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miércoles, 21 de noviembre de 2018

La misión de los desconocidos


   Tuve que tomar su mano para no caer en el barro. La colina, tan llena de árboles y hermosas flores, terminaba en un pantanal pestilente que parecía salido de la nada. Nos tomamos fuerte de la mano para no caer en el lodo, en el agua turbulenta que parecía haberse estancado allí hacía milenios. Había algunas flores, pero estaban tan separadas las una de la otra y eran de colores tan tristes, que no daba ninguna felicidad verlas en ese lugar. No lo hacían mejor o más bonito. El sitio como que las absorbía.

 Aparte de las flores, éramos los únicos seres vivos en el lugar. Nada hacía ruido por allí, solo el viento que barría la zona con ocasionales soplos que movían las pocas plantas y nos hacían detenernos en nuestros pasos. Entre más nos adentrábamos en el corazón del pantano, más tenebroso parecía ser. Una neblina gruesa se había ido formando y ahora nos rodeaba por completo, imposibilitando ver más allá de nuestras narices. Teníamos que estar muy cerca el uno del otro para vernos las caras.

 Era raro caminar así, de manera lenta por el fondo fangoso de la zona pero también yendo de la mano sin poder ver a la persona. Era casi como ser llevado por allí por un fantasma. Por un momento, tengo que confesarlo, me asusté y casi suelto su mano. Su respuesta fue algo violenta pero me dijo mucho de él que ya sabía pero pude comprobar: me haló hacia si mismo y me abrazó de una forma en la que nadie jamás me había abrazado. Supe que se preocupaba por mi y me sentí mal por tener miedo.

 Estábamos allí porque buscábamos algo perdido, un objeto que nos habían enviado a buscar. Solo que cuando habíamos aceptado la misión, jamás nos habían advertido de los riesgos y de la situación especifica del objeto. Sabíamos que se trataba de un artefacto lleno de información clasificada, que había sido lanzado de un lugar remoto hacía mucho tiempo. Según los mejores análisis hechos por varios expertos, el objeto había aterrizado en esa región pantanosa o un poco más allá, en los confines de este mundo.

 El viaje había sido largo pero no era nada comparado con esas horas que llevábamos en el pantano. Un viaje de catorce horas en avión, la travesía en barco de dos días y la caminata de treinta horas palidecían frente a ese recorrido que en teoría era corto pero que se sabía más peligroso, en más de una manera. No tengo ni idea cuánto tiempo estuvimos caminando hacia delante, siempre hacia delante. El sol no se podía ver y nos había animales que nos pudieran indicar algo que no supiésemos ya. El miedo ya era parte de nosotros y tal vez por eso caminar se hacía menos pesado.

 De repente, en una zona nada particular del pantano, él se detuvo. Yo casi choco con él por sacar el pie del barro, pero de nuevo me tomó con cuidado. Estuve casi seguro de que me había sonreído, pero la neblina ya no dejaba ver nada. Era como si crema espesa hubiese caído encima de todo y nos estuvieran cubriendo lentamente. Por supuesto, no nos untaba de nada, pero casi podía jurar que tenía masa, que era más espesa de lo que parecía ser. Cuando la toqué, pude comprobar que era tal como me lo imaginaba.

 Oí entonces el sonido de un aparato. No era el que veníamos a buscar sino uno que nos habían dado antes de partir. Se trataba de un increíble aparatito que servía para detectar metales particulares en zonas determinadas. Como lo que buscábamos estaba hecho de titanio, solo había que calibrar nuestro aparato para que buscara ese material. Era una fortuna que el agente hubiese elegido un metal tan raro para esconder su información, uno que era muy difícil de encontrar en la superficie terrestre.

 Había posibilidades de que el pantano tuviese otros secretos pero al menos ese material nos daba una pequeña ventaja, o al menos esa era la idea. Al rato, guardó el aparato y me apretó la mano para indicarme que debíamos seguir. Yo estaba cansado pero sabía que la misión debía ser terminada lo más pronto posible. De hecho, entre más pronto lo hiciésemos más rápido estaríamos en casa, arropados y comiendo algo delicioso. Pensar en comida no era la mejor idea, pero al menos no era pensar en el miedo.

