Mi nombre… Mi
nombre no es importante. Es el mismo que tienen muchos otros millones. La
verdad no sé si sean millones o cuantos millones sean exactamente, pero es un
nombre bastante común y corriente así que confío en que seamos millones. El
punto es que no tiene ninguna importancia. Podría llamarme de mil otras maneras
y daría exactamente lo mismo. A lo que voy es que, como la mayoría de gente en
este mundo, vivo en el anonimato. Nadie de verdad sabe quién soy. Creen que sí
pero no.
Es algo complejo de pensar. Saber y entender
que tu existencia solo es relevante para un puñado de personas en el mundo y
que todos ignoramos la existencia de tantos otros. Si estuviésemos de verdad
conscientes de ello, creo que no podríamos pensar de manera adecuada, la vida sería
una carga todavía más pesada y las posibilidades que tendríamos en la vida
fluctuarían de manera precipitada. Al fin y al cabo, es bueno ser anónimos pero
también tiene su aspecto complicado.
Lo bueno es fácil de resumir: podemos hacer
varias cosas sin que miles o millones de otras personas se enteren. Claro que
esto no abarca lo ilegal, pero todo lo demás casi siempre queda en lo que
llamamos “la vida privada”. Hoy en día esa vida privada puede tener varios
aspectos públicos, como pequeñas ventanas que se les abre a la gente para que
vean por un momento algo de lo que somos por dentro o al menos de lo que
pensamos de vez en cuando. No lo hacen todos, por supuesto, pero es algo que
existe.
Lo malo de ser anónimo es que, en un mundo que
se siente cada vez más grande, se nos hace más difícil interactuar los unos con
los otros. Cada vez es más complicado tener una relación de pareja
significativa o, para no ir tan lejos, tener una amistad verdadera que se base
en algo más que en coincidencias geográficas. El anonimato nos quita la
posibilidad de expandir más nuestra mente y también nuestro cuerpo, no impide
abarcar más con nuestros limitados cuerpos y mentes humanas.
Y sin embargo, así hemos vivido toda la vida,
entre una cosa y la otra. Nos gusta tener secretos pero casi todos estaremos de
acuerdo en que, la parte más divertida de un secreto, es revelarlo. Claro que
siempre es preferible cuando el secreto revelado es nuestro, así no hay nadie
que se enoje por nada. Pero rebelar la vida de los demás también tiene un
interés algo prohibido que lo hace aún más interesante de lo que probablemente
sea. Los secretos son cosas que casi nunca tienen gran importancia pero que la
adquieren precisamente porque decidimos que es información clasificada.
Por eso es que cosas como nuestros nombres o
nuestros datos personales, tienen solo significado para efectos oficiales. Solo
al gobierno le importa tener en cuenta todo eso. Pero a la gente le da un poco
lo mismo. Solo los idiotas creen que por tener alguien un nombre pueden
clasificar a una persona en una categoría determinada. Y peor aún es cuando las
personas con ciertos nombres deciden hacer caso de esto y se comportan como las
mejores ovejas en existencia. Es patético e inútil.
Pero así es la humanidad. No podemos mentirnos
y decir que todos tenemos el mismo valor y que todos tenemos el mismo
potencial. Cualquier persona que piense de verdad sabe que eso no es cierto.
Hay diferentes habilidades que diferentes tipos de personas poseen, eso es
cierto. Pero eso no quiere decir, ni de cerca, que todos tengamos las mismas
capacidades o qué, mejor dicho, todos en verdad podamos llegar a cumplir lo
sueños que tenemos o a hacer realidad las esperanzas que tenemos para un
futuro.
Todos somos diferentes, en muchos niveles, y
eso es en parte lo interesante de ser un humano. Esas cosas que nos apartan los
unos a los otros, las que usan para clasificarnos como si fuéramos fruta en una
fábrica, son detalles que nos definen y nos hacen, a cada uno de nosotros, una
persona completamente distinta y válida precisamente por esas diferencias. Pero
eso tampoco hace que todos seamos iguales. Somos únicamente iguales en que
somos tan diferentes en nuestro intelecto, si es que eso tiene sentido.
