Lo único que podía hacer era arquear la
espalda, girar la nuca para un lado y para el otro y tratar de encontrar una
nueva posición en la que dormir. Pero como todos sabemos, eso no es posible.
Muy pocas personas son tan adaptables y yo simplemente nunca he sido una de
esas personas. Intento acostarme boca arriba y lo único que hago es dejar los
ojos abiertos y mirar al techo, así la oscuridad sea completa. Si duermo de
lado, siento que estoy atrapando uno de mis brazos y siento como se va
durmiendo lentamente. Ya me ha pasado antes que me duermo encima de uno y a la
mañana siguiente me siento como una marioneta.
Lo mío, sin lugar a dudas, es dormir boca
abajo, con la cabeza girada, ocho veces sobre diez, hacia la derecha. No tengo
ni idea de porqué es la única manera en que me quede dormido. Puede que cuando
era un bebé tomé esa costumbre y ahora no la dejo por nada del mundo. No lo sé
y la verdad puede llegar a ser bastante molesto.
Comprar un nuevo colchón no era una opción
pues la casa no era mía y simplemente no iba a gastar un dinero en algo tan
personal para que después alguien lo usara más que yo. Nunca me ha gustado
hacer caridades y menos aún cuando no tengo el poder adquisitivo, o mejor dicho
el dinero, para hacer semejantes contribuciones. Así que simplemente trataba de
encontrar mi mejor ángulo para dormir y listo.
Una vez, recuerdo, estaba haciendo mis
ejercicios de cuello y espalda en un tren, uno que iba considerablemente vacío,
y varias personas se me quedaron mirando, como si jamás hubiesen visto a
alguien con cuello. Eran tantas miradas y de manera tan penetrante que agradecí
llegar a mi parada para no tener que sentir todos esos ojos encima mío. Se
sintió extraño y ese día solo caminé a paso veloz a mi casa para hacer allí los
ejercicios y hacer que mi espalda crujiera y aliviara mi dolor.
Averiguando por ahí, encontré una masajista
que decía ser la mejor en males relacionados con el sueño, así que concertamos
una cita y fui a su consultorio. El resultado fue bastante pobre y estoy seguro
que cualquier persona que yo conocía hubiese tenido más fuerza en las manos que
esa pobre mujer. Lo único que me causó al final de la sesión fue dolor y no
solo físico sino en la billetera al cobrarme un precio exorbitante por haberme
hecho sentir más dolor. Por supuesto, jamás volvería a un masajista ya que soy
de las personas que juzgan a un grupo por lo que hace uno de ellos.
La acupuntura ayudó y resultó ser más
relajante pero la verdad era que requería más fuerza, más insistencia, y
resultados más rápidos. No podía estar yendo a cada rato para citas a ver que
podíamos ir trabajando. Así que la opción era buena pero no lo suficiente.
Cualquier amistad que viniese a mi casa tenía
que soportar la extraña pregunta: “Te parece muy raro si te pido que te sientes
en mi espalda?”. A muchos sí que les parecía raro y descartaban la pregunta
como si fuera una de esas moscas gordas que entran en las habitaciones
únicamente a molestar. Otros, los mejores amigos sin duda, aceptaban así no
estuvieran muy seguros de que tenían que hacen o como tenían que hacerlo. Pero
al fin y al cabo que no era ciencia nuclear sino sentarse en mi espalda.
Es magnifico lo útil que era a veces. Sentir
el peso de alguien sobre ti, es obviamente intimidante y da mucho miedo por la
parte de quedarse sin aire, pero también es algo liberador. Es como si los
males que te aquejan adquirieran una forma física que puedes quitarte de encima
cuando quieras y que puedes sentir más fácilmente. Y lo normal es que sea más
fácil para nosotros manejar lo que vemos y conocemos que lo que no tenemos ni
idea cómo es.
Pero al cabo de un tiempo tuve que dejar de
hacerlo pues ya no tenía ningún efecto. Una amiga me aconsejó entonces que
fuese a un doctor. Me sugirió que tal vez mi dolor de espalda provenía de una
falta de vitaminas y minerales esenciales y que de pronto tomando algún tipo de
medicamente podría mejorar estado de salud.
