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miércoles, 21 de febrero de 2018

La sombra


   Dormía y me despertaba. Dormía y me despertaba. Era como sumergirme en una piscina y tener que saltar a otra inmediatamente después, como una maratón que nunca termina. Mi cuerpo estaba adolorido y mi mente no podía más. La situación era completamente extenuante y no parecía tener fin. De hecho, no podía recordar cuando había empezado todo pero lo que nunca olvidé era que había elegido apartarme de todo para poder lidiar con mis demonios internos, conmigo mismo.

 Era una casita pequeña, en la mitad de la nada. Me la habían vendido por cualquier dinero, lo que tenía encima. Era todo una sola habitación: la cama casi al lado de la estufa y un par de ventanas para dejar entrar la luz exterior. Al estar ubicada en una zona de montaña, la vista hacia fuera no era precisamente esperanzadora. La casita estaba ubicada en la mitad de un terreno en declive en el que solo crecía el musgo y alguna matita pequeña que trataba de ser más de lo que en realidad podía.

 No había pasado mucho tiempo desde mi mudanza cuando me atacó ese virus extraño. No sé si fue la comida o tal vez el hecho de que la casita no había sido limpiada ni cuidada apropiadamente en varios años, el caso es que en una horas, estaba tendido en la pequeña cama y no me sentía capaz de moverme más de lo necesario. Al otro día, ni siquiera podía moverme para ir “al baño”, una caseta desvencijada y triste que estaba en la parte exterior de la casita propiamente dicha.

 No voy a mentir: pensé que lo peor iba a suceder. Podía jurar que sentía mis entrañas gemir de dolor y que las sentía podrirse segundo a segundo. Era como si alguna especie de monstruo me estuviese carcomiendo desde adentro. La sensación era horrible y cuando llevaron las alucinaciones, la cosa se puso peor que antes. Ya no sabía que era verdad y que no. Todo parecía real a mi alrededor pero, cuando lo pensaba dos veces, dudaba de mi vista y de mis instintos más naturales.

 Había ventanas de algunas horas, a veces menos, en las que me sentía perfectamente bien. El cuerpo todavía adolorido y no con muchas ganas de caminar, pero al menos era capaz de ir hasta la despensa por algo de pan duro. El hambre que me daba en esos pequeños momentos de lucidez era increíble. Era entonces que recordaba los platillos que había disfrutado cuando vivía en mi casa, con mis padres. Lo había disfrutado todo y ahora esos pensamientos llegaban a mi como para burlarse, como si no fuera suficiente con sentir que el mundo se terminaba para mí.

 Las alucinaciones fueron de mal a peor hacia el cuarto día. No solo estaba visiblemente deshidratado y verdaderamente enfermo, sino que me pasaba el día hablando con seres y objetos inanimados. Recuerdo haber sostenido una muy interesante conversación con la tetera vieja que usaba para calentar el agua con la que me duchaba. Obviamente no me había lavado el cuerpo en días, pero la tetera insistía en que era una buena idea para alejar la enfermedad del cuerpo. Yo quería hacerle caso pero al final la ignoraba.

 Fue al llegar la quinta noche de mi enfermedad, cuando la puerta de la casita se abrió durante una tormenta. La montaña acumulaba seguido bolsas de lluvia y era el primer lugar en el que arreciaba la tormenta, al menos en esa región. En mis desvaríos, no sabía si la tormenta era de verdad eso o si eran un par de titanes peleando afuera. Incluso les pedí varias veces que se callaran, pues no me dejaban descansar. Fue en eso que entro la sombra, sin que yo le pusiese mucha atención.

 No sé porqué, pero esa noche dormí muchas horas, tanto así que al despertar ya estaba bajando el sol de nuevo. Recuerdo que no me moví de la cama pero sí sentí un olor muy particular en el aire. Era un aroma que no había olido desde hacía mucho tiempo. Una ola de calor recorrió mi cuerpo, haciendo sentir de verdad vivo por un breve momento. Era increíble que el olor del chocolate fuese capaz de dar vida, al menos de manera momentánea. Volví a dormir, con una sonrisa en la cara.

 Cuando desperté, la sombra me tenía en su regazo. Me había cubierto con una manta más gruesa que la que tenía en la casita y me sostenía como si fuera un bebé. Quise reírme y, por un tiempo, creí haberlo hecho. Sin embargo, ahora lo pienso y estoy seguro que estaba tan débil que no habría podido reír si lo hubiese querido. En todo caso, sentí que de alguna manera la situación había mejorado, sobre todo cuando la sombra me ofreció chocolate caliente y lo tomé a sorbos, sin más.

