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lunes, 30 de mayo de 2016

La montaña sabe

   En lo más alto de la montaña no había nada. No crecía el pasto ni algún tipo de flor ni nada por el estilo. Era un lugar desolado, casi completamente muerto. El clima era árido y había un viento frío constante que soplaba del el sur, como barriendo la montaña y asegurándose que allí nunca creciera nada. Así fue durante mucho tiempo hasta que dos personas que venían huyendo, vestidos ambos de naranja, subieron a la parte más alta de la montaña.

 Eran bandidos, uno peor que el otro, y se habían escapado de la cárcel hacia poco tiempo. Debían haber caminado mucho pues cualquier pedazo de civilización estaba ubicado muy lejos. Cuando llegaron a la parte más alta, se dejaron caer en el suelo y estuvieron allí echados un buen rato, descanso sin decir nada. Fue el mayor de los dos el que interrumpió por fin la escena y le preguntó al otro hacia donde debían seguir ahora.

 Fue el viento el que decidió porque justo entonces una ráfaga de viento los hizo cerrar los ojos y no volvieron a abrirlos hasta sentir que estarían a salvo de la tierra volando alrededor de su cuerpos. Cuando abrieron los ojos, eligieron el lugar desde el cual había venido el viento. Antes de seguir caminando, se quitaron los uniformes naranjas y quedaron solo en ropa interior. Algunos pasos abajo, por la montaña, había un hilillo de agua que utilizaron para lavarse la cara y refrescar la garganta.

 Ninguno de los dos se dieron cuenta de que los habían estado observando desde hacía un buen rato. Los desesperados criminales solo querían asearse un poco y seguir, caminando y caminando quien sabe hasta donde. No tenían atención alguna de convertirse en personas sedentarias o en personas de bien, para el caso. Ambos habían sido encarcelados por crímenes bastante particulares y, de alguna manera, se notaba en sus rostros lo que habían hecho.

 Cuando terminaron de refrescarse, volvieron a la parte alta de la montaña y observaron desde ahí si veían algún grupo de árboles en los que creciera fruta, pues tenían mucha hambre. Miraron a un lado y al otro pero lo único que había eran pino y pinos por todos lados, ningún árbol que diera frutos comestibles, jugosos como los que se imaginaban en ese mismo momento. Eso no existía.

Decidieron entonces seguir su escape y en el camino encontrar algo de comida. Bajaron por la pendiente menos inclinada y se adentraron en el bosque. Ninguno dijo nada pero los árboles parecían más juntos de lo que habían parecido desde arriba. Era difícil caminar por algunas partes. Aunque no les agradaba mucho, debían ayudarse tomándose de la mano para no perderse y tener apoyo para no quedar atascados.

 El avance fue poco al cabo de una hora. El bosque se cerraba, eso era lo único cierto. Cuando habían llegado a la zona no se veía así, tan apretado y oscuro, como si a propósito quisiera cerrarle el paso a los dos criminales. Uno de ellos sacó de su bolsillo una cuchilla hecha un poco de manera improvisada y atacó algunas ramas con ella pero no sirvió de nada. La cuchilla se desarmó después de algunos intentos y las ramas, a excepción de un par de hojas, seguían exactamente igual.

 La única opción era dar la vuelta y planear algo diferente porque evidentemente su plan actual era demasiado directo y el bosque parecía reaccionar ante algo que estaban haciendo. Cuando volvieron a la parte alta, el criminal más joven confesó que había creído ver algo entre las ramas de la copa alta de un árbol. Su compañero le dijo que seguramente estaba perdiendo la razón por el desespero que preocupa estar sin rumbo fijo. Le dijo que era algo normal y que no le diera mucho crédito a nada.

Decidieron pasar allí la noche, que se instalaba de a poco, y por la mañana planearían algo más. El viento del sur se detuvo en la noche y los hombres pudieron dormir en paz, sin ningún ruido que los molestara. Solo el bosque los miraba, con mucha atención. Sin duda todo lo que estaba vivo sabía de la presencia de aquellos personajes y estaban definiendo si hacían algo o si no hacían nada.  Lo hacían en silencio, sin palabras claras, a través de un código invisible.

 Al otro día, los criminales estaban cubiertos de hojas. Se las sacudieron rápidamente y miraron a un lado y al otro pero el lugar seguía tan pelado como siempre. Llegaron a pensar que había sido gente pero no tenía sentido ponerse a bromear estando tan lejos de todo. La única explicación era el viento, que de nuevo soplaba aunque de manera mucho más suave que antes. Estuvieron sentados un buen rato, tratando de idear algún plan. Pero no salió nada.

