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lunes, 19 de febrero de 2018

Venganza


   El primer tiro atravesó la cabeza del hombre que estaba más lejos, el siguiente fue a parar en el pecho del segundo, a media distancia. El que estaba más cerca, un calvo alto de apariencia nórdica, reaccionó demasiado tarde después de ver como sus compañeros caían al suelo. Gabriel le apunto, entre los ojos. El tiro fue casi limpio, sin contar con el chorro de sangre que manchó la pared inmaculadamente blanca. Los cuerpos estaban completamente quietos, enfriándose con rapidez.

 Los tiros no habían sido escuchados por nadie. La construcción en la que se habían citado, en la que habían hecho con Gabriel lo que habían querido, estaba lejos de la ciudad y cerca de una planta de energía abandonada. Nadie se acercaba a la zona a menos que buscaran algo en particular. Y eso era lo que habían querido esos hombres al secuestrar a Gabriel en la mañana del día anterior. Pero él había anticipado sus movimientos y se había preparado de la mejor manera posible.

 Sabía desde hacía meses que lo perseguían. Al fin y al cabo, a ningún mafioso le gusta que lo traicionen de un momento a otro y menos aún que lo roben frente a sus narices. Gabriel había ido sacando dinero de las cuentas de uno de los hombres más sanguinarios y ricos del país y la había pasado a una cuenta en el extranjero, que nadie nunca podría encontrar a menos que supiera muy bien que pasos tomar o que fuese él mismo. Al fin y al cabo, había estudiado años todo lo que tenía que ver con las finanzas.

 Desde joven le había fascinado el dinero. Tanto así que desde los diecisiete años su meta en la vida había sido lograr ser el millonario más joven de la Historia. No lo consiguió pero sin terminar la universidad había ya trabajado con las firmas mas prestigiosas, ganando bastante dinero y manejando mucho más de lo que jamás hubiese pensado que existía en el mundo. Sus habilidad y sus ambición lo habían llevado de un lado a otro, hasta conocer a Rodrigo Soto, el matón de la Bahía.

 Así le llamaban sus hombres en privado. Nadie en el mundo de la farándula, al que le fascinaba pertenecer, le decía así. O mejor dicho, sabían que decirlo en voz alta era una garantía de amanecer muerto en algún rincón sucio del país. Por eso todos sonreían, lo saludaban y querían estar con él al menos por un momento. Algunos incluso habían aceptado su dinero para diversos negocios e incluso como donación para obras de beneficencia, cosa que a él le encantaba pues vivía en un mundo en el que él era el hombre más bueno del mundo y todos le debían por eso.

 Gabriel rápidamente supo que clase de persona era y muy tarde se dio cuenta de que ese mundo no era en el que quería trabajar. Se había dejado seducir por todo lo que le ofrecía el nuevo trabajo con soto: no solo dinero sino mujeres o hombres, o ambos. Viajes por el mundo y todo lo que se pudiese comprar,  que para Soto era todo lo que tocaran los rayos del sol. Era un hombre que no solo era ambicioso sino que sabía muy bien como manejar su poder y como usarlo para influenciar a otros.

 Como siempre, al comienzo todo era ideal. Gabriel manejaba mucho dinero, hacía cosas ilegales y legales, viajaba por el mundo y tenía lo mejor de lo mejor. Y cualquier cosa que quería podía ser suya, desde un reloj de plata incrustado con zafiros hasta la persona más bella del planeta. Lo tenía todo al alcance de la mano y fue entonces cuando sintió esa pequeña voz que algunos tienen en la cabeza. Su conciencia le decía que había algo que no cuadraba, que no todo estaba bien.

 Empezó a ver de verdad. A ver lo que hacía el dinero sucio, como gente desaparecía por todos lados por una orden de Soto. Sus hombres, sus perros como les decía Gabriel, eran hombres sin corazón ni alma, casi entes que hacían lo que él les pidiera. Y fue el día en el que mataron a una de las muchachas que el jefe había mandado traer, aquel en el que Gabriel se dio cuenta que se había metido de lleno en algo que jamás había pensado estar, algo peor que sus malos manejos de fondos.

