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sábado, 14 de noviembre de 2015

A París

   La fila daba varias vueltas y yo solo miraba a un lado y al otro, pues no tenía idea de donde debía pararme o que era lo que debía de hacer. No había buena señalización en el lugar y me tomó un buen rato darme cuenta que quienes estaban haciendo fila allí querían tomar trenes de larga distancia a diferentes ciudades en Francia y en otros países cercanos. Entonces, como pude, encontré internet gratis para mi teléfono y pude concluir que debía caminar un poco hacia la estación del tren del aeropuerto que me llevaría hasta la terminal T3. Allí, después de enredarme un poco pues no sabía hasta que estación iba, tomé un tren que me llevaría a la ciudad. El vagón en el que entré era viejo y parecía sacado de una película. Incluso había madera adentro. Me acomodé junto a la ventana y el tren arrancó.

 Saliendo del túnel, vi lo primero de París que recuerdo: campos y edificios industriales y luego barrios que parecían haber quedado congelados en el peor momento de la posguerra. Parecía también salidos de películas pero de aquellas que buscan mostrar solo lo malo y no precisamente el lado romántico de la ciudad. De pronto era porque el invierno había empezado hacía poco, pero la verdad no estaba nada impresionado con lo que veía. El tren entró a un túnel de nuevo y eventualmente tuve que hacer cambio en la estación Gare du Nord. La impresión entonces fue decayendo aún más, pues siempre había escuchado de los grandes transportes franceses y era difícil respetarlos con el olor tan fuerte que emanaba de todos lados.

 El siguiente tren fue rápido pero me bajé en la estación equivocada y tuve que esperar largo rato para que pasara un tren en dirección contraria. Entender los códigos de estos trenes me tomó un tiempo y la verdad todavía no sé si los terminé comprendiendo. En todo caso llegué sano y salvo con mi pequeña maleta al hotel que había elegido hacía unos meses. El barrio era uno de clase trabajadora en el norte de París y el hotel no tenía ningún atractivo excepto su precio. Esa tarde decidí no salir sino hasta la tarde pues quería descansar un poco. Dormí largo y tendido y me levanté antes de oscurecer. El barrio ciertamente era poco acogedor pero el metro estaba cerca y en unos minutos me acercó al río Sena.

 El caudal estaba furioso, probablemente había estado lloviendo. El agua rugía al lado de los coches que pasaban rápidamente por un lado y otro. El viento frío me acariciaba la cara y lo único que yo hacía era tomar una y otra foto para registrar mi llegada a una de las ciudades más emblemáticas del mundo. En el colegio, que era francés, había oído todas las historias habidas y por haber y siempre sentí la urgencia de conocer París de una vez y saber si todo lo que se decía era cierto. No sé si era por el vuelo o por haber dormido después de llegar, pero todo parecía como sumergido en una nube. Todo se sentía algo irreal pero a la vez no había duda de que sí estaba allí.

 Caminé hasta la isla de Saint Louis y luego pasé a la isla de la Cité, donde se alza la catedral de Notre Dame. Siempre pensé que sería más grande pero es que por detrás la sensación es diferente. Las mil caras y gárgolas que salen por todos lados son únicas y ver a la gente subir las torres es bastante entretenido. Creo que en ese entonces el sitio estaba de cumpleaños pues había una plataforma enorme frente al edificio desde donde se podían tomar fotos. Tomé varias, también pensando en mi familia, que vería las fotos tan pronto las pudiese enviar. Entré a la catedral e imaginé como sería vivir en esos tiempo y agradecí haber nacido en estos. Cuando salí, una mujer de algún país de los Balcanes me pidió dinero en su idioma, que no sé cual era. Yo le di una moneda de un euro y ella se fue feliz. Después pensé que le había dado demasiado.