 Tenían tanta hambre, que se metieron al bosque de nuevo solo para tratar de conseguir algo que comer. Les daba igual lo que fuera, solo querían no morirse de hambre pues sus estómagos casi no los habían dejado dormir. La caminata empezó a buen ritmo y los árboles parecían algo más separados que la noche anterior.

 Pero más adelante, donde se oía el agua de un río más amplio, más caudaloso, los árboles también se habían juntado para formar una barrera que era imposible de pasar. Al otro lado estaría la ribera del río y tal vez en él habría peces y demás vida acuática que serviría muy bien para calmar sus apetitos y darle las energía suficiente para seguir su largo viaje, que de hecho no sabían cuanto duraría.

 Golpearon el cerco con fuerza, tratando de partir algunas ramas y troncos. En algún punto el mayor de los dos, el que tenía más fuerza bruta, parecía haber hecho un pequeño hoyo en una parte de la muralla pero se cubrió de hojas tan pronto se acercó para mirar si veía el río. Era inútil luchar contra algo que parecía no darse cuenta que ellos estaban allí. Decidieron caminar a lo largo de la muralla de troncos y hojas hasta llegar a un punto donde no hubiese más. Pero no lo había.

 De nuevo llegó la noche y tuvieron que volver a la parte alta de la montaña. Pero esta vez no era un lugar sin vida. Por primera vez en años había una pequeña planta creciendo allí. No sabían de que era pero supieron entender que se trataba de un suceso raro. Decidieron echarse a un lado de la planta y seguir como antes, tratando de expulsar los deseos de comida de la mente y confiando que las cosas terminarían bien a pesar de que, la verdad, nada pintaba bien.

 Al otro día, la pequeña plata nueva era un árbol de metro y medio. El crecimiento acelerado, sin embargo, no fue lo que los sorprendió. Fue más el hecho de descubrir que era un limonero y desde ya le estaban creciendo algunos limones por todos lados. Contando con cuidado, establecieron que había exactamente treinta pequeños limones. Es decir, quince para cada uno. Con el hambre que tenían, no había manera de discriminar ningún tipo de alimento.

 Cada un arrancó uno de los limones y se quedó sentado donde había dormido para comer. No había a cuchillo y tuvieron que mirar por los alrededores para ver si había algún instrumento que los ayudara. Desesperado, el más joven de los dos le hincó el diente a la fruta así como estaba. Como esperando, el sabor fue tremendamente amargo, solo un poco dulce. Pero era refrescante y, aunque dolía comer la pulpa, no paró hasta que no hubiese nada más.

 El mayor encontró una piedrita afilada y ella pudo abrir su limón en dos parte iguales. Se comió una primero y pensaba guardar la segunda pero no habría manera. Al cabo de unos minutos ya no quedaba nada de los limones. Enterraron los restos de fruta bajo un montoncito de tierra y se dieron cuenta que todavía tenían hambre.


 Pero también les había dado sueño. Mucho sueño. Quedaron acostados allí mismo y al cabo de un rato el bosque vino por ellos y los envolvió. Los limones habían hecho su trabajo. El bosque podía expulsar los cuerpo, lejos de la montaña sagrada. Ya esos asesinos tendrían un mundo hostil al cual enfrentarse y se lo debían a algo que ni habían visto.

martes, 22 de septiembre de 2015

Amor

   Lo mejor del fin de semana era poder amanecer abrazado a él, teniéndolo entre los brazos como si hubiera la necesidad de sostenerlo así para que durmiera bien. Todas las mañanas, lo primero que hacía era sentir su cuerpo y eso me daba algo de alegría, me hacía sonreír y me hacía sentir más vivo que nada más que pudiese pasar. Él, normalmente, se daba la vuelta y así nos dábamos un beso y nos abrazábamos para dormir un rato más. Ese rato podía durar entre unos diez minutos y varias horas más, dependiendo de lo cansados que estuviésemos ese día. Al despertar de nuevo, siempre nos besábamos y luego hacíamos el amor con toda la pasión del caso. Era perfecto y se sentía mejor que nada que hubiese en el mundo. Ambos terminábamos felices, con sendas sonrisas en la cara.