 Fue entonces cuando se le ocurrió volverse en una especie de Robin Hood. Sabía que Soto era inteligente pero no lo suficiente para darse cuenta que su dinero iba desapareciendo, de a muy poco todos los días, No eran más que unos centavos a diario, de cada una de sus cuentas, pero desaparecían todos los días del año. Como Gabriel era el único que manejaba todo, sabía que nadie más se daría cuenta hasta muy tarde, cuando él estaría lejos de ellos y todo su asqueroso poder.

 Pero como lo hacen muchos, Gabriel subestimó el poder y el alcance de Soto. El hombre no se había convertido en el mayor matón del país siendo un idiota y por eso tenía gente que vigilaba a su gente, algo que hacía con todos los que tenían alguna conexión con sus negocios, familia y demás. Al comienzo, la mujer que seguía los pasos de Gabriel no notó nada raro. De hecho, le tomó dos años darse cuenta que algo estaba mal con las cifras que Gabriel reportaba. Eran cambios mínimos pero estaba claro que no todo estaba como debía de estar. Fue entonces que Gabriel desapareció.

 Él no sabía de la mujer pero la coincidencia hizo que Soto no dudara en mandar a gente por él. Sin embargo, en la mente retorcida del matón la muerte no era suficiente castigo. Y no era como otros de sus calaña que mandaban a amputar partes del cuerpo o torturaban a la familia del verdadero enemigo para quebrarlo antes de terminar con su vida. Sus ideas eran siempre diferentes, sobre todo cuando se trataba de terminar con sus enemigos más fuertes, y Gabriel se había convertido en uno de ellos.

 Fue así que los perros de Soto demoraron meses para poder dar con el paradero de Gabriel. Lo encontraron por fin en una ciudad alejada de todo. Fue en ese lugar donde acataron las ordenes de su jefe: secuestraron a Gabriel y lo llevaron a las ruinas de una fabrica de cemento que había quebrado hacía varios años. Hasta allí habían llevado varias herramientas pues el castigo las requería. Ellos no pensaban, solo hacían lo que les ordenaban hacer. Eran casi muertos vivientes, dispensables.

 Llamarlo una violación sería demasiado simple. Lo que le hicieron a Gabriel por varias horas fue algo mucho peor. Sería demasiado mórbido describirlo al detalle en este escrito. El caso es que el hombre no era la misma persona un día que al siguiente. Dentro de él surgió alguien que había estado oculto por mucho tiempo entre las sombras, un ser de odio y rencor que se había escondido allí o tal vez había sido creado por lo vivido. Fue él quien tomó posesión de Gabriel y mató a esos hombres con una de sus armas.

 Pero él se había preparado. Como Soto, Gabriel no era ningún idiota. Sabía que tarde o temprano lo alcanzarían y que seguramente harían cosas horribles con él, era el estilo de su antiguo jefe. Pero mientras esperaba ese momento, se entrenó como pudo y preparó el día que sabía sería el que cambiaría para siempre su vida. Había plantado un micrófono en una zona oculta de su ropa y había manejado la mente vacía de los perros a su antojo.

 Lo que le hicieron había sido innombrable pero él sabía bien que podía haber sido mucho peor. Desarmar a uno de los hombres había sido tan fácil como cuando lo había practicado y matarlos a los tres había sido aún más simple, incluso había sentido placer.

 Adolorido, parcialmente destruido y cambiado, Gabriel escapó del lugar para viajar lejos de nuevo. Depositaría la grabación de lo dicho por los perros, que siempre hablaban de más, en un oficina de correos, así como copias de la información que poseía sobre Soto. Luego desaparecería una vez más, ojalá de manera permanente.

lunes, 28 de agosto de 2017

Vaticano al desnudo

   Afortunadamente, era primavera. Las flores estaban en todas partes: en las terrazas de los apartamentos, en materas puestas al lado de ventanas en oficinas y en los costados de la avenida, cerca de los bancos donde era frecuente ver turistas y ancianos alimentar a las palomas. Pero de eso no había nada. No había gente, ni palomas ni se escuchaba el incesante tráfico romano. No había ningún otro ser vivo. Solo estaba Mario, desnudo en la mitad de la calle, sobre las frías piedras.

