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lunes, 16 de noviembre de 2015

Beso en la espalda

   Sentí su beso de todos los días en la espalda y luego como su peso dejaba la cama y se alejaba de mi. La verdad yo estaba muy cansado. El día anterior había tenido que trabajar como nunca y no había tenido tiempo ni de voltearlo a mirar. A veces sentía culpa, pues en esos días que debía entregar mi trabajo, siempre pasaba a ignorarlo y él debía de ver que hacía mientras yo escribía sin cesar y gritaba por el teléfono. Cuando las cosas eran al revés, él siendo el ocupado y yo no, jamás me dejaba de lado. Me pedía consejos y que le corrigiera todo lo que pudiera, así yo no supiera nada de informes inmobiliarios. Juan parecía siempre estar allí para mi pero yo rara vez para él. Cuando me despertó con el beso, no lo sentí medio dormido como siempre. Y quise levantarme y pedirle que no se fuera o al menos darle un beso de verdad de despedida pero no sé que me impidió hacerlo.

 Cuando me liberaba de mi trabajo, había demasiado tiempo de sobra y esta vez me la pasé pensando en mis errores. La verdad, tenía miedo de que algún día de estos ese beso en la espalda dejara de existir. Tenía miedo que Juan decidiera no volver o si acaso volver solo para decirme que no aguantaba más y que prefería cualquiera cosa a seguir viviendo así conmigo. En ese momento de susto, lo único que me quedaba era mejorar como esposo. Así que me puse a hojear por varios libros de cocina que teníamos, rara vez usados, y encontré una que creí ser capaz de hacer. Primero tenía que ir al supermercado a comprar los ingredientes pues no habíamos podido ir por culpa de mi trabajo. Me di cuenta que hasta nutricionalmente mi trabajo estaba afectando mi relación y mi cuerpo.

 En el supermercado aproveché para comprar cosas que a él le gustan como cereal de colores y un café especialmente aromático. También pescado, que yo odio pero el adora, y otros productos que compartimos a lo largo de la semana cuando, por coincidencias de la vida, los dos estamos desocupados. Sin duda esos eran los mejores momentos, cuando nos quedábamos en la cama hasta tarde, abrazados o besándonos como cuando nos conocimos. Después nos pasábamos el día comiendo dulces y demás cosas no muy buenas para la salud pero compartidas en todo caso. Nos tomábamos de la mano y veíamos películas o lo que hubiese en televisión y por la noche seguramente hacíamos el amor en ese mismo sofá donde habíamos estado toda la tarde.

 Todo eso normalmente pasaba un sábado o un domingo. Entre semana él estaba muy cansado y a veces yo tenía que ir a la oficina a discutir ideas, o más bien a refutar las ideas de mi editora. Solo teníamos esos dos días y eso era cuando el calendario era amable con nosotros. El mes en el que sentí miedo no habíamos tenido un solo fin de semana decente y eso que ya estábamos a veintinueve. No quería que eso pasara más, no quería que fuésemos de esas parejas que están contentas con no verse nunca, como si el compromiso fuera lo más importante. A mi los compromisos y las promesas me resbalan si no contienen nada y yo a él lo amo todavía y lo sé y lo siento. Lo necesito.

 Revisé la lista que había hecho para comprar los víveres y me di cuenta que me faltaban las especias que le daban el sabor preciso a la receta que pensaba hacer. Tenía que comprar orégano y pimienta , tal vez algo de laurel, tomillo y albahaca. Sin duda era un sabor muy italiano que yo nunca había tratado de hacer pero lo iba a intentar pues de ello dependía mi estabilidad mental ese día. Mientras observaba el estante de las especias, alguien cerca revolvía el contenido de uno de los congeladores. Era uno de esos que tienen las cajas de los helados y era un hombre el que sacaba uno y la volvía a poner, y movía unas para sacar la que estuviera más abajo y luego volvía y miraba y así. No le di mucha importancia. Tomé mis especias y caminé con cierto apuro a la caja.