 Fue más tarde, cuando la luz pareció cambiar un poco, que por fin nuestros pies tocaron algo distinto al suelo de lodo del pantano. Era algo mucho más duro y algo resbaladizo. Miré al suelo y no pude ver nada por la neblina, pero estaba seguro de que se trataba de suelo rocoso, tal vez incluso de una sola piedra enorme en la mitad del pantano. Era difícil de saber. Caminamos incluso más despacio sobre esa superficie hasta que él se detuvo y yo hice lo mismo. De nuevo, revisó el aparato mientras yo esperaba.

 Fue entonces cuando lo sentí, algo que se movía en alguna parte a nuestro alrededor. Fue un ligero cambio en la atmosfera, una ráfaga de viento que no correspondía a los soplos recurrentes del clima. Era otra cosa, que me hizo dar unos pasos hacia atrás, quedando casi completamente contra mi compañero. Él guardó el aparato, supuse que había sentido lo mismo que yo. Apretó mi mano ligeramente y entonces me soltó, casi empujándome. Por un momento me asusté y quise gritar, pero recordé las instrucciones y solo di un par de pasos hacia atrás, suficientes para sentir algo nuevo.

 Mis pies habían tocado algo. Traté de tantear el objeto con ellos pero no fue suficiente para saber qué era. Lo pisé entonces, sosteniéndolo contra el suelo lo más firme que pude, y me agaché lentamente. Cuando bajé la mano, lo primero que toqué fue el suelo rocoso. Estaba cubierto de musgo, lo que explicaba porqué se sentía tan resbaloso. Luego pasé mis manos al objeto que pisaba. Lo tomé con fuerza y levanté, para poderlo ver justo enfrente de mi rostro. Casi pego un grito, que ahogué tapándome la boca con la otra mano.

 No sé como no pude identificar antes que se trataba de un pedazo de cráneo. Por lo que se veía, no era de un muerto fresco sino de uno que había pasado a mejor vida hacía bastante tiempo, meses o años. Me dio asco tener eso en mi mano, pero lo acerqué más a mi cara y traté de pensar que se trataba de un ser humano, de alguien que tal vez no esperaba morir en ese lugar perdido del mundo. Esa persona merecía respeto, incluso después de muerta. Así que inhalé un poco de aire y traté de analizar el hueso.

 La calavera estaba casi partida en dos, de manera limpia. Era como si a la persona le hubiesen cortado la cabeza en dos mitades casi iguales, con algún tipo de cuchillo o machete. Era imposible que existiera un objeto que partiera un cráneo de manera tan limpia, pero la verdad era que no tenía mucha idea de restos humanos, pues no era ni es mi especialidad. Con cuidado, tomé mi mochila, la abrí y metí el cráneo en una bolsa plástica que tenía adentro. Tal vez en un laboratorio podríamos saber quién era y cómo había muerto.

 Casi muero yo mismo cuando sentí una mano en mi hombro, pero pronto supe que era mi compañero. Nos abrazamos de nuevo. Le quise contar de la calavera pero sabía que no era buena idea. Estando tan cerca, pude ver su rostro. Tenía los ojos inyectados en sangre pero con una expresión muy particular, como de alegría contenida. Se puso un dedo sobre los labios y me señaló su mochila. Me acerqué y pude ver que había encontrado el objeto que habíamos estado buscando. Le sonreí, como para decirle “bien hecho”.

 Hicimos una pequeña pausa, y luego nos tomamos de la mano para empezar a caminar de nuevo. No sé cuantas horas pasaron hasta que volvimos a la colina que habíamos penetrado para llegar al pantano. Por fin se escuchaban pájaros de nuevo, se escuchaba la vida. Podíamos hablarnos el uno al otro.

 Iba a gritar de felicidad cuando nos dimos cuenta que no estábamos solos. Era obvio que más personas sabían del tubo de titanio con información clasificada. Y allí estaban, listos para quitarnos lo que habíamos conseguido con tanto esfuerzo. Pero ellos no sabían quienes éramos en verdad.

viernes, 23 de octubre de 2015

Objetos cargados

   No podía respirar nada. En un momento la garganta se me cerró por completo y mis ojos debieron reflejarlo. Pero, afortunadamente o no, no había nadie que pudiese verlos. Como pude, traté de bajar el ritmo de mi respiración, sin parar de caminar y de llorar al mismo tiempo. Lo que me había pasado era una tontería pero me había tomado tan por sorpresa que simplemente no tenía como enfrentarlo. Pensé que tendría la fuerza para que las cosas dejaran de afectarme tanto pero creo que cuando tomé energía de un sitio, obviamente lo estaba dejando sin defensa a favor de otro lugar que necesitaba más resistencia. Me puse a jugar con lo que tenía y casi acabo destruido por mi mismo. Esa respiración casi ausente, ahogarme a los ojos de todo el mundo y que no me vieran, la causé yo.