 Desde donde estaba se podía ver la majestuosidad de la basílica. Incluso en una situación tan extraña, era fácil encontrar majestuosa la arquitectura de la ciudad. El día acariciaba su piel con un sol amable, ni violento ni frío. Algunos papeles corrían por la calle empujados por el viento y, a lo lejos, se escuchaban los golpeteos de alguna ventana abierta. No todo estaba muerto, no todo se había ido. Mario caminaba despacio, hacia la iglesia, mirando hacia un lado y otro de la avenida.

 Por alguna razón, estaba seguro de que en algún momento alguien gritaría desde una esquina y la policía vendría corriendo a llevárselo quien sabe adonde por delitos relacionados con su desnudez. Pero no había nadie que pudiese gritar, no había policía. Cuando había despertado, hace menos de una hora, se había cubierto su pene con una mano por vergüenza. Pero mientras más se acercaba a la iglesia, más seguro estaba de que la situación no cambiaría de un momento a otro.

 Separó su mano de su miembro y la usó para formar una visera, pues el sol había empezado a brillar con más fuerza. Se sintió algo tonto al pensar que se sentía mucho placer al tomar el sol de esa manera. Además, el empedrado del suelo estaba frío y eso ayudaba a modular la temperatura del cuerpo. Una vez pisó el suelo de la plaza, sintió un frescor especial. No solo eso, se detuvo a contemplar una vez más las altas columnas y el enorme domo que se elevaba frente a él.

 El lugar en el que había despertado era un callejón al otro lado del puente Vittorio Emanuele. Yacía en el suelo, con sangre seca debajo de su cuerpo. Tenía la mejilla contra el suelo, lo que le había causado un ligero dolor de cabeza. Pero gracias al sol ese malestar se había ido. Se demoró en ponerse de pie porque creía que soñaba pero lo que sucedía era muy real. Al comienzo las piernas no le querían funcionar bien. Solo después de cruzar el puente pudo mantenerse de verdad estable. Su memoria era un caos. Había imágenes pero nada concreto.

 Ya había estaba allí antes. Eso sentía. Percibía que antes todo ese lugar había estado abarrotado de gente. Ahora no había nada. Estaban todavía los puestos de revisión de vestimenta y eso lo hizo reír. Su risa explosiva se expandió por la forma del lugar, pero nadie había allí para escucharla. En ese lugar hacían devolver a los turistas por tener pantalones cortos o camisetas que no cubrían los hombros. Y ahí estaba él, desnudo por completo, caminando como si fuera la cosa más normal.

 Pensó de inmediato en una estatua antiguo. Fue entonces cuando cayó en cuenta que él no era de Roma sino de alguna otra parte, porque había estado allí como turista. Su mente se inundó de recuerdos de varias esculturas de hombres y mujeres parcial o completamente desnudos. Sabía que todas esas obras estaban muy cerca de allí. Pero no recordaba si había venido con alguien o si había estado solo todo el tiempo. El caso era que estar desnudo, como esas esculturas, lo hacía sentir que encajaba a la perfección.

 El interior cavernoso de la basílica era impresionante. El poco sonido que había rebotaba contra todas las paredes. De hecho, se asustó al oír con claridad los latidos de su corazón. Sus pasos se dirigieron lentamente al centro del lugar, donde se quedó un rato admirando las incontables obras de arte que había por todos lados. Se sentía extraño allí, como un ser diminuto en un mundo de gigantes. Seguro era lo que millones habían sentido antes pero para él se sentía como la primera vez.

 Lo que fuera que lo dirigía, le decía ahora que caminara hacia un costado y penetrara por una puerta que ya estaba abierta. Había señales por todas partes, así que era obvio que estaba permitido que la gente utilizara esos corredores que rápidamente se convirtieron en escaleras. Poco a poco se fue cansando y una sed desesperante invadió su cuerpo. Recordó ver una fuente pública en algún lugar de la calle y se lamentó no haberse detenido allí para recuperar el aliento.

