Me despertó una luz cegadora que, cuando
abrí los ojos, ya no estaba allí. Era de noche y afuera estaba todo en calma,
bajo el velo de la noche. No se oía nada, ni los automóviles en la avenida
cercana ni nada por el estilo. Era un buen hospital por lo visto. Yo tuve que
dirigirme al baño y allí mirarme en el espejo. Mis ojos no estaban enfocando
muy bien, entonces abrí la llave y me lavé la cara con vigor. Pude ver un poco
mejor y entonces me devolví a la cama. Me sorprendió verla tendida. Porqué la arreglarían
si era de noche? Además no me había demorado tanto en el baño como para que no
se dieran cuenta que todavía estaba en la habitación. Pero bueno, no quería
estar más acostado.
Revisé un closet que había en la habitación y
vi que allí no estaba mi ropa, lo que era extraño porque juraba que había visto
a una enfermera dejarla allí. En cambio, había un bastón, seguramente para los
pacientes mayores. Lo cogí y decidí darme una vuelta por el lugar. Es cierto
que me habían operado pero no podía quedarme quieto y menos con la angustia de
haber tenido una pesadilla tan rara. Esa luz me había un poco mareado y solo
caminar podría tranquilizarme al menos un poco. Así que me dirigí a la puerta,
extrañado de no poder ponerme mi saco porque hacía mucho frío, y giré el pomo
de la puerta con suavidad. Pensé que alguien vendría a decirme que no podía e
incluso me forzarían de nuevo a la cama pero nadie vino. De hecho, no había
nadie en el pasillo.
Las demás habitaciones debían estar llenas o
al menos algunas. Y sin embargo no vi ninguna enfermera paseándose por el
lugar. Instintivamente miré a mi muñeca pero no tenía el reloj puesto así que
no había manera de saber si era demasiado tarde y de pronto ellas estaban en
una especie de sala de enfermeras o algo por el estilo. Caminé, tan rápido como
me permitía el bastón, hasta el final del corredor. A lo lejos vi una enfermera
pero se fue antes de que pudiese decirle nada. Me dio rabia no poder gritar
pero no estaba tan fuerte como pensaba y al tratar de hacerlo me dolió la
cabeza con una fuerza horrible. Nunca había sentido algo así por lo que decidí
ser cuidadoso. No quería provocarme algo m ás serio.
Decidí caminar hacia donde estaba la
enfermera. De pronto, por un pasillo que cruzaba por el mío pasó mucha gente
alrededor de una camilla. No eran solo los doctores y las enfermas quienes iban
con el enfermo sino también gente que parecía venir con él, vestidos de gala.
Seguramente era alguien de dinero, algún pez gordo que había comido algo en mal
estado o que tenía un corazón muy viejo. Fuese lo que fuese, ninguno de los que
pasó por el pasillo pareció fijarse en mi. Nadie me miró ni pareció reconocer
mi presencia y, aunque ya estaba un poco harto de no encontrar a nadie, estos
al menos tenían una buena excusa.
Seguí mi camino y por fin llegué hasta una
recepción. Para mi suerte, había allí una mujer supremamente aburrida que
pasaba las páginas de una revista con la mayor parsimonia. Seguramente había
leído la revista unas quinientas veces porque no mostraba el mayor interés ni
por los artículos ni por las fotografías. Yo me le acerqué y le dije “Buenas
noches”. Nada. Fue como si nadie hubiese dicho nada porque la mujer no levantó
ni una sola ceja. Volví a hablar, con una voz algo más fuerte, pero tampoco,
era como si la mujer fuese sorda o algo por el estilo. Y que tal si lo fuese?
No, una persona sorda no podría contestar el teléfono u oír si algo serio
estuviese ocurriendo en el hospital. Le hablé en más ocasiones pero ella solo
cambió el brazo donde apoyaba su mentón y nada más.
Estuve a punto de gritar y formar un escándalo
que trajera a todas las personas en el hospital a esa recepción, pero no hice
nada porque de una puerta salieron dos doctores y a ellos los conocía. Les iba
a saludar pero pronto entraron por otra puerta, no sin antes decir que algo que
lo dejó intrigado. “El caso del joven Ruiz es muy interesante”. Ese era yo, yo
soy el joven Ruiz. Qué hacía que mi casa fuese interesante? De que estaban
hablando si para lo único que había venido yo al hospital era para que me
quitaran las famosas amígdalas. Y en ese momento me di cuenta que no me dolía
la garganta. No me habían hecho nada.
Tuve que sentarme por un momento porque no entendía que pasaba. Se suponía que esa
noche debían de extirpar mis amígdalas que, según uno del os doctores que había
pasado, estaban muy hinchadas y debían sacarse pronto. Me habían prometido un
dolor bastante molesto en la garganta pero también mucho helado y una vuelta a
mi casa bastante pronto. Pero nada de eso había ocurrido. Me toqué al instante
y me di cuenta que mis amígdalas ya no estaban inflamadas. Estaban normales.