 Fue saliendo del supermercado que una mano se posó en el hombro y me di la vuelta casi al instante por miedo de que fuera un ladrón o algo parecido. Resultó que no era un ladrón sino el tipo del congelador. Pero eso solo lo pensé por un segundo pues ese tipo resultaba ser también uno de los mejores amigos de Juan. Sonreí falsamente mientras le daba la mano y veía que sostenía en la otra una bolsa con dos cajas de helados. No nos veíamos hacía bastante, cuando en una fiesta yo me había sentido bastante incomodo y él me había ayudado haciéndome uno de los mejores mojitos que he probado. Recordamos ese momento y nos reímos. Viendo mis bolsas, me invitó a su automóvil y me dijo que me llevaría a casa para que no caminara tanto. Me iba a negar pero eso no hubiera servido de nada. Era de esas personas que insistían.

 En el automóvil, recordamos todo lo que tenía que ver con esa fiesta. Había sido memorable pues había sido una de las primeras a las que Juan y yo habíamos asistido como pareja de casados y mucha gente se incomodaba visiblemente cuando veían nuestros anillos y más aún cuando mis nervios me urgían a tomarle la mano a mi esposo, como si estuviésemos a punto de atravesar la línea enemiga. El amigo de Juan, que se llamaba Diego, de pronto anunció que muchas de esas personas ya no le hablaban por ese día. A mi eso me sentó muy mal pero él trató de animarme diciendo que la gente era toda una porquería y que no se podía vivir de lo que solo unos pocos pensaban.

 Me preguntó que pensaba mi familia y la de él y le conté que, por extraño que pareciera, todos parecían estar ahora más cómodos con nuestra relación que antes. De pronto era el hecho de haber formalizado todo lo que nos daba cierto grado de madurez y de respeto, pero francamente yo me sentía igual antes y después de casarme. Nunca le había dicho a nadie, pero todo eso para mi sobraba con tal de que pudiera despertarme junto a él todos los días. Juan era más tradicional en ese sentido y me casé para hacerlo feliz. Apenas dije eso miré la cara de Diego, pero no había en su cara nada que indicara que esa razón había sido errónea. Cuando llegamos a casa, lo invité a pasar.

 Hice algo de café y le pregunté por su vida mientras alistaba los ingredientes de mi receta. Me dijo que se había divorciado y en el momento estaba tratando de que su ex no le quitara su derecho de ver su hija, una bebé muy bonita de la que yo había visto fotos en esa fiesta hacía meses. Diego me dijo que no tenía mucho dinero ahora y que había tenido que mudarse. Él era periodista y trabajaba desde casa, lo que explicaba que estuviera en mitad de la tarde comprando helado en el supermercado. Estuvo de acuerdo conmigo en que la vida así podía destruir una relación pero, al ver mi cara de tristeza mientras cortaba unos tomates, dijo que no todas las parejas llegaban hasta el punto del divorcio. Muchas historias terminaban mucho mejor que la suya.

 Mientras el bebía café, yo iba condimentado la carne y cortando más verduras y poniéndolo todo en el horno. La verdad es que nunca me había dado cuenta que Diego era tan entretenido. Como amigo de Juan, siempre me había parecido algo payaso, poco serio. Pero ahora parecía que su vida le había dado una lección muy dura y su personalidad parecía haber respondido a ello. De todas maneras, cada cierto rato, salían toques de ese humorista frustrado que tenía dentro. Me aconsejó un poco respecto a las especias y el tiempo y temperatura del horno, pues con su ex habían hecho un curso de cocina. Me iba a disculpar por recordarle esos momentos pero no me dejó, prefiriendo verificar todo él mismo.

 La tarde estaba terminando y le dije que se quedara un rato más para saludar a Juan. Miró el reloj preocupado y dijo que no podía quedarse mucho después de eso. Fue en ese momento que se me quedó mirando y entonces me dijo que no me preocupara pues mi relación con Juan tenía algo que la de él nunca había tenido de verdad. Le pregunté que era pero justo ahí timbró Juan y se saludaron con Diego como cuando estaban en el colegio. De pronto eran chicos de diecisiete años y me alegró verlos a ambos tan felices. Diego empezó a disculparse, argumentando que debía irse pero yo se lo impedí, invitándolo a probar la cena que él mismo había ayudado a lograr. Juan sonreía sorprendido y todos cenamos a gusto, riendo de las anécdotas de Diego y del día de Juan en la oficina y entonces supe, en un momento, cual iba a ser la respuesta de Diego.