 Sin embargo, siguió ascendiendo hasta que llegó a otro pasillo que lo condujo hacia un lugar espectacular. Estaba justo debajo de la cúpula, caminando por un pasillo estrecho que recorría toda la circunferencia. Se atrevió a mirar abajo y dejó salir un gemido de sorpresa que, como el grito en el exterior, se expandió por todos lados hasta que dejó de oírse poco después. El lugar era simplemente increíble. Tanto detalle, tanta mano de obra que había recorrido esos muros y suelos y techos y ahora ninguna de esas personas existía. Ni los creadores ni los millones de turistas.

 Siguió subiendo por otra escalera y fue entonces cuando cayó en cuenta de algo: de verdad ya no había nadie en el mundo. Era eso o algo muy grave había pasado en la ciudad de Roma. Trató de recordar algo de su pasado mientras ponía un pie adelante del otro pero no recordaba nada preciso, solo imágenes, unas claras y otras borrosas. Ninguna parecía hacer referencia a lo que él quería averiguar. No recordaba gente muriendo ni una explosión fenomenal ni nada por el estilo.

 La escalera se fue ajustando a la curva del domo hasta que Mario tuvo que agacharse un poco para no golpearse contra el techo. Por un momento, pensó que tal vez eso habría sido algo bueno pues tal vez ayudara con su mala memoria. Sin embargo, una contusión no era algo muy atractivo en que pensar, en especial cuando no sabía nada de lo que le había pasado. Más de una hora había transcurrido desde su despertar en aquel callejón y todavía no sabía nada nuevo, nada que le diera verdadera información.

 De pronto, sintió de nuevo el sol en la cara. Estaba ahora en una terraza cerca de la punta de la cúpula desde donde podía ver toda la ciudad o al menos buena parte de ella. Podía ver la plaza abajo, las columnas, la avenida que se extendía hasta el río e incluso el puente por el que había dado tumbos. El callejón estaba oculto por edificios pero sabía donde estaba. Se quedó mirando allí, por varios minutos, como esperando a que pasara algo que le indicara que era lo que estaba pasando.

 Pero pasaron cinco minutos y después veinte y nada pasó. Sentía el viento en su cuerpo y un escalofrío lo recorrió desde la punta de los pies hasta la punta de la nariz. Su estomago gruñó con fuerza y recordó que aún no había comido nada. Allí abajo, en los alrededores de la plaza, había varios restaurantes cerrados. Seguramente podría tomar algo de allí y a nadie le importaría, estuvieran muertos o no. Era primordial aliviar sus necesidades básicas para poder investigar más.

 Quince minutos más tarde estaba allí abajo, caminando despreocupadamente. Miraba las vitrinas y se decidió por una pastelería. Tubo que romper un vidrio para entrar pero todo lo que había estaba todavía bueno. Calentó agua para tomar té y, tras terminar, hizo uso del baño del lugar.


 Por un momento pensó en conseguir ropa pero después se dio cuenta que le gustaba estar desnudo, así que ignoró la idea. Fue justo entonces cuando se fijó en un puesto de periódicos y una portada atrajo su atención. No sabía italiano pero por fin comprendió qué era lo que había ocurrido y lo siguiente que tenía que hacer.

lunes, 24 de octubre de 2016

Sexo y música

   Cuando lo besé, sentí que las rodillas se me doblaban solas, como si mi cuerpo de repente dejara de responder o como si todas mis fuerzas y espíritu estuvieran entregadas a ese solo momento. Me acerqué más, mientras sentía su espalda con mis manos sobre su ropa. Él hizo lo mismo pero empezó más abajo y de un momento a otro me tomó con fuerza y alzó mi cuerpo y me llevó, sin dejar de besarnos, a mi habitación. Allí no prendimos las luces ni cerramos las cortinas. No hicimos nada más sino besarnos y disfrutar el cuerpo del otro.

