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sábado, 10 de octubre de 2015

La bruja

   La pobre bruja corría como alma que lleva el diablo a través del bosque. A veces parecía que iba a tropezarse pero con un movimiento de su mano todo lo que se interponía en su camino se movía hacia un lado. Un árbol de quince metros lo hice sin chistar, lo mismo que varias raíces, todo un riachuelo y muchas piedras de diversos tamaño. Empezó a llover y la bruja quedó empapada justo antes de llegar a su pequeña casa, incrustada en un montículo en la mitad del bosque. Con otro movimiento de su mano, la ropa que tenía puesta se secó. Obviamente el mito de que las brujas se derretían con agua era una tontería pero eso no quería decir que la disfrutaran mucho que digamos. En un momento, la bruja puso a hervir un par de calderos pequeños y, finalmente, fue a dar a un gran sillón.

 Estando allí se quitó el sombrero, revelando una cabellera de color violeta intenso. Era bastante guapa también y nadie en el mundo hubiese pensado que era una bruja, a menos que ella misma le contara a medio mundo. De hecho, eso lo había hecho varias veces con mortales de los alrededores pero siempre tenía cuidado de borrarles la memoria con uno de sus encantamientos. Era cuidadosa y tenía un legado, una historia familiar que honrar y preservar, así que no podía vivir muy a la ligera. Después de un rato esperando, se acerco a uno de los calderos, tomó el cucharón que había dentro y se sirvió en un plato un poco de la deliciosa sopa que había allí. No había magia ni nada, solo verduras. El otro caldero, sin embargo, estaba rodeado de un humo curiosamente fucsia.

 La joven se sentó a la mesa, una gran mesa de madera basta, y tomó su sopa. Si algo había que no le gustaba mucho de vivir allí, es que muchas veces estaba sola. Y cuando llovía de esa manera, pues afuera la tormenta había arreciado, no había manera de que uno de sus amigos del bosque la visitara. No, por supuesto que no eran animales como conejitos y mapaches. Quienes la visitaban eran elfos y duendes y hadas y muchas otras más criaturas mágicas que sabían de su negocio de pociones y venían con frecuencia a pedirle ayuda. La que se estaba cocinando era una de valor y se supone que la usaría un espíritu para asustar mejor.

 Que claro que la bruja no hacía pociones para cualquiera ni cuando ellos se lo exigieran. La bruja trabajaba solo si veía en ello una ganancia personal, fuera de lo monetario. Al fin y al cabo que era una bruja joven y necesitaba adquirir toda la experiencia que le fuese posible. Había sido la idea de su familia que se exiliara por un año en un bosque para que trabajara concentrada y entrenara todo lo que debía, para aprender a ser una bruja con todos los trucos bajo la manga. Por eso todas las criaturas del bosque, o casi todas, iban allí a pedir que les solucionase una parte de sus vidas. Pero ella ya se estaba cansando de la situación y eso que solo habían pasado tres meses desde su llegada.

 La joven estaba frustrada porque quería ver el mundo y, como le había dicho a su madre tantas veces, intuía que en las ciudades la gente necesitaría más de una bruja. Pero su madre no lo consintió y por eso resultó en un bosque. Ahora ya no peleaba, principalmente porque no había con quien, y solo llevaba el día a día. Estaba terminando la sopa, que estaba deliciosa, cuando miró a la ventana y sintió una sombra cruzando sobre ella. Lo mismo sucedió con otra ventana y entonces la joven apagó las luces de su hogar. Esperó en silencio, con únicos ruidos el hervir del caldero y la lluvia incesante afuera. Parecía que no iba a pasar nada hasta que una cara apareció de golpe en una de las ventanas.

 Ella sabía que no podían verla directamente, pues había un encantamiento que hacía parecer todo muy diferente desde afuera. Pero ese ser parecía seguro de ver algo o tal vez lo sentía. Por lo que pudo detallar la bruja, esa criatura era un hombre humano y no era uno de los mejores ejemplares de sus especie. Tenía una marca bastante mal cuidada que le tapaba casi toda la cara y el pelo sucio y enmarañado, lo que era increíble con la cantidad de lluvia que caía afuera. Sus ojos eran claros e intimidantes, no como los amables ojos avellana de la bruja. El humano se quedó mirando por la ventana un buen rato hasta que perdió el interés y se fue, para tranquilidad de la joven.