 A veces decidíamos quedarnos en la cama un buen rato, abrazándonos. A veces hablábamos y otras veces solo dormíamos más. Eso no cambiaba jamás y la verdad era algo que toda la semana yo esperaba con ansia. Poder estar con la persona que había elegido para compartir mi vida y simplemente tener su aroma junto a mi todo el tiempo. Nos turnábamos las mañanas de los fines de semana para hacer el desayuno. Si me tocaba a mi, hacía unos panqueques deliciosos con frutas y mucha miel de maple. Si le tocaba a él, le encantaba hacer huevos revueltos y a veces algo de tocino. No pareciera que le gustara tanto la comida grasosa ya que tenía una figura delgada y por ningún lado se le notaba el tocino que le fascinaba.

 Ese desayuno tenía lugar, normalmente, hacia la una de la tarde. Y nos tomábamos el tiempo de hacerlo mientras conversábamos. Hablábamos de nuestras respectivas semanas en el trabajo, de chismes o noticias nuevas de amigos y amigas y de nuestras familias. Mientras uno de nosotros cocinaba, el otro escuchaba con atención o hablaba como perdido desde una de las sillas del comedor. Esa era nuestra tradición, así como la de comer en ropa interior que era como dormíamos juntos. A veces incluso lo hacíamos desnudos, pero él cerraba las cortinas temeroso de que alguien nos viera, cosa difícil pues vivíamos en un piso doce. El caso era que siempre era lo mismo pero con variaciones entonces nunca nos aburríamos, aún menos con lo que enamorados que estábamos.

 Si había un fin de semana de tres días lo normal era que ese tercer día hiciésemos algo completamente distinto. Podía ser que fuéramos a la casa de alguna de nuestras madres a desayunar o que pidiéramos algún domicilio que casi nunca pedíamos. Había festivos que no nos movíamos de la cama y solo nos asegurábamos de tener la cocina bien llena de cosas para comer y beber. No nos complicábamos la vida y no se la complicábamos a nadie más. Ese apartamento era nuestro pequeño paraíso y tuvo un rol significativo en mi vida.

 Los demás días, trabajábamos. No eran los mejores pues a veces yo llegaba tarde o a veces lo hacía él. No podíamos cenar juntos siempre y a veces teníamos pequeñas peleas porque estábamos irritables y nos poníamos de un humor del que nadie quisiera saber nada. Era muy cómico a veces como se desarrollaban esas discusiones, pues la gran mayoría de las veces sucedían por estupideces. Eso sí, siempre y sin faltar un solo día, nos íbamos a dormir juntos y abrazados. Jamás ocurrió que lo echara de la cama o que él se rehusara a tenerme como compañero de sueño. No, nos queríamos demasiado y si eso hubiese pasado sin duda hubiese significado el fin de nuestro amor incondicional, que desde que había nacido había sido fuerte, como si hubiese sido construido con el más fuerte de los metales.

 Los mejores momentos, sin duda, eran las vacaciones. Siempre las planeábamos al detalle y no podíamos pagar cosas muy buenas porque, menos mal, nuestros trabajos pagaban muy bien. Íbamos a hoteles cinco estrellas, con todo lo que un hotel puede ofrecer, fuese cerca de un lago o al lado del mar. Viajábamos dentro y fuera del país y siempre recordábamos enviar al menos un par de fotos para nuestras familias. Éramos felices y algo curioso que hacíamos siempre que nos íbamos de viaje era tomarnos las manos. Era como si no quisiéramos perdernos el uno del otro y manteníamos así por horas y horas, hasta que las manos estuviesen muy sudadas o adoloridas de apretar para apurar el paso o algo por el estilo. Era nuestra idea de protección.

 En vacaciones, teníamos siempre más sexo de lo normal y recordábamos así como había empezado nuestra relación. Había iniciado como algo casual, como algo que no debía durar más allá de un par de semanas, pero sin embargo duró y duró y duró. Nos dejábamos de ver cierta cantidad de días y luego, cuando nos veíamos de nuevo, éramos como conejos. Puede sonar un poco gráfico pero las cosas hay que decirlas como son. En todo caso, se fue creando un lazo especial que ninguno de los dos quiso al comienzo. Pero ahí estaba y con el tiempo se hizo más fuerte y más vinculante. Desde el día que lo conocí hasta que decidimos tener algo serio, pasaron unos dos años.