 Bueno, para ser más exactos, fue un tipo de apariencia rusa el que inició todo ese evento tan desagradable. Nunca quiero volver a pasar por ese sitio pero sé que tarde o temprano lo haré pues esta ciudad no es grande y todo se resume a una pocas calles. El caso es que un robo es normalmente algo que no es tan traumático o al menos no en el civilizado mundo europeo. Me han robado, y más intentado robar más veces, en mi país. Allí un robo normalmente es más violento y peligroso pero nunca ha sido así para mí. Afortunadamente siempre han sido momentos “manejables” y creo que ayuda que sea un enfrentamiento, que sepas que ocurre. Cuando no sabes que pasa el miedo escala más rápido y por eso creo que la tensión arterial casi me explota la cabeza esta vez.

 Por lo menos yo prefiero saber y así es en todos los campos posibles. Quién no va a querer saber que pasa o como pasa? Porque elegir vivir en la ignorancia sabiendo que el peligro así es mayor? No sé que tiene la gente en la cabeza pero yo odio sentirme menos, burlado y como si nada de lo que soy importara para nada. En parte eso fue lo que me dio más rabia del asunto: no tanto el hecho de ser robado como el hecho de serlo sin darme cuenta, en la calle y con gente no muy lejos. Me sentí burlado y una burla en mi mismo y nadie debería tener el poder de hacer eso por su propia cuenta a otra persona. Es cruel y rastrero y es un truco que solo busca un beneficio temporal.

 Al fin y al cabo, quién roba un celular (o “móvil”) a estas alturas de la vida. Donde hay tanto mercado para aparatos robados? Quién querría untarse las manos de algo que proviene de semejante lugar, del robo o incluso de algo peor? No me sorprende que el ser humano no tenga una pizca de sentido común pero esto es mucho más que eso. Es solo pensar en los demás, así lo robado no sea más que un aparato. Lo que pasa es que para los seres humanos los objetos son más que eso, son símbolos de algo y carga una energía especial para cada persona. Remover objetos de la vida de una persona debe ser decisión solamente de dicho ser humano y de nadie más.

 Para mí, el objeto tenía un valor familiar. Era un símbolo de una de las mejores Navidades que he pasado con mi familia, un regalo sentido de mi padre con el que nunca he tenido una relación fuerte y ahora que todos en mi hogar somos adultos, las cosas han cambiado para bien. Ese celular era, hoy en día, mi conexión a ellos y mi manera más directa y rápida de no sentirme solo en momentos en los que siento que me hundo y no hay ninguna mano a la cual asirme. Mucha gente no sabe lo doloroso que puede ser separarse de quienes quieres y tampoco saben lo complejo que es vivir adaptándose a nuevos espacios y nuevas personas, a costumbres y maneras de decir y hacer. Es algo que requiere tiempo y a veces el tiempo está en contra y todo es más complicado de lo que debería.

 Ese es el poder de los símbolos, el peso que tienen los objetos. Muchas personas tildan a otros de superficiales, de darle demasiada importancia a los objetos pero esto es solo verdad cuando esos objetos no están cargados con significados, con una energía especial que es solo nuestra y que nadie en el mundo puede soñar replicar. Como seres humanos, obviamente creamos conexiones con otros seres humanos pero, ahora más que nunca, necesitamos ayuda extra para crear esas conexiones y las ayudas son estos objetos cargados de energía que sirven para mantener un vinculo que podría ser débil o, al contrario, que es tan fuerte que necesita ser reforzado.

 Perder un articulo de ropa o objetos rutinarios como un bolígrafo o un lápiz, es poco posible que afecten a nadie pues rara vez son cosas que se carguen con ese significado especial. No son símbolos a menos que sean usados como tal o sean claves en uno u otro momento. Está claro que yo hablo desde mi experiencia personal y se que es posible que alguien tenga una camiseta de la cual no se separe o un lápiz “de la suerte”. Lo entendería porque al fin y al cabo un símbolo no deja de serlo por su tamaño o por su importancia en el mundo de los seres humanos. Eso es relativo y, al final del camino, muy poco importante pues lo que es de veras clave es que el objeto ayude a conectar a algún lado.

