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miércoles, 21 de enero de 2015

Quiero volver a soñar

   De pronto el piso dejó de existir y caí. No caí rápidamente, atraído por la gravedad. Caí lentamente, como si algo estuviera sosteniéndome mientras bajaba eternamente hacia algún punto allí abajo, entre la negrura del universo. Alrededor mío, solo había estrellas, enormes y pequeñas, cercanas y lejanas. Era fascinante tener la sensación de poder tocarlas con las manos pero, al hacerlo, pude darme cuenta que no eran calientes. Estaban frías, como el espacio alrededor mío.

 Mientras caía, pude ver formas y siluetas que se formaban allá lejos, adonde mi vista, que siempre había sido mala, no podía llegar. Entrecerré los ojos, tratando de ver pero no pude definir ninguna de las criaturas que parecían bailar allí. Supe que era hermoso, supe que era la existencia misma la que hacía que esos objetos o seres fluyeran como lo hacían. Pero mis ojos no veían nada. Era mi mente, era algo más allá de mi ser que me decía lo que pasaba alrededor mío.

 Mis pies descalzos tocaron entonces el fondo. Ni me había dando cuenta que ya había llegado y que la negrura había desaparecido, aparentemente de golpe. El piso era pasto, césped de un verde que parecía improbable pero que allí abundaba. Se sentía genial poder pisar la hierba, sentir el mundo bajo mis pies. Me detuve al ver que más allá, en las siguiente colina, había una casita. Se parecía a aquellas que los niños dibujan cuando va a la escuela.

 Mientras caminaba hacia ella, veía todos sus detalles: ventanas cuadradas e marco rojo, una puerta principal algo torcida de azul eléctrico, una chimenea de ladrillo ladeada en el techo y flores por todo el contorno de la construcción.  Era de color amarillo y parecía ser la única del lugar. Cuando llegué al frente de la casa, vi que no había nada más en el entorno más que el brillante pasto y el cielo que todavía estaba pintada de negro, aunque era de día.
Sin dudarlo, empujé la puerta. No tenía pomo y, de todas maneras, estaba seguro de que no era necesario. Quien iba necesitar de seguridad en un desolado paraje como este?

 La casa era perfecta por dentro. Todo parecía estar esperando uso, como si hubiera sido recién comprado por alguien para mí. O bueno, tal vez no para mi pero sí para alguien a quien quisiera mucho. Me senté en un bello sofá de flores de la sala y me di cuenta de que yo era el creador del lugar, al menos del exterior. Quien habría sido la persona que había comprado todo esto, hecho que este casa fuera un hogar propiamente dicho?

 Entonces, el sonido de la tetera inundó el lugar. Me levanté y caminé a la cocina y vi que alguien ya había preparado una taza con una bolsita de té negro y algo de azúcar blanco. Esa es mi bebida favorita, así que supo que todo esto era para mi. Serví el agua caliente en la taza y estuve ahí, pensando en todo, por lo que se sintieron como horas o más. Me di cuenta que ya había terminado mi bebida y entonces subí al piso superior. Ya vería las demás habitaciones de la planta baja después.

 Desde la escalera del descanso pude ver, a través de una de las ventanas cuadradas, que se había vuelto de noche otra vez. Pero no solo eso. Ahora las colinas habían desaparecido, siendo reemplazadas por un paisaje propio de la luna o algún otro cuerpo celestial. No sabía donde estaba pero, extrañamente, no me sentí conmocionado o asustado. De seguro, había una razón.

 Había solo tres puertas en el segundo piso y reí como tonto al ver lo que había detrás de la primera que abrí. Era el baño. Era bastante pequeño pero confortable, todo de madera, incluso el lavamanos. Había pequeñas botellas alrededor de este último y, en la ducha, había otra ventana cuadrada. Entonces tuve el impulso o, mejor dicho, la idea de que tenía que bañarme. Ahí mismo me quité la ropa que tenía y entré a la ducha. El agua estaba perfecta.

 Era todo muy raro. Lo sabía. En ningún momento pensaba que todo la situación tuviera algo de normal. De hecho, a través de la ventana pude ver el terreno desolado que había afuera y me sobrecogió una sensación de molestia, de fastidio. Como si ver ese terreno me recordara alguna sensación desagradable, algún recuerdo amarrado a mis ojos pero no a mi memoria.

