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lunes, 9 de octubre de 2017

Miradas y susurros

   El lunes en la mañana, como todas las otras mañanas, Juan llegó a la pastelería y fue el primero en abrir la puerta. Era siempre el primero en llegar y el último en salir. Así había sido desde que su tía Magnolia le había conseguido el trabajo de cajero con una de sus amigas, quién era la dueña del negocio. A ella casi nunca la veía, solo a Paloma, quién era la hija de la propietaria. Era solo unos años mayor que él pero parecía como si hubiese vivido tres vidas más, una joven muy vieja.

 Prendió las luces y puso el seguro a la puerta. Primero tenía prender los hornos y luego limpiar y ordenar todo el lugar. No era un sitio demasiado grande pero era bastante trabajo para una sola persona. Él mismo había insistido en que podía hacerlo todo por sí mismo, sin ayuda de nadie. Paloma le había tomado la palabra, pues eso significaba ahorrarse un sueldo, así le pagaran un poco más a Juan. Apenas se agachó para limpiar los pisos, tuvo un espasmo en la abdomen que lo dejó quieto un momento.

 Después fue un dolor bajo el cinturón, que le recordó que no debía estar haciendo semejantes esfuerzos. Pero la verdad era que necesitaba el dinero. Así que intentó hacer todo lo que pudiese antes de que llegaran los demás. Tenía una hora entera antes de que los pasteleros llegaran. Para entonces ya debía estar en la caja, atendiendo a los primeros clientes que llegaban a pedir algo para comer como desayuno. Venían personas de todo tipo, pero más que todo oficinistas apurados.

 Los dolores de cuerpo le impidieron alcanzar la velocidad acostumbrada. Para cuando llegaron los otros trabajadores, todavía no había limpiado las mesas ni debajo de los muebles de la cocina. No se iban a dar cuenta y podía hacerlo al día siguiente en vez de causarse un daño mayor. Barrió y limpió mesas hasta que llegó el primer cliente. Eso le recordó que tenía que guardar todo lo de limpieza y correr a ponerse el delantal. La primera oficinista del día tenía cara de pocos amigos.

 Los demás no fueron muy diferentes. Tenía que ser hábil para ir tomando el pedido y al mismo tiempo ponerlo todo en bolsitas o en platos. Además debía de servir las bebidas y justo entonces se dio cuenta de que la cantidad de leche era mucho menor de la apropiada. En un momento marcó a la tienda más cercana y pidió la leche vegetal de siempre. Salía más caro así pero lo pagaría de su sueldo, no había nada que hacer. Se lo haría saber a Paloma, esperando que ojalá le repusiera el dinero. No era algo muy probable pero podía pasar si la cogía de buen humor.

 Cuando llegó la leche, dejó de atender una fila de cinco personas para poder recibir el pedido. Fue cuando se le cayeron los billetes al suelo y se puso de pie que se dio cuenta de que todas las personas lo miraban de una forma un poco extraña. Como si esperaran que pasara algo fuera de lo normal. Él se irguió y pagó al señor de la tienda, quien también lo miraba con curiosidad. Sabía porqué lo hacían pero hubiese deseado que las cosas no fueran de esa manera, que la ciudad no fuese tan pequeña.

 Trató de ignorar las miradas y los susurros, los ojos que lo juzgaban por todas partes. Solo quería trabajar y seguir su vida de largo, como siempre. Pero estaba claro que las personas en general no querían que las cosas fuesen de esa manera. Fue incomodo pasar toda la mañana evitando mirar a la cara a las personas. Por eso, cuando Paloma llegó, ella lo regañó de manera que todo el local quedó en silencio y la atención que había sobre él se triplicó en cuestión de segundos.

 De la nada, surgieron dos gruesas lágrimas de sus ojos. Rodaron por sus mejillas quemadas por el frío de la mañana y cayeron sobre su oscuro delantal. No estaba llorando como tal. Era más como si las lágrimas hubiesen salido de la nada de su cuerpo, por voluntad propia. No se limpió sino que le respondió a Paloma con una disculpa y le dijo lo de la leche. Los clientes seguían mirando, como esperando la respuesta de la hija de la dueña. Como ella no hizo referencia a las lágrimas, cada uno siguió en lo suyo.