 Está claro que si la conexión es solo al objeto, ya no hay energía nuestra allí sino más bien un egocentrismo extraño que se basa en lo que tenemos y no en lo que somos. Supongo que deben existir casos pero seguramente está todo más relacionado a otros fenómenos humanos, mucho menos importantes y más relacionados con la corrupción a través del dinero. Ciertamente el dinero no tiene nada de energía y si lo tiene no es una especialmente positiva. Alguien que solo tiene cosas por tenerlas simplemente no tiene la capacidad para pasar esa parte de ellos mismos en algo que puede conectarlos a otra persona. No hay flujo de energía así que, en esencia, no hay nada de nada.

 Caminé bastante porque la gente no sabía muy bien donde quedaba la policía y ellos me mandaron a volar porque simplemente no tenía un número de registro del teléfono. No hubo ayuda, no hubo compasión, no hubo nada. Y yo que siempre pensé que los hombres y mujeres de la justicia y sus brazos debían de tener un poco de sentimientos en esa coraza que los cubre. Pero no, al menos esta vez no había nada. Por supuesto que no era como para que me trataran como a una victima de violación pero, la verdad, yo sí me sentía así o al menos muy parecido. Porque para mi había sido una violación de mi ser, de lo que soy y de lo que nunca voy a dejar de ser. Un momento de distracción y me quitaron las defensas que tomaran un tiempo en ser reconstruidas.

 Y así tuve que volver a casa, con el cuerpo en dolor y la cabeza a punto de estallar. No sé como llegué a mi casa. Seguramente, después de tanto caminar, resultó que las cosas quedaban más cerca de lo que parecía. El caso es que cuando llegué lo único que quise fue hablar con mi familia y eso hice. No puedo decir que me calmó pero sí ayudó bastante, pues en este momento son las únicas personas en el mundo, junto a un par más, que me conocen bien y saben como hablarme y demás cuando estoy bastante mal. Sé que muchos pensarán que no es para tanto pero ojalá nunca sientan ese dolor de cabeza, esa sensación de tener unos tornillos gruesos metiéndose poco a poco en el cráneo.

 Así se sentía y se sintió durante toda la noche. Me desperté un par de veces por culpa del dolor y por culpa del estúpido mundo que me rodea que no me deja tranquilo. Cuando no pude seguir intentando dormir, me senté en mi casa y me di cuenta que el dolor había bajado pero solo pensar en el lo hizo crecer de nuevo como si tuviese vida propia. La ironía es que no quería comer nada, no quería saber nada de nada y no tenía energía. Pero tenía que volver a la policía y seguir haciendo lo que tenía que hacer pues las cosas no pueden quedar como si estuviese bien hacerlas. Hice lo que debía hacer y hacia las cinco de la tarde por fin comí algo y debo decir que eso me devolvió el aliento.

 El día pasó y en la noche pude dormir mejor, al menos hasta hace un rato que empezaron a martillar y a romper y no sé a que más hacer. Como dije, el mundo a mi alrededor tiene un serio problema para dejarme en paz. Pero eso no importa, lo que importa es estar tranquilo y tratar de no perder la rienda de las cosas. Esos objetos con poder, con energía, no pueden jugar un papel tan importante, lo mismo que la gente en la calle. No se puede darle el poder a alguien más para que lo use sobre uno. Hay que usar todo lo que se tenga para construirse mejor, para ser la mejor persona que se pueda ser y no hablo de sentimientos sino de capacidades.


 Los sentimientos vienen luego y esos muchas veces son un torrente que no se puede controlar. Los sentimientos no vienen controlados ni de una fuente clara por lo que cuando surgen hay que dejarlos salir de la mejor manera posible. El dolor de cabeza sigue rondando o tal vez sea su fantasma. Tengo que asegurarme de estar listo para la próxima ronda, porque así es.

viernes, 16 de octubre de 2015

Después del fuego

   Sin poder hacer nada más que mirar, la familia Martínez mira como su hogar de muchos años es consumido por las llamas. La casa, una humilde residencia ubicada en un barrio igual de antiguo, ha empezado a arder por un fallo eléctrico grave. Lo peor es que la de los Martínez no es la única casa afectada. Pronto el fuego pasa de una a otra y para cuando los bomberos llegan ya es muy tarde. La pintura y lo que hay dentro de las casas ha acelerado el proceso y ya no hay nada que hacer. Salvan la última casa de la calle, bloqueando las llamas con químicos y agua pero la ironía es que allí no vive nadie hace años. Las familias están en la calle, sin poder emitir palabra o si quiera pronunciarse sobre lo que han tenido que vivir. La mayoría se va del lugar pero no todos.