 Las prendas de vestir fueron cayendo al suelo, una a una, hasta que no tuvimos ninguna más encima y se trataba solo de nuestros cuerpos, el uno contra el otro. Sus besos pasaron de mi boca al resto de mi cuerpo y mientras todo sucedía me di cuenta de lo bien que me sentía, tan bien como jamás me había sentido en mi vida. Sentía como si mi piel fuera ultra sensible, sus besos eran simplemente lo mejor de la vida. Y sus besos me hacían sentir más de una cosa al mismo tiempo. Hacía mucho eso no ocurría.

 Afuera, la noche cayó y una suave llovizna cayó sobre la ciudad. Pero ninguno del dos se dio cuenta hasta el día siguiente, cuando amanecimos el uno sobre el otro, con las sábanas enredadas por el cuerpo. Apenas me desperté, tomé el cubrecama y nos cubrí a los dos pues hacía mucho frío. Él ni se dio cuenta pero su cuerpo parecía estar temblando ligeramente por el frío. Le di un beso en la espalda, cubrí nuestros cuerpos y me quedé dormido en apenas segundos. Tuve un sueño tranquilo que duró apenas algunas horas.

 Cuando me desperté de nuevo, él ya no estaba a mi lado. Por un momento pensé que se había ido sin decir nada pero entonces escuché un sonido de la cocina y me puse de pie para ir a ver de que se trataba. Cuando llegué, lo vi delante de un par de sartenes, usando una espátula para hábilmente voltear unas tostadas francesas. También había hecho tortilla de huevo y tenía la botella de jugo lista a un lado. Por un momento, me dediqué solo a contemplar su cuerpo, los hermosos brillos que tenía, su sensual silueta natural.

 Cuando se dio cuenta que estaba allí, me sonrió y se disculpó por tomar de mi comida pero le dije que no había problema. En pocos minutos sirvió y desayunamos juntos en el sofá, sin ropa y con algo de frío, pero sin dejar de vernos el uno al otro. Cuando nos despedimos, después de ducharnos y hacer el amor de nuevo, cada uno quedó en la mente del otro de manera permanente. Solo podíamos pensar en ese día y en todo lo que había ocurrido. No podíamos decir otra cosa que había sido una de las mejores experiencias de nuestra vida.

 Cuando llegué a la productora al día siguiente, muchos me preguntaron sobre mi sonrisa. Querían saber que era lo que había pasado, quién me había regalado esa felicidad. Pero yo no dije nada y rápidamente los encaminé de nuevo al trabajo. Teníamos mucho que hacer para promocionar dos nuevos álbumes de dos artistas muy diferentes: una era una joven cantante de jazz, que tocaba unos tres instrumentos y era bastante atractiva. La compañía le había ofrecido mucho dinero y se esperaba que fuera uno de los grandes descubrimientos de la empresa.

 Pero el que más me interesaba ver era el nuevo cantante de rap que había descubierto en un bus hacía relativamente poco. Teníamos otra cita ese mismo día para discutir las condiciones para trabajar juntos. Me había sorprendió cuando dijo que tenía un representante. Era obvio que lo consiguió de última hora pero eso nunca me había preocupado. Sonreí cuando me di cuenta que era Alejandro y por eso nos conocimos y tras solo algunos tragos fuimos a mi apartamento y pasó lo que pasó. El cliente, por supuesto, no sabía nada.

 Primero fue la cantante de jazz. Con ella íbamos más adelantados, eligiendo sus mejores canciones y a los músicos que la acompañarían en la grabación. Tuvimos que negarle a uno de los que había recomendado porque simplemente no era muy bueno que digamos. Se notó en su rostro que ella no estaba muy contenta con ello y fue al final, casi en la puerta, que confesó que ese era su novio y que temía que la relación pudiera ponerse complicada. Luego escuché a alguien diciendo que eso era algo bueno pues escribiría más canciones de despecho.