 Juan solo se limpió la cara cuando tuvo un momento para almorzar. Traía un pequeño contenedor con un almuerzo preparado por su madre. Ella lo había hecho tal cual estaba todo en la guía del hospital. Tenía que seguir una dieta bastante estricta y ella quiso asegurarse que su hijo no tuviese un problema de alimentación después de lo que había ocurrido. El doctor había sido muy claro al hablar de la importancia de la comida que debía consumir y ella lo había tomado muy en serio.

 El joven comió su almuerzo en un momento. Se lavó la cara y las manos después y entonces siguió atendiendo como si nada hubiese pasado. Lo bueno de las tardes era que Paloma siempre se quedaba un buen rato para ayudar a atender a la gente. Ella se encargaba de las bebidas y de que todo estuviese bien en las mesas. Pero se iba temprano y había algunos días en los que ni siquiera iba a trabajar. Suponía Juan que era una ventaja de ser la hija de su madre pero lo más seguro es que fuese cosa de los estudios que cursaba. Juan no sabía de qué eran.

 En un momento de la tarde Paloma se le acercó y le habló en voz baja. Se acercaba para disculparse con él y para decirle que el dinero de la leche le sería reembolsado al día siguiente. Él iba a interrumpirla para decirle que no había sido nada lo de más temprano, pero ella lo interrumpió primero para decirle que sentía mucho todo lo que había pasado y que su madre se sentía algo responsable al respecto, aunque era algo que claramente no había podido ser imaginado por nadie. 

 Él se quedó sin palabras. Justo entonces entró un grupo de mujeres mayores, lo que distrajo a Paloma y se la quitó de encima al pobre de Juan, que no quería hablar de lo ocurrido con nadie. Era suficiente con que lo recordara cada cierto tiempo como una horrible pesadilla. Y además estaban las pesadillas de verdad que tenía todas las noches. La verdad era que ya casi no dormía pero se lo ocultaba a sus padres para que no se preocuparan. Era mejor fingir que todo estaba bien. Al menos eso pensaba.

 Ocupo su mente con cuentas y con los clientes todo el resto de la tarde. Ya casi anochecía cuando, por la ventana del negocio, creyó ver a la persona, al hombre que lo había atacado hacía algunas semanas. Su cuerpo automáticamente se echó para atrás, dándose un golpe sordo contra la pared. Fue extraño, pero ese comportamiento no lo notó nadie. Lo que sí notaron fue el grito que llenó el pequeño local y el cuerpo que caía al suelo, sin conocimiento. Sangraba de la nariz, lo que asustó a muchos.

 Cuando despertó, un paramédico lo estaba revisando con una linterna. Él, sin preocupación de ser grosero, lo empujó con la mano y como pudo se puso de pie. Los clientes estaban todavía allí, mirando el espectáculo. Paloma lucía muy preocupada, igual que los otros empleados. Juan les dijo que estaba bien, que se debía a una baja de azúcar. Les dijo que era normal y que no se preocuparan. Hizo como si no pasara y caminó a la caja. Paloma le habló en voz baja, diciéndole que podía irse si no se sentía bien.

 Juan se negó con la cabeza y le habló de otras cosas, de pedidos de zanahorias y del queso crema que debía consumir pues la fecha de expiración estaba cerca. El día de trabajo siguió como si nada, después de la salida de los paramédicos y de los curiosos que solo se habían quedado para ver.


 Los susurros comenzaron de nuevo y él trató de no escuchar a pesar de saber muy bien que ya todos sabían lo que le había ocurrido. Su cara había estado en todos los canales de televisión, en periódicos. Era famoso por ser una víctima de algo horrible. Y detestaba con todo su ser esa maldita situación.

lunes, 16 de mayo de 2016

Pastelería

   El primer bocado era un pastelito pequeño. Tenía una base de galleta y el relleno era de crema de limón con naranja con un algo de espuma de adorno que era merengue hecho a mano. Esteban mordió la mitad y lo masticó lentamente, tratando de no dejar caer migas encima de la cama. Hizo un sonido que denotaba placer y entonces le alcanzó la mitad del pastelito a Diego, que lo miraba atentamente para saber cuál era su opinión. Diego dejó la mitad del pastelito en el plato que tenían al lado y esperó la respuesta.