 Según recuerdo, ese día no hice mucho más sino caminar por esas emblemáticas calles. Al rato sentí ganas de comer algo y creo que me alimenté, y esto fue durante todo el viaje, de algo comprado en una de esas máquina del metro. Era más barato que uno de esos café que podía lucir muy bonito pero tenía precios diseñados para los turistas. Volví al hotel y allí traté de pensar en mi estrategia para los siguientes días. Había tomado mapas del lobby y tenía mejor idea de cómo llegar más rápido a los sitios. Creo que esa noche hablé con mi familia o al menos les escribí algo y me fui a dormir. Para ser un hotel económico, la cama era estupenda y dormí como un bebé hasta que la alarma que había puesto me despertó al día siguiente. La idea era no perder tiempo.

 Me vestí rápido, desayuné de nuevo en la estación del metro y en minutos salía de la boca del metro ubicado en una pequeña placita a un lado del Museo del Louvre. Estaba lloviznando y, con otros turistas, hubo que moverse rápido para evitar mojarse demasiado. Cruzando la calle y un pasaje peatonal, se llega a la majestuosa pirámide que recuerda tantas películas más. Es una entrada genial a un edificio bastante único, no solo por lo que tiene dentro sino por su forma. Me sorprendí a mi mismo al saber que por mi estatus de estudiante no debía pagar nada. Pasé por los controles y comencé mi aventura por el Louvre que duraría todo ese día. Así es, vi todas las exhibiciones y todas las salas, sin excepción. Lo malo fue que volví a comer hasta las seis de la tarde pero lo bueno era mucho más.

 Ver tanta historia, tantos elementos representativos de la humanidad como la conocemos, ciertamente es algo que llena el alma y da un sentimiento enorme de pertenencia. De pronto por eso es que tanta gente se enamora de París, porque allí hay tanto de todas partes y de lo que todos conocemos, que es difícil no quererla de una manera o de otra. Los días siguientes visité muchos museos más y seguí dándome cuenta que sin lugar a dudas era un sitio único para la humanidad. No he visitado todo el mundo pero creo que es de los pocos lugares en los que uno se siente más ciudadano del mundo que turista.

  Visité el Museo de Orsay, también el del Quai de Branly, el de la Armada (con la tumba de Napoleón) y otros que no recuerdo ahora pero que seguramente me sacaron una o varias sonrisas. Tomé fotos de todo, porque uno nunca sabe cuando volverá y comí mejor algunos días que otros. Una noche, y nunca se me va a olvidar, mi hambre fue bendecida por un pequeño restaurante japonés que servía arroz con curry. La sopa de ramen estaba deliciosa pero el acompañamiento de arroz la hacía verdaderamente única. Estaba todo picante y temí por las consecuencias en mi estómago, pero tenía tanta hambre y estaba tan rico, que no importó. Otro días comprobaría la superioridad de los baguettes franceses y de sus quesos, fuesen comprados en supermercados o en una tienda en el Palacio de Versailles.

 Ah sí… Se me olvidaba contarles mi día en Versailles, un pueblo no muy lejos de París para el que también me levanté temprano. El palacio, sí o sí, es impactante para cualquiera que lo recorra. Ver los objetos y recorrer los mismos cuartos que tanta gente poderosa recorrió siglos atrás, lo hace a uno sentirse especial de una forma extraña. El frío ese día era aún más fuerte que otros días pero igual recorrí alegremente los jardines que son enormes y tienen varias estatuas y formas. Algunos estaban cerrados pero la mayoría se prestaban para la contemplación en silencio y para las fotografías más artísticas. El recorrido hacia los Trianon, el grande y el pequeño, es una caminata de las románticas. Casi pude sentir la mano de alguien que no tenía a mi lado.