Sería por eso que mi caso era interesante? De pronto mi cuerpo había arreglado
todo antes que ellos y por eso estaban tan fascinadas, porque los doctores
parecían interesados y asombrados cuando pasaron hablando de mi
Me puse de pie de golpe y entré por la puerta
que ellos habían cruzado. Decía que solo permitían personal autorizado pero
como la recepcionista, de nuevo, no dijo nada, pues yo seguí adelante. Otra vez
era un corredor pero, al ir pasando por cada una de las puertas, pude ver que
eran más que todo oficinas y consultorios. Algunos tenían gente dentro y en
otros nadie. Ninguna de las personas que vi eran mis doctores y era con ellos
que yo quería hablar para que resolvieran mis dudas. Seguí adelante y entonces
me di cuenta que, en efecto, esta zona del hospital no era para que los
pacientes estuviesen rondando o preguntando cosas que tal vez tenían la
explicación más normal del mundo. Traté de devolverme pero abrí la puerta
equivocada y entonces quedé sin aire.
Tuve ganas de pegar un chillido o algo pero no
pude. Solo abrí la boca y traté de sostenerme sobe mi bastón lo mejor posible.
Era un cuarto bastante amplio, mucho más que cualquiera de los otros en ese
mismo corredor. En la pared del fondo había varias puertas metálicas redondas y
yo sabía muy bien en que lugar estaba. Era tétrico haber entrado, incluso por
accidente, en la morgue del hospital. Y lo más miedoso de todo el asunto no era
ver las puertas detrás de las cuales estaban los cadáveres de varios seres
humanos. Lo que sí daba miedo era que delante de esa pared había seis camillas
y dos de ellas estaban ocupadas. Estaba a menos de un par de metros de dos
personas que habían muerte hacía nada y eso era suficiente para crisparme los
nervios.
Pero algo pasaba, algo se sentía en el aire y
lo podía sentir en mi cuerpo. La reacción normal de cualquier otro hubiese sido
salir corriendo pero yo no podía moverme de mi sitio. Y tampoco quería hacerlo
porque, por alguna razón que todavía no entiendo, quería verlos. Esos cuerpos,
esas personas, sentía que me atraían hacia ellos y que debía acercarme a
verlos. Era una sensación extraña, como si alguien me manipulara desde lejos,
como si no importara lo que yo pienso sino lo que alguien más pensara del asunto.
Cuando me di cuenta, estaba ya al lado de una de las camillas. Sin mayor
miramiento, quité la sábana y observé.
Era una mujer. Estaba vestida de gala y estaba
muy bien arreglada, a pesar de estar muerta. Lo curioso es que estaba seguro de
haberla visto antes. No era vieja ni joven, tenía una sonrisa amable pero un
aspecto no tan benévolo como su sonrisa. Por fin recordé quién era: la esposa
de alcalde. Habían salido en los periódicos hacía poco por un escándalo de corrupción
y en todas las fotos la mujer tenía una expresión seria, un tanto sombría. Casi
la misma que ahora tenía su cadáver aunque la diferencia era que su cuerpo sin
vida estaba sonriendo. Eso me dio muchos nervios porque estaba seguro que no
era muy normal que alguien quedase con esa sonrisa. Tomé la sábana y volví a
cubrir a la mujer.
Caminando algo robóticamente, me dirigí a la
siguiente camilla pero cuando iba a retirar la sabana escuché voces afuera y me
escondí detrás de unos taques de oxigeno. Entraron mis dos doctores. Hablaban
animadamente, la doctora pidiéndole a su compañero que revisara el cuerpo y
viera por él mismo lo que ella le había comentado. Desde donde yo estaba no se veía muy bien,
pero retiraron la sabana del cuerpo y la mujer le explicó al doctor como el
paciente tenía una variedad de cáncer bastante particular. Por lo visto no era
la cantidad o la expansión de la enfermedad, sino la efectividad que asombraba
a la doctora. Taparon el cuerpo y se dirigieron a la puerta donde lo último que
escuchó fue “y solo vino por una amigdalitis”.
Me puse de pie sin ayuda de nada y rápidamente
salté sobre el cuerpo y lo destapé. Lo que pasó después no lo entiendo y creo
que nunca lo voy a entender. En todo caso ya no estoy en el hospital, sino en
otro edificio que nunca antes había visto. Es siempre de día y tampoco hay
nadie. Todo el tiempo camino y camino y no llego a ningún lado. Me pregunto,
que fue lo que hice para estar aquí? Porqué no hay nadie que me responda? Porque
estoy tan solo?