 Cuando por fin lo dejamos ir, lleno y contento, nos despedimos con abrazos, prometiendo no dejar pasar mucho tiempo hasta vernos de nuevo. Apenas se fue, Juan me abrazó y me besó y me agradeció por esa noche. Después de limpiarlo todo, fui directo a la cama donde me esperaba Juan ya casi dormido. Me pidió acostarme junto a él. Nos quedamos mirándonos por largo rato hasta que nos besamos suavemente y entonces, después de un par de ajustes a nuestras posiciones, nos quedamos dormidos. Recuerdo que lo último en que pensé antes de sucumbir al cansancio fue en la mirada de Juan. Por eso tomé sus manos y las apreté con fuerza contra mi. Otro beso cálido en la espalda.

sábado, 18 de julio de 2015

Paraíso

   Para ser tan temprano en la mañana habían tenido que caminar bastante por el sendero que venía desde la zona de las cabañas, que no eran muchas pero eran el único sitio donde la gente podía dormir en el área. El sendero era muy bonito y lo cuidaban bastante porque era el que más usaban los turistas que venían. Había flores de muchos colores a cada lado así como palmeras y árboles típicos del trópico. La pareja de amigos, Enrique y David, habían salido del hotel a las seis de la mañana pero solo llegaron a la playa hasta las casi siete y media. El sendero daba muchas vueltas y en un momento se iba por el lado de la montaña, sobre un acantilado pronunciado sobre el que morían las olas más fuertes.

 Cuando por fin llegaron a la playa, era imposible no quedar asombrados. El lugar era como los que muestran en las películas o en esas fotos de promoción turística que prácticamente nunca terminan siendo realidad. Pero allí sí era verdad: la arena blanca, rocas lisas y enormes por todos lados y el mar de un color aguamarina que parecía casi hecho a propósito. Todo lo completaba la vista de la montaña a tan solo algunos metros y los cientos de plantas que había por un lado y otro. Ahora Enrique, que era fotógrafo, entendía porque tantas personas le aconsejaban ir allí para hacer su trabajo. Él no trabajaba con modelos entonces no tenía sentido hacerlo pero si alguna vez tenía la oportunidad no la iba a dejar pasar. David sacó su celular apenas llegaron y empezó a tomar fotos de todo.

 Él no tenía nada que ver con el arte. Bueno, de hecho no tenía ninguna carrera terminada. Había estudiado un semestre de arquitectura pero se dio cuenta que no era lo suyo y luego intentó con la sicología pero resultó algo tan ridículo para él, que ni siquiera terminó el primer semestre. La verdad era que en ese momento, había olvidado sus preocupaciones, al ver el mar y el viento moviendo suavemente las plantas. Pero la realidad era que siempre estaba tensionado, preocupado por su futuro. Enrique era uno de sus mejores amigos y le había invitado a viajar con él precisamente para ayudarlo a relajarse y así pensar mejor. Al menos por la primera vista del lugar, ya estaba funcionando la idea.

 Como era temprano, podía pasarse todo el día allí haciendo varias actividades. Lo primero era encontrar el sitio ideal, cosa que fue fácil cuando vieron una roca enorme ubicada a medio camino entre el agua y la montaña. Sacaron sus toallas y se quitaron las camisetas para poder disfrutar del sol lo mejor posible. De nuevo, se quedaron allí mirando al vacío, sin pensar en nada, por un buen rato. Era como si todo se juntara para que pudiesen dejar de pensar en lo que los agobiaba y solo disfrutaran el momento. Lamentablemente, ocurrió lo que no querían y era que sintieron las pisadas de otras personas. Eran una pareja de chicas y fue Enrique el que más las miró. No eran feas pero eso con Enrique no importaba mucho.