 Lloré como un tonto cuando me di cuenta que estaba solo y no tenía a mi familia ni a nadie al lado. Lloré junto a la granja que Maria Antonieta se construyó y me pregunté si ella alguna vez lloró en ese mismo lugar. Ese día fue simplemente mágico. La estación de tren para volver estaba a reventar y no recuerdo que comí ese día. Solo sé que dormí tranquilamente. Otro día visité el Sacré Coeur y una prostituta en la calle Blanche me arrastró a su lugar de trabajo pensando que yo tendría dinero. Fue una escena graciosa que nadie conoce de mi visita a París. Como pude, tuve que decir que no sin recurrir a desilusionar con la frase “Es que las chicas no son lo mío”. Aunque a veces me pregunto que hubiese pasado si lo hubiese dicho.

 En París me quedé tres semanas. De pronto mucho o de pronto muy poco pero todos los días excepto el 1 de enero, salí a caminar. Fuese por las calles de Ivry, por el Sena o por Bercy, fuera para recorrer el infame Bois de Boulogne, el divertido parque de Disney o los lujosos barrios del distrito dieciséis, siempre disfrutaba salir a caminar y simplemente sentir que no era un turista sino que, de alguna manera pertenecía a París y, en secreto, París me pertenecía a mi. En los más alto de la Torre Eiffel, me sentí como en un globo aerostático, sobre las nubes y más allá de todo, sin importar la cantidad de gente que tenía alrededor.


 Fueron un poco más de tres semanas de gastar los zapatos caminando por aquí y por allá, de tratar de descubrir que era lo que tenía esa ciudad para que todo el mundo, sin exageración, se hubiese enamorado de ella. Y la razón, simple y llana, es que tiene una partecita de todos nosotros. Sea cual sea el aspecto que llame de nuestro ser, París lo tiene en algún lado. Si es el hambre por descubrir, el placer, la diversión, el romance, la aventura, el volver a ser niño o simplemente ese gusto por abrir los ojos y asombrarnos con todo. París está ahí y necesita que todos la visitemos al menos una vez para que podamos respirar mejor y recordar que nos enamora de este mundo.

viernes, 23 de octubre de 2015

Objetos cargados

   No podía respirar nada. En un momento la garganta se me cerró por completo y mis ojos debieron reflejarlo. Pero, afortunadamente o no, no había nadie que pudiese verlos. Como pude, traté de bajar el ritmo de mi respiración, sin parar de caminar y de llorar al mismo tiempo. Lo que me había pasado era una tontería pero me había tomado tan por sorpresa que simplemente no tenía como enfrentarlo. Pensé que tendría la fuerza para que las cosas dejaran de afectarme tanto pero creo que cuando tomé energía de un sitio, obviamente lo estaba dejando sin defensa a favor de otro lugar que necesitaba más resistencia. Me puse a jugar con lo que tenía y casi acabo destruido por mi mismo. Esa respiración casi ausente, ahogarme a los ojos de todo el mundo y que no me vieran, la causé yo.

 Bueno, para ser más exactos, fue un tipo de apariencia rusa el que inició todo ese evento tan desagradable. Nunca quiero volver a pasar por ese sitio pero sé que tarde o temprano lo haré pues esta ciudad no es grande y todo se resume a una pocas calles. El caso es que un robo es normalmente algo que no es tan traumático o al menos no en el civilizado mundo europeo. Me han robado, y más intentado robar más veces, en mi país. Allí un robo normalmente es más violento y peligroso pero nunca ha sido así para mí. Afortunadamente siempre han sido momentos “manejables” y creo que ayuda que sea un enfrentamiento, que sepas que ocurre. Cuando no sabes que pasa el miedo escala más rápido y por eso creo que la tensión arterial casi me explota la cabeza esta vez.

 Por lo menos yo prefiero saber y así es en todos los campos posibles. Quién no va a querer saber que pasa o como pasa? Porque elegir vivir en la ignorancia sabiendo que el peligro así es mayor? No sé que tiene la gente en la cabeza pero yo odio sentirme menos, burlado y como si nada de lo que soy importara para nada. En parte eso fue lo que me dio más rabia del asunto: no tanto el hecho de ser robado como el hecho de serlo sin darme cuenta, en la calle y con gente no muy lejos. Me sentí burlado y una burla en mi mismo y nadie debería tener el poder de hacer eso por su propia cuenta a otra persona. Es cruel y rastrero y es un truco que solo busca un beneficio temporal.

