Parecía que nunca iba a parar de llover. El
clima había estado así desde hacía dos días con sus noches y no parecía que se
fuese a detener por nada. De vez en cuando arreciaba y otras veces era más
suave. Lo mismo con los truenos, que en algunos momentos se escuchaban en la
lejanía y otros parecía que querían destruir el barrio. Como fuese, no iba a
detenerse. No había razón para eso. Se hablaba de inundaciones y de muertos y
heridos y damnificados. Pero no se decía nada de aquellos a los que la lluvia los
afectaba directamente en el cerebro.
La vista desde el último piso del edificio más
alto de la ciudad era increíble. En el último piso, el mirador consistía en un
circulo enorme, completamente hecho de vidrio, por el que la gente daba la
vuelta y miraba hacia donde estuviera su hogar. Era una tradición tonta pero al
fin y al cabo una tradición. Señalaban sus casas y reían y luego tomaban fotos
y se largaban, seguramente a esas casas que mencionaban y que los hacían
sonreír.
Pero ese no era el caso ese día. Ese día solo
había una persona en el mirador del edificio y era alguien que había pagado por
estar allí, a pesar de que el mirador había sido cerrado para seguridad de los
turistas. Él quería estar allí para ver, de frente, como la naturaleza se tragaba
a su ciudad. La miraba con resentimiento pero también con algo de tristeza. Al
fin y al cabo allí abajo había crecido y había hecho lo que muy pocos. Allí
abajo se había hecho un nombre entre los ciudadanos más prestigiosos del país y
así había escalado, poco a poco.
Es cierto que había escalado a veces
ayudándose de los demás, usándolos. Pero esa era su naturaleza, ayudar y no ser
más que eso. Está más que comprobado que hay personas que nacen para servir y
otras para ser servidas. Eso sí, él no era un amante de la esclavitud ni nada
parecido. Solo le gustaba el orden de las cosas y como eran como eran y nadie
decía nada. Ni los defensores más acérrimos de los seres humanos reclamaban
nada en contra de esa realidad. Ellos también sabían que había unos arriba y
otros abajo, negarlo era simplemente ridículo.
A su trabajadores los respetaba y les pagaba
lo justo y ellos eran felices. Pero él estaba arriba y ellos abajo y esa es
solo la realidad de las cosas. No se trataba de justicia sino de la vida, la
misma vida que estaba allí fuera destruyendo lo que se había hecho a través de
los años. El hombre había hecho tantas cosas pero de que servían tantas
edificios y riquezas cuando al final podíamos terminar debajo de un montón de
piedras en apenas unos cuantos segundos. La vida no era justa y quien demandase
justicia de cada pequeño segundo de la vida era un iluso, un pobre tonto que
nunca había visto la muerte a los ojos.
Él no sabía muy bien como funcionaba todo
esto. Como era que la lluvia había aparecido así no más pero había igual tanto
que él no sabía. Esa gente era peligrosa y al mismo tiempo tenían gran
curiosidad por el mundo. De pronto esa combinación no era la mejor pero era la
que existía, la que se arrastraba entre las sombras de este mundo tan lleno de
ellas. Habían estado ocultos, esperando su momento para actuar y por fin había
llegado lo que esperaban. Por fin habían descubierto lo que les faltaba para
actuar y ahora era solo cuestión de tiempo.
El hombre del mirador jamás olvidaría esa reunión,
obviamente secreta, en la que a él y a muchos otros se les dio una carpeta con
la información necesaria de lo que iba a suceder. Muchos se sorprendieron. No
podían creer que algo así hubiese estad debajo de sus pies todo el tiempo y no
se hubiesen dado cuenta. Esto era increíble, considerando que la mayoría de
asistentes eran banqueros, empresarios, comerciantes, políticos e incluso
algunas figuras de la cultura. Él siempre había tenido la sospecha de que había
algo más pero no fue sino hasta que vio el contenido de la carpeta que se dio
cuenta de la magnitud de las cosas.
