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viernes, 16 de noviembre de 2018

Mi nombre…


Mi nombre… Mi nombre no es importante. Es el mismo que tienen muchos otros millones. La verdad no sé si sean millones o cuantos millones sean exactamente, pero es un nombre bastante común y corriente así que confío en que seamos millones. El punto es que no tiene ninguna importancia. Podría llamarme de mil otras maneras y daría exactamente lo mismo. A lo que voy es que, como la mayoría de gente en este mundo, vivo en el anonimato. Nadie de verdad sabe quién soy. Creen que sí pero no.

 Es algo complejo de pensar. Saber y entender que tu existencia solo es relevante para un puñado de personas en el mundo y que todos ignoramos la existencia de tantos otros. Si estuviésemos de verdad conscientes de ello, creo que no podríamos pensar de manera adecuada, la vida sería una carga todavía más pesada y las posibilidades que tendríamos en la vida fluctuarían de manera precipitada. Al fin y al cabo, es bueno ser anónimos pero también tiene su aspecto complicado.

 Lo bueno es fácil de resumir: podemos hacer varias cosas sin que miles o millones de otras personas se enteren. Claro que esto no abarca lo ilegal, pero todo lo demás casi siempre queda en lo que llamamos “la vida privada”. Hoy en día esa vida privada puede tener varios aspectos públicos, como pequeñas ventanas que se les abre a la gente para que vean por un momento algo de lo que somos por dentro o al menos de lo que pensamos de vez en cuando. No lo hacen todos, por supuesto, pero es algo que existe.

 Lo malo de ser anónimo es que, en un mundo que se siente cada vez más grande, se nos hace más difícil interactuar los unos con los otros. Cada vez es más complicado tener una relación de pareja significativa o, para no ir tan lejos, tener una amistad verdadera que se base en algo más que en coincidencias geográficas. El anonimato nos quita la posibilidad de expandir más nuestra mente y también nuestro cuerpo, no impide abarcar más con nuestros limitados cuerpos y mentes humanas.

 Y sin embargo, así hemos vivido toda la vida, entre una cosa y la otra. Nos gusta tener secretos pero casi todos estaremos de acuerdo en que, la parte más divertida de un secreto, es revelarlo. Claro que siempre es preferible cuando el secreto revelado es nuestro, así no hay nadie que se enoje por nada. Pero rebelar la vida de los demás también tiene un interés algo prohibido que lo hace aún más interesante de lo que probablemente sea. Los secretos son cosas que casi nunca tienen gran importancia pero que la adquieren precisamente porque decidimos que es información clasificada.

 Por eso es que cosas como nuestros nombres o nuestros datos personales, tienen solo significado para efectos oficiales. Solo al gobierno le importa tener en cuenta todo eso. Pero a la gente le da un poco lo mismo. Solo los idiotas creen que por tener alguien un nombre pueden clasificar a una persona en una categoría determinada. Y peor aún es cuando las personas con ciertos nombres deciden hacer caso de esto y se comportan como las mejores ovejas en existencia. Es patético e inútil.

 Pero así es la humanidad. No podemos mentirnos y decir que todos tenemos el mismo valor y que todos tenemos el mismo potencial. Cualquier persona que piense de verdad sabe que eso no es cierto. Hay diferentes habilidades que diferentes tipos de personas poseen, eso es cierto. Pero eso no quiere decir, ni de cerca, que todos tengamos las mismas capacidades o qué, mejor dicho, todos en verdad podamos llegar a cumplir lo sueños que tenemos o a hacer realidad las esperanzas que tenemos para un futuro.

 Todos somos diferentes, en muchos niveles, y eso es en parte lo interesante de ser un humano. Esas cosas que nos apartan los unos a los otros, las que usan para clasificarnos como si fuéramos fruta en una fábrica, son detalles que nos definen y nos hacen, a cada uno de nosotros, una persona completamente distinta y válida precisamente por esas diferencias. Pero eso tampoco hace que todos seamos iguales. Somos únicamente iguales en que somos tan diferentes en nuestro intelecto, si es que eso tiene sentido.