 Entonces me di cuenta que ya no salía agua de la ducha y que ya estaba seco. Salí así del baño y supe que la puerta que había justo en frente era la correcta. La empujé y entonces vi algo que me pareció natural pero que sabía, no lo era del todo. Me vi a mi mismo, acostado en la cama, durmiendo. Una puerta se abrió dentro de la habitación: tenía baño interno. De allí salió alguien que no reconocí pero que sentí, debía conocer.

 Pude ver que era un hombre por su físico, pero su cara parecía inmersa en sombras. Era como si algo o alguien no quisiera que yo supiera de quien se trataba, aún cuando yo sentía muy en el fondo, que sabía exactamente que era lo que ocurría. El hombre se acostó en la cama, abrazándome. O mejor dicho, abrazando al yo que estaba allí dormido. Por alguna razón, esta visión me afectó, haciéndome llorar y luego me hizo salir corriendo de allí, hasta la puerta de la casa.

 La abrí de golpe y salí corriendo, apenas mirando para donde corría. Entonces tropecé con algo y caí de rodillas. El dolor era intenso y entonces olvidé porque había empezado a llorar, si es que alguna vez lo supe. Mis rodillas sangraban y me di cuenta que mis piernas y manos estaban cubiertas de un fino polvo gris, que brillaba cuando me movía. Miré fascinando como relucía y como, cuando lo trataba de limpiar, flotaba en el aire unos segundos y allí se quedaba.

 Me puse de pie y caminé. El suelo era inusualmente suave pero esto era un gusto para mis pies. No sé por cuanto tiempo caminé, desnudo, por aquel desierto espacial. Nunca miré atrás pero supe que la casa ya no estaba allí. Se había ido como había aparecido y no había manera de ir a buscarla. De todas maneras no quería volver a ella.

 Entonces algo brilló sobre mi cabeza, cegándome. Y el brillo invadió todo el lugar por lo que no pude seguir caminando. Entonces me dejé caer al suelo y caí en cuenta de que alguien controlaba el brillo. Sentía que había alguien más conmigo en el vacío del espacio. Yo no estaba solo.

 Se sintió como si cortaran una película de buenas a primeras. Fue cuando desperté. No de golpe, como suele pasar sino solo abriendo los ojos y viendo que el mundo real empezaba a dibujarse alrededor mío. Por varios minutos no me moví, tratando de recordar todo lo que pudiera sobre el sueño. Cuando me incorporé por fin, tomé una libreta y un esfero de la mesa de noche y empecé a escribir todo. Y aquí estamos.

 No sé de que iba todo. De hecho, no sé de que va nada en realidad y en un sueño es probable que entienda aún menos. Sería esa la razón de mi sueño? Seguramente. Dicen que las preocupaciones lo hacen a uno soñar cosas muy raras. Lo extraño era que yo me sintiera tranquilo en todos esos lugares y con todos esos cambios.

 Pero entonces pensé: quien era el hombre en mi habitación? Quien era el propietario de esa cara en sombras? Y porque había sentido una presencia que lo controlaba todo? Sentí miedo de mi mismo?

 Escribiendo esto me he calmado un poco pero no puedo dejar de pensar en lo que no slidad solo decida dejarme ir, cansado e atormenta la idea de que solo en sueños pueda entender que hacer con la vida y en la reaé, en lo que todavía no es o en lo que puede nunca sea. Me atormenta la idea de que solo en sueños pueda entender que hacer con la vida y en la realidad solo decida dejarme ir, cansado o tal vez sin la voluntad de hacer nada. No quiero ser nada y quiero ser todo al mismo tiempo.

 Pensándolo mejor, quiero volver a soñar.

viernes, 26 de diciembre de 2014

Dejarse llevar

Adrián nunca supo que hacer con su vida. Nunca estuvo seguro de nada. Estudió lo primero que pensó en la universidad y trató de ser bueno pero no excelente. La verdad era que no estaba muy interesado por nada que enseñaran o no en una universidad.

