Mostrando las entradas con la etiqueta físico. Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas con la etiqueta físico. Mostrar todas las entradas

domingo, 5 de octubre de 2014

La realidad del placer

El sexo siempre había sido bueno. No tenía como no serlo. Eran personas que disfrutaban del placer y sabían muy bien sus gustos. Así que por ese lado, parecía que no iban a haber problemas.

Pero Andrés quería más. O menos, dependiendo del punto de vista. La relación con David era buena pero basada en un gusto puramente carnal. Siempre que uno, casi siempre David, deseaba pasarla bien llamaba al otro y quedaban en alguno de sus hogares. Y así había sido durante el último año.

Esta vez no era diferente. Andrés estaba desnudo, orinando en el baño del apartamento de David, cuando se dio cuenta lo aburrido que estaba de toda la situación. Era una rutina incesante y ya tenía suficiente con la rutina del trabajo como para tener otra basada en el placer. Placer que, dicho sea de paso, ya no era igual que antes. Sí, lo pasaba bien. No podía decir que no. Pero la emoción, el sentimiento real, no estaban, si es que lo estuvieron alguna vez.

Andrés se cambió con rapidez y salió del apartamento tan rápido como pudo. Solo llevaba su celular, una tarjeta de transporte y un par de billetes enrollados. Esa era otra cosa que le molestaba: siempre tenía que salir a hurtadillas como si fuera un ladrón o algo peor. Nunca se había quedado para ver a David más despierto, mucho menos compartir algo más con él que el sexo. Era como un acuerdo tácito y hoy no era el día para romperlo.

Salió del edificio rápidamente, apenas mirando al portero, y salió a la luz azul de la mañana de un sábado bastante frío, al menos a esas horas de la mañana. Tenía hambre y por eso, en vez de encaminarse a la parada de bus más próxima, se fue caminando hasta una panadería.

En el camino, tiritando del frío, pensó en su situación sentimental: era inexistente. No era posible seguir acostándose con un tipo nada más porque se veía bien y se entendían en la cama. De hecho, estaba seguro que David tenía más amigos de ese estilo y que Andrés para él solo era carne, por feo que suene.

Un fuerte olor a pan recién salido del horno interrumpió los pensamientos de Andrés apenas entró a la panadería. Tantos olores deliciosos hicieron que su panza empezara a reclamar, con vehemencia, algo de comer y sus pensamientos sobre su vida amorosa desaparecieron por el momento.

Había algunas mesas pero ninguna estaba ocupada. Miró los estantes y demás mostradores: todo se veía delicioso.

 - Tenemos galletas también, con mermelada.

De atrás del mostrador apareció un joven, algo menor que él. Andrés sonrió sin pensarlo.

  - Gracias.
  - Que le gustaría?

El chico tomó una bolsa y la abrió rápidamente.

 - No voy a llevar. Voy a comer aquí.

El joven sonrió. Andrés se sintió sonrojar.

  - Quiero dos galletas de mermelada, un croissant de jamón y queso y... Tienen de tomar?
  - Sí. Café con leche, chocolate, café negro,...
  - Chocolate.
  - Se lo llevo a la mesa.

Y antes de que Andrés se volteara, el chico le guiñó el ojo. Si no estaba rojo antes, ahora sí que lo debía de estar.

Se sentó en la mesa más cercana y sacó los billetes que tenía. No era mucho pero seguro era suficiente para lo que iba a comer. Y como tenía su tarjeta de transporte podría llegar a casa rápido para descansar y, seguramente, seguir pensando.

El chico le trajo dos platos: uno con las galletas y otro con el croissant.

  - Recién salidos del horno. Voy por el chocolate.

Andrés asintió, sin mirarlo. El croissant estaba caliente todavía y sabía delicioso. Lo consumió completo antes de que el chico volviera con el chocolate.

  - Hambre?

Andrés sonrió. Y le contó que no comía desde el almuerzo de el día anterior. Fue así que el chico se sentó frente a él y le contó que había veces que él no comía por varias horas, a pesar de estar rodeado por comida. Era una regla no comer nada de lo que hacían.

  - Es tu negocio?

El chico rió y le explicó que era un negocio familiar. Andrés se disculpó por robarle su tiempo pero el joven le dijo que ya había puesto todo en su lugar y que era demasiado temprano para que llegara alguien. No era un barrio muy movido.

  - Vive cerca?
  - No, estaba... en casa de un amigo.

Y entonces sintió la urgencia de decir la verdad. Mucha gente decía que, a veces, es mejor hablar con un completo desconocido y no con alguien que ya sabe como eres. Andrés le contó todo, omitiendo algunos detalles, pero explicando cual era su dilema.

El chico no dijo nada durante todo el discurso. Solo levantó la cejas, frunció el ceño y asintió. Al terminar Andrés, se quedaron en silencio por un rato, que él aprovechó para comer una de las galletas con su chocolate. Entonces, el chico le dio su opinión.

  - Debería estar solo con gente que lo aprecie por quien es, tanto lo mental como lo físico. Si alguien solo quiere una parte del todo es que no quiere saber de la otra parte y eso está mal, creo yo.

Y el joven panadero tenía razón. Ese era el verdadero punto de todo este asunto.

Andrés le agradeció por su opinión y terminó su segunda galleta y su chocolate. Se despidió, no sin antes pedirle al joven el número de la panadería ya que le había encantado su desayuno. El chico le dio un papel con los números y la dirección. Se despidieron sin mayor consecuencia.