 Pero al rato pasó algo peor: golpeaban a la puerta con una fuerza inmensa. Era como si la quisieran romper. Debía ser un cliente desesperado pero ella les había dicho, con claridad, que no atendería a nadie cuando el clima fuese adverso. Les explicó, tratando no detallar mucho, que el clima exterior podía afectar negativamente el desarrollo de sus pociones. Pero al parecer el ser que estuviese detrás de la puerta, no iba a dejar de golpear como un maniático así que la bruja le abrió, dejándolo pasar a él y a otra criatura algo menor. Cuando se dio la vuelta para saludarlos, la bruja gritó de la manera más desgarradora en la que jamás nadie ha gritado. Algunos animales afuera quedaron hechos de piedra, tal cual.

 Los que entraron a la casa de la bruja eran seres humanos. El grande era el que había estado mirando por la ventana y el otro, algo más pequeño, parecía ser una mujer. Después del grito, la bruja se acorraló en una esquina y les pidió, por favor, que se fueran y no volvieran jamás. Prometía irse del bosque, darles pociones de poder y de amor y todo lo que quisieran pero solo quería que la dejaran vivir. Las criaturas la miraban como si estuviera loca pero ella se echó al piso e imploró por su vida como si le hubiese puesto un cuchillo en la garganta. Las criaturas la ignoraron al comienzo, tomando un caldero y calentando agua allí.

 Fue entonces que la bruja se dio cuenta que algo pasaba con la mujer. Su forma era particular así como su pesado caminar, que terminó en el sillón donde la bruja misma había estado sentada hasta hacía algunos minutos. La mujer parecía estar embarazada y por el color de su piel no parecía estarlo llevando muy bien. Tenía el color de las espinacas en su cara. La bruja entonces se calmó y solo se quedó mirando las escena desde su rincón: el hombre le brindaba a la mujer té pero ella no lo tomaba. Él parecía tratar de convencerla hasta que lo logró. Acto seguido, trató de ponerla más cómoda, usando algunas de las cosas que había alrededor como manteles y cojines varios. La bruja lentamente se puso de pie y se dio cuenta que el hombre no sabía muy bien que hacer.

 Entonces caminó con agilidad hacia el fuego, puso un caldero más y allí mezcló varios de los ingredientes que tenía en su despensa. Los humanos se quedaron mirándola, con algo de miedo pero también con una inmensa curiosidad pues la bruja iba y venía, moviendo la mano de manera extraña y haciendo aparecer y desaparecer diversos artículos como libros, ingredientes, platos, jeringas, … Mientras hacía esto la mujer empezó a quejarse del dolor y entonces la bruja apuró el paso mientras los gritos de la pobre mujer se podían oír por todas partes. La joven se dio la vuelta, esperando que la poción hirviese el tiempo necesario. El hombre tenía a su mujer tomada de la mano, como apoyo.

 La bruja se acercó un poco y les sonrió, cosa que ellos no devolvieron. Al fin y al cabo eran culturas diferentes y cada cultura percibe las cosas como quieres percibirlas. Era increíble para ella, la bruja, ver como esas dos personas se profesaban tanto amor  con los más sutiles movimientos del cuerpo. Un apretón ligero de manos o un beso en la frente, cosas muy básicas. La poción estuvo lista y tenía la consistencia deseada: entre una crema de manos y un chicle especialmente pegajoso. Lo pasó todo a un cuenco y con una espátula untó casi todo sobre la panza de la humana, que parecía asustada pero sin embargo no empujaba ni hacia nada para que la bruja se detuviese.

 El resto, la humana lo tuvo que beber. Le sabía a un platillo muy dulce, como un postre. La poción relajaba su cuerpo y a la vez le daba fuerzas, por lo que tras algunas horas, el bebé que tenía dentro nació sano y salvo. La bruja, honrada de haber visto el nacimiento de una vida, le dio al niño la capacidad de siempre ver lo mejor en los demás. Ese sería su pequeño regalo, que debía usar él lo mejor posible. Los humanos se quedaron en la casa del a joven esa noche. Compartieron sopa, un espacio para dormir y, en la mañana, ella descubrió que no había nadie allí. Se habían ido sin decir nada más. Afuera la lluvia todavía caía, pero con suavidad.


