Era tal el frío que cada noche tenía que
dormir con más ropa puesta que la que se ponía para salir. Era un poco molesto
tener que usar doble media, dos sacos y tener que apretar la bota de los
pantalones con las medias para evitar la entrada del aire frío. No llegaba al
extremo de usar gorro y guantes pero hubiese entendido completamente que
alguien recurriera a ellos para poder dormir mejor en semejante clima. Raúl,
por su lado, tenía que revisar todas las noches que su habitación estuviese
bien aislada del resto del apartamento. El viento lograba colarse por todos
lados y él sufría bastante con el viento frío que parecía querer conquistar el
mundo aquel invierno. No había como escapar de él.
Peor aún era salir a trabajar. Tenía que
soportar al tráfico encerrado en su automóvil, con una calefacción deficiente y
tratando o de no quedarse dormido o de no morir congelado. Un día el vehículo
no encendió más y tuvo que llamar a un especialista que se lo llevó por una
semana, durante la cual tuvo que ir todos los días al trabajo en bus, algo que
tenía su lado bueno ya que el calor de la gente hacía que el transporte público
fuese al menos llevadero mientras uno estaba subido en el transporte. La gente
temblaba por todos lados y todo el mundo estaba de acuerdo en que ese era el
invierno más duro desde hace muchos años. Aunque tal vez eso no fuese cierto,
sí se percibía de aquella manera y la gente solo esperaba que la primavera
llegara lo más pronto posible.
En el trabajo, donde
Raúl nunca se quitaba la chaqueta, cada vez atendía menos personas. Parecía que
la gran mayoría de los compradores estaban quedándose en casa, tratando de no
morir congelados. En ese momento tuvieron que agregarlo a todo el lío, ese
factor. La gente no iba y estaban sacrificándose yendo a trabajar en semejantes
clima para nada. Pero el jefe nunca dijo nada, nunca pensó en que podría
ayudarlos dándoles un día libre o al menos dejarlos salir más temprano para
evitar el tráfico de la tarde. No, no hacía nada por ellos. Se estaban
empezando a harta de la situación hasta que un día la ciudad amaneció cubierta
de blanco y todo tuvo que cancelarse pues nadie podía ir a ningún lado.
La verdad fue algo bastante curioso porque
todo el mundo tuvo que quedarse en casa y ver que hacía. Lo mejor era que la
gente podía pasar el día en la cama, sin hacer nada más que dormir o ver
televisión o alguna película. Los que lo pasaban mejor era los que tenían
pareja y tenían la fortuna de vivir juntos. Se abrazaban y listo, era mejor que
todo. En todo caso muchas personas, como Raúl, habían tenido la premonición de
comprar buena vestimenta y demás así que él iba a estar perfectamente. Ese día,
no salió de la cama y solo se dedicó a dormir lo que más pudiera y a conocer la
geografía de su cama, un concepto inventado que era muy apreciado por quienes
no podían dormir mucho.
La sorpresa fue que la nieve no se fue al día
siguiente y tuvieron que dar dos días más de paro para la gran mayoría de
oficinas. Solo aquellos que trabajasen en entidades públicas o bancos tenían
que ir a sus trabajos. Raúl, siendo vendedor de automóviles, no tenía que ir a
ningún lado así que sacó su cobija eléctrica y durmió unas doce horas seguidas,
hasta que le dio hambre. Mientras cocinaba, tiritando un poco, pudo ver por la
ventana que la situación no estaba mejorando. La tormenta de nieve parecía
arreciar y pensó que muchas personas tal vez tendrían que quedarse a dormir en
sus trabajos pues no era muy factible que todos pudiesen llegar hasta sus casas
en semejante situación.
Raúl no era de esos que las noticias pero esa
segunda noche en casa se vio obligado a verlas para informarse de lo que
pasaba. Al parecer, ya había muerte mucha gente por el frío, más que todo gente
mayor y bebés. Los hospitales estaban teniendo grandes problemas con la
calefacción y se decidió dejar un día libre más, aprovechando el fin de semana
para esperar a que todo mejorara. Al tercer día eso no parecía posible pues,
cuando Raúl se levantó de la cama a orinar, se dio cuenta que ahora había una
espesa neblina que no le dejaba ver mucho más allá de su ventana. Normalmente
tenía una bonita vista de la calle pero eso ahora había sido reemplazado por
una cortina blanca, muy espesa.