Ya en su casa, Andrés se recostó en la cama y se dio cuenta que el primer paso era suyo. Le escribió a David, diciendo que no podía seguir así y pidiendo no contactarlo más. La respuesta de David llegó luego pero Andrés la borró sin leerla. No había razón para hacerlo.

Había entendido que debía valorarse para que otros los hicieran. Y someterse a hacer algo que no le brindaba nada, era negarse el lugar que en verdad merecía. El placer no era algo malo. Al contrario. Pero compartirlo con alguien que no lo apreciaba era una pérdida de tiempo y energía.

Antes de quedar dormido en su cama, con la ropa puesta, recordó el delicioso oler del pan recién horneado y como deseaba cambiar su vida, a partir de ese día.

lunes, 22 de septiembre de 2014

El Poder de la Mente

Pierdes la cuenta. No hay modo de recordar ni de ponerse a pensar en nada de lo que pasó. Ya no vale la pena. Después de que atentas contra ti mismo, la vida se pone un poco borrosa, un poca endeble y bastante distorsionada.

El dolor físico es apenas un síntoma y, dicho sea de paso, por mucho el menos importante. Incluso el olor a hierro es una tontería al lado de las punzadas que la mente inflige a su colaborador más cercano.

No tiene sentido, dicen muchos. Porque rebelarse contra uno mismo, porque herir al cuerpo que te mantiene en vida? Resulta que es solo una manifestación, una manera de escapar de la realidad que a veces oprime muy seguido, muy fuerte.

El dolor pasa, dejando sus rastros, evidentes o no. El dolor no es eterno y eso es algo que tendemos a olvidar bastante rápido. Nos quejamos y sufrimos porque muchos no hemos aprendido a dominar nuestros instintos más básicos, que muchas veces pretenden escaparse por entre los dedos. Pero, como con un caballo, hay que quebrantar lo salvaje, al menos tenerlo bajo control.

Es difícil, por supuesto que lo es. Somos seres de inmediatez y no eternos, por lo que para nosotros lo que no sucede en un fragmento ínfimo de tiempo cósmico, es una tortura que parece durar milenios Pero somos menos que eso, somos seres que deambulamos, apenas marcando nuestro camino, para luego desaparecer y nunca más ser vistos.

Vale la pena? Seguramente, aunque nunca se sabrá a ciencia cierta ya que no conocemos el vacío, la eternidad de la que tanto hablan unos, la nada de otros. Pero si se nos da un pequeño respiro de vida, hay que aprovecharla. Eso sí, a nuestros modos individuales.

Todos, y no hay nadie que escape a esto, venimos al mundo para enfrentar dificultades. De hecho, la vida está hecha de estos objetivos por cumplir, como si se tratase de un videojuego pero mas sicológico que puramente obvio.

Tenemos que saltar, tenemos que detenernos y a veces, sencillamente cambiar. Es verdad que la esencia humana dicta que solo el conjunto pero difícilmente el individúo puede cambiar y hablamos de los grandes cambios no del color del pelo o comer carne a no comerla. Esos grandes cambios se hacen a través de generaciones y no podemos darnos latigazos por no alcanzarlos.

El pasado no mejor ni peor pero debemos aprender de él. Antes el grupo era lo importante y no el individuo. Hoy vivimos obsesionados por una personalidad única que cada vez existe menos. Nos dicen que lo mejor es ser uno mismo y marcar la diferencia pero ya no somos nosotros mismos porque el mundo nos ha hecho a su imagen y es un mundo injusto e imperfectos. Por lo tanto, eso somos nosotros.

La individualidad termina cuando ella depende de las definiciones de individuo que el grupo dicta y hoy en día ese grupo es manejado por medios y reglas de convivencia que uno solo hizo para millones.

Y después nos preguntamos porque nos sentimos mal, porque nos deprimimos, porque nos suicidamos. Es fácil responder: porque no somos más que el reflejo de los demás, con solo rastros ínfimos de nuestro ser biológico que, en efecto, es único y, hasta ahora, irrepetible.

No nos propongamos cambiar el mundo. Mejor dediquémonos a cambiar nuestro mundo, nuestro vida y así cambiarán las cosas para todos. La ambición mueve personas pero la paciencia mueve mundos enteros.

La próxima vez que caigamos en ese hoyo negro, oscuro y terrible que solo busca de nosotros el desespero y la ansiedad, busquemos salir de él nosotros mismos, apoyándonos en nuestro entorno y no en el mundo del cual solo somos una pequeña partícula.

Cada vida es como una isla, alejada pero con la posibilidad de entrar en contacto con otras por varios canales de comunicación. Así mismo, recibimos olas tras olas de sentimientos, desafíos, conocimientos y golpes. Es verdad que algunos parecen vivir en islas azotadas por huracanes y otros en pacificas islas dulces pero siempre hay un bosque isla adentro y ese bosque guarda más de lo que vemos desde el mar.

Por eso hay que respirar. Recurrir al acto más natural de nuestro ser biológico y así tomar, una vez más, el control del cuerpo que se nos ha entregado para recorrer este mundo que de fácil y sencillo no tiene nada pero que tenemos como misión explorar para otros, después, puedan llevar vidas más atadas a sus verdaderas convicciones que a las obligaciones que creen tener.