No sabíamos muy bien como o porqué, pero
habíamos terminado sobre mi cama, besándonos como si fuera nuestra última
oportunidad de hacerlo. No era algo romántico y seguramente nunca iba a ser más
que solo algo de un día, una tarde para ser más exactos. Tras cinco minutos,
estábamos sin una sola prenda de ropa encima y la habitación se sentía como un
sauna. Así estuvo el ambiente por un par de horas, hasta que terminamos. Él se
fue para su casa y yo ordené la mía.
Me había dicho a mí mismo que era algo pasajero,
algo que no podía funcionar. Pero de nuevo, el viernes siguiente, estábamos
teniendo sexo en su habitación. Estaba tan emocionado por lo que hacía en el
momento, que en ningún instante me pregunté como había llegado hasta ese punto.
Y con eso me refiero a llegar físicamente, pues Juan no vivía muy cerca que
digamos pero yo estaba ahí como si fuera mi casa. Se hacía tarde además pero no
me preocupé por nada de eso toda la noche.
Lo curioso es que no hablábamos nunca. Es
decir, no nos escribíamos por redes sociales, no nos llamábamos por teléfono ni
quedábamos para tomar un café o algo parecido. Para lo único que nos
contactábamos, y eso solía ser solo por mensajes de texto bastante cortos, era
para tener sexo y nada más. Incluso ya sabíamos como escribir el mensaje más
corto posible para poder resumir nuestros deseos personales en el momento, lo
que nos tuviera excitados en ese preciso instante.
Cuando le conté a una amiga, me dijo que le
daba envidia. Seguramente era porque ella y su novio habían estado juntos por
varios años y ella nunca había tenido un tiempo de salir con otras personas.
Siempre había estado con el mismo hombre y se arrepentía. Eso sí, siempre
aclaraba que lo amaba hasta el fin del mundo pero me decía, siempre que tenía
la oportunidad, que le parecía esencial que la gente joven tuviese esa etapa de
experimentación que ella no había tenido.
Yo siempre me reía y le decía que mi etapa
había durado casi treinta años y parecía que seguiría así por siempre. Me decía
que en el algún momento, en el menos pensado de seguro, sentaría cabeza y
decidiría vivir con algún tipo y querría tener un hogar con él e incluso una
familia. Solo pensar en ello se me hacía muy extraño pues en ningún momento de
mi vida había querido tener hijos ni nada remotamente parecido a una familia
propia. Con mis padres tenía más que suficiente. Y respecto a lo de tener un
hogar, la idea era buena pero no veía como lograría eso.
Curiosamente, la siguiente vez que me vi con
Juan, sentí que había algo distinto entre los dos. No en cuanto al sexo, que
fue tan entretenido y satisfactorio como siempre. Era algo más allá de nosotros
dos, de pronto una duda que se me había metido a la cabeza, algo persistente
que no quería dejarme ir. Esa noche fue la primera vez que le di un beso de
despedida a Juan, en su casa. Se notó que lo cogí desprevenido porque los ojos
le quedaron saltones.
Apenas llegué a casa, me puse a pensar porqué
había hecho eso. Porqué le había dado ese beso tan distinto a los que nos
dábamos siempre. Habíamos sido suave y sin ninguna intención más allá de querer
sentir sus labios una vez más antes de salir. No tenía ni idea de cómo lo había
sentido él pero yo me di cuenta que había algo que me presionaba el pecho, como
que crecía y se encogía allí adentro. Prefería no pensar más en ello y me
distraje esa noche y los días siguientes con lo que tuviese a la mano.
La sorpresa vino un par de días después, un
fin de semana en el que Juan llegó a mi casa sin haber escrito uno de nuestros
mensajes con anterioridad. Había tormenta afuera y, cuando lo dejé pasar, me
dijo que había pensado en mi porque sabía que vivía cerca y no parecía que la
lluvia fuera a amainar muy pronto. De hecho, un par de rayos cayeron cuando le
pasé una toalla para que se secara. Le dije que podía quedarse el tiempo que
quisiera y le ofrecí algo caliente de beber.