Era un chico sin aspiraciones, sin sueños ni grandes deseos para su vida futura. Para él, no tenía sentido soñar tan en grande. "Los sueños no se vuelven realidad. Somos nosotros los que ajustamos lo que llega y lo ajustamos a nuestros deseos, para sentirnos felices", o algo así decía él.

Sus padres, obviamente, no estaban muy contentos con su actitud. Ambos eran personas que habían trabajado duro toda su vida y por eso, cuando habían discusiones, Adrián les recordaba que sus sueños seguramente no eran casarse antes de los veinticinco y vivir una vida que seguramente hubiera sido mejor si hubieran tenido tiempo para aprender y disfrutar de verdad.

Los padres siempre dicen que no se arrepienten de nada, o la mayoría lo hace. Y mienten, porque todo ser humano se arrepiente de las decisiones que han tomado en la vida. Es imposible no dudar, no pensar después de haber realizado algo, que pudo haber sido mejor. Como seres humanos, jamás estamos contentos con nada.

Pero eso no era lo que le pasaba a Adrián. Él se había pasado la parte del arrepentimiento, de la duda, de intentar y fallar. El simplemente no intentaba y decidió dejarse llevar. Claro que alguien de veintiseis dejándose llevar, no es algo que inspire mucho a nadie. La sociedad tiene reglas preestablecidas y si no se cumplen, empiezas a ser la oveja negra del rebaño. Él tenía la edad que tenía y no había nunca trabajado por un sueldo, no tenía ningún tipo de relación sentimental con nadie (ni la había tenido), no tenía ahorros y las ganas sencillamente no estaban ahí.

Adrián había decidido que él no iba a matarse todos los días en un trabajo miserable, lamentándose todo los días por lo que nunca fue. La vida sería la que lo dirigiría y sus estudios, que al fin y al cabo le habían enseñado cosas, serían su único sustento. Y así fue.

Estuvo tres años sin trabajar, para el disgusto de sus padres e incluso de quienes decían ser sus amigos. Tres años en los que se apasionó por placeres más mundanos como el arte de escribir, el de dormir, el de cocinar y el de ver películas de todo tipo. Si pagaran por cualquiera de esas cosas, sería excelente. Eso pensaba. Pero luego recordaba que entonces tendría que batallar media vida para que le pagaron un sueldo miserable y ya no lo volvía a pensar de esa manera.

Un buen día, sin embargo, decidió ir con unos amigos a la representación teatral en la que participaba una amiga de la universidad. Allí conoció, por pura casualidad, al director de la obra. Era un hombre joven, completamente enamorado de sí mismo. Apenas Adrián habló de como escribía para pasar el rato, el hombre lo alabó (sin razón aparente) y decidió darle su correo electrónico para que lo contactara enseguida y, tal vez, escribieran algo juntos o hicieran una obra de algo que Adrián hubiese escrito.

Atención lector, porque nada nunca sucede con personas de esas características. Son personas que solo buscan agradar y construir un castillo de ego alrededor de si mismos. Un castillo tan grande que ni siquiera sus pensamiento logran llegar muy lejos. Y eso era lo que había sucedido entre el director y Adrián: nunca estuvo interesado en nada pero fingió estarlo porque pensó que eso lo haría interesante ante los demás. Un alma caritativa o algo por el estilo.

Adrián no se decepcionó. De hecho, no esperaba nada de eso. Lo que nunca esperó fue que un día, charlando con un vendedor en una tienda de comida saludable, consiguiese un trabajo como cajero en aquella misma tienda. Había sido una conversación casual, sobre los ingredientes y demás. De pronto el tipo había preguntado si Adrián quería trabajar allí y el joven solo asintió. Después de firmar la papelería y demás superficialidades, el chico empezó a trabajar, con un horario de nueve de la mañana a nueve de la noche. Y, aunque no había dicho nada en el momento, vivía bastante cerca del lugar así que por todos lados era perfecto.

Almorzaba y comía rico, ya que no era comida que le resultara pesada al cuerpo ni nada por el estilo. Además servían yogur helado bajo en grasa y él solía comerse uno de vez en cuando. Eso sí, no por iniciativa propia sino porque su jefe se lo ofrecía. Le decía incluso que podía hecharle cualquier fruta o fruto seco que tuvieran para adornarlo.