 La bruja le escribió a su madre contándole todo lo sucedido. Le dio todos los detalles del asunto y le contó de la poción que había hecho de lo especial que había sido semejante momento para ella. La madre le respondió con rapidez, estando muy feliz por ella pues era un evento que rara vez presenciaba una bruja. Pero su madre estaba preocupada por el niño, pues a veces los buenos deseos podían convertirse en maldiciones. Además, le resultaba curioso que hubiese humanos en un bosque como ese, donde ellos jamás entraban. Los que su hija había conocido debían ser humano muy insistentes o resistentes. Eso ella no lo sabía bien pero se prometió a si misma buscarlos y vigilar el progreso de su deseo para el niño. No iba a dejar que sus deseos se corrompieran.

lunes, 17 de agosto de 2015

Tormenta de nieve

   Por mucho que buscamos por toda la casa, solo había un control para los videojuegos. Hubiera podido jurar que tenía otro pero no, no estaba por ningún lado. Eso quería decir que teníamos que hacer otra cosa o simplemente jugar de a uno. Él dijo que no le importaba, con tal de poder distraerse un poco. Le di el control y le dije que el primer turno era de él. El juego que estaba en el aparato era bastante simple, de deportes. Tenía que hacer como si jugara tenis u otros deportes. Normalmente era un juego muy divertido pero más aún cuando se jugaba con otras personas. Él empezó a jugar y yo solo miré, tratando de no aburrirme por hacer nada. Cada tanto miraba por la ventana y me daba cuenta que afuera todo parecía ponerse peor.

 La nieve caía por montones y el vidrio estaba tan empañado que no se veía mucho más que la nieve que caía inmediatamente al lado del vidrio. De pronto sentí un ligero empujón y era él, que me empujaba ligeramente con el control. Decía que había terminado su ronda y que era mi turno. Entonces jugué y me distraje un rato, aunque fue difícil verle el lado divertido al asunto con él diciéndome que hacer y como. Alertándome antes de lo que debía hacer y haciendo ruidos de frustración cuando no lo lograba. Si hubiera tenido que elegir a propósito un compañero de encierro, ciertamente jamás lo hubiera elegido a él. Siempre me había caído un poco mal pero ahora estaba desarrollando ese odio más allá de lo establecido.

 Trabajábamos juntos y él había tenido la brillante idea de entregarme unos papeles urgentes en mi casa, durante una tormenta de nieve. Según él había sido porque quería deshacerse de ellos y no tenerlos cerca porque eran de mucho valor y no quería perderlos y que luego lo reprendieran por culpa mía. Cuando lo dijo, tuve ganas de ponerle el sobre con los papeles de sombrero pero solo los tomé y fue entonces cuando se fue la luz y la tormenta entró con toda su fuerza. Nunca antes había yo estado en una situación así. Le dije que entrara, puesto que afuera se iba a congelar. Él me hizo caso pero no sin mirar a mi casa como si fuera el peor lugar en el que hubiese puesto un pie.

 No le ofrecí nada más sino mi sofá y esperar. No hablamos en todo el rato, excepto cuando me pidió que le indicara donde quedaba el baño. Se lo señalé y usé solo una palabra. Traté de fingir que podía seguir lo que estaba haciendo, pero lamentablemente estaba viendo una película y sin energía, no había como. Fue toda una noche sin nada de luz. Iba a decirle que tomara lo que quisiera de la nevera pero lo pensé y era mejor no darle alas. Hice dos sándwiches y le di uno a él sin decir nada. Creo que le gustó pero no dijo nada. Yo me fui a dormir a mi cama y él en el sofá, con una cobija que yo tenía a la mano. No dormí muy bien esa noche.

 Al otro día ya había electricidad pero las noticias seguían siendo malas: la tormenta era severa y se le aconsejaba a la gente no salir a menos que fueses absolutamente necesario. No había transporte público y el aeropuerto estaba cerrado. Fue entonces que se me ocurrió la idea de jugar con el videojuego, ya que él no quería ver la película que yo estaba viendo. Pero esa diversión no duró mucho, pues él se quejó que todo se ponía más lento así. Yo me enojé y casi le dije que se largara de mi casa, pero entonces mire por la ventana y tuve que tragarme todo ese resentimiento. Decidí mejor dedicarme a hacer el almuerzo sin decir nada. Pensé en hacer algo simple, como pasta a la boloñesa, pero entonces él llegó por detrás, con sugerencias y criticas. Con razón nadie lo quería en la oficina!

 Me dijo que la carne debía ser cocinada de cierta manera o sino no se mataba correctamente a las bacterias que vivían en ella. Yo no le contesté, preferí hacer las cosas como siempre las hacía y, cuando él se dio cuenta, empezó a tomar cosas por su lado y dijo que iba a hacer una ensalada para acompañar la pasta. Yo no le dije que sí o que no, la verdad me daba lo mismo con tal que dejara de hablar. Estuvimos en silencio cocinando un buen rato hasta que nos cruzamos y nos miramos a la cara. Por un segundo, pude ver que su cara tenía algo de vergüenza en ella pero más que todo estaba algo pálido. En el momento no dije nada y solo me dediqué a sacar los platos y a servir.

