No, la vida nunca ha sido justa. Es gracioso
cuando alguien se arrodilla y le pide a Dios explicaciones, argumentando que lo
que pasa no es “justo”. El concepto de justicia es uno que los seres humanos
inventamos para prevenir que unos pasen por encima de los otros, para hacer que
todos seamos iguales bajo otro concepto inventado que es el de la ley. Creamos
cosas que nunca antes existieron para sentir que el mundo vive en un equilibrio
constante alrededor nuestro, lo que es una ilusión.
Aunque es cierto que el mundo se equilibra a
si mismo, son las fuerzas naturales las que hacen esto y muchas veces se toman
un buen tiempo para llegar a un equilibrio verdadero, no es algo instantáneo.
Los seres humanos, cuando nos dimos cuenta de que la naturaleza podía ser un
poco lenta para solucionar problemas, tomamos el toro por los cuernos e
inventamos unas cuantas reglas que todos debíamos respetar para evitar un
desequilibrio que pusiera en peligro nuestra existencia y supervivencia en un
mundo hostil.
Con el tiempo, y bajo esas reglas, el mundo
comenzó a ser nuestro y ya no teníamos que poner demasiada atención a lo que la
naturaleza pudiera lanzarnos pues nuestra inteligencia se adelantaba a la lenta
progresión natural y podía, con facilidad, adelantarse a lo que pudiese
ocurrir. Por eso ya no le tememos de verdad a la naturaleza o por lo menos no
era así cuando no habíamos destruido tanto en nuestro mundo que la naturaleza
tuvo que ponerse en pie para empezar a pelear, a protestar de forma cada vez
más notable.
Le volvimos a temer a la lluvia y al viento
porque fuimos nosotros los que atacamos primero. La naturaleza era solo ella,
era lo que es y nada más. Pero nosotros llegamos, pensamos y destruimos, sin
nada más que decir. Y tuvimos la osadía de pensar que el mundo era nuestro y
que podíamos hacer lo que se nos diera la gana, pues uno hace lo que quiera en
su casa. Estábamos equivocados y ahora lo vemos casi a diario y por todas
partes. No somos dueños de nada, ni siquiera de nosotros mismos.
Inventamos cosas, físicas e imaginarias, para
hacernos la vida cada vez más fácil. Pero lo que hacemos es seguir destruyendo
y no nos damos cuenta. Tenemos una vocación increíble, como seres vivos, de ir
mucho más allá de lo que somos. No estamos contentos con ser lo que somos y
nada más, queremos cada vez más y más y más y no nos detenemos en la meta que
nos ponemos sino que luego pasamos a otra y a otra y así hasta que morimos y
alguien más debe tomar nuestro lugar. Es
el ciclo de vida que hemos creado para nosotros mismos, otra ilusión que no
existía y nos hemos asignado.
No contentos con destruir la naturaleza que
nos dio la vida, ahora apuntamos a nosotros mismos. Las leyes, las reglas y
todas las demás maneras de limitarnos, están haciendo que la creatividad, que
es la que nos caracteriza y separa de los demás animales sobre este planeta, se
esté limitando cada vez más a lo que un grupo de nosotros quiere y necesita,
dejando de lado mucho de la imaginación originales del ser humano. En otras
palabras, estamos destruyendo lo que nos hizo un ser distinto a todos los demás
en existencia.
Creemos que lo hacen unos es correcto porque
siempre los hemos seguido, tal vez porque se han ganado un lugar entre los más
brillantes o entre los más aventureros. Posiblemente, sea porque los que tienen
más dinero suelen tener una voz a la que se la da más importancia. El caso es
que no decimos nada cuando, poco a poco, nuestras voces se van apagando porque
ellos así lo han pedido. No peleamos cuando vemos, en el día a día, como todo
está construido para que no reflexionemos, a menos que sea útil para “todos”.
Lo peor viene cuando algunos de nosotros
empezamos a repetir lo que dicen esos a los que hemos dado mayor importancia.