 En cuanto a lo físico, es obvio que todos somos básicamente la misma cosa. Las mujeres, por lo general, tienen vagina y senos y los hombres, también por lo general, tienen pene y testículos externos. Esa es una verdad biológica pero todos sabemos, ahora más que nunca, que pueden existir excepciones y todo porque tenemos hoy en día la capacidad de modificarnos a nosotros mismos para estar más cerca de quienes somos en realidad. Corregimos lo poco que la naturaleza no hace bien a la primera.

 Y eso no debería hacer enojar a nadie ni debería causar debates interminables sobre cosas que casi nadie entiende nada, excepto aquellos involucrados. Solo deberíamos  darnos cuenta que no somos el paquete en el que vienen las cosas sino que somos las cosas que están adentro del paquete. Esas cosas son diferentes en cada uno, son únicas si se quiere pensar de esa manera. Y es en eso que deberíamos concentrarnos cada vez que nos enojamos con el mundo o con sus dioses, cuando queramos darnos esperanzas que no sean falsas sino que tengan un sustento en la realidad de la vida.

 Disculpen, a veces tiendo a irme por la tangente pero saben muy bien lo que quiero decir con este tema de la igualdad y de las diferencias. Hay temas que simplemente ya deberíamos estar muy viejos, como civilización, para seguir discutiendo. Nos estancamos en idioteces y no exploramos más allá, nos da miedo seguir a hacia lo más profundo de nosotros mismos porque sabemos que allá abajo no todo es esperanza y felicidad, no hay corazones y lindas sonrisas y cuerpos esculturales. Nada de eso.

 Allá abajo está otra parte de nosotros, aquella que ha sido moldeada por siglos de ser ignorada y por el hecho de no querer verla. Creo que así es como nacen los asesinos. Eso que hay en su profundidad se pudre porque nadie quiere reconocerlo. Y cuando algo tan hondo en tu ser empieza a dañarse, simplemente no hay vuelta atrás y se manifiesta en maneras que pueden causar grandes daños y perjuicios. De cierta manera, la sociedad misma ha creado a quienes la destruyen de vez en cuando.

 Si nos atreviéramos a ver en lo más profundo de nuestro ser, si cerrar los ojos ni voltear la cara, podríamos encontrar partes que siempre hemos considerado perdidas o inexistentes. Podríamos ser más hábiles para curarnos a nosotros mismos de aquellas aflicciones que con mucha frecuencia afectan nuestros sentimientos y nuestra manera de ver el mundo. Si fuésemos valientes, podríamos de verdad ayudar a las personas que lo necesitan, en vez de juzgarlos y creernos héroes sin serlo.

 La humanidad necesita dejar de lado su falsedad, esa cantidad de muros y fachadas que han construido a su alrededor para mantener todo como siempre ha sido. Nos cuesta entender que el punto mismo de la evolución es el de nunca quedarnos en el mismo sitio por mucho tiempo. Como seres humanos, estamos obligados a seguir adelante, a emprender nuevos desafíos y a constantemente explorarnos a nosotros mismos y no solo a lo que nos rodea. La evolución vienen desde adentro, no al revés.

 Hoy en día, estamos estancados en un mundo en el que muchos se niegan a dar un paso más hacia delante. Se han vuelto perezosos y cobardes, prefieren tener lo que tienen ahora, amarrarse a lo que conocen en vez de lanzarse a lo desconocido y descubrir miles de millones de nuevas cosas.

 Si seguimos igual, nuestra humanidad empezará a infectarse cómo esos sentimientos que no vemos en lo profundo. Y en un momento no habrá vuelta atrás para ninguno de nosotros. Será el fin de nuestra especie, habiendo sido incapaz de entender que debemos cambiar para avanzar cada vez más.

miércoles, 25 de febrero de 2015

Somos capaces

   De que depende que no nos volvamos locos, que no perdamos la cordura en cualquier momento, incluso llevándonos a ser violentos e irresponsables, más allá de todo control? Es casi imposible en este mundo de hoy estar calmado todo el tiempo así como estar feliz cada segundo de existencia de este planeta. Simplemente no se sostiene algo así, se cae por su propio peso.