 Al fin y al cabo, quién roba un celular (o “móvil”) a estas alturas de la vida. Donde hay tanto mercado para aparatos robados? Quién querría untarse las manos de algo que proviene de semejante lugar, del robo o incluso de algo peor? No me sorprende que el ser humano no tenga una pizca de sentido común pero esto es mucho más que eso. Es solo pensar en los demás, así lo robado no sea más que un aparato. Lo que pasa es que para los seres humanos los objetos son más que eso, son símbolos de algo y carga una energía especial para cada persona. Remover objetos de la vida de una persona debe ser decisión solamente de dicho ser humano y de nadie más.

 Para mí, el objeto tenía un valor familiar. Era un símbolo de una de las mejores Navidades que he pasado con mi familia, un regalo sentido de mi padre con el que nunca he tenido una relación fuerte y ahora que todos en mi hogar somos adultos, las cosas han cambiado para bien. Ese celular era, hoy en día, mi conexión a ellos y mi manera más directa y rápida de no sentirme solo en momentos en los que siento que me hundo y no hay ninguna mano a la cual asirme. Mucha gente no sabe lo doloroso que puede ser separarse de quienes quieres y tampoco saben lo complejo que es vivir adaptándose a nuevos espacios y nuevas personas, a costumbres y maneras de decir y hacer. Es algo que requiere tiempo y a veces el tiempo está en contra y todo es más complicado de lo que debería.

 Ese es el poder de los símbolos, el peso que tienen los objetos. Muchas personas tildan a otros de superficiales, de darle demasiada importancia a los objetos pero esto es solo verdad cuando esos objetos no están cargados con significados, con una energía especial que es solo nuestra y que nadie en el mundo puede soñar replicar. Como seres humanos, obviamente creamos conexiones con otros seres humanos pero, ahora más que nunca, necesitamos ayuda extra para crear esas conexiones y las ayudas son estos objetos cargados de energía que sirven para mantener un vinculo que podría ser débil o, al contrario, que es tan fuerte que necesita ser reforzado.

 Perder un articulo de ropa o objetos rutinarios como un bolígrafo o un lápiz, es poco posible que afecten a nadie pues rara vez son cosas que se carguen con ese significado especial. No son símbolos a menos que sean usados como tal o sean claves en uno u otro momento. Está claro que yo hablo desde mi experiencia personal y se que es posible que alguien tenga una camiseta de la cual no se separe o un lápiz “de la suerte”. Lo entendería porque al fin y al cabo un símbolo no deja de serlo por su tamaño o por su importancia en el mundo de los seres humanos. Eso es relativo y, al final del camino, muy poco importante pues lo que es de veras clave es que el objeto ayude a conectar a algún lado.

 Está claro que si la conexión es solo al objeto, ya no hay energía nuestra allí sino más bien un egocentrismo extraño que se basa en lo que tenemos y no en lo que somos. Supongo que deben existir casos pero seguramente está todo más relacionado a otros fenómenos humanos, mucho menos importantes y más relacionados con la corrupción a través del dinero. Ciertamente el dinero no tiene nada de energía y si lo tiene no es una especialmente positiva. Alguien que solo tiene cosas por tenerlas simplemente no tiene la capacidad para pasar esa parte de ellos mismos en algo que puede conectarlos a otra persona. No hay flujo de energía así que, en esencia, no hay nada de nada.