 Comimos también en silencio, aunque me levanté en un momento para prender el televisor y ver que nuevas noticias había. Previsiblemente, la tormenta seguía igual y no parecía que fuera a mejorar antes de la noche. El reportero en las imágenes parecía estarse congelando en la mitad de la calle y yo agradecí tener un lugar donde sentirme tibio. De repente, él se aclaró la voz y me dijo que la pasta había quedado muy buena. Yo al comienzo no le entendí y solo asentí. Al fin que solo era carne, salsa de lata y pasta. No era nada del otro mundo. Entonces fue que lo miré y estaba más blanco que antes y entonces se desmayó y cayó al suelo. Yo corrí hacia él y le miré la cabeza, viendo que no se hubiera golpeado muy fuerte.

 Se había lastimado un poco pero lo más grave era que estaba muy blanco y no estaba consciente. Lo único que se me ocurrió fue revisar su ropa, la que tenía puesta así como una chaqueta que había dejado en el espaldar de otra de las sillas del comedor. En ella había una cajita pequeña que decía insulina. Pero no tenía aplicador ni nada por el estilo. Corrí al baño y por suerte tenía una aguja, de cuanto había comprado para hacer algunos adornos de navidad. Menos mal no estaba usada. Me apuré al comedor, saqué un poco del liquido de la botellita y le subí la camiseta. Tontamente, vi que tenía un muy buen cuerpo y casi se me olvidaba lo que tenía que hacer. Pinché un poco de su carne e inyecté.

 Me quedé mirándolo a ver si reaccionaba y fue solo al cabo de un rato que respiró profundamente, como si hubiera acabado de salir a la superficie del mar después de mucho nadar. Le dije que era mejor no levantarse, así cogí una de las almohadas de mi sofá y se la puse bajo la cabeza. No sé porqué, él me cogió la mano. Parecía asustado y estaba algo frío.  Me apretaba con fuerza pero no decía. Yo le acaricié un poco la cabeza y noté que todo su cuerpo estaba frío. Se me ocurrió entonces ayudarlo a ponerse de pie y llevarlo a mi cama. Allí lo arropé lo mejor que pude y le dije que era preferible que descansara para poder recuperar fuerzas. Él me tomó la mano antes de que yo saliera de la habitación y me dijo “gracias”.

 Me senté en el comedor y acabé mi comida, mientras leía el papelito que había dentro de la caja de insulina. Cuando recogí los platos, me di cuenta de que él había comido casi todo antes de desmayarse. Limpié todo y entonces me di cuenta que no había nadie más conmigo en la habitación, así que por no sentirme solo, decidí ver como estaba el enfermo. Estaba durmiendo profundamente, haciendo solo algo de ruido al inhalar con fuerza por la nariz. Miré por la ventana y me dio más frío del que tenía. Y como era mi casa, no tuve dudas cuando me acosté al lado de él, debajo del cobertor, y me quedé dormido casi al instante. Fue de esas veces que se duerme poco pero es placentero y sin sueños tontos.

 Cuando me desperté, ya era de noche y la nieve todavía caía, aunque menos que antes. Me iba a levantar de la cama para ir a ver en el televisor si las cosas habían mejorado pero me di cuenta que no podía. Resultaba que tenía un brazo fuertemente puesto sobre mi estomago y era el de él. Me había pasado el brazo y me sostenía con fuerza. No quería despertarlo pero quería salir así que traté de girarme hacia él para ver si eso lo alejaba pero no resultó porque él estaba despierto. Nos miramos a los ojos por un rato, sin decir nada, y entonces él se me acercó y me dio un beso. Fue suave, como hacía mucho no había sentido un beso. Además, se mano apretó un poco mi cintura y fue entonces cuando olvidé todo y me acerqué más.

 Horas después, estábamos todavía en esa cama pero la ropa estaba por todos lados del cuarto. Estábamos despiertos y abrazándonos con fuerza, compartiendo el calor. Entonces él se acercó a mi oreja y me agradeció por lo de la insulina. La había acabado de comprar porque ya no tenía pero si tenía agujas en casa. Era una suerte que yo hubiese tenido una para utilizar. Yo le dije que no era nada. Entonces me confesó que yo le gustaba mucho desde hacía mucho, pero que era más fácil hacerse el hostil conmigo. Le pregunté porqué y me respondió que porque las personas como yo siempre se creían más de lo que eran cuando alguien les ponía atención. Entonces me di la vuelta y le pregunté como eran las personas como yo.