 Aunque, eso sí, me olvido de esa gente, pobre y tonta gente, que lo único que hace es ignorar la verdad, la realidad de las cosas, a menos que le pueda sacar provecho de alguna manera. Es una sociedad donde el sentido de comunidad se ha pervertido para solo querer decir complacer las estupidez de algunos y donde el sentido de individuo significa ahora alguien quién es único e incomparable, casi un dios solo por haber nacido ligeramente diferente a otro, que también es casi un dios.

 Hoy en día todos piensan que son especiales, que son hermosos y criaturas únicas y lo usan para creerse mejor que los demás, porque algunos siempre serán más especiales que otros. Para muchos, la vida es una constante competencia en la que no hay nunca un verdadero ganador ya que incluso si alguien muere no se le considera muerto sino “perdido”, como si existiese la mínima posibilidad de que dicha persona vuelva a la vida, como por arte de magia.

 Esa misma magia es la que no existe, o al menos no de la forma que quisiéramos. Somos seres especiales, claro. Pero eso no quiere decir que seamos únicos e incomparables. Lo que quiere decir es que tenemos una gran capacidad de reflexión, de creación y de descubrimiento. Tenemos las herramientas a la mano y podemos usarlas cuando mejor nos parezca pero simplemente no lo hacemos. Y no es porque no sepamos usarlas, porque también podemos dar ese paso. Es porque no queremos.

 Preferimos caminar por la vida comparándonos a los demás, librando batallas que son infinitas, que nunca van a terminar en nada porque no sirven de nada. Es por eso que el culto a la belleza es el fracaso más grande de la humanidad. Atención! No se trata de la belleza como fuente de inspiración artística, porque esa belleza va más allá de nosotros y no podemos sin contemplarla y amarla porque sabemos que está lejos.

 La belleza destructiva es la que ha sido prefabricada desde la revolución industrial, buscando crear un modelo, un ideal. No hay nada más detestable que la búsqueda de la perfección, ya que la perfección, y cualquier persona con ojos lo sabe, solo se puede encontrar en la naturaleza y no se puede replicar. Nosotros, como seres de la naturaleza, somos perfectos, pero no en la definición restringida que tienen hoy tantos de la belleza.

 El ser humano es perfecto en cuanto a que está bien construido, es una máquina biológica de gran calidad y, aunque podría ser mejorada, ni las más brillantes mentes podrían haber resuelto los varios problemas que la naturaleza fue resolviendo a través del tiempo, desde que se vislumbró la primera luz.

 Así que para que desgastarnos? Para que seguirnos mintiendo, tratando de ser “mejores”, cuando lo único que hacemos es causar más daño que nada. Sí, es posible que alguien alcance la belleza superficial. Pero eso no garantiza ningún tipo de felicidad y mucho menos una duradera. Además, causa daños en quienes nos rodean porque empiezan a haber afectaciones de la autoestima de otros. Vale la pena ser artificialmente atractivo cuando nadie es feliz con ello?

 Pero esa es solo una de tantas manera de perder la razón, sobre todo habiendo tantas cosas alrededor nuestro. Cosas que nos hacen sentir bien y otras que nos hacen sentir como si estuviéramos perdidos todo el tiempo.  Esta es la época de la humanidad, sin duda, en la que la gente se ha sentido más pérdida, menos en contacto con nada, más insegura e incapaz de crear nada que dure, ni que valga la pena.

 Algunos dirán que eso no es cierto y la verdad es que, por ahora, no hay como probar nada. Pero el tiempo dirá y él no perdona a nadie porque pasa sin tomar en cuenta nada. A veces ese mismo paso del tiempo es el que amenaza con hacernos saltar, con hacernos cometer actor fuera de control y de nuestros cabales.