-       Delicioso. – dijo Esteban.

 Diego sonrió ampliamente y le explicó que había demorado mucho tiempo buscando la receta ideal para la galleta, para que no fuera demasiado dura pero tampoco insípida. Esteban le dijo que lo había logrado pues el pastelito tenía mucho sabor y era algo que se podía ver comiendo todos los días. Lo dijo mirando directo a los ojos de Diego. Se miraron un momento antes de compartir un beso.

 Diego le puso una mano en el hombro a Esteban. Tenía un anillo en su dedo anular, algo muy rudimentario, liso, sin ningún tipo de joya o de marca. Esteban tenía uno exactamente igual. Los dos se separaron del beso y decidieron que era hora de levantarse definitivamente de la cama. Estaban sin ropa y era ya bastante tarde para no estar haciendo nada. El plato, que Diego puso en la mesa de noche, tenía varios pedazos de otros postres.

 Esteban se puso de pie primero pero entonces Diego lo tomó de la mano y lo jaló hacia sí mismo. Esteban casi se cae pero logró poner la rodilla en la cama para evitarlo. Tenía una rodilla a cada lado de Diego y se le quedó mirando como esperando una respuesta a esa acción. Diego le preguntó que le habían parecido, con toda honestidad, los postres que habían estado comiendo. Esteban le respondió que estaban muy ricos y que él único que no le había gustado era el de kiwi, un sabor que a él personalmente le desagradaba, pero no por eso estaba mal hecho.

 El pastelero, que venía trabajando hacía mucho tiempo para elaborar una lista de productos que pudiese vender a varios proveedores, lo abrazó, poniendo su cara sobre la panza de Esteban y dándole suaves besos. La verdad era que estaba muy nervioso pues se había metido en lo de la pastelería hacía muy poco y todavía no sabía como iba a resultar.

 Esteban lo tomó de la mano y lo llevó hasta el baño. Se metieron a la ducha juntos y compartieron allí un rato largo que aprovecharon para dejar de pensar en todo lo que había afuera de la ducha. La idea era solo estar los dos. Hubo muchos besos y mucho tacto pero la verdad era que Diego estaba distraído.

 Cuando salieron de la ducha, él se cambió primero de ropa y salió disparado al supermercado. No le dijo a su novio qué iba a hacer o porqué, solo tenía que seguir intentando para ver que podía inventarse. Al otro día debía presentar sus productos a una compañía que organizaba eventos de variada naturaleza. La idea era convencerlos de que sus postres eran los mejores para poner en bodas, bautizos, cumpleaños y hasta velorios. Ya había encontrado dos personas que lo ayudarían a hacer los pedidos completos y una cocina grande donde hacerlos.

 Mientras miraba cada producto en el supermercado, pensando las posibilidad que tenía, Esteban se quedó en casa. Se vistió con cualquier cosa y se puso a revisar su correo del trabajo en el portátil. Fue entonces cuando sonó el teléfono y era uno de los amigos de Diego. Fue entonces que Esteban se dio cuenta que su novio no había llevado el teléfono móvil con él al supermercado. Tuvo que tomar el mensaje, uno no muy agradable.

 Apenas llegó Diego tuvo que decirle, pues era mejor resolver los problemas apenas se presentaban y no después, no dejar pasar el tiempo. Uno de los amigos que iba a ayudar con la manufactura de los postres, había decidido retirarse del proyecto pues había tenido un problema con su trabajo y no podría usar tiempo extra para dedicarlo a otra cosa. Debía estar enfocado en su trabajo entonces no habría como ayudar.