La verdad era que Adrián lo hacía bastante bien. Era atento, sin ser lambiscón. Explicaba el concepto a quienes venían por primera vez y explicaba algunas propiedades de los alimentos que los clientes estaban felices de escuchar. Lo bueno de un restaurante de comida saludable, es que todo el mundo va a fingir dos cosas: que sabe que es lo que está pidiendo y que lo come todos los días. Y eso le agregaba un toque de diversión a la situación. Más de una vez veía como un "adicto a los saludable" pedía uno de los platos para luego comérselo como si fuera cemento liquido.

Lo más importante de todo para Adrián, fue el hecho de que sus padres dejaran de acosarlo por todo. Ahora que ganaba algo de dinero y que estaba fuera de la casa haciendo algo productivo, ya no sentían la necesidad o la urgencia de decirle algo. La vida en la casa, sobre todo los fines de semana, era increíblemente llevadera. Cada uno era independiente ahora y no había que preocuparse por nada.

Apenas su madre se pensionó, un par de años después del padre, la pareja decidió que quería una casa de campo en tierra caliente y así lo hicieron. La compraron sin dudarlo y se iban allí cada vez que podían. A veces eran los fines de semana a veces varias semanas, lo que sintieran necesario para relajarse. Ellos habían ya hecho su parte y estaban contentos de poder disfrutar, ahora sí de verdad, sus vidas.

Mientras eso sucedió, Adrián subió los pocos escalones que se podía subir en el negocio de la comida saludable. Ahora era gerente del punto pero seguía gustándole atender en la caja de vez en cuando. Además, todos los que trabajaban en el sitio eran una pequeña familia de amigos y compañeros de lucha al lado de las estufas.

En sus fines de semana libres, sin padres, Adrián aprovechaba para salir a caminar con su nueva mascota (un pastor alemán pequeño) y ver que sucedía en la ciudad. Era lo mismo que había hecho por tanto tiempo pero ahora se sentía distinto. Tal vez porque pronto se iría de la casa. Sus padres no lo sabían pero ya se los diría. Tal vez sería porque trabajaba y ganaba su propio dinero. O incluso podía ser por el hecho de que hacía unos meses, había conocido a alguien.

Sí, era su primera relación sentimental. Todo bastante casual: se tomaban de las manos, se decían cosas bonitas al oído, iban al cine, a comer algo y tenían el mejor sexo del mundo. Que más se podía pedir? Adrián sabía que podía terminarse todo en cualquier momento pero eso no le importaba, disfrutaba el momento que vivía y más nada.

Pero su relación duró, por alguna razón que él nunca se molestó en encontrar. Y su trabajo siguió igual de bien que siempre, entrenando nuevo personal e introduciéndolos al fantástico mundo del helado de yogur gratis.

Para sorpresa de muchos, Adrián jamás se fue de casa. Pero no, no es como lo piensan. Resultó que los padres se fueron permanentemente a vivir a su casa de campo y le pidieron que cuidara de la casa como si le perteneciera, que lo ayudarían con los gastos si lo hacía y así fue.

Tiempo después y antes de dormir, compartiendo una cama en su hogar, Adrián pensó que todo había sucedido sin proponérselo y que, al fin y al cabo, él le había ganado una a la sociedad. Había dejado que la vida hiciese y solo se dejó llevar. Y por lo que veía antes de cerrar los ojos, lo había hecho muy bien así.

domingo, 30 de noviembre de 2014

Soy mis calzoncillos

La puerta se abrió de golpe y entraron los dos. Ella casi se cae pero se sostuvo de la pared mientras él abría la puerta. Siguieron besándose de camino a la habitación, mientras al piso caían diferentes prendas de ropa como chaquetas y camisas.

Cuando llegaron a la cama solo quedaban los pantalones y ella se los quitó a él, pensando que sería algo muy sexy, algo realmente atractivo y único. Pero cuando le bajó la cremallera se dio cuenta de lo que había debajo.

No, no se trataba del pene del hombre. Eso era de esperarse. Era su ropa interior. La mujer trató de seguir con besos y demás pero simplemente no pudo, era como si un muro invisible se lo impidiera.

