. Se había golpeado muy fuerte y tuvo que ponerse en cuatro patas y apoyarse contra una pared para poderse parar. Al fin y al cabo eran las tres de la madrugada y no había nadie que le pudiese ayudar. Y eso era hasta mejor porque le hubiese dado mucha vergüenza que alguien lo hubiese visto caer así, como una rana sobre el pavimento.

 Cuando se incorporó, agradeció que su edificio estuviese a solo una calle de allí. Le dolía el cuerpo pero no demasiado, entonces no le fue difícil llegar a casa y meterse en la cama. Se quedó dormido al instante.

 Al otro día, la cosa fue distinta. Le dolía mucho el cuerpo, en especial el trasero, pero tuvo que levantarse pues tenía una cita de trabajo que no podía perder. Lo suyo era el diseño de interiores y trabaja en casa haciendo pedidos individuales. Tenía además toda una red de amistades que hacían cada uno de los trabajos necesarios para que sus clientes viesen los muebles terminados en el menor tiempo posible, así como sus casas renovadas en un abrir y cerrar de ojos. Lucio era famoso por eso entre las personas más adineradas y por eso cada reunión era necesaria y no podía cambiarse ni aplazarse ni nada. Era casi algo sagrado para él.

 Se duchó con cuidado, por el dolor, y en una hora estuvo caminando al lugar de la reunión. Lucio no tenía automóvil ni nada por el estilo y prefería moverse en transporte público, lo que hubiese disponible. Pero esta vez la distancia era pequeña pues su cliente tenía una galería de arte cerca y le había pedido que lo viese allí.

 Todo el camino Lucio se concentró en recordar todos los detalles del diseño que había hecho, los tonos de colores, los grade de las curvas, incluso la intención al poner algo en un lugar y no en otro. Eso a sus clientes les fascinaba, les parecía que era como adentrarse en un mundo del que no sabían mucho y les fascinaba solo escuchar. Eso sí, el cliente que iba a ver era un conocedor de arte, así que posiblemente las cosas no fueran iguales y este tratase de meterse en su visión. Suele pasar con los egos grandes.

 Cuando llegó, sonrió y besó y alabó y todas esas cosas que la gente espera que alguien que trabaje para ellos haga pero que nadie diría de viva voz. Fue solo cuando le ofrecieron asiento en una pequeña salita, donde mostraría sus dibujos y demás, que el dolor volvió con toda su intensidad. Fue como si se hubiese sentado en un puercoespín o en una piedra muy puntiaguda. Fue tanto el dolor, que se le olvidó todo lo que había estado pensando en un abrir y cerrar de ojos.

 Le pidió a su cliente un vaso de agua, como para fingir que solo tenía un problema de resequedad, y entonces sacó sus dibujos y trató de explicar lo que había hecho pero la verdad es que fracasó olímpicamente. Se le había olvidado como era la palabra impactante que quería decir, los nombres de los colores se le habían escapado y solo pudo decir pocas cosas de cada uno de los diez dibujos hechos. Fue un alivio que hubiese hecho tantos, pues el cliente se ponía a mirarlos, sobre todo los detalles, pero también era un arma de doble filo pues era posible que tuviese que explicar algo de cada de uno de los dibujos y la verdad era que no se sentía capaz.

 Dijo la palabra “bonito” varias veces y también la palabra “lindo”. Asentía mucho y sonreía y le daba la razón al cliente en casi todo. El dolor le había llegado tan hondo que solo tenía espacio en su mente para él y para nada más. El cliente preguntaba y quería saber más pero las respuestas de Lucio fueron tan cortantes que el artista pronto perdió todo el interés que tenía en los diseños. Le dijo a Lucio que se lo pensaría pues no tenía mucho dinero en el momento, lo que era una monumental mentira. Lucio sabía, de muy buena fuente, que el tipo estaba rodando en dinero por una herencia y porque había vendido dos cuadros hacía poco que lo habían hecho famoso y rico.

 Lucio se despidió apurado y se fue. Lo único que quería era volver a casa para descansar y de pronto llamar al médico para pedir una cita pero fue solo a dos calles de la galería que se encontró con Juana, su ex novia. Casi se estrella con ella, de lo rápido que iba y ella alcanzó a insultarlo pero se arrepintió cuando vio quién era.