 Me dijo que yo era muy seguro y muy guapo y yo me reí. Jamás me hubiese considerado ninguno de los dos. Él solo me miró y nos besamos de nuevo. Entonces me dijo que tenía hambre y lo invité a ir, sin ropa, a la cocina. Hacía mucho frío pero no nos separamos mucho el uno del otro. Comimos y hablamos de nuestras vidas, de nuestras familias. Y allí empezó todo.

jueves, 30 de julio de 2015

El peor invierno

   Era tal el frío que cada noche tenía que dormir con más ropa puesta que la que se ponía para salir. Era un poco molesto tener que usar doble media, dos sacos y tener que apretar la bota de los pantalones con las medias para evitar la entrada del aire frío. No llegaba al extremo de usar gorro y guantes pero hubiese entendido completamente que alguien recurriera a ellos para poder dormir mejor en semejante clima. Raúl, por su lado, tenía que revisar todas las noches que su habitación estuviese bien aislada del resto del apartamento. El viento lograba colarse por todos lados y él sufría bastante con el viento frío que parecía querer conquistar el mundo aquel invierno. No había como escapar de él.

 Peor aún era salir a trabajar. Tenía que soportar al tráfico encerrado en su automóvil, con una calefacción deficiente y tratando o de no quedarse dormido o de no morir congelado. Un día el vehículo no encendió más y tuvo que llamar a un especialista que se lo llevó por una semana, durante la cual tuvo que ir todos los días al trabajo en bus, algo que tenía su lado bueno ya que el calor de la gente hacía que el transporte público fuese al menos llevadero mientras uno estaba subido en el transporte. La gente temblaba por todos lados y todo el mundo estaba de acuerdo en que ese era el invierno más duro desde hace muchos años. Aunque tal vez eso no fuese cierto, sí se percibía de aquella manera y la gente solo esperaba que la primavera llegara lo más pronto posible.

En el trabajo, donde Raúl nunca se quitaba la chaqueta, cada vez atendía menos personas. Parecía que la gran mayoría de los compradores estaban quedándose en casa, tratando de no morir congelados. En ese momento tuvieron que agregarlo a todo el lío, ese factor. La gente no iba y estaban sacrificándose yendo a trabajar en semejantes clima para nada. Pero el jefe nunca dijo nada, nunca pensó en que podría ayudarlos dándoles un día libre o al menos dejarlos salir más temprano para evitar el tráfico de la tarde. No, no hacía nada por ellos. Se estaban empezando a harta de la situación hasta que un día la ciudad amaneció cubierta de blanco y todo tuvo que cancelarse pues nadie podía ir a ningún lado.

 La verdad fue algo bastante curioso porque todo el mundo tuvo que quedarse en casa y ver que hacía. Lo mejor era que la gente podía pasar el día en la cama, sin hacer nada más que dormir o ver televisión o alguna película. Los que lo pasaban mejor era los que tenían pareja y tenían la fortuna de vivir juntos. Se abrazaban y listo, era mejor que todo. En todo caso muchas personas, como Raúl, habían tenido la premonición de comprar buena vestimenta y demás así que él iba a estar perfectamente. Ese día, no salió de la cama y solo se dedicó a dormir lo que más pudiera y a conocer la geografía de su cama, un concepto inventado que era muy apreciado por quienes no podían dormir mucho.

 La sorpresa fue que la nieve no se fue al día siguiente y tuvieron que dar dos días más de paro para la gran mayoría de oficinas. Solo aquellos que trabajasen en entidades públicas o bancos tenían que ir a sus trabajos. Raúl, siendo vendedor de automóviles, no tenía que ir a ningún lado así que sacó su cobija eléctrica y durmió unas doce horas seguidas, hasta que le dio hambre. Mientras cocinaba, tiritando un poco, pudo ver por la ventana que la situación no estaba mejorando. La tormenta de nieve parecía arreciar y pensó que muchas personas tal vez tendrían que quedarse a dormir en sus trabajos pues no era muy factible que todos pudiesen llegar hasta sus casas en semejante situación.

 Raúl no era de esos que las noticias pero esa segunda noche en casa se vio obligado a verlas para informarse de lo que pasaba. Al parecer, ya había muerte mucha gente por el frío, más que todo gente mayor y bebés. Los hospitales estaban teniendo grandes problemas con la calefacción y se decidió dejar un día libre más, aprovechando el fin de semana para esperar a que todo mejorara. Al tercer día eso no parecía posible pues, cuando Raúl se levantó de la cama a orinar, se dio cuenta que ahora había una espesa neblina que no le dejaba ver mucho más allá de su ventana. Normalmente tenía una bonita vista de la calle pero eso ahora había sido reemplazado por una cortina blanca, muy espesa.