 La sombra estuvo conmigo varios días, no sé cuantos con exactitud. Me daba de tomar más chocolate y también comida como queso y pan, pero que sabían frescos y me hacían recordar lo fantástico que podía ser comer. La sombra también cantaba o al menos hacía algo que se le parecía bastante. El caso es que me hacía sentir seguro, como si nunca nada pudiera salir mal. En mis momentos de lucidez, sin embargo, ella nunca estaba. Era como si supiera que debía desaparecer para dejarme mejorar por mi mismo. Me gusta esa sombra, tan cariñosa y respetuosa.

 Al pasar los días, los momentos que tuve con la sombra se hacían cada vez más escasos. Por algún milagro de la naturaleza, empecé a mejorar notablemente. Ella venía cada vez menos y creo que incluso alguna vez la escuché hablar. Su voz, o lo que creo que era su voz, era profunda pero hermosa al mismo tiempo. También recuerdo haber tocado su rostro cuando estaba algo ido y lo único que puedo decir es que sonreí al sentirlo en mi mano, como si supiera quién era.

 Un día, de la nada, dejó de aparecer. Yo ya había mejorado y, en poco tiempo, estuve de pie y de vuelta a los trabajos diarios para evitar morirme de hambre. Casi me desmayo al ver que la sombra no había sido un producto de mi imaginación, pues mi alacena estaba llena de productos frescos y el pequeño cambo en el que sembraba vegetales estaba creciendo de una manera vertiginosa. Sabía que se lo debía a ese ser oscuro, a esa sombra que me había cuidado por tanto tiempo.

 Mejoré mucho y con el tiempo incluso bajé al pueblo y me hice ver de un doctor de verdad. Me dijo que lo que había tenido era grave y que le sorprendía verme vivo del todo. El doctor me revisó muy bien y me sorprendió al anunciar que había encontrado marcas de inyecciones en mis nalgas. Por lo que él podía concluir, solo me habían inyectado dos veces pero al parecer el medicamente utilizado había sido suficiente para combatir la enfermedad. Eso, y los especiales cuidados de la sombra.

 A él no le dije nada de la sombra, porque sabía que no entendería o que creería que me había enloquecido a causa de la enfermedad. Quería hablar con alguien acerca de la persona que me había salvado la vida, pues con cada hora que pasaba estaba más que seguro que no era un producto de mi imaginación sino que se trataba de un ser real, de carne y hueso. Mientras araba el campo o cuando hacía chocolate caliente, pensaba en la sombra y deseaba poder estar con ella de nuevo.

 Sin embargo, nunca regresó. Nunca recibí un mensaje escrito ni una señal de que alguien se acordaba de mí. Solo tenía los recuerdos de lo ocurrido y nada más. Sin embargo, me negaba a pensar que todo había estado en mi mente o que me habían abandonado.

 Pero, con el tiempo, tuve que aprender que tal vez eso era precisamente lo que había ocurrido. Tal vez había sido alguien que me había amado, alguien que quería cuidar de mi una última vez. Tuve que aprender a olvidar y a dejar ir, lentamente, el recuerdo de su voz y su tibia piel.

viernes, 26 de enero de 2018

Es lo que hay

   Apenas entró en la habitación, empujó la puerta con uno de sus pies y se dejó caer en la cama. Estaba muy cansado. No supo como hizo para incorporarse, quitarse toda la ropa y acostarse debajo de las mullidas sabanas. Durmió por casi ocho horas, sin soñar nada o al menos sin recordarlo. La luz del sol se filtraba por entre la persiana pero ni eso fue capaz de despertarlo. Lo bueno era que era sábado y no habría nada que hacer excepto relajarse y descansar de una semana de estudio.

 Cuando por fin se despertó eran casi las tres de la tarde. Aunque en un principio se sobresaltó por ello, se calmó rápidamente al recordar que no tenía nada que hacer y que el tiempo en verdad no había sido perdido, pues en verdad necesitaba dormir varias horas y por fin lo había hecho. El proyecto de su posgrado lo había mantenido despierto casi todas las noches de la semana anterior, por lo que era apenas justo recibir un poco de descanso y diversión a cambio del esfuerzo.