 Al amanecer, cuando la luz del sol empieza a bañar fríamente al barrio, los bomberos terminan su labor y dan por perdidas todas las casas de un lado de la calle excepto la última que solo ha sido afectada por algunas chispas. Tras asegurarse de que todo ya terminó, dejan que miembros de cada familia entre al lugar y busquen, con cuidado, cosas que quieran rescatar, si es que las hay. Los bomberos acompañan a la gente en esta labor y es así que se dan cuenta que la última casa sí fue afectada: todo uno de sus muros fue destruido y dejó un hueco a un lado de la casa. Uno de los bomberos, de los más jóvenes allí, decide acercarse a la casa para echar un vistazo. Al fin y al cabo, piensa él, no hay nadie allí y no vendrá mal ver si otras partes de la casa fueron afectadas.

 Pisando con cuidado, entra directamente a la sala de estar. Sus pasos, por alguna razón, resuenan por todo el espacio. Es como si la casa llevara mucho más tiempo del que parece vacante o como si el sonido rebotara más de la cuenta. Entonces, se da cuenta de que al pisar suena hueco. Así que busca debajo de la alfombra de la sala y se da cuenta que hay una apertura. No hay como halar así que pide a uno de sus compañeros una palanca que usan para abrir tapas de alcantarillas. Con ella rompe un poco el piso peor libera una trampilla y descubre que debajo de la sala hay un deposito, al parecer poco profundo con revistas, casetes, videocasetes, discos compactos, memorias USB y discos duros.

 Los bomberos se miran entre sí porque saben que esto no es algo muy común. Uno de ellos, el que trajo la palanca, decide ir al camión a llamar a la policía. El otro se queda para ver con detenimiento lo que hay allí y entonces se da cuenta de que son las revistas y de que hay fotografías. Todo es prueba de que en esa casa vacía vivía un pedófilo que escondió todo lo que tenía allí. El bombero se pone de pie y decide revisar cuarto por cuarto la casa. En la cocina no hay nada pero está impecable, es el cuarto más lejano al incendio. Sube las escaleras y revisa los cuartos. Parece haber sido una casa familiar y no la de un soltero, al menos juzgando por los muebles.

 Mientras está en la alcoba principal, revisando bajo la cama por más trampillas, se da cuenta de un sonido particular. Parece casi imaginado, como si en verdad viniese de tan lejos que no pudiese haber seguridad de su verosimilitud. El bombero se queda en silencio, mirando para todos lados. Entonces otra vez distingue un sonido pero no puede descifrar que es: un quejido? Un grito? Alguien comiendo? Entonces mira el techo y tiene una idea. Llama por radio a su compañero para que le traiga una escalera. Cuando llega, le cuenta que la policía ha llegado y que están revisando el escondite debajo de la sala. El bombero le pide silencio, se sube a la escalera y de nuevo se queda mirando al techo. Esperando. No pasa nada hasta pasados unos momentos.

 A lo lejos, suenan golpes y otros sonidos que no se logran distinguir. Entonces el bombero empieza a golpear el techo con su puño y a escuchar como suena. Su compañero parece confundido pero no interrumpe el silencio. Lo ayuda a correr la escalera varias veces, tantas que los policías, cuando suben, anuncian que ya están llevándose todo lo que había en el escondite para revisarlo con el mayor detalle. Entonces el joven bombero da otro puñetazo al techo y esta vez cae bastante polvo, haciendo que todos los demás se tapen la cara para evitar quedar cegados. El golpe además, emitió un sonido claro y no sordo como en todos los demás puntos. El otro bombero va en busca de la palanca de nuevo, dándose cuenta que es necesaria.

 Cuando vuelve, la policía ayuda halando y entonces otra trampilla en el techo cede, haciendo caer una nube de polvo y tierra encima de los oficiales y los bomberos. Tosen pesadamente y tratan de quitarse el mugre de encima pero cuando terminan se dan cuenta que el bombero joven ya ha subido y les pide que pidan una ambulancia. Con cuidado y con ayuda de los demás, el bombero baja a dos niños del ático secreto de la casa. El lugar era polvoriento y apenas tenía ventanas, tapiadas parcialmente con tablas y telas. Los niños estaban ahogándose por los gases del incendio y ya estaban desmayados cuando el bombero pudo acceder a ellos.