 Decidió comer en la cama y ponerse una camiseta más debajo de la ropa, pues podía jurar que la temperatura había empezado a bajar aún más. Las noticias no decían si esto estaba pasando en otro lado pero era previsible pensar que no solo allí estuviesen teniendo semejantes problemas. Pero jamás supo a ciencia cierta pues se fue la luz por un día entero durante esos días de paro por invierno. No había luz para la cobija eléctrica y la calefacción dejó de funcionar también. Le tocó a Raúl hacer algo así como un pequeño campamento en su cama, con comida incluida, para poder soportar el frío tan severo. Era increíble que hubiesen llegado a tanto, pero ahí estaba.

 Tembló con fuerza durante todas las 24 horas y pensó, aunque sin ningún tipo de confirmación, que estaba ya enfermo. Temblaba a veces de manera muy violenta y sentía que sus pies eran dos hielos que incluso se resbalaban en el piso como los de verdad. En un momento intentó masajearlos para inducir algo de calor pero dejó de hacerlo porque solo se estaba infringiendo dolor. Era una situación muy frustrante y sabía que él no podía ser el único que se sentía tan mal. De hecho, era obvio que estaba peor pues nunca habían tenido calefacción en casa. Peor aún estaba la pobre gente de la calle, que debían estar desmayándose del hambre y el frío.

 Al rato de prometerse a sí mismo que donaría dinero o ropa o lo que fuera apenas terminara el invierno, la electricidad volvió y con ella un visitante. Oír el timbre de la portería era algo poco común para Raúl y aún más raro era el hecho que no tuviese la más mínima idea de quien se trataba. Era un hombre que decía conocerlo del trabajo pero que no trabajaba con él. Decidió que lo mejor era abrigarse bien y decirle que iba a bajar. Que estuviera congelándose no era razón para dejar entrar a cualquier aparecido a su casa y las cosas solo podrían empeorar si un desconocido se colaba así como así y quien sabe que hacía con sus cosas o con él mismo. Se puso una chaqueta gruesa y botas y bajó con las llaves, temblando ligeramente por las ráfagas de viento.

 Cuando llegó a la portería y abrió la puerta, el tipo que estaba del otro lado se entró de golpe y le dijo que el frío afuera era infernal y que si hubiese podido evitar salir en esa situación lo habría hecho. El hombre se presentó, diciendo que su nombre era Antonio Páez y que venía a su casa porque tenía algunas preguntas que hacerle. Raúl iba a decir algo pero entonces el tipo sacó su billetera y le mostró su identificación. Como había pensado, el decir que lo conocía era solo un truco. El tipo era policía y tenía el descaro de venir en la mitad de una tormenta para hacer que Raúl hablara de algo de lo que seguramente no entendía ni sabía nada. Si hubiese sentido más calor, habría dicho algo.

 Resultaba que, al parecer, alguien estaba robando de la compañía y pensaban que yo tenía que saber algo, pues a veces ayudado con la contabilidad, cuando había que hacer todos los impuestos. La verdad era que Raúl no era que fuese bueno para todo eso peor la cosa era que tenía un orden tan bien logrado, que cualquier tarea que la asignaran siempre la hacía de manera que cualquiera la entendiera con facilidad tiempo después. La entrevista con el policía tomó unos quince minutos, tras los cuales el tipo parecía estar convencido de que Raúl no tenía ni idea de lo que él le estaba hablando. Cuando se iba a ir, se dieron cuenta de que la puerta se había congelado.

 Probablemente la nieve se había acumulado y había quedado sellada. Los dos hombres empujaron por varios minutos pero fue imposible hacer que se abriera. Lo único que podía hacer Raúl era invitar al tipo a su casa y hacer algo de café para pasar el momento. Como había regresado la electricidad, pudo calentar el café pero el teléfono no servía ni la red móvil así que no hubo como llamar a alguien que abriera la puerta. Al comienzo Raúl no habló nada con Antonio pero al pasar de las horas se dieron cuenta que nadie iba a venir a abrir la puerta. La tormenta estaba empeorando una vez más y para las seis de la tarde supieron que Antonio iba a quedarse a pasar la noche.