Fue mientras tomábamos café cuando me di
cuenta que ese sentimiento extraño había vuelto. Estando junto a él, de pronto
sentí esa tensión incomoda que se siente cuando uno es joven y esta al lado de
la persona que más le gusta en el mundo. Hablábamos poco, casi solo del clima,
pero a la vez yo pensaba en mil maneras de acercarme y darle otro beso, este
mucho más intenso, ojalá con un abrazo que sintiera en el alma. No me di cuenta
de que lo que pensaba no era lo de siempre.
Por fin, le toqué la mano mientras estábamos
en silencio. Fue entonces que todo sucedió de la manera más fluida posible: él
se acercó y me puso una mano en la nuca y yo le puse una mano en la cintura y
nos besamos. No sé cuantos minutos estuvimos allí pero se sintió como una
eternidad. Y lo fantástico del caso, al menos para mí, es que solo fue un beso.
Eso sí, fue uno intenso y lleno de sentimiento que no entendimos por completo
en el momento. Nuestras manos, además, garantizaban que la totalidad de
nuestros cuerpos estuviesen involucrados.
Y sí, como en todas las ocasiones anteriores,
terminamos en mi habitación. Con la tormenta como banda sonora, fue la primera
vez que hicimos el amor. Ya no era solo sexo, no era algo puramente físico y
desprovisto de ese algo que le agrega un toque tan interesante a las relaciones
humanas. Recuerdo haberlo besado mucho y recuerdo que su cuerpo me respondía.
Nuestra comunicación era simplemente fantástica y eso era algo que jamás me
había ocurrido antes, ni con él ni con nadie.
Cuando terminamos, y eso fue cuando ya era de noche, nos
quedamos en la cama en silencio. Estábamos cerca pero no abrazados. Eso también
era un cambio, pues normalmente ya nos hubiéramos levantado y cada uno estaría
en su casa. Pero esa vez solo nos quedamos desnudos escuchando los truenos y a
las gotas que parecían querer hacer música contra el cristal de la ventana. No
diría que era romántico. Más bien era real y eso era lo que ambos necesitábamos
con ansías.
Eventualmente nos cambiamos. Mientras él
buscaba su ropa por la habitación, le propuse pedir una pizza. Él dudó en
responderme pero finalmente asintió. Pareció reprimir una sonrisa y son supe
muy bien como entender eso. En parte porque no entendía porqué lo haría pero
también porque estaba distraído mirando su cuerpo. Siempre me había gustado
pero ahora lo notaba simplemente glorioso, de pies a cabeza. Juan era
simplemente una criatura hermosa.
La pizza llegó media hora más tarde. Estaba perfecta
para el clima que hacía en el exterior. Mientras comíamos, hablábamos un poco
más pero no demasiado. Hablamos de cosas simples, de gustos en comida y de
lugares a lo que habíamos ido. Compartimos pero no demasiado, no era correcto
hacer un cambio tan brusco y en tantos sentidos. Parecíamos estar de acuerdo en
eso, a pesar de no haberlo acordado. Apenas terminamos la pizza, se fue
aprovechando que la tormenta había terminado.
El resto de la noche me la pasé pensando en
él, en su cuerpo, en como se sentía en mis manos y en mi boca. En lo perfecto
que lo encontraba y esos sentimientos nuevos que habían surgido de repente pero
no que no quería dejar ir ahora que los sentía.
Lo trágico es que nunca lo volví a ver. Nunca
respondió mi siguiente mensaje y no me atreví a buscarlo en su casa. Años
después lo vi saliendo de un edificio con otra persona y pude ver que era
feliz. Por fin sonreía, no se ocultaba. Habría hecho lo imposible para que esa
sonrisa fuese para mí, pero ya era tarde.