 Cuando llegó la ambulancia, los vecinos que estaban allí sacando sus cosas no pudieron evitar mirar lo que sucedía. Estaban a punto de cerrar la puerta de la ambulancia cuando el bombero pidió que esperaran y llamó a gritos a los vecinos que estuviesen más cerca. Se acercaron y él les pidió que identificaran a los niños, si les era posible. Una era niña de unos doce años, vestida con un largo camisón rosa y de pelo rizado. El otro era un niño de unos nueve años, también vestido de pijama. No parecían ser hermanos. Ninguno de los vecinos los reconoció así que el bombero dejó ir la ambulancia y volvió a la casa.

 Había ya tres oficiales de policía en el ático y otros dos sacando en bolsas plásticas lo que había debajo de la sala. Ya el hueco estaba vacío cuando el joven bombero pasó de camino al piso superior. Allí vio bajar del ático a uno de los policías, que parecía más afectado que nadie. No se dijeron nada ente sí pero se comprendieron cuando se cruzaron. El bombero subió la escalera y quedó cegado por un momento por los flashes de las cámaras que la policía usaba para registrarlo todo. No habían movido nada pero revisaban cada esquina. Entonces el joven les preguntó qué habían encontrado y ellos respondieron que el sitio había sido por mucho tiempo la celda de esos niños. Había excrementos en un balde y orina en el otro. No había comida ni mantas para dormir.

 El bombero se acercó a una de las pequeñas ventanas y miró al exterior. La verdad era que desde allí no se podía ver mucho y sin embargo quién había tenido a esos niños atrapados, los había privado de la luz del sol. Por la poca tela y tabla que había en el piso, se podía deducir que los niños habían tratado de quitarlo todo pero sus fuerzas habían disminuido muy rápidamente. Los policías anunciaron que en camino venía un equipo experto en revisión de escenas de crímenes. Ellos tomarían huellas y revisarían todo con mucho más cuidado para que se pudiese saber con quién estaban tratando en este caso. El bombero decidió entonces bajar para recibir a ese equipo de expertos.

 Pero en la sala no estaban ellos sino uno de los vecinos. Era una mujer algo delgada, que tenía las manos y la cara con varias manchas de hollín. Era obvio que había estado revisando su casa en busca de cosas que rescatar. La mujer le preguntó al bombero si era cierto lo que decían los vecinos, que en esa casa habían encontrado unos niños casi muertos y otras cosas que ni siquiera pudo describir. El bombero asintió. Pero ella no pareció asustada o sorprendida. Fue casi como un alivio para ella ver ese gesto. Le dijo al bombero que siempre había sabido que había algo raro con esa casa y con sus propietarios.

 Eran una pareja de esposos, o eso habían dicho, que se había mudado al barrio hacía unos dos años. Lo habían dejado todo atrás hacía unos seis meses, anunciando a algunos que habían ganado un viaje a Europa y que se iban a disfrutarlo. Pero nunca volvieron y nadie pensó mucho en ellos hasta ahora. Siempre habían sido sociables pero tal vez demasiado, pues para la mujer cubierta de hollín, la gente normal siempre tiene secretos y no se abre al completo ante extraños. Le dijo los nombres que ella conocía de la pareja y le pidió al bombero que hiciesen todo lo posible por encontrarlos y hacerlos pagar por lo que habían hecho. La mujer se alejó y el bombero quedó allí, sorprendido y consternado.


 Pasado algún tiempo se descubrió que los nombres que el barrio había conocido eran falsos y que nadie sabía donde estaba esa pareja. Se habían ido hace tanto que era difícil seguirlos, incluso con retratos hablados y demás. Nunca se encontraron fotos de ellos. En cuanto a los niños, fue una situación más pública y traumática. El niño murió pues su cuerpo no pudo aguantar los gases. La niña sobrevivió pero tuvo una recuperación difícil. La gente la ayudó a seguir adelante pero tuvo un episodio y quedó sin poder hablar. El bombero, por su parte, convirtió ese caso en el centro de su vida y le dedicó todo el tiempo que pudo, tanto que decidió convertirse en detective de policía, algo que la comunidad agradecería por muchos años.