 Mi cita con Alejandro y su protegido era después del almuerzo. Todo el rato estuve pensando en él pero también en como haríamos para fingir que nada había pasado. Nunca me había metido con nadie con el que hiciese negocios y sabía que no era la idea más inteligente del mundo. Pero ya estaba hecho y había que trabajar pensando en lo que era y no en lo que yo quería que fuese el mundo. Traté de comer lo mejor posible para no estar nervioso y cuando me avisaron que subían para la reunión, creo que empecé a temblar.

 Cuando lo vi, instintivamente sonreí. Él no correspondió y supe que estaba siendo inmaduro al no saber diferenciar una cosa de la otra. Así que me controlé y los saludé a los dos de la mano. Tuvimos una larga conversación de lo que el cantante quería: honrar su color de piel y su herencia cultural en todo el proyecto, ojalá con músicos y técnicos que fuesen también negros, como todo el que lo rodeaba.  Quería ser un orgullo para su familia y su comunidad.

 Le dije que no habría problemas pues si algo nos había gustado de él era su originalidad y su energía. Después de eso pasamos al estudio de grabación y le pedí al cantante que por favor nos mostrara algunas de sus canciones originales. La primera que cantó fue muy enérgica, parecía una pelea de boxeo en la que claramente él estaba ganando. La canción iba sobre la fuerza de su gente y la opresión que había recibido toda la vida de los demás. En ese momento sentí la mirada de Alejandro por un momento pero cuando quise corresponder, la movió.

 La siguiente canción era sobre la violencia y las muertes que lo habían afectado, casi todas violentas. Eran unas líricas bastante pesadas pero sabía muy bien cómo llevar esas letras. Había mucho que pulir pero sin duda tenían a un gran artista en sus manos. Yo ya estaba listo para empezar a firmar cosas pero entonces el mismo joven me dijo que quería cantar una más, porque creía que valía la pena hacerlo allí mismo, en ese momento. Como insistió, decidí dejarlo.

 La letra de la canción era bastante más fuerte, más explícita, llena de contenido gráfico. Se podía manejar un poco, cambiando algunas palabras y ofreciendo dos versiones, una apta para todo público y la versión para adultos. Pero entonces empezó a relatar algo en la canción que me pareció muy familiar: algo de unos… Es mejor no repetir la palabra. Solo digamos que era un insulto que claramente se refería a Alejandro y a mi. Y al seguir cantando, pude darme cuenta que el chico sabía mucho más de lo que aparentaba.

 Cuando se detuvo, les dije que podían seguir a la sala de juntas si deseaban firmar el contrato. En ningún momento subí la mirada para ver a los ojos al cantante o a Alejandro pero cuando se alejaron en busca del ascensor, solo el cantante me miró con una mirada cargada de odio. Fue solo un segundo pero se sintió como un golpe directo en la mandíbula. No entendía que había pasado. Alejandro tal vez le había contado o tal vez se había dado cuenta de alguna manera. ¿Pero porqué esa actitud tan desafiante, desaprobándonos a los dos?


 Fue mi asistente quien les hizo firmar todo y me avisó cuando se fueron. Me sentía traicionado. Pero no había razón para ello. Al fin y al cabo que no nos conocíamos de hacía tanto tiempo. Apenas sabíamos un poco el uno del otro. Era más que todo el odio que había en la canción y que él no hubiese reaccionado lo que me afectó. Cuando mi asistente trajo los papeles para que yo los guardara. Al mismo tiempo me llegó un mensaje al celular. Decía “Tenemos que hablar”.  Las firmas en los papeles explicaban y confundían al mismo tiempo: cantante y representante eran hermanos.

viernes, 2 de octubre de 2015

Separación

   Lo primero que hice fue encogerme, como si fuese capaz de apretar todo mi ser en una pequeña bola. Después, lo que hice fue empezar a llorar mientras mi corazón parecía querer salirse por la boca. La sensación era horrible, como si me estuviese ahogando pero peor. El dolor eran tan verdadero, tan cruelmente real, que tuve que encogerme aún más y no tuve que echarme de lado para poder subsistir. Tenía que hacerlo, o sino la presión me iba a matar y también ese dolor tan profundo que sentía, esa angustia tan particular y tan tóxica. A veces recuperaba el aliento y podía tragar una buena bocanada de aire limpio y eso me tenía que ser suficiente para todo el rato en el que no podría hacer nada para no sentirme tan mal como me sentía.