 Apenas abrió los ojos, lo único que hizo fue darse cuenta de que no sabía muy bien como había llegado a su casa. Por supuesto sabía muy bien donde había estado toda la noche. El sitio era más o menos cerca, así que caminar no debería haber supuesto un gran peligro. Fuera de eso, esa ciudad era mucho más tranquila y segura que su ciudad natal, que no veía hacía varios meses. Había venido a estudiar por un año y ya se había amoldado a la vida local, sin mayores inconvenientes.

 Nadie lo iba a oír decir nada de esto, pero la verdad era que sentía que podría llegar a vivir en un sitio así. Tenía rincones apacible como parques y plazas pero también avenidas llenas de comercio y con gente por todos lados. Tenía callejones que explorar y grandes estructuras que atraían a miles de turistas cada día. El mar y la montaña estaban a la misma distancia desde su casa y el calor del verano era intenso y con brisa y el invierno era suave pero se hacía sentir con cierto carácter.

 Además, estaba el hecho de que allí no sentía cuatro mil ojos encima viendo todo lo que él hacía a cada momento. Podía ir a los sitios que quisiera, comprar lo que se le apeteciera (considerando el precio) y simplemente vivir la vida que él eligiera. El único inconveniente era que todo eso lo estaba haciendo con dinero de sus padres puesto que él jamás había ganado una sola moneda por nada que hubiese hecho. Se había concentrado en ser un adolescente en el colegio y en la universidad se esforzó por aprender y obtener buenas calificaciones.

 Sin embargo, cuando todo lo que tiene que ver con estudios terminó, se dio cuenta de que no tenía experiencia alguna en el mundo laboral. Por unos meses buscó empleo pero no hubo nadie que se interesara en alguien que solo había estudiado una carrera universitaria y sabía hablar en tres idiomas. Esa fue la razón para que saliera de su casa por primera vez e hiciera lo mismo que estaba haciendo ahora: estudiar en otro país. Quiso hacer más que eso pero al parecer allí tampoco necesitaban a uno como él.

 Ahora estaban en la segunda ronda de sus estudios de posgrado. Había elegido una ciudad diferente a la suya y diferente a la otra en la que había vivido. Y sí, se sentía bien y le gustaba lo que estaba estudiando. Pero, de nuevo, nadie parecía interesado en contratarlo para nada. Todos los días enviaba entre diez y veinte hojas de vida a diferentes empresas. Lo hacía en la mañana, antes de salir para clase. Si acaso recibía un par de respuestas diciendo que por ahora no estaban buscando personal.

 La búsqueda se había intensificado en días recientes, pues cada vez más se acercaba la fecha del final de sus estudios y, por consecuente, el regreso a casa. Eso lo tenía pensando mucho puesto que una parte de él ansiaba volver a su ciudad natal y ver a sus padres, amigos y demás. Quería hablar con ellos y escuchar lo que no le contaban por video llamada.  Los quería cerca de nuevo porque aquello le brindaba algo así como una protección especial, un lugar seguro en el mundo.

 Pero otra parte de su ser pensaba que lo mejor era quedarse allí, en una ciudad que había sido amable con él y le había mostrado que su vida podría ser algo mucho mejor de lo que siempre había imaginado. Había aprendido mucho de si mismo allí, y quedarse podría significar el descubrimiento de muchas cosas más y la realización personal que tanto buscan todos los seres humanos. Era una opción que no podía dejar de lado y que consideraba con cada currículo enviado por correo electrónico.

 Sin embargo, todo dependía de ese maldito puesto de trabajo que parecía evitarlo a toda costa. Había estudiado y bastante durante su vida. Pero pronto se dio cuenta que eso en el mundo laboral no vale nada, a menos que ya se haya empezado a escalar la escalera que llaman del éxito. Con cada día que pasaba, con cada momento en el que pensaba en sus opciones, se iba dando cuenta de que esa escalera se alejaba más y más de él. Incluso un día se aseguró a si mismo que jamás sería nadie más de lo que ya era: un simple tonto sin nada que ofrecer a nadie.

 Las cosas pasaron más o menos como él lo había imaginado: llegó el día de la presentación del proyecto de posgrado y fue mucho más sencillo de lo que pensaba. No le importaban las calificaciones ni nada por el estilo, solamente pasar ese obstáculo y por fin estar del otro lado. Ese día fueron todos los alumnos a beber algo y tuvo una sensación que ya había tenido varias veces cuando estaba con un grupo de personas: la sensación de estar solo en el mundo, de no tener nada en que sostenerse.