 La historia de amor entre ellos había sido ideal: se habían conocido por amigos mutuos y, en pocos meses, lograron una conexión que muchos de sus amigos envidiaban. Iban de viaje a un lado y a otro, los invitaban a fiestas y resultaban ser el alma de la fiesta y todos querían ser como ellos pues eran inseparables pero al mismo tiempo se tenían tanto respeto entre sí que cada uno iba por su lado y eran tan interesantes de esa manera como cuando estaban juntos. Eran esa pareja ideal que todo el mundo buscaba ser, si es que estaban en pareja.

 Pero eso se había terminado menos de un año después de empezar. Todo porque las cosas que parecen tan ideales, que se ven tan bien y tan perfectas, siempre empiezan a tener problemas más tarde que temprano. En este caso el problema fue que se dieron cuenta que no eran compatibles sexualmente. Se habían esforzado tanto en tener una buena relación, que acabaron siendo amigos y no amantes. Como amantes se decepcionaron el uno al otro y se separaron por mutuo acuerdo.

 Juana lo saludo con una sonrisa. Ella la verdad era que estaba feliz de verlo, pues hacía meses no sabía nada de Lucio. Y él se sentía igual pero, de nuevo, tenía el dolor atravesado en la cabeza. A pesar de eso, aceptó una invitación a tomar café para hablar y reconectarse un poco después de tanto tiempo.

 Al comienzo solo le echaron azúcar al café y fue todo muy incomodo. Además Lucio seguía pensando en su dolor y trataba de sentarse de la mejor manera posible para no sentir dolor pero eso era casi imposible. Ella le preguntó entonces sobre su trabajo y él dio una respuesta tan corta y contundente, que ella no supo para donde hacer avanzar la conversación. Estaba allí porque quería reconectarse, quería volver a tener esa amistad pues la extrañaba, pero Lucio no parecía dispuesto a lo mismo.

 Lo intentó de nuevo, contándole de su trabajo y su familia y de cómo iban las cosas en su vida. Y él escuchó y asintió cuando debía y sonrió e hizo caras de tristeza, todo en los momentos adecuados. Pero no preguntó nada, no quiso saber más de lo dicho. Eso a ella la lastimó un poco pero no dijo nada. Como vio que la conversación ni avanzaba mucho, pues Lucio parecía no estar interesado en hablar de su vida, Juana decidió inventarse una excusa de la nada. Se levantó de golpe y empujó la mesa sin querer, que hizo que Lucio, que se había levantado al mismo tiempo, cayera de nuevo en la silla.

 Fue una grosería y un grito lo que se escuchó en cada rincón de la cafetería.  Juana no se lo podía creer pues Lucio casi nunca decía grosería y mucho menos llamaba la atención sobre si mismo en ningún lugar. Ella supo que había algo mal y le insistió hasta que él le contó de su caída en el pavimento. Sin decirle nada, ella pagó y lo sacó del sitio con cuidado y pidió un taxi  que también pagó.

 Lo llevó a un hospital en el que le hicieron varias radiografías que confirmaron que se había fracturado el coxis y que por eso le dolía todo el cuerpo. Acompañado de Juana, tuvo que quedarse toda la noche en el hospital bajo observación. Al otro día le dijeron que podía irse pero que tendría ciertas restricciones de movilidad por algunos días y que tendría que trabajar solo desde casa.

 Le dieron una de esas almohaditas para sentarse encima y tuvo que estar una semana sin moverse mucho, tiempo que aprovechó para volver a conocer a Juana y darse cuenta que era una buena amiga y que no debía haberla dejado ir cuando lo hizo. Se convirtieron en los mejores amigos e incluso cuando mejoró siguieron saliendo y compartiendo sus vidas, como si nada hubiese pasado.


 Con el tiempo, cada uno conoció el amor y cada uno se alegró por el otro. Los había unido una caída, de la que los dos se habían recuperado completamente.

jueves, 2 de julio de 2015

Un bar

 En un bar pasan demasiadas cosas al mismo tiempo y hay mucha gente, en especial las noches de fin de semana. La persona más notable, porque es quién más se ve y quién tiene que dar la cara por el sitio es el barman. Normalmente son tipos atractivos, que puedan venderle lo que sea a un hombre o una mujer. La idea detrás de su trabajo es simplemente impulsar el concepto del sitio y hacer que la gente consuma tanto como se puede. En el caso del bar Endor, el nombre del barman es Augusto, quién prefiere ser llamado Gus. Y así lo pone en una etiqueta sobre su camiseta para que quienes vienen a pedir tragos se sientan más en confianza y lo perciban a él como un amigo y no como un simple empleado. Gus es, como decíamos antes, el típico barman: un tipo atractivo que cuida de si mismo y sabe vender.