Decidió comer en la cama y ponerse una
camiseta más debajo de la ropa, pues podía jurar que la temperatura había
empezado a bajar aún más. Las noticias no decían si esto estaba pasando en otro
lado pero era previsible pensar que no solo allí estuviesen teniendo semejantes
problemas. Pero jamás supo a ciencia cierta pues se fue la luz por un día
entero durante esos días de paro por invierno. No había luz para la cobija
eléctrica y la calefacción dejó de funcionar también. Le tocó a Raúl hacer algo
así como un pequeño campamento en su cama, con comida incluida, para poder
soportar el frío tan severo. Era increíble que hubiesen llegado a tanto, pero
ahí estaba.
Tembló con fuerza durante todas las 24 horas y
pensó, aunque sin ningún tipo de confirmación, que estaba ya enfermo. Temblaba
a veces de manera muy violenta y sentía que sus pies eran dos hielos que
incluso se resbalaban en el piso como los de verdad. En un momento intentó
masajearlos para inducir algo de calor pero dejó de hacerlo porque solo se
estaba infringiendo dolor. Era una situación muy frustrante y sabía que él no
podía ser el único que se sentía tan mal. De hecho, era obvio que estaba peor
pues nunca habían tenido calefacción en casa. Peor aún estaba la pobre gente de
la calle, que debían estar desmayándose del hambre y el frío.
Al rato de prometerse a sí mismo que donaría dinero
o ropa o lo que fuera apenas terminara el invierno, la electricidad volvió y
con ella un visitante. Oír el timbre de la portería era algo poco común para
Raúl y aún más raro era el hecho que no tuviese la más mínima idea de quien se
trataba. Era un hombre que decía conocerlo del trabajo pero que no trabajaba
con él. Decidió que lo mejor era abrigarse bien y decirle que iba a bajar. Que
estuviera congelándose no era razón para dejar entrar a cualquier aparecido a
su casa y las cosas solo podrían empeorar si un desconocido se colaba así como
así y quien sabe que hacía con sus cosas o con él mismo. Se puso una chaqueta
gruesa y botas y bajó con las llaves, temblando ligeramente por las ráfagas de
viento.
Cuando llegó a la portería y abrió la puerta,
el tipo que estaba del otro lado se entró de golpe y le dijo que el frío afuera
era infernal y que si hubiese podido evitar salir en esa situación lo habría
hecho. El hombre se presentó, diciendo que su nombre era Antonio Páez y que
venía a su casa porque tenía algunas preguntas que hacerle. Raúl iba a decir
algo pero entonces el tipo sacó su billetera y le mostró su identificación.
Como había pensado, el decir que lo conocía era solo un truco. El tipo era
policía y tenía el descaro de venir en la mitad de una tormenta para hacer que
Raúl hablara de algo de lo que seguramente no entendía ni sabía nada. Si
hubiese sentido más calor, habría dicho algo.
Resultaba que, al parecer, alguien estaba
robando de la compañía y pensaban que yo tenía que saber algo, pues a veces
ayudado con la contabilidad, cuando había que hacer todos los impuestos. La
verdad era que Raúl no era que fuese bueno para todo eso peor la cosa era que
tenía un orden tan bien logrado, que cualquier tarea que la asignaran siempre
la hacía de manera que cualquiera la entendiera con facilidad tiempo después.
La entrevista con el policía tomó unos quince minutos, tras los cuales el tipo
parecía estar convencido de que Raúl no tenía ni idea de lo que él le estaba
hablando. Cuando se iba a ir, se dieron cuenta de que la puerta se había
congelado.
Probablemente la nieve se había acumulado y
había quedado sellada. Los dos hombres empujaron por varios minutos pero fue
imposible hacer que se abriera. Lo único que podía hacer Raúl era invitar al
tipo a su casa y hacer algo de café para pasar el momento. Como había regresado
la electricidad, pudo calentar el café pero el teléfono no servía ni la red
móvil así que no hubo como llamar a alguien que abriera la puerta. Al comienzo
Raúl no habló nada con Antonio pero al pasar de las horas se dieron cuenta que
nadie iba a venir a abrir la puerta. La tormenta estaba empeorando una vez más
y para las seis de la tarde supieron que Antonio iba a quedarse a pasar la
noche.
Raúl sacó cobijas de todos lados y una bolsa
de dormir que alguna vez había usado en un campamento. Antonio le agradeció e
hizo su cama junto a la de Raúl, ya que esa habitación era la más tibia y no
podía dejarlo en la sala donde el viento parecía asaltar desde cada lado. Así
fue que Raúl pasó la noche hablando y haciendo amistad con un policía, que con
el tiempo se convertiría en uno de sus mejores amigos.