 Poco después, compró el billete de avión para volver a su ciudad. Eso sellaba su destino inmediato. Había fracasado en sus intentos por hacer algo y por ser alguien. Sabía muy bien que la gente lo juzgaría, por no haber hecho suficiente, por haber sido un flojo que en verdad no quería nada más sino quedarse sentado frente a un computador todos los días. Al volver a casa, descubriría que todo esto no solo estaba en su cabeza, sino que de hecho pasaría a ser algo clave en el siguiente año de su vida.

 Cuando llegó, no hizo nada. Estaba abatido y por primera vez en su vida no veía un camino claro a seguir. Ya se le habían acabado los caminos y solo podía seguir adelante, así lo que tuviera enfrente fuesen solo sombras y una oscuridad horrible. Sus padres no decía nada y nunca supo si eso era bueno o malo. Al menos no hasta que su padre empezó diciendo cosas, indirectas, pero que eran más claras que el agua. ¿Y que podía hacer? Nada más sino empezar a buscar empleo de nuevo.

 Así pasó más de un año, buscando y buscando, enviando sus datos personales a miles de lugares, hablando con personas que pudiesen saber de alguien que pudiera ayudarlo. Pero nada de eso surtió efecto. Nadie ayuda a nadie en este mundo, al menos no en el mundo laboral, sin esperar algo a cambio. Ya con casi treinta años y sin experiencia laboral, las personas empezaban a verlo como un flojo, un bueno para nada que había perdido su tiempo y que no tenía nada para probar que servía de algo.

 No lo decían pero estaba claro que era lo que pensaban. El rechazo casi diario se volvió en una costumbre. También el hecho de que sus amigos dejaron de serlo, apoyados en los cambios que todos habían vivido, excusas flojas que no escondían bien las razones reales.


 Él siguió haciendo lo mismo. Día tras día, con una sombra sobre su cuello que le susurraba ideas al oído, cada una más peligrosa y sórdida que la anterior. Lo ignoraba pero podría llegar un momento en el que eso sería imposible. Pero esa es la historia que hay. La mía.

lunes, 8 de enero de 2018

De los deseos

   Mi deseo era bastante simple pero con el pasar del tiempo, y al ver que nunca se cumplía, simplemente deje de imaginar que los sueños existen y que son cosas que se vuelven realidad. Es simplemente una fijación infantil esa que tenemos con las cosas que queremos que sean pero simplemente no son. Supongo que no le hace daño a nadie desear un poco, querer y soñar y esperar. Todo es lo mismo y normalmente solo hacen daño a una sola persona: a uno mismo.

 Pero, como dije, yo ya no tengo nada de eso. Veo a quienes tienen sueños todavía y en ocasiones me da mucha envidia de sus ganas de seguir adelante tratando de conseguir eso que con tantas ganas persiguen. Se esfuerzan todos los días, hacen que toda su vida gire alrededor de eso que quieren. Y creo que tan solo eso los hace felices. Casi nunca ve uno si llegaron a la meta que querían o no pero después de un tiempo para ser que lo menos importante es lograr lo propuesto.

 Parece ser que lo importante de todo no es tanto si llegas al punto culminante sino si entiendes todo lo que pasa a tu alrededor en el camino hacia ese punto. Como seres humanos, es difícil que siempre tengamos la misma meta en la vida y como las metas son un final, es normal que cambien de sitio a cada rato. Solo la muerte puede marcar un final real y es por eso que debemos ir cambiando el objetivo último que tengamos a cada rato para así poder seguir disfrutando del camino por el que vayamos.

 No es fácil, o al menos yo no lo creo que sea. Hay muchas personas que viven fascinadas con todo lo que les pasa en el día a día, e incluso con aquellas cosas que jamás ocurrieron. Se contentan de lo real, de las mentiras, de las verdades, se alegran por ellos mismos y se alegran por otros. Son como esos que sonríen a cada rato y dan ganas de preguntarles que es lo que es tan gracioso o que es lo que los tiene tan contentos todo el tiempo. Es como si el esfuerzo los hiciera más y más felices.