 Caminé bastante porque la gente no sabía muy bien donde quedaba la policía y ellos me mandaron a volar porque simplemente no tenía un número de registro del teléfono. No hubo ayuda, no hubo compasión, no hubo nada. Y yo que siempre pensé que los hombres y mujeres de la justicia y sus brazos debían de tener un poco de sentimientos en esa coraza que los cubre. Pero no, al menos esta vez no había nada. Por supuesto que no era como para que me trataran como a una victima de violación pero, la verdad, yo sí me sentía así o al menos muy parecido. Porque para mi había sido una violación de mi ser, de lo que soy y de lo que nunca voy a dejar de ser. Un momento de distracción y me quitaron las defensas que tomaran un tiempo en ser reconstruidas.

 Y así tuve que volver a casa, con el cuerpo en dolor y la cabeza a punto de estallar. No sé como llegué a mi casa. Seguramente, después de tanto caminar, resultó que las cosas quedaban más cerca de lo que parecía. El caso es que cuando llegué lo único que quise fue hablar con mi familia y eso hice. No puedo decir que me calmó pero sí ayudó bastante, pues en este momento son las únicas personas en el mundo, junto a un par más, que me conocen bien y saben como hablarme y demás cuando estoy bastante mal. Sé que muchos pensarán que no es para tanto pero ojalá nunca sientan ese dolor de cabeza, esa sensación de tener unos tornillos gruesos metiéndose poco a poco en el cráneo.

 Así se sentía y se sintió durante toda la noche. Me desperté un par de veces por culpa del dolor y por culpa del estúpido mundo que me rodea que no me deja tranquilo. Cuando no pude seguir intentando dormir, me senté en mi casa y me di cuenta que el dolor había bajado pero solo pensar en el lo hizo crecer de nuevo como si tuviese vida propia. La ironía es que no quería comer nada, no quería saber nada de nada y no tenía energía. Pero tenía que volver a la policía y seguir haciendo lo que tenía que hacer pues las cosas no pueden quedar como si estuviese bien hacerlas. Hice lo que debía hacer y hacia las cinco de la tarde por fin comí algo y debo decir que eso me devolvió el aliento.

 El día pasó y en la noche pude dormir mejor, al menos hasta hace un rato que empezaron a martillar y a romper y no sé a que más hacer. Como dije, el mundo a mi alrededor tiene un serio problema para dejarme en paz. Pero eso no importa, lo que importa es estar tranquilo y tratar de no perder la rienda de las cosas. Esos objetos con poder, con energía, no pueden jugar un papel tan importante, lo mismo que la gente en la calle. No se puede darle el poder a alguien más para que lo use sobre uno. Hay que usar todo lo que se tenga para construirse mejor, para ser la mejor persona que se pueda ser y no hablo de sentimientos sino de capacidades.


 Los sentimientos vienen luego y esos muchas veces son un torrente que no se puede controlar. Los sentimientos no vienen controlados ni de una fuente clara por lo que cuando surgen hay que dejarlos salir de la mejor manera posible. El dolor de cabeza sigue rondando o tal vez sea su fantasma. Tengo que asegurarme de estar listo para la próxima ronda, porque así es.

domingo, 18 de octubre de 2015

Ciclos moribundos

   Había pasado por lo mismo en tantas ocasiones que ya todo le daba un poco lo mismo. Eso de que fuese el primer día, de sentirse como el nuevo, de tener que congeniar y formar lazos emocionales que solo tendrían una duración bastante corta, todo eso ya lo había mandado a recoger en su mente pero hasta ahora se daba cuenta de ello. Era uno de esos mensajes que le llega tarde al cerebro porque parecen haber sido hechos sin importancia, pero esto sí que era importante. Al fin y al cabo, se trataba de él dándose cuenta de lo harto que estaba de pasar por lo mismo tantas veces a través de su vida, de estar siempre movilizándose como si fuera un soldado en batalla, algo que a la larga no difería mucho de su posición actual, a excepción que esta vez la batalla era interna.