 A David no le interesaban las mujeres pero se podía decir que a Enrique le gustaban demasiado. Sin ninguna vergüenza, se fue caminando tratando de verse más varonil de lo que en realidad era y las saludó con halagos. David, mientras tanto, decidió poner algo de crema en su piel para evitar las quemadas. Aún mientras lo hacía, no pensaba en nada más sino en la playa. Le parecía un lugar mágico, casi irreal. Era lo que él más necesitaba en esos momentos. Cuando cerró la tapa de la crema, miró hacia Enrique y las chicas y vio que él les estaba ayudando con la crema, cosa que hizo reír a David pero, menos mal, nadie lo oyó.

 Entonces se puso de pie y caminó lentamente hacia el agua, sintiendo cada paso y el arena que pasaba por sus pies cada vez que pisaba. Cuando llegó al agua notó que el agua tenía la temperatura agradable: no era muy caliente, algo que le daba asco, ni tan fría como para no disfrutar nada en ella. Siguió caminando hasta que el agua le llegó a las rodillas y allí se quedó mirando a lo lejos, sobre esa capa de agua que se movía suavemente. No había nada más allá, nada que pudiese ver al menos. El cielo tenía pocas nubes y el viento cada cierto tiempo soplaba para darle un respiro a los bañistas del sol que estaba haciendo. Era perfecto, era como si cada fuerza de la naturaleza se hubiese puesto de acuerdo para que todo saliera la perfección. Y había que decir que lo habían logrado, con creces.

 De pronto, David oyó a Enrique reír. Se dio la vuelta y vio que venía con las chicas que había conocido. Al poco rato, David las estaba saludando de la mano y lo invitaban a jugar algo de vóley playa. Jugaron por lo que pareció una hora y los chicos perdieron horriblemente, por una combinación entre las ganas de Enrique de dejar que las chicas ganaran y el pobre desempeño de David en cualquier deporte que involucrara una pelota. Lo bueno fue que se divirtieron, y no hicieron sino hacer bromas tontas y reír como si nada en el mundo fuese una preocupación. Fue cuando acabaron de jugar que David recordó lo pesado que a veces se sentía y eso lo hizo sentirse miserable y se sintió mal al sentirlo en ese paraíso.

 Las chicas los invitaron después a surfear pero David les dijo que pasaba de ello. Prefería quedarse allí bronceándose y cuidándolo todo. Enrique le preguntó si estaba bien y David le dije que sí y que se divirtieran. Incluso les dijo a las chicas que podían dejar sus cosas con las de ellos para que él pudiese cuidar todo. Así lo hicieron y cuando se fueron David se recostó sobre su toalla al lado de todo y cerró los ojos. Quiso relajarse todo lo posible y lo logró tan bien que durmió por algunos minutos. Cuando desperto, ﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽nutos. Cuando despertépertosible y lo logr que podino reir y  desempeño de David en cualquier deporte que involucrara ó se dio cuenta de que tenía mucha hambre y entonces sacó una de las manzanas que habían traído del hotel. Apenas le dio el primer mordisco, un mono pequeño se le acercó de la nada y se le quedó mirando.

 David no se asustó pero sí era una situación bastante rara. De pronto el bosque cercano era hogar de pequeños simios pero el caso es que el pequeño animal lo miraba con sus ojos grandes y luego miraba la brillante manzana. David entendió y entonces buscó una navaja que había en su mochila y partió la manzana en dos partes iguales. Se quedó con el lado mordido para él y le dio la otra mitad al mono que parecía no creerlo. Saltó un rato sobre el sitio donde estaba y entonces empezó a comerse la manzana. David hizo lo mismo y los dos terminaron casi al mismo tiempo. Cuando el simio vio que no había más que comer, se subió al hombre de David y este aprovechó para tomarse una foto con el celular. Menos mal lo hizo porque el animalito entonces saltó sobre la roca y desapareció.