Decidió confesarle al chico que ella tenía novio y que en ese momento sentía una culpa que no la dejaba proseguir con lo que habían empezado. Se vistió rápidamente y se fue, sin decir más. No lo dejó pedir un taxi para que llegará segura a casa. De hecho, él ni tenía su número. Iba a ser algo de una noche pero resultó no ser nada.

Después de aliviar su afán por intimidad, el chico pensó antes de dormir que no era fácil de explicar lo que había pasado. La chica había abierto el pantalón y ahí todo había terminado. Pensaba ella que tenía un pene pequeño o tal vez sí había sido lo del novio? Al fin y al cabo, pensaba él, las mujeres podían ser muy sensibles y de pronto había cedido ante sus sentimientos de amor y cariño por eso otro tipo.

El hombre se quedó dormido rápidamente pero al otro día recordó lo sucedido a un amigo. Este opinaba que la chica seguramente había sentido culpa. En la sociedad actual todo el mundo sentía culpa por todo y de pronto ella había cedido a eso sentimientos. No era tanto por su novio sino por sentir que estaba haciendo algo malo.

El chico tenía 29 años y todavía no creía que fueran los sentimientos la razón por la que esa chica había salido casi corriendo de su casa. Para ser honesto y exacto, ya había pasado eso con anterioridad. No con tanta frecuencia pero de vez en cuando, cuando todo estaba a punto de pasar, la chica se echaba para atrás y simplemente se iba.

Una de esas veces, la chica había reído, se había tapado la boca, se disculpó y salió corriendo. Este recuerdo le hizo penar que sabía cual era el problema y decidió hacer algo drástico que nunca había pensado hacer: hizo una cita con el urólogo.

Nunca había ido a un especialista. De hecho nunca había ido a un médico desde hacía unos cinco años, cuando se había insolado tras estar en la playa por varias horas. Y esa vez solo había necesitado de una crema especial. Esta vez era una consulta y le preocupaba mucho el resultado, como a cualquier hombre seguramente.

El día de la cita no sabía que ponerse, sentía que iba a una cita a ciegas. Al fin y al cabo el hombre iba a tocar sus partes privadas. Aunque no iba a salir con él... En que estaba pensando?
Llegó algo tarde y la enfermera lo hizo pasar de inmediato. El doctor era un hombre de unos cuarenta años, quien lo recibió con amabilidad, preguntando la razón de su visita.

 - Vine porque he tenido problemas con... con chicas.
 - De que tipo?

Al darse cuenta de la mirada del doctor, el chico soltó una carcajada.

 - No, no. No es eso. Me funciona... Funciona bien.
 - Ok.
 - Es más el...Usted sabe.

Y empezó a hacer mímica, estirando las manos y poniéndolas paralelas, como si midiera algo. El doctor al principio no entendió nada de lo que le quería decir hasta que el chico bajo un poco las manos, al nivel de su entrepierna.

 - Ya entiendo. Tienes dudas sobre el tamaño.
 - Sí.

Se puso rojo como un tomate y tuvo ganas de salir corriendo, como las mujeres que habían estado en su cama. Pero obviamente este no era un caso similar y no podía simplemente salir corriendo como un loco. AL fin y al cabo, quería tener una respuesta clara a sus dudas.

 - Déjame adivinar.
 - Ok.
 - Crees que es muy pequeño?
 
El chico asintió, aún más ruborizado.

 - No hay de que apenarse. Todos los hombres que vienen aquí me lo preguntan cuando los reviso  para saber la condición de su tracto urinario y cuando hago los exámenes de próstata. No hay de que  avergonzarse.

Entonces el doctor sacó una ficha que tenía, laminada, que describía las medidas promedio del pene de un hombre según su etnia y edad. El doctor también puso sobre la mesa una cinta para medir.

 - Si quieres puedes seguir detrás de la cortina y medir como los describe la cartilla. Adelante.

Y eso hizo. En conclusión, no había nada extraño en su tamaño. El doctor le explicó que las mujeres normalmente preferían hombre promedio, ya que muy poco o demasiado no era del gusto de la mayoría, aunque claramente había excepciones.