 Pero para la gente que lo prefiere, está la sección VIP o para personas que pagan más que los demás. En el bar Endor la sección a VIP es una sala apartada con algunas mesas y bastante espacio para bailar y charlar, así como el mejor surtido de licores del lugar. Mientras en la zona común solo hay unos cuatro tipos de licor, en la sala VIP se puede ordenar virtualmente lo que se quiera porque chicas como Alicia se encargarán de encontrarlo para el cliente. Ella ha trabajado en Endor desde que lo abrieron y sabe como son los clientes de la zona VIP: normalmente niños de papi con dinero para gastar y gente para descrestar. Y Alicia sabe muy bien como manejarlas sin que ellos se den cuenta.

 Finalmente está la persona que se carga del asea del lugar. En el día vienen dos mujeres de una compañía a limpiarlo todo y dejarlo reluciente pero de noche, cuando el sitio está lleno, el único que se queda es Raúl. Su único trabajo es quedarse en el lugar y estar pendiente de los accidentes que ocurren con frecuencia. Cuando hay gente que ha bebido de más, siempre hay charcos de algo en algún lado. Más que todo se trata de alcohol en el piso o en los asientos, cosas que se resuelve en un abrir y cerrar de ojos. Otra veces el trabajo se torna más asqueroso, porque la gente no solo tira sus copas y además tiene a su cargo los baños del lugar que son seis: tres para hombres y tres para mujeres.

 En el momento que inicia la fiesta un viernes por la noche, entra un grupito de amigos que viene a relajarse y a iniciar a uno de los integrantes en el alcohol. Se trata de Valentina y Lucía: la primera quiere que su amiga del trabajo por fin decida tomarse algo ya que nunca en su vida ha probado el alcohol. La familia de Lucía siempre fue muy conservadora y nunca celebraron nada con champagne o vino. Siempre se servían de bebidas gaseosas o incluso de agua. Con ellas venían el novio de Valentina y un compañero de trabajo llamado Pedro. Pedro sí que salía mucho pero este no era su tipo de bar.
 Gus le sirvió un trago a Valentina, que de hecho era para Lucía y luego empezó a revisar su teléfono celular. Había demasiado ruido y obviamente no iba a llamar a nadie pero estaba esperando un correo electrónico que debía llegar por esos días. Era tonto, pero la gente no creía que Gus tuviera algún problema de dinero y la verdad era que su situación era delicada. Se había mudado a la gran ciudad para tener un mejor futuro pero apenas podía sobrevivir. Y estaba esperando ganarse una beca para estudiar en Australia, para así tener una mejor educación y tal vez tener la oportunidad de vivir en otro país donde le pagaran lo justo. Hacía unos tres años, él había estudiado química en la universidad pero simplemente no había podido ejercer y la prioridad ya no fue desarrollarse como persona sino ganar dinero y ahora quería cambiar eso.

 En la sala VIP, Alicia entraba con un grupo de cuatro personas que tenían cara de tener mucho dinero. Ella sabía leer no solo el lenguaje del cuerpo sino también darse cuenta que tipo de ropa usaba cada uno de los clientes que entraban a su área. Con esa información, podía saber que productos ofrecerle al cliente y como hacer que hiciera una pequeña inversión en el lugar. Con este grupo era fácil: dos parejitas de dinero. Les ofreció cocteles con ginebra y un plato de sushi para acompañar. Pero lo malo fue que rápidamente se dio cuenta que uno de los dos hombres no era precisamente agradable y su novia era su versión femenina. Nada les gustaba: pidieron cambio de mesa, un rollo diferente de sushi y cócteles con más pepino porque el de ellos estaban mal rayado.

 No era muy tarde y Raúl ya había barrido tres charcos de alcohol del piso y ahora estaba limpiando su trapero en la llave que había en el cuarto de servicio. Era el único lugar privada del lugar y le gustaba quedarse allí seguido. Cualquiera sabía que lo podía encontrar allí y el podía fumar su marihuana en paz, sin molestar ni ser molestado. Pero estaba apenas armando su cachito cuando una chica entró sin golpear. Su maquillaje estaba corrido y parecía haber estado llorando. Llevaba además los zapatos en la mano. No se dijeron nada. Ella solo se sentó y empezó llorar más fuerte y el siguió con lo que estaba haciendo, como si nada.