 Él siempre fue un caballero. Es raro decirlo pero lo era. En ciertas cosas era muy tradicional, como si tuviese veinte años más y en otras parecía un jovencito, un niño desesperado por jugar o por hacer o por no parar nunca de vivir. Era como un remolino a veces y eso me gustaba a pesar de que yo no era así ni por equivocación. Yo le dejé claro, varias veces, que no éramos compatibles en ese sentido, que yo no sentía ese afán por estar haciendo y deshaciendo, por estar moviendo como un resorte por  todo el mundo. Pero a él eso nunca le importó y, el día que me dijo que estaba enamorado, sus lagrimas silenciosas me dijeron todo lo que yo quería saber.

 Estuvimos saliendo casi el mismo tiempo que duramos teniendo sexo casual y viéndonos cada mucho tiempo. Después, no nos separaba nadie. Íbamos a fiestas juntos, a reuniones familiares, a todo lo que se pudiese ir con una pareja. Siempre de la mano y siempre contentos pues así era como estábamos. Otra gente se notaba que tenía que esforzarse para mantener una fachada de felicidad y de bienestar. Nosotros jamás hicimos eso pues lo sentíamos todo de verdad. Nos sentíamos atraídos mutuamente tanto a nivel físico como emocional e intelectual. Aunque todo había nacido tan casualmente, compartíamos cada pedacito de nuestras vidas y supongo que esas fueron las fundaciones para que nuestra relación creciera y se hiciese tan fuerte con el tiempo.

Cuando nos mudamos a un mismo hogar, sentí que mi mundo nunca iba a ser igual. No puedo negar que tuve algo de miedo. No sabía que esperar ni que hacer en ciertas situaciones, principalmente porque jamás había compartido un lugar con una persona que significara tanto para mi. Pero todo fue encontrando su sitio y después de un tiempo éramos como cualquier otra pareja que hubiese estado junta por tanto tiempo. No se necesitó de mucho para que cada uno aprendiera las costumbres y manías del otro. Algunas cosas eran divertidas, otras no tanto, pero siempre encontramos la manera de coexistir, más que todo por ese amor que nos teníamos el uno al otro.

 Es extraño, pero jamás pensamos que nada fuese a cambiar, que esos fines de semana fuesen a cambiar nunca, ni que nuestra manera de dormir se fuese a ver alterada jamás. Supongo que a veces uno está tan de cabeza en algo bueno, algo que por fin es ideal como siempre se quiso, que no se da cuenta que el mundo sigue siendo mundo y que no todo es ideal como uno quisiera. Había días que yo tenía problemas, de los de siempre que  tenían que ver con mi cabeza y mi vida pasada. Era difícil porque él no entendía pero cuando entendió fue la mejor persona del mundo, lo mismo cuando sus padres murieron de manera repentina. Tuve que ser su salvavidas y lo hice como mejor pude.

 Pero nada de eso nos podía alistar para lo que se venía. Cuando me llamaron a la casa avisándome, no les quería creer pero el afán de saber si era cierto me sacó de casa y me hizo correr como loco, manejar como si al otro día se fuese a acabar el mundo. Cuando llegué al hospital, y después de buscar como loco, lo encontré en una cama golpeado y apenas respirando. Lo que le habían hecho no tenía nombre. Quise gritar y llorar pero no pude porque sabía que él me estaba escuchando y que podía sentir lo que yo sentía. Entonces le ahorré ese sentimiento y lo único que hice fue cuidarlo, como siempre y al mismo tiempo como jamás lo había cuidado. Después de semanas lo llevé a casa y lo cuidé allí.


  Todo cambió pero no me importó porque lo único que quería era recuperarlo, era tenerlo conmigo para siempre. Él estaba débil pero podía hablar y decirme que me quería. Solo pudo decirlo por un par de semanas, hasta que su cuerpo colapsó. Me volví loco. Totalmente loco. E hizo la mayor de las locuras pues, sin él, nada tenía sentido.

domingo, 12 de julio de 2015

Pasar la noche

   Me levanté y lo primero que hice fue mirar a mi alrededor y darme cuenta de que no estaba en mi casa. Había pasado la noche allí cuando había dicho una y otra vez que no me iba a quedar y que solo venía a tomar una cerveza. Mi voluntad se estaba haciendo cada vez más débil y fácil de doblegar. Con solo un par de cervezas y algo de vodka, me había quedado y había cedido a en el apartamento del ex de mi mejor amigo. Y no solo eso. Él estaba profundamente dormido a mi lado y fue entonces que también me di cuenta que ninguno de los dos llevaba ropa. Estábamos completamente desnudos, compartiendo una cama en su casa. La cabeza me daba vueltas al tratar de recordar y de todas manera no había nada allí adentro que me pudiese explicar que hacía yo allí.