 Raúl sacó cobijas de todos lados y una bolsa de dormir que alguna vez había usado en un campamento. Antonio le agradeció e hizo su cama junto a la de Raúl, ya que esa habitación era la más tibia y no podía dejarlo en la sala donde el viento parecía asaltar desde cada lado. Así fue que Raúl pasó la noche hablando y haciendo amistad con un policía, que con el tiempo se convertiría en uno de sus mejores amigos.

martes, 5 de mayo de 2015

Elección

   Parecía que nunca iba a parar de llover. El clima había estado así desde hacía dos días con sus noches y no parecía que se fuese a detener por nada. De vez en cuando arreciaba y otras veces era más suave. Lo mismo con los truenos, que en algunos momentos se escuchaban en la lejanía y otros parecía que querían destruir el barrio. Como fuese, no iba a detenerse. No había razón para eso. Se hablaba de inundaciones y de muertos y heridos y damnificados. Pero no se decía nada de aquellos a los que la lluvia los afectaba directamente en el cerebro.

 La vista desde el último piso del edificio más alto de la ciudad era increíble. En el último piso, el mirador consistía en un circulo enorme, completamente hecho de vidrio, por el que la gente daba la vuelta y miraba hacia donde estuviera su hogar. Era una tradición tonta pero al fin y al cabo una tradición. Señalaban sus casas y reían y luego tomaban fotos y se largaban, seguramente a esas casas que mencionaban y que los hacían sonreír.

 Pero ese no era el caso ese día. Ese día solo había una persona en el mirador del edificio y era alguien que había pagado por estar allí, a pesar de que el mirador había sido cerrado para seguridad de los turistas. Él quería estar allí para ver, de frente, como la naturaleza se tragaba a su ciudad. La miraba con resentimiento pero también con algo de tristeza. Al fin y al cabo allí abajo había crecido y había hecho lo que muy pocos. Allí abajo se había hecho un nombre entre los ciudadanos más prestigiosos del país y así había escalado, poco a poco.

 Es cierto que había escalado a veces ayudándose de los demás, usándolos. Pero esa era su naturaleza, ayudar y no ser más que eso. Está más que comprobado que hay personas que nacen para servir y otras para ser servidas. Eso sí, él no era un amante de la esclavitud ni nada parecido. Solo le gustaba el orden de las cosas y como eran como eran y nadie decía nada. Ni los defensores más acérrimos de los seres humanos reclamaban nada en contra de esa realidad. Ellos también sabían que había unos arriba y otros abajo, negarlo era simplemente ridículo.

 A su trabajadores los respetaba y les pagaba lo justo y ellos eran felices. Pero él estaba arriba y ellos abajo y esa es solo la realidad de las cosas. No se trataba de justicia sino de la vida, la misma vida que estaba allí fuera destruyendo lo que se había hecho a través de los años. El hombre había hecho tantas cosas pero de que servían tantas edificios y riquezas cuando al final podíamos terminar debajo de un montón de piedras en apenas unos cuantos segundos. La vida no era justa y quien demandase justicia de cada pequeño segundo de la vida era un iluso, un pobre tonto que nunca había visto la muerte a los ojos.

 Él no sabía muy bien como funcionaba todo esto. Como era que la lluvia había aparecido así no más pero había igual tanto que él no sabía. Esa gente era peligrosa y al mismo tiempo tenían gran curiosidad por el mundo. De pronto esa combinación no era la mejor pero era la que existía, la que se arrastraba entre las sombras de este mundo tan lleno de ellas. Habían estado ocultos, esperando su momento para actuar y por fin había llegado lo que esperaban. Por fin habían descubierto lo que les faltaba para actuar y ahora era solo cuestión de tiempo.

 El hombre del mirador jamás olvidaría esa reunión, obviamente secreta, en la que a él y a muchos otros se les dio una carpeta con la información necesaria de lo que iba a suceder. Muchos se sorprendieron. No podían creer que algo así hubiese estad debajo de sus pies todo el tiempo y no se hubiesen dado cuenta. Esto era increíble, considerando que la mayoría de asistentes eran banqueros, empresarios, comerciantes, políticos e incluso algunas figuras de la cultura. Él siempre había tenido la sospecha de que había algo más pero no fue sino hasta que vio el contenido de la carpeta que se dio cuenta de la magnitud de las cosas.