Odio ir al médico pero a esas alturas estaba
dispuesto a intentar lo que fuera. El doctor era uno que había encontrado casi
al azar. El caso era que hiciese los exámenes pertinentes y encontrara una
manera de quitarme la incomodidad de encima. Hablaba con esa voz y esa
paciencia que bordea en lo molesto, esa que tienen muchos doctores como si con
solo la voz ya estuvieran salvando al planeta de su destrucción. Me revisó
superficialmente y al final me pidió una muestra de sangre.
Los resultados se demoraron una semana en
estar listos y estaba seguro que era
tiempo suficiente puesto que la cantidad de sangre que me habían sacado era
suficiente para una buena cantidad de pruebas. Esperé en una sala de varias
sillas y donde todo el mundo se veía como si estuviese a cinco segundos de su
muerte. Siempre he pensado que los hospitales y centros de salud son
deprimentes, pero esta gente de verdad que no se estaba ayudando. Era tan
horrible estar ahí, que tuve que ponerme de pie y esperar admirando falsamente
un afiche sobre enfermedades venéreas.
Cuando por fin me hicieron pasar, seguí
rápidamente al consultorio y me resultó especialmente curioso que el doctor no
estuviese solo sino que estuviese acompañado de quién parecía otro doctor. Me
iban a coger de conejillo de Indias o mi doctor era de esos que creo que
cualquier momento es bueno para socializar, así haya elegido la carrera que más
restringe cualquier construcción social en el mundo?
Al rato me respondió que ese señor era un
especialista del sueño que trabajaba cerca y que estaba interesado en mi caso.
Por un segundo me dio risa pero después decidí mejor no reírme y únicamente
sentarme al lado del doctor que no conocía.
La verdad fue que sentí
como si hubiese viajado en el tiempo a la época en que iba a clase y no
entendía ni jota de lo que me decían. Esto porque cuando los doctores hablaron,
quedó en ceros completamente. Sé que me decían cifras y hablaban de algunas
vitaminas pero también de compuestos que yo ni conocía pero también decían
nombres raro y asentían entre sí como si fuera lo más obvio del mundo pero yo,
con el pasar de cada segundo, entendía cada vez menos.
No soy bueno en momentos así, cuando me siento
con mayores desventajas que otros. Y la verdad es que con el tiempo he
aprendido a no ser un idiota y a poner mi pie en el suelo y exigir que mi
presencia sea reconocida. Así que lo que hice fue ponerme de pie de golpe y
salir del consultorio. Fue tal cual, sin decir nada ni despedidas ni ninguna
floritura social de esas que a la gente le fascina. Solo me fui.
Al no ser una película, obviamente nadie salió
corriendo detrás de mí. Además la cita estaba pagada por mi seguro entonces
podía hacer un poco lo que se me diera la gana. En cuanto al tiempo del doctor
ese, la verdad me da igual. Como gasta uno su tiempo es problema exclusivamente
propio, así que cuando caminé esa fría mañana hacia un café y me senté a
desayunar, no tenía la menor culpa.
Sin embargo, el problema persistía. Como suele
pasar, el cuerpo recuerda cosas de un momento a otro y de la manera más cruel:
apenas me senté sentí como si la espalda se me fuese a romper ahí mismo. El
dolor fue máximo y quise gritar pero no dije nada pues nunca me ha gustado llamar
la atención. Entonces llegó el mesero y le pedí lo que quería. Se me quedó
mirando raro pero se fue al instante.
Cuando se movió de mi campo de visión, me di
cuenta de algo que no había intentado en estos días para remediar mi dolor. Era
una respuesta tan obvia, que me reprendí por no ser tan ágil como para haberlo
pensado antes. Cogí el celular y empecé a escribir para arreglar todos los
detalles. Como sabía, todo fue a mi favor y de la mejor manera posible. Cuando
el mesero volvió con mi pedido, lo recibí con una sonrisa y un guiño. Puede que
lo que iba a hacer no funcionara pero el ejercicio no me vendría mal después de
todo.