 Valentina miraba a Lucía con atención, percibiendo cada pequeño gesto que la mujer hacía mientras tomaba un sorbo de vodka. La mujer se sacudió un poco pero dijo que no sabía tan mal como ella pensaba. Valentina se emocionó por esto y empezó a tomar bastante, llegando a estar borracha en menos de una hora. Su novio estaba un poco apenado por esto y solo encontró a Pedro, el compañero de trabajo, para hablar. Lucía solo tomó una copa y luego se fue a casa, cuando se vio que Valentina no se daría cuenta de ello. Los chicos se quedaron cuidando a la chica y, a gritos, empezaron a conversar y a formar una amistad.

 Gus servía y servía tragos como si no hubiera un mañana. Pero cada que podía miraba su celular y rogaba para que hubiera alguna respuesta. Se emocionó por un momento cuando vio la lucecita prenderse y era solo uno de esos mensaje promocionales. Trató de distraerse, cosa que no era difícil porque muchos de sus clientes le decían piropos y querían tomarse foto con él solo por su aspecto. Augusto era un hombre muy guapo pero a veces se aburría de recibir tanta atención por lo mismo. La gente pensaba que solo le interesaba verse bien e ir al gimnasio y, por alguna razón, alimentarse sano. Muchas chicas le contaban lo que ellas hacía para mantenerse en forma pero a él eso la verdad era que no le importaba. En el momento solo rezaba en su mente para que su deseo se volviera realidad.

 A la décima queja del tipo y su novia, Alicia estaba más que cansada. Ya había tenido que cambiar virtualmente todo lo que había alrededor de esa gente y seguían molestando, como si no tuviera ella nadie más a quien atender. Así que cuando el tipo se quejó por el sabor del cóctel de su novia, Alicia le dijo que si lo deseaba podía buscar al administrador para que hablara con él. El tipo se puso a la defensiva y le dijo que era una grosera que no sabía atender a los clientes importantes pero ella le dijo que los clientes más importantes eran aquellos que se comportaban de manera ejemplar. Así que tan solo se retiró y fue a la oficina del administrador que resultaba ser su tío. Él zanjó el asunto cuando el tipo indignado dijo que pagaba y se iba por la mala atención y el tío de Alicia le aclaró que no podría volver al establecimiento.

 Raúl, cansado del chillar de la joven, le preguntó que era lo que la tenía tan mal. Le contó entonces que había descubierto hacía un par de minutos que su novio la había engañado con una de sus amigas. Raúl se rió y ella lloró más pero él le aclaró, para terminar el lloriqueo, que era una tontería que llorara por un hombre y, peor, un hombre estúpido. Le pasó el cachito terminado y lo encendió. Entonces siguió una larga conservación, sentados sobre baldes, acerca de cómo la gente espera demasiado de otros, incluso si ellos ya hubieran hecho algo similar en el pasado o lo harían sin pensar.

 Valentina se había quedado dormida y para su novio era ya hora de irse pero la verdad era que no quería. Hacía mucho tiempo no conversaba de manera tan agradable con nadie más y Pedro había resultado ser un tipo muy simpático y bastante versado en multitud de temas. Habían hablado de política, religión, asuntos sociales y demás y habían descubierto que sus opiniones eran similares pero no idénticas. Algo culpable, el novio de Valentina tuvo una idea: llamó al hermano de la muchacha y lo hizo recogerla y llevarla a casa. Él se quedó con Pedro y siguieron bebiendo y hablando y riendo hasta que el sitio cerró sus puertas.

 Gus tomó su chaqueta y cuando estaba a punto de salir asustó a clientes y otros empleados con un grito. Había ganado la beca y se iba para Australia. Sin pensar, besó a la chica que tenía más cerca y ella quedó más que contenta.
 La policía llegó pero no por una riña ni nada parecido sino porque el niño rico los había llamado reclamando violación de sus derechos. Alicia tuvo que explicar todo lo sucedido pero la policía obviamente no había venido a escucharla.

 Raúl y la joven llorona se quedaron hasta el cierre fumando el cachito y salieron contentos y como amigos. La sorpresa más grande fue cuando Raúl le dijo a la chica que la llevaría a casa pero que tenía que orinar primero. Al entrar al baño de hombres, oyó gemidos de placer pero los ignoró y salió del baño sin más. Nunca se dio cuenta que era Pedro y el novio de Valentina que se habían caído más que bien y habían descubierto algo más que tenían en común.