 Diego lo llamó y habló con él por un buen rato pero al final se dio cuenta que no había manera de convencerlo. Solo tenía un ayudante y la cocina y eso podría no ser suficiente. Esteban lo animó diciendo que, tal vez, las primeras ordenes no serían tan grandes. Pero Diego le recordó que muchas veces eran para bodas y las bodas podían tener cientos de invitados, al menos así eran las que la compañía en cuestión organizaba.

 Esteban estaba seguro de que podría arreglárselas, al menos mientras empezaba. Además no era algo que comenzara al otro día. Tendría un poco de tiempo para conseguir más y seguro habría alguien con tantas personas sin empleo. El problema era el sueldo pues Diego no tenía como pagar uno de entrada pero Esteban lo convenció de que debía buscar alguien nuevo y no complicarse antes de intentar solucionar las cosas.

 Para distraerlo, Esteban preguntó que había en las bolsas que había dejado en el mostrador de la cocina. Uno a uno, sacó varios productos. Algunos eran comunes y corrientes como canela y azúcar pero otros no eran lo más usual como pitahayas, clavo de olor y unas frutas asiáticas que venían en una lata. Diego respondió que necesitaba inspiración y nuevos ingredientes podrían ayudar.

 Se veía preocupado y triste. No parecía ser solo por el hecho de que alguien se hubiese retirado de su empresa. Era algo más pero no hablaba de ello ni decía nada respecto a lo que le preocupaba. Esteban ya lo había notado en la ducha y ahora lo notaba en la pequeña sala del apartamento que compartían hacía menos de un año. Se le acercó a Diego mientras ordenaba sus ingredientes y le tomó la mano sin decir nada. Él dejó de mover las manos y entonces abrazó fuerte a Esteban sin decir nada.

 Cuando lo soltó, Esteban había sentido algo de lo que su prometido sentía. Había sido un abrazo extraño, como si al tocarse se hubiesen pasado lo que sentían y lo que pensaban. Era algo muy raro pero a la vez se sentía bien, aunque pesado. Esteban se limpió los ojos humedecidos y le dijo a su novio que debían empezar a cocinar pronto si querían que les alcanzara el día. Habían dormido mucho y ya eran casi las tres de la tarde.

 Diego sonrío. Esteban había entendido que necesitaba ayuda a pesar de que el no había sido capaz de decirlo a viva voz. En las siguientes dos horas la pequeña cocina se convirtió en un laboratorio con varios platos y recipientes llenos de cremas y espumas y diferentes tipos de dulces que irían en copa de galleta que se horneaban, bandeja tras bandeja, en el horno de la pareja. Prefirieron no pensar en el recibo del gas por el momento. Cruzarían ese puente cuando llegasen a él.

 Pasadas las cinco de la tarde, viendo que ya iban a terminar, Esteban pidió una pizza que llegó justo cuando estaban terminando de adornar los últimos pastelitos. Esteban la abrió de golpe en el sofá e inhaló el delicioso olor del pepperoni mezclado con las aceitunas. Le dijo a Diego que se sentara a comer y él obedeció, pero no sin antes mirar sus pequeñas creaciones. Había bandejas y bandejas con pastelitos de varios sabores e incluso había tratado de hacer panes pequeños con frutas exóticas y otros inventos.

 Estaba bastante contento con lo que veía y, sobre todo, porque había dado lo mejor de sí para inventar algo que a la gente le pudiese gustar y que pudiesen comprar cuando quisieran. Su sueño era tener una pastelería propia pero tenía que ahorrar primero para cumplir ese sueño. La mitad de su vida había estado perdido en cuanto a sus deseos para el futuro, por lo que tener a Esteban y a la pastelería, era casi un sueño hecho realidad para él.


 Se sentó en el sofá y tomó una porción de pizza. Esteban ya había comenzado. Al comienzo solo comieron, estaban hambrientos. Pero cada cierto tiempo compartían una sonrisa. Cuando empezaron a hablar de nuevo, se dieron cuenta de lo felices que estaban con sus vidas pues, a pesar de las complicaciones, eran lo que siempre habían querido.