 David guardó el celular y sonrió ante su pequeña aventura. Miró a un lado y otro y supuse que Enrique lo estaba pasando muy bien con las chicas y por eso no había vuelto. Había pasado una hora o tal vez más desde que se habían ido y David ya no sabía que inventarse para pasar el rato. Se puso de pie y se dio cuenta que no había nadie más en el lugar. Era cierto que era temporada baja pero no hubiese esperado que una playa estuviese tan sola. Decidió caminar un poco más lejos, hacia el agua, siempre mirando hacia las cosas. Quería sumergirse en el agua pero no podía. Si se perdía algo sería su culpa. Pero si esperaba a que Enrique volviera, podía no tener la oportunidad.

 Decidió echarse un chapuzón rápido, solo para humedecer su piel y mojarse la cabeza que ya estaba hirviendo del calor. Además tenía las manos dulces por la manzana y quería limpiarse. El caso fue que no se demoró más de cinco minutos en el agua y cuando volvió todo parecía estar en orden. Se sentó en su toalla a secarse y entonces todos sus pensamientos, todas sus preocupaciones, se le abalanzaron encima como si el agua hubiese roto una barrera invisible. Recordó que se sentía culpable al irse de viaje y dejar a sus padres preocupados, recordaba que se sentía siempre un fracaso y una vergüenza.

 Fue entonces que miró sus antebrazos, que casi siempre evitaba mirar, incluso cuando el simio había tocado justo encima de las cicatrices. Porque tenía varias, todas paralelas entre sí y casi del mismo largo. Verlas hizo que David soltara algunas lágrimas y llorar en semejante lugar parecía algo fuera de lugar y lo hacía sentir todavía más desesperado. Se concentró en quedarse quieto y en no pensar en nada pero no podía, todo era un remolino en su cabeza y cada vez todo giraba más rápido y fuera de control. La verdad era que nunca quería volver a un hospital por la misma razón que había ido hace poco pero tampoco quería seguir sintiendo todas esas cosas, quien sabe por cuanto tiempo. Era una tortura.

 De pronto, oyó la voz de Enrique, que lo buscaba. Menos mal venía solo porque lo primero que David hizo fue abrazarlo y llorar en silencio. Y Enrique lo abrazó de vuelta y lo ayudó luego a calmarse y a tomar algo de agua. Al fin y al cabo, era su mejor amigo y sabía como ayudarlo para asumir control de sus cosas, o al menos casi siempre sabía como. Se sentía algo culpable por no haber estado en el lugar cuando David había tratado de suicidarse pero al menos estuvo allí durante su recuperación y eso había vuelto su amistad casi una relación de hermanos.


 Después de ayudarlo, fueron a comer con las chicas que resultaron más interesante de lo que David había pensado. No había olvidado sus dolores y preocupaciones, pero al menos las tenía al margen y esperaba así fuera hasta que dejaran de acosarlo.

domingo, 12 de julio de 2015

Pasar la noche

   Me levanté y lo primero que hice fue mirar a mi alrededor y darme cuenta de que no estaba en mi casa. Había pasado la noche allí cuando había dicho una y otra vez que no me iba a quedar y que solo venía a tomar una cerveza. Mi voluntad se estaba haciendo cada vez más débil y fácil de doblegar. Con solo un par de cervezas y algo de vodka, me había quedado y había cedido a en el apartamento del ex de mi mejor amigo. Y no solo eso. Él estaba profundamente dormido a mi lado y fue entonces que también me di cuenta que ninguno de los dos llevaba ropa. Estábamos completamente desnudos, compartiendo una cama en su casa. La cabeza me daba vueltas al tratar de recordar y de todas manera no había nada allí adentro que me pudiese explicar que hacía yo allí.

 Con el mayor cuidado del que fui capaz, levanté las cobijas y salí con suavidad. En efecto, no tenía nada de ropa y tuve que buscar a pasos silenciosos por toda la habitación. Así es: había ropa por todos lados, como si nos hubiésemos convertido en un ventilador gigante. Pero me rehusaba a creer que habíamos tenido relaciones sexuales. Es decir, yo solo había venido porque él siempre me había caído bien y había detestado la forma tan vulgar en la que mi mejor amigo lo había dejado así no más, sin explicación. Me había dado pesar y por eso fui a su casa a tomar la maldita cerveza que, para ese momento de la mañana siguiente, no tenía idea si me había tomado o no. Me puse los calzoncillos en silencio, tomé todo lo que vi mío rápidamente y me dirigí a la puerta.