 Yo eso no lo entiendo. Para mi el esfuerzo es dolor y el dolor muy rara vez da un placer en la vida. Tal vez ocasionalmente, en forma de esfuerzo o de pasión, pero nunca demasiado. Nada en grandes cantidades es bueno, pues nos volvemos unos ciegos y simplemente seguimos con lo mismo todos los días de nuestras vidas. Es como la gente que siempre pide lo mismo cuando va a un restaurante o como aquellos que creen que alguien muy similar a ellos mismos sería la pareja ideal para vivir toda la vida y formar una familia. A mi es no me cuadra pero supongo que cada uno verá que hace.

 Me gusta cuando llueve, porque todos los demás sonidos parecen dar paso al que hacen las gotas de lluvia contra las ventanas, el suelo o los muebles. Hay una cierta magia detrás de las gotas de lluvia y creo que eso hace que las personas paren por un momento y simplemente disfruten el sonido de la naturaleza. Me gusta ver a las personas así, calmadas y a tono con lo que los rodean. Dejan de ser bestias hambrientas de todo y vuelven a un estado anterior, tal vez mejor.

 Pero una vez se va esa magia del mundo, vuelven todos a mugir y gemir y gritar y pelear. Es falso cuando las personas hablan del mundo como si fuera un hermoso pastel de esos que tienen muchas florecitas y cintas gruesas, de colores pasteles que son inofensivos a la vista. Eso es la que la gente piensa que debería ser la vida. Un soso pastel que no tiene nada de sabor, tal vez algunas nueces, y que está adornado por encima de un poco de porquerías que lo único que hacen es daño.

 Supongo que así viven más tranquilos. No los culpo. Es difícil vivir con lo ojos bien abiertos y prestando atención de tanta cosa que pasa por todas partes. No es fácil vivir en un mundo donde todo te salta a la vista desde cualquier parte. Hoy en día podemos tener todo a la mano, lo que queramos, y no nos damos cuenta de que no es el estado natural de las cosas. Claro que ya a nadie le importa lo natural en ninguna forma, pero sí debería hacernos pensar al menos acerca de nosotros mismos.

 Pedimos y exigimos, esperamos y rezamos, siempre con un ansia extraña de estar en un lugar diferente al que estamos en ese momento, de estar mejor, porque la situación actual nunca es lo suficientemente buena. Nadie se contenta con nada en el mundo de hoy. El que lo diga es un mentiroso o simplemente alguien que no ha querido entender en que mundo es el que vivimos. Y eso también es ser un mentiroso porque a propósito miente a su mente para poder vivir tranquilo.

 En todo caso, no soy nadie para decirle a ninguna otra persona como vivir su vida, en que pensar o como conseguir nada. Al fin y al cabo, yo en mi vida no he conseguido nada y todo se me ha dado, de una manera o de otra. Tengo que hacer un esfuerzo a diario de recordar que debo agradecer lo que tengo precisamente porque no es mío y porque en cualquier día podría irse por entre mis dedos, desapareciendo de un momento a otro. Todo esto a mi alrededor es una ilusión que responde a mi situación privilegiada. Pero la verdad es que no hay nada.

 Me gusta darme duro a mi mismo porque sirve para recordar que las cosas son más difíciles de lo que parecen. Quisiera saber como empujarme a ser como los demás, como perseguir tanto sueño y tanto deseo loco que tienen. Quisiera poder ser como ellos, haciendo hasta lo innombrable para lograr la meta que se han propuesto para una determinada etapa de sus vidas. Me encantaría sudar tratando de llegar a ser alguien, como todos los demás que pelean y dejan todo para poder ser.

 Me falta mucho para eso. Me falta la fuerza interior y física para ser ese personaje grande y robusto que puede con todo lo que le ponen encima. Obviamente no es algo físico como tal pero sé que todos en nuestra vida hemos visto a esos seres humanos que son más grandes que la vida misma. Parecen incluso ser de mentiras pues no creemos que existan personajes así, como ese impulso impresionante que los hace hacer y deshacer, ir y venir por todos lados y seguir adelante.

 Por mi parte, he hecho lo que he hecho pero nada más que eso. El resto de cosas que hago es porque no sé que hacer. Leo esto y parece no tener sentido pero creo que si se repite lo suficiente, va a terminar siendo una de esas realidades que simplemente no puede uno tapar con la yema del dedo. Es un hecho y nada más que yo no soy mejor que nadie y que seguramente hay muchas personas que son mejores que el resto, porque se molestan en ir adelante, hacia donde sea que eso sea.