 Con el mayor cuidado del que fui capaz, levanté las cobijas y salí con suavidad. En efecto, no tenía nada de ropa y tuve que buscar a pasos silenciosos por toda la habitación. Así es: había ropa por todos lados, como si nos hubiésemos convertido en un ventilador gigante. Pero me rehusaba a creer que habíamos tenido relaciones sexuales. Es decir, yo solo había venido porque él siempre me había caído bien y había detestado la forma tan vulgar en la que mi mejor amigo lo había dejado así no más, sin explicación. Me había dado pesar y por eso fui a su casa a tomar la maldita cerveza que, para ese momento de la mañana siguiente, no tenía idea si me había tomado o no. Me puse los calzoncillos en silencio, tomé todo lo que vi mío rápidamente y me dirigí a la puerta.

 Pero entonces quedé de piedra. Las cosas eran más raras aún porque afuera había un grupo de personas, unas seis o siete, todas dormidas por el salón. Algunas estaban acostadas en el piso, otras sentadas dormidas en el sofá. Si no hubiese estado tan nervioso, me hubiese dado risa. Cerré la puerta de nuevo y medí mis posibilidades, tratando de ignorar el dolor de cabeza que se había empezado a asentar en mi mente. Podía quedarme allí, esperando a que se fueran pero podría pasar que no se fueran. Además quedarme en la habitación implicaba, en algún momento, hablar con Tomás y yo no tenía muchas ganas de hacer eso.

 Pero quienes eran los que estaban afuera? Abrí de nuevo la puerta para ver si reconocía a alguien pero no tenía ni idea de quienes podían ser esas personas. Supuse que eran amigos de Tomás, aunque en ese momento caí en cuenta que el apartamento tenía dos habitaciones así que podían ser amigos de quien quiera que viviera con él. Tal vez el compañero de Tomás había llegado luego de que ellos habían entrado a la habitación y empezó a tomar con amigos mientras Tomás y yo… Bueno, no sé que hicimos Tomás y yo pero ya tendría tiempo de pensar en eso. De tanto dar vueltas iba a hacer un hoyo en el piso. De hecho había hecho tanto ruido, que había despertado a Tomás.

Al comienzo me miró medio dormido y yo quedé congelado en el sitio donde me había visto pero entonces se incorporó un poco, sentándose en la cama. Sonrió sin decir nada y me dijo con la mayor tranquilidad: “Esos pantalones son míos”. En efecto me había puesto los jeans de él. Los míos estaban contra la puerta del baño. Era extraño que no me hubiese fijado porque Tomás tenía un cuerpo más esbelto que el mío y los jeans me apretaban pero supongo yo que de la preocupación, ni siquiera me había fijado bien en nada. Pero, respondiendo a su comentario, solo asentí y nada ms.﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽ien en nada. Pero, respondiendo a su comentario, solo asentijado porque Tom de la maendo una cama en su casa. La cabezás. Me quedé allí como estatua, sin ganas de quitarme los pantalones y ponerme los otros.

 Él, con total tranquilidad, se puso de pie y recogió mis pantalones. Desnudo como estaba, me los dio y yo sin decir nada me bajé los de él y se los di. Él solo sonrió y los dejó en el piso, escogiendo recoger solo su ropa interior y poniéndosela rápidamente antes de volver a la cama. Dijo que hacía mucho frío y que si quería quedarme algún tiempo más. Esa frase me confundió mas de lo que estaba y entonces el dolor de cabeza se hizo más severo. Tanto que tuve que cerrar los ojos y tratar de vencerlo con mi voluntad, que simplemente no parecía ser suficiente. Dejé caer la ropa que tenía en los brazos y luego sentí pasos y en apenas unos segundos, perdí el conocimiento. Tuve un sueño corto y extraño, con nubes de colores y con Tomás.

 Entonces desperté y lo vi a él a la cara. Era una cara muy bonita pero la cara de un ex novio de su mejor amigo. La cabeza me quería explotar. Tomás me dio una pastilla y un vaso de agua que había llenado en el baño. Me espero mientras consumí todo y yo solo podía quedarme allí, encogido del dolor. Siempre me pasaba lo mismo cuando tomaba demasiado o cuando consumía algunos licores, como el vodka. Me encantaba el vodka pero tenía esa extraña cualidad. Debíamos haber tomado mucho porque el dolor era insoportable. Tomás no se movió de mi lado y solo me pidió que me sentara al menos en la cama. Lo hice y de hecho me recosté en ella. Así, no podía llegar a mi casa.