 Eso de vivir lo mismo tantas veces parecía sacado de una tonta película de ciencia ficción, pero era la verdad. Aunque es cierto que las amistades son importantes en la vida de un ser humano, él sentía que ya tenía las amistades que quería y necesitaba. Ese cuento de estar haciendo amigos por todas partes como si todavía estuviera en la arenera de cuando era niño, simplemente no le llamaba la atención en lo más mínimo. Además, nunca le había sido muy fácil conocer gente a menos que tomara uno en cuenta esos adorables años de juventud en los que todo el mundo se relaciona con tanta facilidad y desprendimiento. La gente normal saca de ahí sus mejores amistades pero no él. Ese pedazo de su vida lo vivió en movimiento así que no sirvió de nada.

 Ahora de grande, de adulto, conocía mejor a la gente y sabía como la mayoría pensaba, como maquinaban antes de conocer gente y lo predispuestos que estaban a todo. Al fin y al cabo, los adultos están mucho más contaminados de todo en el mundo que los niños, así que no existe una amistad adulta en potencia que no esté contaminada de pretensiones y estereotipos, de suposiciones que la mente va a haciendo a partir de lo que a la imaginación le da por inventar. Todo eso no es fácil de superar y mucha gente lo logra pero él nunca lo hizo. Hacer amigos reales a esas alturas de su vida le sonaba ridículo por muchas más razones de las debidas.

 Una de las más importantes era que, por alguna razón, nunca le había caído bien a la gente. Bueno, al menos no de entrada. Entendía que era porque era algo hosco y aprehensivo, por lo mismo de saber que la gente lo era con él. Debía ser entonces que las personas veían entonces eso en su rostro o algo por el estilo porque muy poca gente hablaba con él espontáneamente. Es obvio que a la gente siempre le guste hablar con gente que es como aspiran a ser. Por eso la gente más “popular” es siempre extrovertida, divertida y con más energía de la que pueden gastar. Él estaba al otro lado de ese espectro y al parecer lo tenía escrito por toda la cara porque era un problema para que la gente soltara algo.

 Ya después venían los problemas regionales, es decir las tontas características de las personas según su lugar de procedencia. Alguna gente es más abierta, otra más cerrada y así. Son bobadas o al menos así lo veía él, pues creía que la gente fácilmente podía superar semejantes clichés en los que estaban encerrados. Pero, la verdad es, que a la gente le encanta ser un estereotipo ambulante. Al parecer es más fácil definirse así porque es más claro. Por eso mismo la mayoría de personas no gustan nada de aquellos que son más difíciles de explicar y de entender. Con esto, él no quería pretender ser un ser misterioso, envuelto en las sombras. Pero ciertamente no era ese desgastado ser lleno de vida que la gente aspiraba a ser, por razones desconocidas.

 Todos estos problemas para conectar con la gente habían migrado también a su vida personal. O bueno, no era tanto una migración pues todo venía a ser lo mismo que era conectar con gente que no conocía, aunque hay que decir que en el amor y todo lo relacionado con ello, nunca había sido una persona muy exitosa que digamos. Fue rápidamente que se dio cuenta que no era de aquellas personas a las que la gente se le queda mirando a menos que sea por las razones que nadie quiere que lo miren. No era uno de esos tipos con un rostro inmaculado, que parece salido de la revista de moda más ridícula del mundo. No, ese no era él pero ni por las curvas.

 Era bajito y simple, siempre en el medio de todo pero nunca nada por completo. De pronto era eso lo que la gente obviaba pues, como decíamos antes, las personas prefieren lo que está definido y claro como el agua. Eso de que la Humanidad está fascinada con los misterios de la vida, es solo un mito de auto complacencia para hacernos pensar que todos somos brillantes y que además somos la mata de la cultura. Sabemos que eso no es así porque la mayoría de la Humanidad es tonta como ella sola, solo que a cada rato salen personajes que la salvan de si misma. Eso sí, no nos referimos a él que es otro tipo simplón y ciertamente él no se considera el pináculo de lo que es ser un ser humano.