 He hecho pero no la clase de cosas que lo llevan a uno a alguna parte. Tengo pasión pero del tipo que impulsa a un ser humano a moverse y a crear algo para su propia vida. Mi energía, mi impulso, apenas es suficiente para llevar un poco más allá, cortas distancias que me ayudan a seguir viviendo pero no sé por cuanto tiempo más. No sé adonde voy a terminar y por mucho que los demás digan que tienen miedo, sé que yo soy de los pocos que en verdad tiene razones para estar asustado.

 El cuerpo se me pone como de piedra de solo pensar en todo esto. Las mano se empiezan a tensionar, la espalda duele como ella sola y los nervios de las piernas se vuelven hipersensibles, de la punta de los dedos hasta esa parte donde las piernas y la cintura se unen.


 Y ellos siguen allá abajo haciendo y corriendo y deseando y rezando y llorando y riendo. Y yo sigo aquí, un poco más arriba, menor que muchos y pensando una y otra vez en lo que debería estar haciendo, lo que debería haber hecho y lo que tendré que hacer.

viernes, 22 de diciembre de 2017

Conexiones etéreas

   Tengo que confesar que siempre me gustó verlo por las mañana, cuando el sol apenas había empezado a salir. Por alguna razón, siempre se apuraba a esa hora, como si levantarse con los gallos fuese a cambiar algo. No me levantaba ni nada, solo lo miraba de reojo mientras se cambiaba y la poca luz que entraba por la ventana acariciaba su cuerpo. Siempre me había encantado tocarlo y ahora descubría que también adoraba verlo, como una obra maestra del arte que es la creación del Hombre.

 A veces se daba cuenta que lo miraba y me sonreía gentilmente pero, de alguna manera, se sentía como si fuese alguien lejano y no una persona que hasta hacía muy poco me estaba abrazado sin ropa debajo de mis sabanas. Cuando no se daba cuenta, simplemente me volvía quedar dormido y trataba de crear yo mismo un sueño en el que él apareciese como alguien permanente en mi vida y no como una sombra pasajera que va y viene y va y viene pero nunca se amaña en un solo lugar.

 Me daban ganas de lanzarme encima de él, de besarlo, de tocarlo, de volverle a quitar la ropa y de hacer el amor ahí mismo, sin tapujos. Pero él me decía, con su cara y su cuerpo, pero no con su voz, que todo lo que pasaba en la oscuridad de la noche no podía pasar en la mitad del día o en esas mañanas frías en la que cualquier ser humano podría utilizar uno de esos abrazos cálidos y reconfortantes. Él sabía bien como hacerme entender que, pasara lo que pasara, yo no era quién había elegido.

 Esa persona estaba en otra parte y yo era solo un instrumento de diversión, o al menos eso era lo que me gustaba decirme a mi mismo para evitar una crisis existencial que de verdad no necesitaba. De hecho, esa es la palabra clave: necesitar. Porqué él me necesita a mi y yo a él pero creo que yo le saco más usos porque mi vida es un desastre y él es el único que hace que no se sienta de esa manera. Supongo que su vida tampoco es un jardín de rosas, pero la verdad es que no hablamos de eso.

 Cuando estamos juntos, está prohibido hablar de su pareja o de mi trabajo, de sus responsabilidades o de mis problemas para encontrar estabilidad alguna en mi vida. Desde que habíamos vuelto a vernos, después de tantos años, todo se había ido construyendo alrededor del sexo y de un cariño especial que habíamos ido armando los dos en privado. Era algo que no era exactamente amor pero era fuerte y nos ayuda a los dos. Creo que por esos decidimos que no le hacíamos daño a nadie si nos veíamos al menos una vez por semana, a veces más que eso.

 Cuando se iba, el lugar parecía perder el poco brillo que adquiría cuando su risa o sus gemidos de placer inundaban la habitación. A mucha gente podría parecerle todo el asunto algo puramente sórdido y carente de moral y demás atributos ideales, pero la verdad es que el arreglo que teníamos nos hacía felices a los dos, al menos hasta el día en el que me di cuenta que empezaba a quererlo mucho más de lo que me había propuesto. Era un sentimiento extraño que apartaba pero no se iba.