 No es que tenga algo de malo dejarse ir. Todo el mundo lo hace alguna vez pero tomarlo como una costumbre, ser incapaz de controlar lo que se siente, es una de las debilidades humanas que más destrucción causan por todos lados. La gente cree que sentir es algo que pasa y ya, hay que experimentar y luego se verá que se hace. Pero así no es. Resulta que cuando se siente se puede responder ante ello.

 Debería negarme a sentir o dejarme llevar por ello? Debería tener ese sentimiento una consecuencia inmediata? Debería buscar la causa, lo que me hizo sentir lo que sentí? No hay respuestas absolutas, por supuesto. Pero lo que es cierto es que jamás se nos enseña a apreciar los sentimientos, tomarlos como nuestros y no como cosas que pasan sobre las que solo podemos sentarnos a esperar.

 No, me niego a sentir y no hacer nada. Me niego a sentir y quedarme ahí, paralizado por el miedo, el dolor o el apabullante amor que se puede llegar a sentir. Acciones simples, pensadas y consecuentes como un abrazo, un beso, un puño, una cachetada, un grito o incluso el llanto. Todas ellas son buenas porque significan que entendemos, que tenemos la capacidad de responder. Eso sí, para quienes son más fuertes, está la posibilidad de negar un sentimiento.  Nada más hay que mirar a quienes tienen temple de acero.

 Son aquellos que no lloran sino cuando deben, son los que no se doblegan ante las adversidades. Eso sí, hay veces que esa negación puede significar estupidez y es una línea muy delgada, casi invisible pero existe. El que recibe el sentimiento lo niega es alguien con coraje, con los reconocidos cojones. Pero si solo se niega a sentir o ignora lo que pasa, ese es un idiota y no merece ser reconocido como un valiente sino como un cobarde.

 Es difícil. La vida en sí lo es porque si fuera sencilla todos moriríamos del aburrimiento antes de llegar a hacer nada. Pero esa dificultad es la que a veces debemos disfrutar y, si lo hacemos bien, podemos incluso desafiarla. Ya no que ella nos controle a nosotros a su gusto sino que nosotros seamos los que dictan la pauta, los que dicen como se deben hacer las cosas y cuando. Ese control, ese poder, se puede conseguir pero requiere voluntad.

 Voluntad y coraje que no todos tenemos y es por eso que hay un estigma social contra la gente que es capaz de controlar su entorno. La mayoría de la sociedad se siente intimidada. Tonta e ignorante, hablan de quien controla todo como si fuese un brujo maldito, que lo único que hace es tratar de controlar la naturaleza y lo hace ignorando la inherente inutilidad del hombre. Inutilidad que solo existe en la mente de los que se dejan, porque afuera de nuestros cuerpos es verdad que todo es posible.

 Bueno, con ciertas condiciones, pero todo sí es posible. Puede que se requiera habilidad, tiempo y paciencia pero todo se puede lograr. La humanidad fue capaz, gracias a unos pocos, de tomar el control sobre algunos procesos naturales y los puso a su disposición. Así fue como se domesticaron animales y se logró la creación de asentamientos, aprovechando los ciclos de las cosechas.

 Somos capaces, todos. Pero es evidente que solo algunos lograran ese estado más allá de la comprensión de muchos, donde el control de la materia es inútil al lado del control de lo subyacente a nuestra humanidad. Toda mente brillante no es una mente poderosa, esa es otra cosa. Pero toda mente brillante, es capaz de hacernos caminar a través del oscuro umbral de la ignorancia. Solo tenemos que aceptar caminar. Nada más.


 Con tan solo quitarnos ese peso de la ignorancia, ese lastre imperdonable que no nos deja movernos a ningún lado, seremos capaces de movernos con más agilidad y darnos cuenta de todo lo que ofrece el mundo y no solo de lo que nos ofrecemos entre nosotros: superficialidades que, aunque confortantes, son innecesarias. Cuando nos quitamos la ignorancia de encima, somos capaces de entendernos mejor a nosotros mismos y, por lo tanto, a cualquier otro. Al fin y al cabo, todos somos producto de una naturaleza amable y persistente.