 En efecto, alguien había estado tirando de varios hilos a lo largo de cientos de años. No se sabía muy bien cuando empezaba, pero siempre habían estado allí, en un tamaño compacto pero bien repartido. La gente siempre había creído que era una sola persona, una sola mente maestra detrás de todo lo que ocurría en el mundo. Pero no era así. Era un grupo, una mente colectiva que actuaba como un enjambre de abejas: rápidamente y con un objetivo común. Y como las abejas, nunca había uno muy lejos del otro

 La idea de la carpeta era revelar la realidad de las cosas de una vez y declarar una nueva realidad para el mundo. Según esta gente, que todos conocían pero a la vez nadie entendía, el mundo iba a cambiar próximamente y necesitaban saber si podían contar con ellos para dar ese gran paso. La mayoría se preguntó, con justa razón, cual era ese siguiente paso y hacia donde lo iban a dar. Simplemente se les respondió que sería el cambio más grande para la raza humana y que si estaban con ellos tendrían el privilegio de vivir en la época más próspera para la humanidad desde su nacimiento hace millones de años.

 Les dejaron dos meses para pensar, dos meses para que decidieran si querían quedarse en el viejo mundo o si preferían dar el paso con ellos hacia el futuro. El hombre del mirador no supo que hacer al principio. Lloraba cada vez que veía a su familia y se daba cuenta, con cada día que pasaba, que toda la vida era una mentira. La vida, que siempre había parecido nuestra, ya no lo era. Nunca había sido nuestra ni de nadie. Era solo una ilusión, una idea tonta que la humanidad se había hecho, creando así la noción de libertad que no era más que la necesidad de creer en algo más fuerte y así darle un mayor sentido a sus vidas.

 Su crisis nerviosa no paró en su familia. Quería contarles todos, a todas las personas del mundo lo que iba a pasar. De repente, después de aprovecharse de tantos para llegar adonde estaba, quería salvarlos de lo desconocido, de lo que estaba por venir. Pero entonces empezaron a aparecer, un poco por todas partes, cuerpo de personas importantes. Todos morían de causas naturales: ataques al corazón, cáncer, infecciones,… Al menos veinte de los personajes que habían asistido con él a la reunión estaban ahora muertos.

Lo que ocurría era obvio y solo quedaba un mes más para pensar en una decisión. Como decidir? Como elegir entre saltar al vacío o quedarse en un tren que está a punto de estrellarse con un muro sólido? Todos los días pensaba y pensaba y no podía alejar de su mente las imágenes de su infancia, de sus esfuerzos por crecer y por ser alguien que la gente pudiese admirar, a la que los demás temieran y respetaran. Todo eso y ahora estaba allí, a la merced de otros, de hombres y mujeres sin rostro que planeaban la destrucción de la humanidad como la conocemos.

 Y ese vacío… Que había allí? Era verdad todo lo que decían? Como podía ser verdad que controlaran cada evento en la historia de la humanidad? Todo parecía salido de una película de ciencia ficción barata pero cuando se releía la información de la carpeta y se comparaba con lo que existía, con lo que se relataba en los libros de Historia, era difícil no ver algún tipo de conexión, algún tipo de anomalía que resultaba ahora obvia pero que para nadie nunca había parecido relevante.

 Allí, de pie mirando la lluvia, lejos de su familia y de todo lo que siempre había poseído, el hombre se acercó al borde del mirador y simplemente observó la ciudad debajo del agua. El viento soplaba con fuerza, como si estuviese enojado y parecían llover balas de agua por la fuerza con la que caían al pavimento y contra toda superficie. Era extraño, pero se notaba que no era una tormenta normal. No solo por su duración sino por su persistencia. Se podía incluso decir que la tormenta parecía tener personalidad, un carácter marcado.

 Entonces el hombre del mirador se dio la vuelta y oprimió el botón del ascensor, que se abrió al instante. En pocos segundos estuvo en la planta baja, donde una camioneta negra lo esperaba. La abordó y el vehículo arrancó, luchando contra el agua para llegar a su destino. Finalmente, entraron al garaje de la casa del hombre. Este se bajo con calma y se dirigió a su habitación. Allí, sentada sobre la cama estaba su esposa. Parecía haber sido más fuerte en el pasado pero ahora era solo una sombre de lo que había sido. Él se sentó a su lado y la abrazó, apretándola contra sí mismo.

 Al cuarto entraron un joven y una niña pequeña, que se abrazaron con sus padres. No lloraban ni decían nada. Solo tenían los ojos algo húmedos y parecían necesitar tocarse entre sí para reconocer su existencia.


 Fue entonces que la ventana estalló en mil pedazos y una luz lo invadió todo. Se miraron unos a otros una última vez y entonces la luz se tragó todo y la humanidad no fue más sino un recuerdo olvidado de un pasado inexistente.