 Pero entonces quedé de piedra. Las cosas eran más raras aún porque afuera había un grupo de personas, unas seis o siete, todas dormidas por el salón. Algunas estaban acostadas en el piso, otras sentadas dormidas en el sofá. Si no hubiese estado tan nervioso, me hubiese dado risa. Cerré la puerta de nuevo y medí mis posibilidades, tratando de ignorar el dolor de cabeza que se había empezado a asentar en mi mente. Podía quedarme allí, esperando a que se fueran pero podría pasar que no se fueran. Además quedarme en la habitación implicaba, en algún momento, hablar con Tomás y yo no tenía muchas ganas de hacer eso.

 Pero quienes eran los que estaban afuera? Abrí de nuevo la puerta para ver si reconocía a alguien pero no tenía ni idea de quienes podían ser esas personas. Supuse que eran amigos de Tomás, aunque en ese momento caí en cuenta que el apartamento tenía dos habitaciones así que podían ser amigos de quien quiera que viviera con él. Tal vez el compañero de Tomás había llegado luego de que ellos habían entrado a la habitación y empezó a tomar con amigos mientras Tomás y yo… Bueno, no sé que hicimos Tomás y yo pero ya tendría tiempo de pensar en eso. De tanto dar vueltas iba a hacer un hoyo en el piso. De hecho había hecho tanto ruido, que había despertado a Tomás.

Al comienzo me miró medio dormido y yo quedé congelado en el sitio donde me había visto pero entonces se incorporó un poco, sentándose en la cama. Sonrió sin decir nada y me dijo con la mayor tranquilidad: “Esos pantalones son míos”. En efecto me había puesto los jeans de él. Los míos estaban contra la puerta del baño. Era extraño que no me hubiese fijado porque Tomás tenía un cuerpo más esbelto que el mío y los jeans me apretaban pero supongo yo que de la preocupación, ni siquiera me había fijado bien en nada. Pero, respondiendo a su comentario, solo asentí y nada ms.﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽ien en nada. Pero, respondiendo a su comentario, solo asentijado porque Tom de la maendo una cama en su casa. La cabezás. Me quedé allí como estatua, sin ganas de quitarme los pantalones y ponerme los otros.

 Él, con total tranquilidad, se puso de pie y recogió mis pantalones. Desnudo como estaba, me los dio y yo sin decir nada me bajé los de él y se los di. Él solo sonrió y los dejó en el piso, escogiendo recoger solo su ropa interior y poniéndosela rápidamente antes de volver a la cama. Dijo que hacía mucho frío y que si quería quedarme algún tiempo más. Esa frase me confundió mas de lo que estaba y entonces el dolor de cabeza se hizo más severo. Tanto que tuve que cerrar los ojos y tratar de vencerlo con mi voluntad, que simplemente no parecía ser suficiente. Dejé caer la ropa que tenía en los brazos y luego sentí pasos y en apenas unos segundos, perdí el conocimiento. Tuve un sueño corto y extraño, con nubes de colores y con Tomás.

 Entonces desperté y lo vi a él a la cara. Era una cara muy bonita pero la cara de un ex novio de su mejor amigo. La cabeza me quería explotar. Tomás me dio una pastilla y un vaso de agua que había llenado en el baño. Me espero mientras consumí todo y yo solo podía quedarme allí, encogido del dolor. Siempre me pasaba lo mismo cuando tomaba demasiado o cuando consumía algunos licores, como el vodka. Me encantaba el vodka pero tenía esa extraña cualidad. Debíamos haber tomado mucho porque el dolor era insoportable. Tomás no se movió de mi lado y solo me pidió que me sentara al menos en la cama. Lo hice y de hecho me recosté en ella. Así, no podía llegar a mi casa.