 En nuestro juventud no éramos amigos, apenas compañeros de salón de clase. Él siempre se había destacado en los deportes y por tener novias hermosas, una diferente cada año o incluso menos. Era uno de esos chicos que todo el mundo sigue y admira. Yo sabía muy bien quién era él pero no era alguien que me importara demasiado. Estaba demasiado enfocado tratando de sobrevivir a la experiencia del colegio para ponerme a mirar a los hombres que tenía a mi alrededor a esa edad.

 Él, me confesó mucho después, jamás supo quién era yo. No le dio nada de vergüenza confesarme que jamás había escuchado mi nombre en la escuela ni sabía nada de mi. Ese día quise gritarle, o golpearlo o simplemente mandarlo a comer mierda. Pero no lo hice porque me di cuenta que no tendría sentido hacer nada de eso. Así tuviera un resentimiento profundo contra mis años de escuela secundaria, él no tenía nada que ver con todo eso. Él había estado allí pero no había significado nada para mí.

 Nos conocimos por casualidad en una reunión a la que tuve que ir por trabajo. Como todo lo que hago para ese trabajo, la reunión me parecía una perdida completa de tiempo. Lo normal es que en esas ocasiones conozca mucha gente que me parece insufrible y que solo parece vivir para contar cuanto ganan en un año y cuanto podrán ganar el año siguiente. Si acaso hablan de  su última compra o de sus aspiraciones, todo lo que tenga que ver con dinero es, al parecer, un tema de discusión clave.

 Pero yo no tengo nada de dinero. Tal vez por eso mismo no me importe en lo más mínimo lo que alguien compra o no. Tengo que estar pendiente de tener comida suficiente para un mes en la nevera y cuento cada centavo como si valiera millones más. Por eso detesto el dinero, porque amarra y somete a cualquier idiota que deba manejarlo y esos somos todos. Por eso cuando lo vi a él, me sorprendió. No hablaba de dinero y eso era un cambio impresionante. Cuando lo vi mejor, fue cuando me di cuenta que era un compañero del pasado y se lo hice saber.

 Meses después, hacemos el amor cada cierto tiempo. Él me besa y yo lo beso y hacemos todo lo posible juntos. Al comienzo era cosa de una hora o menos si era posible, me decía cosas sobre su esposa y no sé que más responsabilidades que tenía en alguna parte. Yo no le ponía nada de atención porque francamente no me importaba nada la excusa que tuviera ese día para parecer distante y algo tenso. Yo solo quería ocupar mi mente, al menos por unos momentos, con el placer del sexo.

 Fue con el tiempo que empezó todo a cambiar, a volverse más tierno, más dulce, con ese cariño extraño del que hablábamos antes. Sé que no es amor porque dicen que si sientes eso lo sabes y yo no lo sé. Además, no creo que el amor sea para alguien como yo que, todos los días, siente que sus días están contados en este mundo. Tal vez es por decir y pensar cosas como esa que no tengo nadie en mi vida. Y tal vez por eso es que necesito que él venga, y me alegro cuando me llama y lo veo.

 Dirán que soy una mala persona por estar con un hombre que tiene un compromiso con alguien más. Pero la verdad es que lo tomo con bastante simpleza: fue decisión de él venir a mi casa desde un comienzo. Yo jamás insistí, jamás lo forcé ni tuve nada que decir para atraerlo hacia mí. Simplemente hubo una conexión y todo empezó a fluir, extrañamente, a mi favor. Y la verdad no me arrepiento de nada y podría decírselo tranquilamente a su esposa, si alguna vez me confronta.

 No es que lo quiera para mí, ni nada tan dramático como eso. Yo no creo que nadie sea para nadie, solo creo que tenemos pequeños momentos en los que conectamos con otra persona y simplemente debemos contestar a ese llamado de los sentimientos y de la naturaleza. No somos nadie para negar que no somos nada, que solo somos animales algo más evolucionados que el resto pero que, al final del día, solo somos otro costal de huesos y carne que siente y necesita a los demás.

 Creo que volverá el sábado en la noche, cuando ella no esté en casa. Cuando abra la puerta nos besaremos y la ropa pasará al suelo en pocos minutos. A veces acerca su boca mi oído y me susurra que me le encanta estar allí conmigo y eso es más que suficiente para mí.


 Cuando estoy solo, me doy cuenta que todo esto no es permanente y que en algún momento tendrá que acabar. Todo lo que brinda felicidad es así, etéreo. Y he decidido que no me importa. Lo único que quiero es vivir un día a la vez hasta que ya no tenga días para vivir.