En cuanto a lo físico, es obvio que todos
somos básicamente la misma cosa. Las mujeres, por lo general, tienen vagina y
senos y los hombres, también por lo general, tienen pene y testículos externos.
Esa es una verdad biológica pero todos sabemos, ahora más que nunca, que pueden
existir excepciones y todo porque tenemos hoy en día la capacidad de
modificarnos a nosotros mismos para estar más cerca de quienes somos en
realidad. Corregimos lo poco que la naturaleza no hace bien a la primera.
Y eso no debería hacer enojar a nadie ni
debería causar debates interminables sobre cosas que casi nadie entiende nada,
excepto aquellos involucrados. Solo deberíamos
darnos cuenta que no somos el paquete en el que vienen las cosas sino
que somos las cosas que están adentro del paquete. Esas cosas son diferentes en
cada uno, son únicas si se quiere pensar de esa manera. Y es en eso que
deberíamos concentrarnos cada vez que nos enojamos con el mundo o con sus
dioses, cuando queramos darnos esperanzas que no sean falsas sino que tengan un
sustento en la realidad de la vida.
Disculpen, a veces tiendo a irme por la
tangente pero saben muy bien lo que quiero decir con este tema de la igualdad y
de las diferencias. Hay temas que simplemente ya deberíamos estar muy viejos,
como civilización, para seguir discutiendo. Nos estancamos en idioteces y no
exploramos más allá, nos da miedo seguir a hacia lo más profundo de nosotros
mismos porque sabemos que allá abajo no todo es esperanza y felicidad, no hay
corazones y lindas sonrisas y cuerpos esculturales. Nada de eso.
Allá abajo está otra parte de nosotros,
aquella que ha sido moldeada por siglos de ser ignorada y por el hecho de no
querer verla. Creo que así es como nacen los asesinos. Eso que hay en su
profundidad se pudre porque nadie quiere reconocerlo. Y cuando algo tan hondo
en tu ser empieza a dañarse, simplemente no hay vuelta atrás y se manifiesta en
maneras que pueden causar grandes daños y perjuicios. De cierta manera, la
sociedad misma ha creado a quienes la destruyen de vez en cuando.
Si nos atreviéramos a ver en lo más profundo
de nuestro ser, si cerrar los ojos ni voltear la cara, podríamos encontrar
partes que siempre hemos considerado perdidas o inexistentes. Podríamos ser más
hábiles para curarnos a nosotros mismos de aquellas aflicciones que con mucha
frecuencia afectan nuestros sentimientos y nuestra manera de ver el mundo. Si fuésemos
valientes, podríamos de verdad ayudar a las personas que lo necesitan, en vez
de juzgarlos y creernos héroes sin serlo.
La humanidad necesita dejar de lado su
falsedad, esa cantidad de muros y fachadas que han construido a su alrededor
para mantener todo como siempre ha sido. Nos cuesta entender que el punto mismo
de la evolución es el de nunca quedarnos en el mismo sitio por mucho tiempo.
Como seres humanos, estamos obligados a seguir adelante, a emprender nuevos
desafíos y a constantemente explorarnos a nosotros mismos y no solo a lo que
nos rodea. La evolución vienen desde adentro, no al revés.
Hoy en día, estamos estancados en un mundo en
el que muchos se niegan a dar un paso más hacia delante. Se han vuelto perezosos
y cobardes, prefieren tener lo que tienen ahora, amarrarse a lo que conocen en
vez de lanzarse a lo desconocido y descubrir miles de millones de nuevas cosas.
Si seguimos igual, nuestra humanidad empezará
a infectarse cómo esos sentimientos que no vemos en lo profundo. Y en un
momento no habrá vuelta atrás para ninguno de nosotros. Será el fin de nuestra
especie, habiendo sido incapaz de entender que debemos cambiar para avanzar
cada vez más.