 El caso, para ponerlo en palabras simples, es que nunca había atraído una mirada y, si lo hacía, era de lujuria o de confusión. Provocar cualquiera, al menos en su concepto, era desagradable. La primera porque simplemente no era halagadora y pasaba a ser lasciva y casi invasoramente física con facilidad. Y la segunda porque cuando la recibía su autoestima, un ser débil ya de tantas batallas, daba un salto hacia atrás y se encogía hasta quedar del tamaño de una uva. Las miradas para él decían todo de las personas y por eso había decidido ya no esforzarse más y dejar que cada persona opinase lo que quisiera y como quisiera. Sentía que después de tanto tiempo, la vida le debía algo.

 Sí, ya lo sabemos. Es bastante pretencioso decir que la vida le debe algo a uno pero a veces ciertamente se siente así. Hay gente que es premiada con demasiado en la vida y lo que pasa entonces es que se aburren con facilidad o se creen el centro del universo, dos situaciones bastante molestas para cualquiera que esté cerca. La gente a la que todo le sale bien, con la que todo es perfecto, ideal y justo, normalmente tienen el descaro de pedir más cuando ni se lo han ganado ni deberían poder tener más. Sin embargo, reciben belleza, amor, inteligencia y otro sin fin de premios. Y para el resto que queda? No mucho, lo que sobra que es poco y no vale tanto la pena pero está ahí para que el que quiera tomarlo lo haga. Y no, a él no le gustan las sobras de otros.

 Le debiera algo la vida o no, igual no estaba cerrado a que las cosas pasaran como pasaran. Es decir que no iba a buscar activamente el amor o amistades o nada de nada pero sí iba a estar abierto a que cualquiera de esas cosas llegara a su vida. Es decir que no iba a creer una barrera ni nada por el estilo, iba a dejar que quién quisiera conocerlo lo hiciera pero eso ya dependería del interés de la gente y, la verdad, él no creía que fuese a suceder nada con ello. La gente no iba a descubrir de la nada que él estaba ahí parado todos los días. Por algo cuando caminaba por la calle, sentía que nadie lo veía y que podía pasar desapercibido en cualquier lugar del mundo.

 De hecho había intentado hacer eso mismo en muchos lugares y lo había logrado con éxito. Simplemente resultaba invisible para muchos y la verdad que era algo agradable en ocasiones, aunque la mayoría se sentía muy solo. En esos momentos recordaba a su familia y a sus verdaderas amistades porque los tenía lejos y entonces sentía en el corazón lo difícil que es separarse de lo que uno necesita para hacer lo que se debe hacer o al menos lo que uno cree que debe hacer. Fuese como fuere, a veces lloraba en silencio un rato y después se le pasaba todo, como si tuviese que colapsar por momento para volver a construirse, ojalá más fuerte que antes y con mucha más fuerza y resistencia.

 No era de sorprenderse que estuviese aburrido con retomar el eterno ciclo de conocer gente y tener que unirse en grupos. Lo hacía pero no más que eso. A la gente no le interesaba él y él había perdido interés en la gente a menos que fuese para usarlo como piezas de su inventiva. Su autoestima ya había recibido demasiados golpes como para seguir arrastrándola por la calle una y otra vez como si fuera algo divertido. Ya no, estaba cansado de ponerse él en el medio de todo para que lo vieran por una vez. Ahora demandaba que los otros, que el resto de personas hicieran lo que él había hecho tantas veces. Quería verlos allí, indefensos como él.


 No estaba dispuesto a hacer más cosas que no iban con él, a fingir ser otra persona que era muy distinta y tampoco le gusta el juego de la hipocresía, que de hecho sabía jugar muy bien. No quería más máscaras y juegos tontos. Solo quería ser él, así eso no fuese suficiente.