 Vi a Tomás salir del cuarto y volver al rato, con algo de comer en un plato. Me dijo que su hermana siempre había sufrido de dolores de cabeza cuando pequeña y que siempre le funcionaba comer algo para que el cerebro se ocupara. Seguramente eso no tenía ninguna base científica pero a quién le importaba? Según él ayudaba y me dijo que comiera. Yo no quería pero no quería ser descortés con el chico con el que seguramente había tenido sexo hacía pocas horas. Así que cogí algo de pan con jamón y me lo comí en silencio. Tomás se sentó a mi lado y no dijo nada de nada, solo mirando al vacío y tocándose el pecho.

 Cuando terminé, me miró y me dijo que lo mejor era que me quedara hasta que estuviese mejor. Yo le dije que podría tomar un taxi y así llegaría rápido a mi casa pero él me dijo que yo no tenía dinero. Por alguna razón, le hizo gracia decírmelo. A mi, por supuesto, no me hizo gracia alguna y empecé con desespero a buscar desde la cama mi billetera. Pero Tomás la tenía en la mesita de noche y me mostró que no había nada. Según él, yo había pagado las tres botellas de vodka que estaban en la sala y que solo habíamos compartido una y los amigos de su compañero se habían tomado las otras dos. Eso me hizo sentir como un idiota de tamaño olímpico. Me dejé caer en la almohada y me hice de lado. No quería pensar más.

 Entonces me di cuenta del silencio y abrí los ojos. Él todavía estaba allí y estaba algo reprimido, como nervioso. Se tocaba los brazos como si tuviera frío pero era una mañana de verano y no hacía nada de frío. Le pregunté si él estaba mal por el trago que habíamos tomado y me dijo que no era eso lo que le molestaba. Yo cerré los ojos de nuevo pero entonces él me dijo que se sentía nervioso porque se daba cuenta de que, a pesar de mi dolor de cabeza y de que había vomitado en el baño (cosa que yo no sabía), había sido una de las mejores noches para él desde hacía tiempo. Yo, la verdad, no pensé nada de ello en ese momento. Sus palabras no se me grabaron ya que el dolor era intenso y solo quería alejarlo de mi.

 Pero entonces, como de golpe, entendí lo que había dicho. Abrí los ojos y lo miré y vi que había lágrimas en sus ojos. Me dijo que todavía se sentía mal por lo que había pasado con mi mejor amigo y que por eso la situación actual lo hacía sentirse todavía más raro y más culpable. Yo le dije que el no tenía culpa de nada pero el me contó que, aunque yo estaba muy borracho, no quería nada con él ni estaba buscando nada. Me dijo que él inició todo con un beso y por eso todo había ocurrido. Le dije, de manera un poco cruel, que yo no recordaba nada y que lo sentía mucho si eso lo hacía sentir mal pero simplemente no recordaba nada. Entonces el se dio la vuelta y me besó y por alguna razón yo le tomé la cara y nos quedamos así un buen rato.

 Cuando nos separamos, le limpié las lágrimas y el se acostó en mi pecho y me dijo que se sentía muy confundido. Todavía quería a mi amigo pero decía que esa noche el sexo conmigo había sido excelente. Yo sonreí, porque todos los hombres nos convertimos en idiotas cuando halagan nuestro desempeño sexual. Y el sonrió también, con sus ojos algo húmedos, diciéndome que era un idiota por sonreír.  Le pasé mi brazo por el pecho y lo abracé y solo cerré los ojos. Lo mejor fue que nos quedamos dormidos y no soñamos con nada ni con nadie. Fue solo por un par de horas pero creo que fueron las mejores horas que he dormido en mucho tiempo. De alguna manera, dormido, seguía sintiendo su cuerpo.


 Cuando despertamos, mi dolor de cabeza había pasado hacía tiempo. En silencio, nos vestimos, nos besamos una última vez y me acompañó a la puerta. Los otros seguían dormidos y yo, ya en el taxi, solo podía pensar en él. Y lo haría por mucho tiempo más porque los próximos días pondrían a prueba todo lo sucedido durante esas pocas horas.