Entonces el doctor le lanzó la misma mirada que muchas de las chicas. Fue un poco extraño ya que se quedó mirando su entrepierna y luego lo miró a los ojos. Resultaba que el chico había dejado su pantalón abierto, ya que había querido confirmar rápidamente la normalidad de su tamaño.

 - Esos son calzoncillos?
 - Sí.

Y entonces cayó en cuenta.

 - Ya sé que dicen que son mejores de otros por lo de los espermatozoides pero no me gustan mucho  de los otros. Me siento raro.

El doctor asentía con la cabeza, sentándose. Tenía una sonrisita extraña en su rostro.

 - Sí... Pero no lo pregunto por eso.

Se miraron mutuamente durante algunos segundo y el doctor vio que el chico no parecía caer en cuenta.

 - Usas calzoncillos de Batman seguido?
 - Porque lo...

Y, por fin cayó en cuenta.

Después de mucho tiempo, años si se quiere, este chico de 29 años, que ya tenía un trabajo estable y vivía solo, usaba calzoncillos de superheroes. De todos los heroes: de DC Comics, Marvel, independientes e incluso regionales. Estaban sus imágenes o a veces solo sus logos. También utilizaba con otros personajes de dibujos animados y películas. Con muchos colores o a veces solo de un par o incluso de uno solo.

Cuando le contó a sus amigos todos murieron de la risa. Para ellos era obvio: más de una mujer buscaba un hombre serio y atractivo y los superheroes no iban mucho con lo que la mayoría buscaba.

 - Pero bueno, ya encontrarás a tu mujer maravilla. - le dijo su mejor amigo, entre risas.

El chico fue a su casa y decidió tirarlos todos, todos y cada uno de los calzoncillos de colores, con superheroes u otros personajes. Pero cuando terminó de echarlos en bolsas, porque eran muchos, decidió no tirarlos ni regalarlos.

Esos calzoncillos lo identificaban y no iba a dejar que los gustos de otros cambiaran los suyos. Al fin y al cabo, esos colores eran él y ya habría una chica que amara los personajes animados tanto como él. Y lo demás que iba con ello.

miércoles, 24 de septiembre de 2014

Solo

Que pereza da levantarse. No quiero... La cama está calientita y huele muy rico. Es como tener un nido especial para mi solo y no pretendo compartirlo con nadie nunca. Sonrío al pensarlo pero esto hace que se me abran los ojos y note que ya es de día. De hecho, parece ser mediodía.

Con cara de aburrido, pongo los dos pies en el suelo y me limpio un poco la cara, tratando de quitarme los últimos trazos de sueño que tengo en el cuerpo. Estiro los brazos y me pongo de pie.

Como siempre, bajo a la cocina y me sirvo algo de jugo de naranja. Miro hacia la sala de estar y veo que no hay nadie. Olvidé ver si mamá ya está despierta. Debe estar cansada después del día de ayer...
Saco algo de pan de la alacena y me hago un sándwich con jamón y queso.

Lo llevo todo a la sala y enciendo el televisor pero el aparato no capta ninguna señal. Deben ser esos idiotas del servicio de televisión que a cada rato estropean la señal, disque arreglando redes y cosas de esas.

Apago el aparato y como mi desayuno en silencio. Mi madre todavía no baja de su cuarto y estoy aburrido. Subo a mi cuarto, después de lavar la loza, y abro el computador portátil. El aparato no recibe señal de internet y decido apagarlo antes de gastar la batería.

No es tan poco común que no funcione ni el internet ni la televisión. Cojo el teléfono de mi cuarto y confirmo que tampoco funciona. Siendo la misma empresa la encargada de proveer todos esos servicios, ya ha pasado en varias ocasiones que todo se daña y hay que esperar varios días para que se restablezca el servicio.

Salgo de mi cuarto y decido bañarme. Al menos el agua parece funcionar correctamente pero no así el calentador. Como el clima no es tan frío como otros días, me ducho rápidamente con agua bastante fría. Esto me ayuda a despertar aún más y a empezar a planear el día.