 Vi a Tomás salir del cuarto y volver al rato, con algo de comer en un plato. Me dijo que su hermana siempre había sufrido de dolores de cabeza cuando pequeña y que siempre le funcionaba comer algo para que el cerebro se ocupara. Seguramente eso no tenía ninguna base científica pero a quién le importaba? Según él ayudaba y me dijo que comiera. Yo no quería pero no quería ser descortés con el chico con el que seguramente había tenido sexo hacía pocas horas. Así que cogí algo de pan con jamón y me lo comí en silencio. Tomás se sentó a mi lado y no dijo nada de nada, solo mirando al vacío y tocándose el pecho.

 Cuando terminé, me miró y me dijo que lo mejor era que me quedara hasta que estuviese mejor. Yo le dije que podría tomar un taxi y así llegaría rápido a mi casa pero él me dijo que yo no tenía dinero. Por alguna razón, le hizo gracia decírmelo. A mi, por supuesto, no me hizo gracia alguna y empecé con desespero a buscar desde la cama mi billetera. Pero Tomás la tenía en la mesita de noche y me mostró que no había nada. Según él, yo había pagado las tres botellas de vodka que estaban en la sala y que solo habíamos compartido una y los amigos de su compañero se habían tomado las otras dos. Eso me hizo sentir como un idiota de tamaño olímpico. Me dejé caer en la almohada y me hice de lado. No quería pensar más.

 Entonces me di cuenta del silencio y abrí los ojos. Él todavía estaba allí y estaba algo reprimido, como nervioso. Se tocaba los brazos como si tuviera frío pero era una mañana de verano y no hacía nada de frío. Le pregunté si él estaba mal por el trago que habíamos tomado y me dijo que no era eso lo que le molestaba. Yo cerré los ojos de nuevo pero entonces él me dijo que se sentía nervioso porque se daba cuenta de que, a pesar de mi dolor de cabeza y de que había vomitado en el baño (cosa que yo no sabía), había sido una de las mejores noches para él desde hacía tiempo. Yo, la verdad, no pensé nada de ello en ese momento. Sus palabras no se me grabaron ya que el dolor era intenso y solo quería alejarlo de mi.

 Pero entonces, como de golpe, entendí lo que había dicho. Abrí los ojos y lo miré y vi que había lágrimas en sus ojos. Me dijo que todavía se sentía mal por lo que había pasado con mi mejor amigo y que por eso la situación actual lo hacía sentirse todavía más raro y más culpable. Yo le dije que el no tenía culpa de nada pero el me contó que, aunque yo estaba muy borracho, no quería nada con él ni estaba buscando nada. Me dijo que él inició todo con un beso y por eso todo había ocurrido. Le dije, de manera un poco cruel, que yo no recordaba nada y que lo sentía mucho si eso lo hacía sentir mal pero simplemente no recordaba nada. Entonces el se dio la vuelta y me besó y por alguna razón yo le tomé la cara y nos quedamos así un buen rato.

 Cuando nos separamos, le limpié las lágrimas y el se acostó en mi pecho y me dijo que se sentía muy confundido. Todavía quería a mi amigo pero decía que esa noche el sexo conmigo había sido excelente. Yo sonreí, porque todos los hombres nos convertimos en idiotas cuando halagan nuestro desempeño sexual. Y el sonrió también, con sus ojos algo húmedos, diciéndome que era un idiota por sonreír.  Le pasé mi brazo por el pecho y lo abracé y solo cerré los ojos. Lo mejor fue que nos quedamos dormidos y no soñamos con nada ni con nadie. Fue solo por un par de horas pero creo que fueron las mejores horas que he dormido en mucho tiempo. De alguna manera, dormido, seguía sintiendo su cuerpo.


 Cuando despertamos, mi dolor de cabeza había pasado hacía tiempo. En silencio, nos vestimos, nos besamos una última vez y me acompañó a la puerta. Los otros seguían dormidos y yo, ya en el taxi, solo podía pensar en él. Y lo haría por mucho tiempo más porque los próximos días pondrían a prueba todo lo sucedido durante esas pocas horas.