 La separación ya la había sufrido antes pero creo que está vez me había afectado más, me había tomado más por sorpresa. Debí saber, desde ese par de lágrimas que derramé al comienzo, que habría más esperando por mi. Mi cuerpo y mi alma, al fin y al cabo, no son tan fuertes. Están casi hechos de vidrio o de papel, lo que sea que se deteriore con mayor sensibilidad. El caso es que jamás pensé que fuese a ser para tanto, pero lo fue. Mi mente no había querido pensar todos esos días en lo que iba a pasar. Siempre dije que no estaba nervioso ni asustado pero la verdad era que estaba negándome a mi mismo la realidad de las cosas. Estaba, como se dice popularmente, haciéndome el loco. No quería ver la realidad y no quería aceptar que lo que iba a suceder era real.

 Por eso cuando sucedió, fue algo gradual. O al menos el dolor fue así. Al comienzo fue ligero y pasajero pero al pasar los días y al ver que lo que estaba sucediendo era de hecho algo de verdad, todo se fue literalmente a la mierda. No hay otra manera de ilustrarlo mejor y la verdad es que así hubiera mejor manera, creo que las palabras dichas son más dicientes. Fue la tercera noche, si mal no recuerdo, en la que todo lo que tenía alrededor empezó a derrumbarse y, cuando estaba cansado, el dolor atacó. Era como si me hubiese clavado una daga hirviendo hacía mucho pero hasta ahora se había enfriado y sentía de verdad el dolor y la agonía.

Lloré como si no hubiese un mañana. Me dolieron los ojos, las manos, la boca, la cabeza y cada una de las articulaciones del cuerpo. Cuando me desperté seguí llorando, cada pensamiento era como otro cuchillo más pequeño, que tomaba un pedazo de mi ser y lo hacía trizas. El dolor era mucho mayor al que jamás hubiese sentido y la verdad me di cuenta que debía sentirlo, no debía alejarme de él como si fuese algo extraño y hecho para alguien más. Tenía que apersonarme de mi dolor y aceptarlo completo, que me consumiera por completo, al menos por este rato en el que sabía que no había escapatoria alguna para semejante dolor. Debía sumirlo y tragarlo todo.

 Así lo hice. Fue un trago amargo, que no puedo decir que se haya detenido, pero al menos ya no se traduce solo en lágrimas pero en sentimientos que van mucho más allá de algo que se pueda explicar tan fácilmente. Son dolores, son afectaciones varias y no creo que se detengan en un buen tiempo, es decir, tengo que aprender a vivir con todo ello. Y la verdad es que no me molesta para nada. Porque ese dolor, esa sensación extraña, me mantiene alerta y me recuerda muchas cosas que no debería olvidar nunca, muchos sentimientos que no tendría de ninguna otra manera. Lo malo es que hay otros sentimientos en juego que no son tan agradables pero es un todo o nada bastante particular y definitivo.

 Todo lo que me sucede tiene que ver con mi familia, con no tenerlos al lado, con no poder tocarlos y verlos cuando yo quiera. Aunque lo que me sucede va más allá de eso… Pero creo que eso ya es un comienzo y no uno que deba ser particularmente fácil. O bueno, no para mí. Hay gente que se comporta con la familia como si fueran gente con la que viven y nada más y por eso la separación no es tan traumática pero para mí lo es, seguramente porque siento algo más por ellos que agradecimiento. Nunca entenderé como es la relación de otros con sus padres pero la realidad es que no tengo que hacerlo pues esas son cosas de cada uno en la que nadie más tiene un derecho real a meterse.