En efecto, alguien había estado tirando de
varios hilos a lo largo de cientos de años. No se sabía muy bien cuando
empezaba, pero siempre habían estado allí, en un tamaño compacto pero bien
repartido. La gente siempre había creído que era una sola persona, una sola
mente maestra detrás de todo lo que ocurría en el mundo. Pero no era así. Era
un grupo, una mente colectiva que actuaba como un enjambre de abejas:
rápidamente y con un objetivo común. Y como las abejas, nunca había uno muy
lejos del otro
La idea de la carpeta era revelar la realidad
de las cosas de una vez y declarar una nueva realidad para el mundo. Según esta
gente, que todos conocían pero a la vez nadie entendía, el mundo iba a cambiar
próximamente y necesitaban saber si podían contar con ellos para dar ese gran
paso. La mayoría se preguntó, con justa razón, cual era ese siguiente paso y
hacia donde lo iban a dar. Simplemente se les respondió que sería el cambio más
grande para la raza humana y que si estaban con ellos tendrían el privilegio de
vivir en la época más próspera para la humanidad desde su nacimiento hace
millones de años.
Les dejaron dos meses para pensar, dos meses
para que decidieran si querían quedarse en el viejo mundo o si preferían dar el
paso con ellos hacia el futuro. El hombre del mirador no supo que hacer al
principio. Lloraba cada vez que veía a su familia y se daba cuenta, con cada
día que pasaba, que toda la vida era una mentira. La vida, que siempre había
parecido nuestra, ya no lo era. Nunca había sido nuestra ni de nadie. Era solo
una ilusión, una idea tonta que la humanidad se había hecho, creando así la
noción de libertad que no era más que la necesidad de creer en algo más fuerte
y así darle un mayor sentido a sus vidas.
Su crisis nerviosa no paró en su familia.
Quería contarles todos, a todas las personas del mundo lo que iba a pasar. De
repente, después de aprovecharse de tantos para llegar adonde estaba, quería
salvarlos de lo desconocido, de lo que estaba por venir. Pero entonces
empezaron a aparecer, un poco por todas partes, cuerpo de personas importantes.
Todos morían de causas naturales: ataques al corazón, cáncer, infecciones,… Al
menos veinte de los personajes que habían asistido con él a la reunión estaban
ahora muertos.
Lo que ocurría era
obvio y solo quedaba un mes más para pensar en una decisión. Como decidir? Como
elegir entre saltar al vacío o quedarse en un tren que está a punto de
estrellarse con un muro sólido? Todos los días pensaba y pensaba y no podía
alejar de su mente las imágenes de su infancia, de sus esfuerzos por crecer y
por ser alguien que la gente pudiese admirar, a la que los demás temieran y
respetaran. Todo eso y ahora estaba allí, a la merced de otros, de hombres y
mujeres sin rostro que planeaban la destrucción de la humanidad como la
conocemos.
Y ese vacío… Que había allí? Era verdad todo
lo que decían? Como podía ser verdad que controlaran cada evento en la historia
de la humanidad? Todo parecía salido de una película de ciencia ficción barata
pero cuando se releía la información de la carpeta y se comparaba con lo que
existía, con lo que se relataba en los libros de Historia, era difícil no ver
algún tipo de conexión, algún tipo de anomalía que resultaba ahora obvia pero
que para nadie nunca había parecido relevante.
Allí, de pie mirando la lluvia, lejos de su
familia y de todo lo que siempre había poseído, el hombre se acercó al borde
del mirador y simplemente observó la ciudad debajo del agua. El viento soplaba
con fuerza, como si estuviese enojado y parecían llover balas de agua por la
fuerza con la que caían al pavimento y contra toda superficie. Era extraño,
pero se notaba que no era una tormenta normal. No solo por su duración sino por
su persistencia. Se podía incluso decir que la tormenta parecía tener
personalidad, un carácter marcado.
Entonces el hombre del mirador se dio la
vuelta y oprimió el botón del ascensor, que se abrió al instante. En pocos
segundos estuvo en la planta baja, donde una camioneta negra lo esperaba. La
abordó y el vehículo arrancó, luchando contra el agua para llegar a su destino.
Finalmente, entraron al garaje de la casa del hombre. Este se bajo con calma y
se dirigió a su habitación. Allí, sentada sobre la cama estaba su esposa.
Parecía haber sido más fuerte en el pasado pero ahora era solo una sombre de lo
que había sido. Él se sentó a su lado y la abrazó, apretándola contra sí mismo.
Al cuarto entraron un joven y una niña
pequeña, que se abrazaron con sus padres. No lloraban ni decían nada. Solo
tenían los ojos algo húmedos y parecían necesitar tocarse entre sí para
reconocer su existencia.
Fue entonces que la ventana estalló en mil
pedazos y una luz lo invadió todo. Se miraron unos a otros una última vez y
entonces la luz se tragó todo y la humanidad no fue más sino un recuerdo olvidado
de un pasado inexistente.
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