Mi padre y mis hermanos deben estar en sus trabajos. Yo, como independiente, no tengo que ir a ninguna parte y por eso comparto mis días con mamá. Eso hasta que tenga algo de dinero pero eso todavía parece estar lejos de ocurrir.

Pensando en mamá, le hago un sándwich igual al mío y le sirvo jugo. Se lo subo al cuarto, ya que no tiene sentido bajar a mirar un aparato inerte.

Cuando llego a su cuarto me encuentro con la sorpresa de ver la cama tendida y el cuarto completamente vacío. No se está bañando ni cambiando. Bajo con la comida y me dedico a revisar toda la casa: no hay nadie. Estoy solo.

Esto ya es extraño: mi madre nunca sale por las mañanas y menos sin avisar. Trato de recordar si ha mencionado alguna cita médica o algo por el estilo pero no puedo recordar que haya mencionado nada parecido.

Mi teléfono celular tampoco sirve correctamente y esto ya me pone nervioso: esa señal nada tiene que ver con las demás. Se habrá ido la luz en todo el país, o algo por el estilo? Lo mejor es averiguar más.

Me pongo una chaqueta, cojo las llaves de la casa y salgo a la calle, a ver si en algún lado puedo averiguar algo.

Todo parece un cuento de terror: en la avenida frente a la casa, normalmente con un alto tráfico de vehículos, no hay nada. Solo, a lo lejos, veo un automóvil parqueado en el carril central pero no parece que haya nadie adentro.

Camino a las tiendas cercanas y casi todas están cerradas y las que no lo están, están desiertas. No parece haber un ser humano en ningún lado.

Esta vez casi troto para cruzar algunas cuadras y llegar a una gran manzana de edificios de oficinas, normalmente atestados de gente a estas horas, yendo y viniendo de almorzar. Pero ahora no hay nadie. De hecho, parece que ni siquiera funciona la electricidad. Hay algo de basura por todas partes pero parece ser traída por el viento y no por ningún ser humano.

Me siento a descansar ya que el trote me ha dejado sin aliento. Que es lo que pasa? Donde están todos? Que pasó?

Lo único que se me ocurre es revisar donde puede estar mi familia. Cerca hay un pequeño automóvil azul. Veo por la ventana que tiene las llaves puestas. Sin contemplaciones, rompo el vidrio con el codo y entro al coche. Es una situación de emergencia y no creo que nadie me culpe por hacer esto y muchos menos sin tener licencia para conducir.

Como puedo, llego al trabajo de mi hermana y luego al colegio de mi hermano. Ambos lugares están desiertos. Decido dejar para lo último la oficina de mi padre, ubicada en el centro. Allí cerca está la sede del gobierno y si alguien sabe algo seguro estará allí.

Dejo el automóvil en la plaza principal, luego de meterme por un par de calles peatonales y de golpear un conjunto de botes de basura. Como esperaba, tampoco hay nadie en este lugar. En todo el edificio donde trabaja mi padre no hay un alma y los papeles vuelan un poco por todos lados, ya libres.

No hay nada más que hacer. Me subo por las rejas del palacio presidencial y, para mi sorpresa, no suena ninguna alarma ni pasa nada. Camino como puedo hasta la puerta principal, abierta de par en par y empiezo a imaginarme donde podría esconderse la gente de haber sido un evento catastrófico. Seguramente, bajo tierra.

Ya había estado en el edificio cuando pequeño, en una de esas salidas escolares, y nos habían contado que existía un bunker para eventos como explosiones nucleares o ataques terroristas. Tratando de recordar en donde me habían mencionado esto, camino por todos lados sin tener éxito.

De repente, eso ya no importa. El cielo se ha oscurecido y parece como si la noche hubiese llegado de golpe. Miro por una de las ventanas de un largo pasillo decorado con viejas pinturas y afuera, en el cielo, veo algo que me quita las fuerzas, casi al instante.

La nube que ha oscurecido todo no es natural: es roja, del color de la sangre. Y de ella, parece salir algo o alguien.
De golpe, me empieza a sangrar la nariz y me siento algo débil, por lo que me dejo caer arrodillado.

Lo último que recuerdo es un horrible sonido, fuerte y agudo, que me arrulla hasta dormirme.