 El caos es que lloro porque los siento lejos y porque me siento responsable de estar causando un dolor peor del que siento ahora, lo que es bastante malo si pudiesen sentir lo que yo siento. No puedo empezar a entender como es que ignoré por tanto tiempo la situación a la que me iba a enfrentar, como es que no la vi como algo real, algo que iba a pasar. Tuve varios momentos para arrepentirme, para echarme para atrás y no seguir más con esto en lo que me embarqué. Pero por alguna razón seguí adelante, hice cada pequeña cosa que debía hacer para logar un objetivo, que sí pude obtener. Pero la verdad es que no tuve alegría alguna por ello, de hecho al llegar al objetivo, mi atención (si es que la había) pasó directamente al siguiente punto en la agenda.

 En cierto modo, estos meses de deliberaciones y decisiones parecen haber sido vividos en un sueño o con cierto grado de distracción. Yo no sabía que hacía y lo digo con toda honestidad. Olvidaba por alguna razón que todas las acciones tienen, irremediablemente, una consecuencia y una reacción casi inmediata. No tengo ni idea porque lo olvidé pero así fue. Me siento ahora un poco estúpido aunque todavía no sé si arrepentido. Me siento extraño pero ciertamente no bien ni en óptimas condiciones. Es muy raro, pero es que como si el sueño en el que me metí hace tantos meses en verdad todavía no hubiese terminado.

 Y sin embargo, ya extraño algunas cosas. Extraño mis caminatas diarias y extraño la luz y los colores. Los ritmos también, así como esa rutina que no iba a ningún lado pero que era mía. Levantarme temprano, escribir, desayunar, saludar a mi madre, hablar con ella y compartir, ducharme, cambiarme, jugar videojuegos, ayudar a preparar el almuerzo, sacar a la mascota de su jaula, almorzar, hablar y compartir de nuevo y después salir a caminar y apreciar lo malo y lo bueno de la vida en ese lugar que siempre, eso creo, será mío.  Porque no me puedo quitar ni a la gente, la especial, de mi mente, ni a los lugares ni a esas pequeñas cosas que ni sé que son pero sé que importan mucho. Todo eso es, en resumen, lo que extraño y lo que anhelo y lo que añoro.

 Muchos, sin duda, me llamarán desagradecido y me tildarán de “niño de mami”, adjetivos que no significan mucho para mi en este momento. No me importa ni me ha importado nunca lo que piensen de mi pero la verdad es que me gustaría aclarar que no tiene nada que ver con agradecer o no el hecho de que extrañe a mi familia y el que no vea lo que hay ahora a mi alrededor. Ya llegaré a apreciarlo y ya habrá un momento en el que vea esas cosas especiales que me encantan en este nuevo lugar, cosas que tal vez lo conviertan en otro lugar especial, que no es tan nuevo ni tan espectacular pero que es lo que es ahora y no va a cambiar.

 Creo que eso es lo que me pone peor, el hecho de que las cosas cambien y jamás se queden como siempre han estado. Es egoísta pero por mi las cosas deberían haberse quedado como eran hace muchos años, cuando mis preocupaciones no me acosaban tanto o que simplemente la vida fuese tan perfecta que no hubiese que tragar tierra para poderla vivir por completo. Esas cosas que hay que hacer y que a nadie le gustan son aquellas que siempre me molestarán y nunca me permitirán estar de verdad tranquilo.  Pero eso es algo que tengo que aceptar, reconocer y aprender a controlar o al menos a detectar con tiempo porque todo tiene un limite, incluso nuestros moldeables cuerpos.

 Ahora mismo mi realidad es sencilla: me siento un poco perdido y molesto. Perdido porque todavía siento que lo que pasa no es real pero al mismo tiempo sé que no es un sueño. Y molesto porque la vida debería ser lo que nosotros quisiéramos que fuera. Sí, ya sé que eso acarrearía muchas cosas negativas para otros y que todo no funcionaría como lo hace hoy en día pero no creo que eso sea algo de verdad malo. Ahora, también quisiera mandarlo todo al carajo pero no puedo. Tampoco puedo acelerar el tiempo ni puedo forzar las cosas ya que todo tiene que suceder a su ritmo, a su tiempo. Y eso es frustrante y molesto pero es la realidad de las cosas.


 Lo cierto es que mi dolor es verdadero y que los extraño mucho, tanto que me confunde y hace pensar y a veces no quiero hacerlo.