Repiten y repiten. Se convierten en una versión humana de los pericos o los
loros, seres que en verdad no reflexionan demasiado sino que solo viven por
impulsos. De hecho, y siendo justo con las aves, muchas de ellas muestran algún
grado de comprensión de ciertas situaciones. Algunos de nosotros ni siquiera
tenemos eso. Solo atacamos cuando lo creemos necesario y repetimos y repetimos.
Los que lo hacen, lo hacen por miedo. Se les
ha asustado una y otra vez con el cuento de que, si dejamos que la gente haga
lo que quiera, pronto será todo un caos y terminaremos por volver a la
naturaleza, donde la mayoría no quiere volver. Le temen a lo salvaje, a lo que
no se puede controlar, a aquellos impulsos básicos que residen en el interior
de todo ser humano. No quieren volver a ese estado primordial del ser humano en
el que nada se puede controlar y todo está bajo el reino de lo natural, lo más
básico.
Somos seres temerosos, temblamos con cualquier
cosa. Incluso en nuestros primeros días como especie éramos débiles y tuvimos
que crear sociedades y entidades, así como reglas para poder florecer como lo
hicimos. Todo se lo debemos a la naturaleza, de nuevo, que nos dio cerebros que
podían hacer mucho más de lo que jamás se había visto en este mundo. Y lo que
hacemos hoy con ese regalo es limitarlo para que solo haga unas pocas cosas,
las que hemos decidido calificar como “aceptables”. Creamos de paso grupos marginales, formados
por aquellos que no consideramos parte de la sociedad.
Antes eran los artistas y luego fueron los
músicos y con el tiempo se empezaron a definir por sus modas que se salían de
la norma. Todas esas personas eran de la clase que la sociedad en general no
consideraba aceptable. Eran los cerebros que habíamos querido apretar y limitar
y simplemente no habíamos podido. Y se les echó la culpa de no querer ser parte
de la comunidad de seres humanos con mismos valores y leyes y reglas y se les
puso aparte, se les atacó y se trató de eliminarlos como se pudiera.
Aquí aparecen todos esos odios que tenemos el
uno por el otro, como seres humanos. Cuando odiamos a un negro siendo blancos o
cuando odiamos a los blancos al ser indígenas o golpeamos a un hombre por tener
sexo con otro hombre. Todos esos odios han sido alimentados por la verdadera
bestia, por el monstruo creado por el hombre llamado sociedad. Le hemos dado
poder a algunos y ahora ellos lo usan para controlar y para decirnos a quienes
debemos atacar después. Porque nunca termina, solo cambia un poco.
Nos creemos superiores a los animales
salvajes, creemos ser mejores que ellos porque hablamos y pensamos pero la
realidad es que usamos nuestra boca para decir cosas que no importan y
utilizamos el cerebro como nos han pedido que se use. Atacamos a los que no
responden a esas normas sociales, a los que no viven la vida que todos han
vivido. Los que no quieren lo mismo que el grupo mayoritario, entonces son
raros y deben saber lo que son. Se les ataca, se les aminora y se le quitan las
oportunidades al instante.
Los seres humanos somos seres que nos hemos
dejado llevar y ahora no somos más que una sombra de lo que pudimos haber sido.
Todavía se piensa que seremos algo increíble en el futuro, que revolucionaremos
este rincón del universo y que todo seguirá girando alrededor nuestro, porque
nosotros somos los únicos que importamos. Nos vemos yendo más allá de las
estrellas, todavía con las mismas reglas, los mismos valores y respondiendo al
mismo grupo central, al monstruo, que dicta cómo y qué debemos ser.
Pero ese momento pasó. El momento en el que
podíamos tener la oportunidad de hacer algo por nosotros, de evolucionar a un
ser aún más avanzado, ya pasó. Seguiremos cambiando, obviamente, si es que no
nos matamos los unos a los otros antes de la naturaleza nos de ese último
impulso.
Porque aunque
la odiemos y le tengamos miedo, la naturaleza es la madre que no nos quiere
dejar, la que nos da vida y nos acoge cuando morimos. No llegaremos a ser nada
espectacular, tal vez solo una bolsa de carne que piensa. Pero tuvimos la
oportunidad. La desperdiciamos pero la tuvimos.